miércoles, 26 de octubre de 2011


¿CUÁNTO VALE MERCOSUR? ¡LO COMPRO¡

                       
                                        Congreso paraguayo

La obcecación del gobierno revolucionario de Hugo Chávez por meter a Venezuela en Mercosur no ha rendido sus frutos. Afortunadamente. Sus “artes diplomáticas” no le han servido para obtener con facilidad tan anhelado objetivo. Desde el año 2006 en que se suscribió el Protocolo de Adhesión, el proceso de aprobación de los países del bloque comercial ha pasado por un vía crucis, en cuya última estación, la de Brasil, se demoró 4 años y medio. Allí, las reservas, al final, fueron vencidas después de un largo debate en el que fue expuesta con amplitud la naturaleza antidemocrática del gobierno venezolano. Pero razones de otro orden se impusieron.
Faltaba aún superar la última prueba. La del país de economía más pequeña del bloque mercosuriano: Paraguay.
Todo parecía indicar que el camino a Mercosur estaba expedito para el gobierno venezolano. Muchos llegaron a señalar que con seguridad Paraguay acompañaría a su poderoso vecino Brasil. No habría razones para que su parlamento se negara a la tan esperada aprobación. En la presidencia del país estaba un amigo de Chávez, y eso ya era una carta importante a jugar.
No obstante, el senado paraguayo se ha vuelto un hueso duro de roer. Los cuestionamientos al régimen político venezolano, considerado por la mayoría, contrario a los principios democráticos de Mercosur, han obstaculizado el visto bueno.   
Quien escribe, entonces, expresó sus dudas acerca de esa inevitable aprobación parlamentaria paraguaya. No obstante, me inclinaba por que tarde o temprano se daría en virtud de las presiones del bloque, de la dinámica política interna de Paraguay o de gestos u ofrecimientos atractivos de parte de Chávez que de alguna manera aflojaran las resistencias.
Como es harto conocido, la petrodiplomacia que ha adelantado el gobierno chavista le ha granjeado muchas amistades, apoyos y, cuando no, neutralidades en el ámbito internacional. Así, algunos países importantes del hemisferio y el mundo han sacado gran provecho de la generosidad del “amigo” presidente de nuestro país, obteniendo jugosos contratos de obras, ayudas financieras y enormes y multimillonarios pedidos de bienes de toda naturaleza. Otros, sin ningún pudor, como los anteriores, y más parecidos a una suerte de Corte de los Milagros mundial, ni cortos ni perezosos,  se han apuntado a la lista de las dádivas y facilidades de todo tipo, por aquello de que “donde las dan, las toman”. En retribución, Venezuela ha recibido poco, pero el gobierno mucho.
Este manirrotismo gubernamental, obviamente, tiene un propósito claro. Eternizar en el poder un régimen militar autoritario y corrupto es su prioridad, para desde allí proyectar una ideología demencial hacia el continente y el mundo. 


En su proyecto político o geopolítico, ingresar a Mercosur es uno de los objetivos a alcanzar. Esta aspiración es disfrazada con una hipócrita retórica integracionista y latinoamericanista. La “integración” en la que cree Chávez no es la misma que creemos los demás. Y ahí está esa estafa llamada ALBA para corroborarlo. Chávez no comparte los principios económicos y comerciales de mercado que inspiran a Mercosur; los aborrece. ¿La economía venezolana y sus empresas? Le tienen sin cuidado y poco le importa la opinión de sus compatriotas sobre tal ingreso. A Mercosur lo ve como un conveniente paraguas político para guarecerse, apuntalarse, protegerse, de cara a una fantasiosa invasión norteamericana en la que nadie cree.   
De allí que haga todo lo posible para entrar allí, en donde, si lo logra, no me cabe la menor duda, incordiará y creará problemas a los demás miembros.
Cuando leemos en la prensa paraguaya de estos días que una senadora de ese país, Zulma Gómez, denuncia que el senador Ramón Gómez Verlangieri, le ha ofrecido a ella y otros parlamentarios la suma de 100.000 dólares para que den su voto en la aprobación del ingreso de Venezuela a Mercosur, y recordamos también lo señalado en el mes de mayo próximo pasado por la senadora Ana Mendoza de Acha, en relación con la denuncia del también senador Juan Carlos Galerna en el sentido de que el presidente Chávez, presuntamente, estaría ofreciendo “hasta 200.000 dólares a cada parlamentario paraguayo a cambio  de su voto” a favor del aquel ingreso, no podemos menos que abochornarnos frente al espectáculo sórdido y deleznable en que nuestro país se ve envuelto.  Un año antes, el presidente del senado, Miguel Carrizosa, preocupado, se habría pronunciado en el mismo sentido. (Paraguay: "Denuncian maletines de Chávez", http://www.reportero24.com).
Si con lo del maletín lleno de dólares de PDVSA incautado al venezolano Antonini Wilson en Buenos Aires, supuestamente destinados para la anterior campaña electoral de Cristina Kirchner, ya teníamos un escándalo en Mercosur, de ser ciertas las denuncias paraguayas -y si el río suena es porque piedras trae-, el prestigio del gobierno venezolano, y desgraciadamente el de nuestro país, seguirá en caída en libre.
Porque no sería de extrañar que fueran ciertos tales señalamientos, habida cuenta del modus operandi que en otras situaciones se han visto, en las que el gobierno venezolano aparece involucrado financiando de manera opaca actividades políticas dentro y fuera de nuestras fronteras. 
Así como es su estilo el de hacer política al interior del país utilizando la compra de voluntades y conciencias, de igual manera lo practica en sus relaciones internacionales. 
“¿Cuánto vale Mercosur? ¡Lo compro¡”

EMILO NOUEL V.

