lunes, 15 de julio de 2013

                     “EL CAOS SOY YO”

                  
                                 El desabastecimiento de alimentos en Venezuela

Cuando vemos el despelote que el gobierno de Maduro ha creado con el control de cambios, necesariamente  uno tiene que reiterar lo ya dicho: estamos frente a una administración carente de orientación alguna, descriteriada, con vocación y voluntad de caos social. 
Porque el problema de fondo en este caso concreto, no es sólo que no haya divisas suficientes, lo cual es muy grave si se piensa que hemos recibido varios cientos de miles de millones dólares estos años, sino que tampoco exista en las autoridades una cabal comprensión del tema y de las distorsiones que generarán, mucho menos de las salidas más viables a este problemón. 
Tal es el desorden en esta materia, que funcionarios del BCV llegan a la insólita y risible declaración de que no informarán sobre el precio del dólar que se subaste mediante el SICAD, porque de lo contrario estarían violando la Ley de Ilícitos cambiarios. ¿? ¡Hasta dónde se ha llegado haciendo el ridículo!
Si ampliamos nuestra visión al resto de la realidad nacional, a la marcha de la economía y de los servicios públicos, la opinión es la misma. Pareciera que nos conducimos acelerada e ineluctablemente hacia un precipicio, a pesar de algunos asomos de pragmatismo que surgen aquí y allá entre contados personeros del gobierno, que intuirían la necesidad de abrirse a la sociedad, a las distintas fuerzas políticas, sociales y económicas, con vistas a impedir la debacle.
En este contexto pre-caótico, preñado de incertidumbre, no son pocos los que se ilusionan con los anuncios de supuestas correcciones a las nefastas políticas de los últimos años. “Agarrando aunque sea fallo”, es la consigna de éstos. Y hasta cierto punto pudieran tener razón. Los apremios y los instintos de supervivencia imponen, la más de las veces, una posición esperanzadora, optimista. Y es comprensible, porque la alternativa ¿cuál sería?
No soy de los que creen en conversiones repentinas en el gobierno, pero estoy obligado, como sé que muchos lo sienten también, a intentar, desde nuestras modestas posiciones, a presionar para que se cambie el mal rumbo que lleva el país, tratando, mientras tengamos fuerzas, de hacer entrar en razón a los que han estado extraviados por la ideología, la incompetencia y la ignorancia. Y no se trata de claudicar en las convicciones, sino de impedir que todos nos desbarranquemos.
En  esta hora desventurada, a las fuerzas democráticas venezolanas les toca una tarea en extremo difícil, compleja y no muy grata. Deberán luchar no sólo en franca desventaja contra un gobierno calamitoso, perverso, corruptor y corrompido, sino también contra la impaciencia, la incomprensión y un a menudo absurdo y miope cuestionamiento, desde sus propias filas.
Espeluzna encontrarse a supuestos opositores, que desenfadadamente te preguntan que hasta cuándo vamos a dar largas a las muertes que seguramente tendrán que ocurrir, que por qué no salimos de una vez a la calle a enfrentar al gobierno de manera definitiva. ¿Qué clase de locura es ésta?
Lo lamentable es que así piensan para sus adentros, algunos aventureros irresponsables de la política, así como connotados opinadores.
Una oposición responsable tiene que explorar caminos diferentes a la violencia, sin claudicar en una estrategia eficaz de acumulación de fuerzas de carácter democrático, constitucional, electoral y pacífico. Está obligada a insistir en un diálogo democrático, independientemente de que en el adversario haya sectores enloquecidos que lo rechacen. Está igualmente compelida a hacerse oír y manifestar cuando sea necesario.
Si el gobierno no modifica el rumbo, las tempestades que ha sembrado hace más de una década nos llevarán indefectiblemente adonde nadie en su sano juicio desea.
Maduro y su gobierno no tienen la más mínima idea de cómo salir de este hondo atolladero, lo está demostrando a diario. Si no dialoga abierta y sinceramente con los que saben, caeremos en el caos. 
Domeñar la inflación, recuperar los sectores económicos productivos públicos y privados, construir las viviendas que se necesitan, normalizar el abastecimiento de alimentos, cambiar leyes, elegir nuevo CNE y Contralor General, remozar la infraestructura pública, dar educación y salud en cantidad y calidad suficientes, y garantizar la seguridad de los venezolanos, entre otros asuntos, no podrán lograrse con la exclusión de amplios sectores del país que representan la mitad o quizás más de los electores del país. Si Maduro sucumbe ante los radicales de sus filas, si no suprime las causas de la crispación social, el desastre del país estará garantizado.
No faltarán quienes nos acusen de blandengues, colaboracionistas o chavistas disfrazados, por sostener esta opinión. Pero esto es lo que nos sale si queremos salir de la mejor y menos costosa manera de unos gobernantes nefastos que nunca debieron llegar al poder.  
Parafraseando a Luis XIV (“L’etat c’est moi”), con su ejecutoria errática, Maduro podría decir: “El caos soy yo”.

Emilio Nouel V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
 



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