  

domingo, 23 de octubre de 2011


LA INTEGRACIÓN ECONÓMICA EN EL PENSAMIENTO DE RÓMULO BETANCOURT 

                               

En estos tiempos turbulentos y complicados, no está de más evocar el pensamiento de los políticos excepcionales, quienes igual que ahora vivieron situaciones críticas y reflexionaron profundamente sobre ellas, para formular soluciones viables y realistas a los diversos problemas que debieron encarar.
La propuesta de la integración económica entre los países ha sido una de las estrategias de crecimiento y desarrollo que se han manejado tanto en Europa como en América; de allí que los líderes políticos en ambos lados del Atlántico no hayan estado ajenos a ella y sus potencialidades.
Rómulo Betancourt, sin duda, fue uno de los grandes estadistas del hemisferio, no indiferente al tema y sus implicaciones.
De una sólida formación política y vasta cultura, Betancourt es considerado padre de la democracia venezolana o de “la democracia a la venezolana”, como dice el historiador Germán Carrera Damas.
Fundador del partido señalado como populista-desarrollista, Acción Democrática (AD) en Venezuela, en su juventud abrazó ideas marxistas y militó en organizaciones comunistas. Posteriormente, se deslindó de esta visión y comenzó a militar en las corrientes del nacionalismo revolucionario y antiimperialista. Al final de su vida política, tuvo algún un acercamiento con la Internacional socialdemócrata, aunque Luis J. Oropeza no lo sitúa en esta familia política. Por su parte, el historiador venezolano Manuel Caballero señaló que en la concepción y la práctica política de este líder pueden identificarse rasgos muy próximos a esa corriente ideológica.
Sus planteamientos doctrinales tenían hondas raíces en la realidad latinoamericana y venezolana. En los principios filosóficos y programáticos de AD, estaban presentes el nacionalismo económico y el regionalismo latinoamericano, los cuales tenían como corolario la integración de los países del continente.     
Betancourt luchó por el rescate de la industria petrolera para los venezolanos y abogó por una mayor participación de éstos en la renta que ella generaba. La OPEP es fruto directo de su política internacional.
Es conocida la doctrina que lleva su nombre, la cual planteó en 1960, en el II Congreso Interamericano Pro Democracia y Libertad, en Caracas: “Entre las cuestiones que en mi modesta opinión son de urgente necesidad está la de complementar la carta constitutiva de la OEA con un convenio adicional bien preciso y bien claro, según el cual no puedan formar parte de la comunidad regional sino los gobiernos nacidos de elecciones legítimas, respetuosos de los derechos del hombre y garantizadores de las libertades públicas Que contra los gobiernos dictatoriales al margen de esas normas se establezca no sólo la sanción colectiva del no reconocimiento diplomático, sino también la del aislamiento en el campo económico (...) que en torno a los gobiernos dictatoriales se tienda un riguroso cordón profiláctico multilateral a fin de asfixiarlos para que no constituyan oprobio de los pueblos y amenaza permanente…”  
Su gobierno participó en la creación de la ALALC-ALADI, aunque VENEZUELA, de inicio, no ingresó a ella. Su enfoque regional estuvo condicionado por los principios contenidos en la Constitución de 1961 que propiciaban la integración y estaban en concordancia con el planteamiento cepaliano predominante.
Betancourt enarboló la tesis de la sustitución de importaciones, y en su famoso libro “Venezuela, Política y petróleo” enfatizará la necesidad de “impulsar el desarrollo industrial”. Para el economista Emeterio Gómez, el líder venezolano subestimó el comercio, lo cual sería un rasgo de una supuesta concepción antiliberal. No obstante, en muchos escritos y discursos, se puede observar en Betancourt su inclinación por una América Latina integrada y en cooperación estrecha con “el gigante de la familia”: EEUU.
En diversas oportunidades señaló la necesidad de crear amplios bloques de países pobres para defender unidos sus intereses comunes y cambiar las reglas de juego del comercio mundial. Para él, la articulación de las economías dispersas y un activo intercambio comercial intrarregional, podrían generar un vigoroso desarrollo industrial que permitiera competir en el mercado mundial no sólo con productos primarios.
Ya fuera de la actividad política, Betancourt escribirá: “Creo que mientras no se llegue a la meta del Mercado Común Latinoamericano y a la formación de un Estado Mayor político que tome decisiones de proyección supranacional seguiremos incapacitados para defendernos y para realizar nuestros propios objetivos de desarrollo económico y de justicia social. Vivimos en un mundo de gigantes y seguiremos siendo enanos inaudibles y menospreciados, además de eso: explotados en beneficio de las naciones industriales de todos los continentes si no marchamos unidos.”
En cuanto a la integración hemisférica, Betancourt deploraba el desencuentro entre las “dos Américas”, la cuales, para él, se complementan. Llegó a decir en la ocasión de la IX Conferencia Internacional Americana de 1948: “La desnuda y escueta verdad es que EEUU necesita de América Latina y América Latina necesita de EEUU”. Aspiraba a que las relaciones hemisféricas se orientaran por nuevos cauces, “con voluntariosa decisión americanista”.
En momentos en que en América Latina hay enfoques extraviados que proponen un absurdo enfrentamiento con EEUU o la exclusión de Norteamérica de la institucionalidad hemisférica, el pensamiento visionario  y realista de un estadista como Rómulo Betancourt sigue alumbrando caminos a la necesaria reflexión acerca de lo más conveniente y eficaz para la prosperidad compartida de las naciones que pueblan el espacio continental americano.

EMILIO NOUEL V.

lunes, 17 de octubre de 2011


DE ENCUESTAS POLÍTICAS, ORÁCULOS Y CHAMUSCADAS

        
 
En los días que corren, las encuestadoras, en general, han recibido de parte de algunos analistas y/o articulistas, una severa e inusual andanada de cuestionamientos. Hasta retos han recibido, como el de nuestro amigo, el profesor Antonio Paiva Reinoso, quien las invita a debatir sobre el tema metodológico y a dejarse auditar.
¿Por qué se da en estos momentos tal debate?
Obviamente, por los resultados polémicos que en los últimos meses tales sondeos arrojan en el campo de lo político-electoral, los cuales, según una opinión, no serían reales, dados la crisis y el deterioro general de la situación económica y política del país. Y en este ámbito entran no sólo el tema de la popularidad del gobierno y los políticos y la intención de voto para el año entrante, sino también la disputa que se da en el sector opositor de cara a  las primarias.
Para algunos, aquellas resultas no se corresponderían con la “realidad” que los cuestionadores palpan por experiencia, “olfato” o percepción propia, amén de que sería legítimo y natural dudar de ellas, habida cuenta de ciertos aspectos a considerar a la hora de conferirles credibilidad.
Así, las encuestas adolecerían, por un lado, de errores de metodología o muestras engañosas, y por otro, estarían sesgadas por quienes las pagan. Dos asuntos éstos, ciertamente, que podrían ir juntos o separados. Las fallas metodológicas, por sí solas, pueden conducir a resultados equivocados. Pero en el caso del sesgo de quien paga, también. En el primero, está presente una carencia técnica involuntaria, y en el segundo hay una intención deliberada de mostrar un producto con miras a lograr ciertos efectos, en nuestro caso, políticos.
De modo que para saber a ciencia cierta frente a cuál de los dos casos estamos, habría que hacer una investigación exhaustiva que eventualmente realizaría una empresa independiente, imparcial, a la que se le permitiera una auditoría.
En las circunstancias actuales, este examen, a mi juicio, es de improbable realización, en el sentido de que no están obligadas a hacerlo, digo, legalmente. Por otro lado, ninguna encuestadora lo permitiría, no sólo las que supuestamente sesgan sus resultados respondiendo a los intereses del que la sufraga.
Quien escribe estas líneas, no es proclive a que se imponga una obligación legal de esta naturaleza para este tipo de firmas. Por sus obras los conoceréis, y el mercado, a mi modo  ver, se encargará de ellas tarde o temprano.
Ahora bien, otro asunto ligado íntimamente al tema es el de los exégetas, glosadores y demás intérpretes de los resultados presuntamente sesgados o no de las encuestadoras; me refiero a los que hemos llamado “los oráculos”. Aquí, principalmente, están personas de las mismas encuestadoras o no, que en su afán, legítimo por demás, de “vender” su marca y a ellos mismos, acostumbran ir a los canales de tv o radio, o utilizan las redes sociales, para emitir sus opiniones políticas o sus apreciaciones sobre lo que podría pasar en lo electoral -¡los escenarios¡-, incluidas las recomendaciones a las fuerzas políticas sobre lo que deben o  no hacer, o en qué se equivocan o aciertan.
Estos pareceres los exhiben en tanto que opinadores fundamentados, por supuesto, en los resultados de las encuestas de sus respectivas empresas. De allí que éstas hayan corrido con la suerte de las críticas que se hace a sus técnicos.
Es en este rol de opinadores en el que los encuestólogos, por lo general, se han excedido, y los ha colocado en el blanco de los que hoy los objetan. Y el que se mete al candelero pasional de la política, que no espere que le lancen sólo flores.
Así las cosas, se habla de encuestocracia, de la dictadura de las encuestadoras, las que por su proyección mediática influyen, sin lugar a dudas, en el ánimo o la voluntad del votante.
Claro, esto no es exclusivo de nuestro país. Lo que pasa es que en el nuestro, a diferencia de otros países, por la alta exposición mediática de sus representantes en los programas más vistos u oídos, se ha vuelto el de las encuestadoras un factor político de mayor influencia, lo que las hace susceptibles de las críticas señaladas más arriba.  
En la materia de encuestadoras y analistas de opinión pública, hay de todo. Los hay más o menos confiables. Siendo un venezolano de a pie, me inclino por confiar más en las encuestadoras que menos salen en los medios, en las que sus técnicos no andan todo el tiempo pontificando y han demostrado seriedad, ponderación, cuyos resultados pasados, por cierto, han estado más cerca de la realidad.
Pero hasta allí. En política, creo que si bien esos datos estadísticos son muy importantes a considerar a la hora de las decisiones, no pueden ser los únicos a tomar en cuenta. Lo que si me queda claro es que ellos no pueden dirigir o determinar la acción política. Y en el campo de la valoración y el análisis, la experiencia, el “olfato” y la intuición, aspectos más o menos “irracionales” de la política,  también aportan lo suyo, a veces más de lo que solemos creer. Lo mejor que podrían hacer los opinadores y exégetas pertenecientes a las encuestadoras es ser más comedidos, más profesionales y transparentes. Lo que sería por el bien y el prestigio de las empresas. No es mentira que algunas tuercen los resultados para favorecer una determinada opción política. Es verdad, igualmente, que los “oráculos” o exégetas, en lo individual, también lo hacen, aplicando su “olfato” y también sus preferencias personales o ideológicas.
Aquí reivindicamos el trabajo serio, científico, low profile y responsable de las encuestadoras. La que no quiera chamuscarse que no se arrime a la candela.

EMILIO NOUEL V.   

viernes, 14 de octubre de 2011


APROBADO TLC EEUU-COLOMBIA: HORA DE PENSAR EN GRANDE

                                 

¡Al fin aprobaron el TLC Colombia-EEUU en el Congreso norteamericano¡ Un vía crucis de alrededor 7 años, prácticamente, recorrió la negociación, firma y luego congelación de la aprobación de ese tratado, hasta que fue sancionado por la mayoría del senado.  
Con la aprobación de los TLC EEUU va a recuperar en América Latina cierto terreno perdido en los últimos años. Hilary Clinton ha declarado: “Colombia, Corea y Panamá son aliados importantes en regiones estratégicamente vitales. Con la aprobación de los acuerdos, EE. UU. le ha cumplido a sus amigos y aliados”. Son éstas palabras que no deben ser echadas en saco roto. 
Esta buena noticia económica, aunque ajena, cae como un bálsamo en un país que como el nuestro, durante 13 años ha visto hundir progresivamente su economía por un gobierno enloquecido por la ideología.
Junto a ese TLC, fueron aprobados también el de Corea del Sur y Panamá, también demorados un largo tiempo.
Esta tardanza injustificada no fue ajena a los vaivenes de la política interna norteamericana. Las objeciones a los TLC fueron esgrimidas principalmente por los miembros del partido demócrata. En la oposición de estos últimos ejercieron mucha influencia los sindicatos estadounidenses, ONG’s de los derechos  humanos y algunos sectores económicos proteccionistas. Sin embargo, los republicanos fueron más proclives a suscribirlos.


                           

Estos grupos, en el caso de Colombia, señalaban como razón de peso para oponerse el hecho cierto de los numerosos asesinatos a dirigentes sindicales en ese país, lo que, para ellos, sería motivo suficiente para bloquear tal aprobación legislativa.
Esa supuesta razón, sin embargo, ocultaba otro interés, más bien, de proteccionismo comercial. Muchos parlamentarios de aquel país representaban a ciertos sectores económicos que veían algunas amenazas a sus mercados, toda vez que se abriría una cierta competencia en algunos rubros, como es lo usual cuando se pone en práctica este tipo de acuerdos comerciales. Aunque esta postura era exagerada, a mi modo de ver, toda vez que las “amenazas” de los productos colombianos no serian de gran envergadura.
La suscripción de este tipo de acuerdos comerciales -debe señalarse- es la vía menos deseable que algunos países tuvieron que adoptar, habida cuenta del torpedeo y luego paralización que sufrieron las negociaciones multilaterales del ALCA. Centroamérica, República Dominicana, Perú, Chile y Panamá se vieron obligados a concretar estos tratados bilaterales.
Al entrar en vigencia el TLC entre EEUU y Colombia, tendrán acceso al gran mercado norteamericano, libre de aranceles, el 99% de los productos que hoy exporta Colombia (cárnicos, hortifrutícolas, textil, plásticos, autopartes, tabaco, azúcar, flores, etc). Ésta, a su vez, otorga al 82% de los productos provenientes de EEUU una desgravación arancelaria, principalmente, de bienes de capital y productos no producidos en Colombia.
Nuestro vecino espera que en los próximos 4 años, se creen 250.000 nuevos empleos como consecuencia del TLC. Que el PIB suba 1%. Que las exportaciones totales suban en un 6%. Y que el comercio bilateral se incremente en 6.000 millones de dólares.
Así las cosas, las perspectivas no pueden ser más halagüeñas.
Lo que viene ahora es la instrumentación del acuerdo. Los actores económicos colombianos tuvieron un largo período para prepararse de cara a la competencia que traería consigo la aprobación de este TLC.
No obstante, algunos observadores han señalado que Colombia no hizo sus deberes en este campo. La firma de este TLC demandaba la realización de obras y cambios institucionales que permitieran al país elevar su competitividad de cara al nuevo desafío, y aquella no tuvo lugar. Lo cual pudiera afectar los resultados positivos esperados, y reactivar los cuestionamientos formulados durante la discusión del tratado por los enemigos del libre comercio.
Por otro lado, hay sectores económicos que no están aun preparados para la competencia que vendrá. Son los que siempre han apostado al proteccionismo estatal y han hecho poco por adaptarse al comercio globalizado. El gobierno colombiano deberá tomar acciones al respecto.
Afortunadamente, Colombia dispone de importantes sectores económicos que se han volcado desde hace mucho tiempo al exterior y a los que este TLC, con seguridad, favorecerá e impulsará más.
Como observador desde un país vecino, cuyo aparato productivo es víctima de un demencial plan de destrucción económica jamás conocido en esta región, con la excepción de Cuba, la noticia de la aprobación de este TLC no puede sino producirle una gran envidia.
Con sus desafíos y amenazas,  y con las deficiencias nacionales que puedan estar presentes en la implementación y ejecución del TLC, vemos con optimismo que un país como Colombia se abra paso firme, sin complejos, en la escena económica internacional, siempre con la mira fija en la generación de una mayor riqueza y bienestar para sus ciudadanos a través del comercio con el gigante del continente.
Razón tiene el presidente Santos cuando dice que llegó la hora de pensar en grande. Ojalá los venezolanos nos contagiáramos de ese espíritu, sumidos como estamos en un marasmo político y económico.

EMILIO NOUEL V.




miércoles, 5 de octubre de 2011


John Maynard Keynes: “Prefiero tener vagamente razón que estar equivocado con precisión”


martes, 4 de octubre de 2011


EL DESENCUENTRO DE LAS DOS AMERICAS Y LA CELAC

                                    

La América Latina tiende a recordar a fin de no celebrar, quizás para
 celebrar a veces y criticar siempre.”
 Carlos Fuentes


Las “dos Américas” tienen una historia común de coincidencias y discordias. En lo material, los contrastes entre ellas están a la vista. A pesar de la vecindad y la interdependencia las disparidades se han mantenido; la llamada “brecha” ha persistido en el tiempo. También las inveteradas y mutuas incomprensiones que tantos han lamentado. Así, el creciente poderío norteamericano ha ahondado la grieta existente entre ambas regiones, agrandada, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial.                         
Entonces, el poder militar, económico y moral de EEUU era enorme. Se había convertido en potencia indiscutida y determinante en los acontecimientos mundiales. Comenzaba el mundo a vivir una bipolaridad, que luego devino en Guerra Fría con sus consecuencias para las relaciones de las “dos Américas”. 
Tal predominio norteamericano ha ido languideciendo, aunque esto no haya significado su desplazamiento del primer lugar como actor planetario. La multipolaridad, sin duda, existe.
En tal trayectoria EEUU ha experimentado altibajos. Ha sufrido derrotas y conquistado grandes triunfos. Su conducta internacional ha sido cuestionada y/o ensalzada por propios y extraños. Ha apoyado justas y loables causas, pero también se ha expuesto al repudio cuando ha elegido –por razones políticas, de seguridad, crematísticas o estratégicas- apuntalar regímenes políticos impresentables. 
En tanto que superpotencia con intereses globales, EEUU ha alcanzado una presencia espacial acorde con su tamaño económico, tecnológico y militar. Y esto, obviamente, no es bien visto por sus rivales, competidores y/o actores menores que dependen de él o se sienten, con razón o sin ella, amenazados por su poder.
Goliath nunca fue popular, dicen por ahí. Frente al grande, los medianos y pequeños sienten una mezcla de temor, admiración, repudio, adhesión, sentimiento o envidia. Y en cada caso concreto hay fuertes razones para tales sentimientos de cara al gigante.
En el caso de EEUU, país excepcional, todos aquellos sentimientos están presentes, en especial, en sus vecinos de América Latina (AL). Su poderío militar intimida o atemoriza, pero también puede causar admiración. Su dominio tecnológico maravilla, pero para algunos es sobrecogedor, turbador. Su democracia vigorosa y ejemplar, sus libertades, generan adhesiones variopintas y universales, pero algunos las consideran libertinaje, y hasta demoníacas. La pujanza y éxito de su economía han sido la admiración de muchas naciones, pero también han generado no pocos resentimientos y reservas.
Esa historia llena, sobre todo, de triunfos, ha hecho de la sociedad estadounidense blanco de todo tipo de ataques, invectivas y hasta burlas; algunos justificados y otros abiertamente absurdos, irracionales.
El antiamericanismo ha tenido buena prensa. Ha logrado gran acogida en nuestros predios latinoamericanos, desde mucho antes de que EEUU fuera potencia y su perfil internacional se acentuara. 
La actitud de “wait and see” de EEUU en la época de la guerra independentista produjo resquemores en algunos líderes como Bolívar. Estos resentimientos, quizás, lo llevaron a no querer invitarlo al Congreso Anfictiónico de Panamá, decisión que, por cierto, no compartieron algunos.
Las relaciones tormentosas EEUU-México también abonaron ese sentimiento antiamericano. Las anexiones de territorios que habían sido parte de España y heredados por la república mexicana, llevaron a ambas naciones a la guerra.
Esto alimentó un rechazo hacia EEUU en la elite gobernante e intelectual latinoamericana, que paradójicamente siempre vio a esa nación como ejemplo, como la hermana mayor.
El poeta colombiano José M. TORRES CAICEDO, indignado por la actuaciones del aventurero Walker en Centro América, llegará a escribir en 1857 unos versos ásperos contra EEUU: "la raza de la América latina/ al frente tiene la sajona raza/ enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad destruir su pendón". Torres afirmaba que EEUU veía a Suramérica como un conjunto de patrias enanas y odiaba su raza española.
Así, con el tiempo, se fue incubando una animadversión-frustración que fue reforzada también por una visión antiamericana europea, sobre todo, francesa, con la cual muchos pensadores de AL se conectaron. Mucho influenciaron también las intervenciones militares de EEUU de las primeras décadas del siglo XX.
Particularmente, fue en las clases altas y medias, y los intelectuales, los espacios en que esta animosidad tuvo mayor eco. El llamado “arielismo” (del libro “Ariel” del uruguayo José Enrique RODÓ) fue una suerte de idealismo latinoamericano que debía enfrentar lo que representaba cultural y moralmente EEUU. RODÓ criticaba lo que denominaba “nordomanía”, o sea, el apego a las ideas que venían del norte anglosajón. Enrique KRAUZE dice que ésta fue la primera ideología alternativa que se generó en nuestros países de cara a las corrientes de pensamiento en boga entonces.
En esa perspectiva antagónica se alinearon J. MARTÍ, J. VASCONCELOS, M. UGARTE y otros.
Más tarde, con sus matices y diferencias, los venezolanos Mariano PICÓN SALAS y Pedro Manuel ARCAYA, fueron críticos de ciertos valores norteamericanos y del expansionismo de EEUU. Sus cuestionamientos iban dirigidos, principalmente, contra “el ímpetu materialista” que imperaba en ese país. No obstante, PICÓN SALAS recordará “la común misión de América”, abogará por la necesidad de recuperar “la voluntad totalizadora” y señalará “la mutua incomprensión de las Américas”, producto de prejuicios y de la “incapacidad de elevarnos sobre las ruinas y convenciones de la propia tribu”. Planteó que a pesar de los valores diferentes, que los había también, era posible el “intercambio y el complemento”.
Por otro lado, el pensador venezolano CARLOS RANGEL, desde otra perspectiva, dirá, acertadamente, que el exitoso recorrido de EEUU, mostrado desde sus inicios como país independiente, representó desde siempre “un escándalo humillante para la otra América”, la cual no daba al mundo ni se daba a sí misma una explicación aceptable de su fracaso relativo. El atraso, las carencias y los diversos problemas de América Latina, serán atribuidos al país triunfador convertido en potencia.
Este antiamericanismo obviaba las culpas propias. No explicaba el porqué los países de AL, que no eran muy distintos en cuanto a su desarrollo material en la primera mitad siglo XIX (todos eran monoproductores-exportadores de materias primas e importadores de manufacturas europeas, incluido EEUU), al arribar al XX, Norteamérica los había superado y se había convertido en un emporio industrial y comercial, que desplazaba la primera potencia de entonces, INGLATERRA. ¿Qué no hizo o dejó de hacer la América hispana, para estar tan distanciada y a la cola de aquel país después de 200 años?
Si los latinoamericanos teníamos recursos en abundancia ¿por qué no supimos utilizarlos?  
El destacado profesor español de las relaciones internacionales, Tomás Mestre V., se preguntará: “¿Por qué en la originaria fachada al mar que fueron las iniciales `trece colonias´, éstas se fortalecieron, se multiplicaron y presionaron hasta el punto de medir por segunda vez su fuerza contra la poderosa ex metrópoli, en tanto que colonias más hechas partieron a la guerra civil sempiternamente, a guerras entre fragmentos independizados, como Hispanoamérica, y cuando no lo hicieron así, como en el caso de Brasil, aun aumentando el territorio no incrementaban sustancialmente su poder? ¿No será que la organización interna de los Estados sea el estímulo imprescindible para hacer posible lo demás? “
Responder estas interrogantes quizás arroje más luces sobre los resultados históricos -“la brecha”- en términos económicos y sociales que ha alcanzado la AL, que buscar en las conductas de otros las causas de nuestros fallos. ¿Por qué seguimos echando culpas de nuestros males al imperialismo yanqui? ¿Por qué –como dijo BORGES respecto de México- AL “vive fija en la contemplación de las querellas de su pasado”?
Hoy, EEUU sigue bajando la pendiente de su declinación como única gran superpotencia hegemónica y comienzan a aparecer en el horizonte actores que le disputan su primacía.
En este contexto, de nuevo se plantea un proyecto de integración que excluye a EEUU y CANADÁ. ¿Por qué no terminamos de suprimir esta costumbre de concebir a esos países separados del continente y asumir con pragmatismo unas relaciones que nos permitan crecer y desarrollarnos juntos en un marco desprejuiciado de complementación, respeto y de equidad?
No son pocos los valores y principios que las “Dos Américas” compartimos. Estamos unidos por la geografía y la historia, a pesar de los desencuentros e incomprensiones. Se impone iniciar conscientemente un camino convergente gradual, más allá del que imponen las realidades inexorables. Sabemos que hay factores anacrónicos y enemigos del progreso que han conspirado y conspiran contra la propuesta. No desconocemos las dificultades, complejidades e intereses presentes.
Empero, aquellas no son insuperables. No es tarde para retomar ese espíritu de vieja data que soñó con una América como proyecto. Pretender crear organizaciones internacionales en el continente que marginen al norte anglosajón, como es el caso de la proyectada Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), es un absurdo, un despropósito, un desfase con los tiempos que corren. No es sólo reincidir en un error derivado de una nefasta manía refundacionista que fracasa una y otra vez, es colocarse de nuevo en el terreno de los antagonismos innecesarios y estériles, contrarios a las corrientes profundas que tarde o temprano conducirán ineluctablemente a la confluencia hemisférica. 

EMILIO NOUEL V.

                             

                             




                              
                                     

sábado, 1 de octubre de 2011


Tierra de redentores
ENRIQUE KRAUZE 01/10/2011
El País
No uno sino dos fantasmas recorren la historia independiente y moderna de América Latina: el culto al caudillo y el mito de la Revolución. Los pensadores liberales del siglo XIX abjuraron de ambos. En Facundo -su obra clásica sobre el telúrico caudillo Facundo Quiroga, "sombra terrible" de las pampas-, Sarmiento recreó al prototipo del poder personal en el siglo XIX latinoamericano, el dueño de vidas y haciendas, hombre de horca y cuchillo, símbolo de Barbarie opuesta a la Civilización. Publicada en 1845, aquella obra tuvo una brillante descendencia, primero en el Nostromo de Conrad y más tarde en una larga sucesión de novelas sobre dictadores: Tirano Banderas de Valle-Inclán, El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, Oficio de difuntos de Arturo Uslar Pietri, Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos y las dos antitéticas creaciones de García Márquez y Vargas Llosa: El otoño del Patriarca y La Fiesta del Chivo. Por lo que hace a la Revolución, a pesar del influjo romántico de la Revolución Francesa, en el siglo XIX el concepto se entendió como una ruptura ilegítima y violenta del orden legal. En ese mismo sentido lo emplea Conrad para describir a su turbulenta Costaguana: la Revolución como la otra vertiente de la Barbarie. Pero al despuntar el siglo XX, con el advenimiento de la Revolución mexicana y la bolchevique, una lenta trasmutación comenzó a operar en la realidad y la imaginación de nuestros países: la crítica del caudillo se transformó en culto al hombre fuerte, al héroe providencial; y la Revolución adquirió el prestigio de una nueva aurora de justicia para los pueblos.
En la larga vigencia del culto heroico y el mito de la Revolución convergen dos autores clásicos: Thomas Carlyle y Carlos Marx. Al ensayista e historiador escocés se debe la idea de que la historia no tiene más sentido del que le confiere la biografía de los "Grandes Hombres", en particular la de los inspirados "héroes" políticos como Oliver Cromwell o el Doctor Francia, que prescindieron de las instituciones democráticas por considerarlas una parafernalia inútil. (Varios tiranos latinoamericanos como el venezolano Juan Vicente Gómez, a quien un reconocido historiador llamó "Hombre de Carlyle", siguieron ese libreto). A propósito de la Historia de la Revolución Francesa de Carlyle, Carlos Marx (que lo admiraba) escribió en 1850: "Le corresponde el crédito de haber combatido en la arena literaria a la burguesía... de una manera, por momentos, revolucionaria". El problema -agregaba Marx- es que "a sus ojos, la apoteosis de la Revolución se concentra en un solo individuo... Su culto a los héroes... equivale a una nueva religión". Pero también Marx creía que la apoteosis de la Revolución se concentraba en un solo protagonista
... colectivo: el proletariado, las masas. Y ese culto, con el tiempo, "equivalió" también a "una nueva religión". El siglo XX probó que las simpatías entre ambos pensadores eran mayores que sus diferencias: solo se requería la aparición de un héroe carlyleano que asumiera la Sagrada Escritura de Marx. Ese personaje fue Lenin, y tras él irrumpieron en la escena varios otros: "El Dios trascendente de los teólogos...", escribió Octavio Paz, "baja a la tierra y se vuelve 'proceso histórico'; a su vez, el 'proceso histórico' encarna en este o aquel líder: Stalin, Mao, Fidel".
La sacralización de la Historia en la persona de un héroe produce la figura política de los "redentores". En América Latina el proceso tuvo antecedentes populares en la guerra de independencia mexicana y en los movimientos mesiánicos de Brasil (que Vargas Llosa recreó en su clásica novela La guerra del fin del mundo), pero su versión moderna -a mi juicio- nace del agravio contra Estados Unidos a partir de la guerra de 1898. Todavía Martí, el último liberal del XIX, pudo soñar con una constelación de repúblicas americanas, orientadas al progreso y respetuosas entre sí. Pero las actitudes imperiales del "monstruo" en cuyas entrañas había vivido (y cuya democracia y dinamismo había admirado) terminaron por decepcionarlo. Con su muerte murió también el proyecto de una América homogénea e igualitaria. Había que imaginar y construir otra América, distinta y opuesta a la del Norte. Movido por ese agravio, el pensador uruguayo José Enrique Rodó publicó en 1900 un opúsculo que influyó en el destino político e intelectual de "Nuestra América". Se titulaba Ariel y postulaba un "choque de civilizaciones" entre la superior espiritualidad de Hispanoamérica y la "barbarie" materialista de Estados Unidos.
Conforme avanzó el siglo, las más diversas corrientes ideológicas (el nacionalismo, el anarquismo, el socialismo, el marxismo, el indigenismo y aun el fascismo) fueron deudoras, en diversa medida, del idealismo "arielista" y encarnaron en personajes con ideas o actitudes "redentoras", como las del mexicano José Vasconcelos (que quiso ser presidente para "salvar a México" y vio en América Latina la cuna de una "Raza Cósmica") o las más terrenales del peruano José Carlos Mariátegui (que profetizó la convergencia revolucionaria entre el marxismo y el indigenismo). Tras la guerra civil española, América Latina se escindió entre fascistas y socialistas (con poco espacio para los liberales) pero a ambas corrientes las vinculaba aquel resentido desprecio contra el yanqui. Hasta un personaje ajeno al universo de los libros como Eva Perón, la "santa de los descamisados", lo albergaba.
En 1959, cuando el Ariel seguía siendo lectura obligada en las escuelas del continente, una santísima dualidad de redentores apareció en el escenario y cumplió la profecía de Rodó: Fidel y el Che. Mi generación los veneró. Debido a ellos, la Revolución -palabra mágica, concepto histórico, promesa de redención social- volvía a adquirir, acrecentado, el viejo hechizo de la Revolución mexicana o rusa. Era fácil adoptarla: una pasión excitante, un libreto sencillo y una inmediata gratificación del narcisismo moral. Y era imposible evadirla: estaba en las aulas y los cafés, en las páginas literarias, los suplementos culturales y la oferta editorial. La filiación de izquierda había dejado sus ámbitos habituales de la primera mitad del siglo XX (los sindicatos, las infinitas sectas, los partidos subterráneos o proscritos) para refugiarse en el mundo de la cultura y la academia, donde se volvió hegemónica. Y como el neotomismo en tiempos coloniales, la doctrina marxista alcanzó el rango de canon irrefutable.
En el verano de 1968 estalló en México un movimiento estudiantil que, si bien tenía orígenes de izquierda, no se proponía una Revolución sino la apertura de espacios de libertad en un sistema cerrado y autoritario. Vacunándose contra una hipotética conjura comunista (que creía inminente), el 2 de octubre el Gobierno masacró a decenas de estudiantes en la plaza de Tlatelolco. Nunca olvidamos el agravio. Unos tomaron las armas y se incorporaron a la guerrilla urbana o rural, otros practicaron la guerrilla ideológica en la redacción de los periódicos y revistas o el trabajo editorial y académico. Otros más fueron activistas en organizaciones obreras y campesinas. Sin embargo, comparada con la radicalización armada de muchos países de América Latina, la mexicana fue relativamente débil. Tras el golpe de Estado en Chile, de Guatemala a la Patagonia, al menos dos generaciones de estudiantes y profesores universitarios quisieron emular al Che Guevara. Muchos perdieron la vida a manos de los feroces Gobiernos militares -algunos, como el argentino, verdaderamente genocidas- que aparecieron en la región.
A raíz de la matanza de Tlatelolco, Octavio Paz, nuestro poeta mayor, había renunciado a la Embajada de India. Sus jóvenes lectores esperábamos su regreso para encabezar un partido revolucionario de izquierda. Pero Paz pensó que la batalla central de América Latina era de ideas y debía librarse en el ámbito de la literatura. Por eso hizo algo insólito: hace exactamente 40 años, el 1 de octubre de 1971, fundó la revista Plural y en ella puso casa a la disidencia de izquierda en México y Latinoamérica.
Tener a Paz de vuelta era como tener cerca a Orwell, Camus o Koestler, los antiguos hechizados, los grandes desencantados de la Revolución. Paz hizo entre nosotros lo que los disidentes del Este (Kolakowski, Havel, Sajarov) hacían en sus países: criticar a la izquierda totalitaria real desde la izquierda democrática posible. Mi generación no lo entendió así, y lo atacó sin tregua. Paz venía de un periplo político que nos era casi desconocido. Aunque sabíamos algo de su participación en la guerra civil española, ignorábamos la historia de su paulatino desencanto con el régimen soviético. En 1971, a raíz del caso Padilla (reedición caribeña de los Procesos de Moscú, admirablemente recreada por Jorge Edwards en Persona non grata), varios escritores latinoamericanos y españoles (Vargas Llosa, Juan Goytisolo y el propio Paz, entre otros) marcaron sus distancias definitivas con Castro. Pero los universitarios radicales, armados o no, permanecieron por muchos años -y algunos por siempre- fieles a la Revolución y a su caudillo.
Para Paz, la lectura del Archipiélago Gulag en 1974 fue el punto de quiebre definitivo. Allí terminó por confrontar la naturaleza totalitaria del socialismo soviético y, para su sorpresa y sosiego, redescubrió el viejo ideario liberal del siglo XIX, el de su propio abuelo. Paz, en una palabra, se volvió plenamente demócrata. No era una hora temprana en su vida -cumplía 60 años- pero aún era tiempo para prevenir a los jóvenes latinoamericanos sobre los peligros del redentorismo político en el que convergían el culto al poder (ya sea del caudillo o del presidente omnímodo) y el mito de la Revolución: "La gran Diosa, la Amada eterna, la gran Puta de poetas y novelistas". No quisieron escucharlo. La querella de Paz con la izquierda continuó hasta su muerte, en abril de 1998. Incluyó polémicas, descalificaciones, insultos y hasta amenazas de muerte. En 1984 su efigie fue quemada por una turba a unas calles de su casa, frente a la Embajada de Estados Unidos en México, por haber cometido la herejía de pedir elecciones en Nicaragua.
Su trinchera fue la revista Vuelta, heredera de Plural, que apareció de diciembre de 1976 a septiembre de 1998 y circuló ampliamente por el mundo de habla hispana. (Tránsfuga de mi generación, lo acompañé en su aventura). Trinchera es la palabra exacta, porque Vuelta no se ocupaba académicamente de la historia política de América Latina: Vuelta quería cambiar esa historia. Por eso, en la arena de las ideas postulaba la democracia y combatía las lacras derivadas del culto al caudillo y el dogmatismo ideológico: el militarismo, el populismo, el presidencialismo, el estatismo, la guerrilla. Naturalmente, la revista fue prohibida lo mismo en la Argentina de Videla que en la Nicaragua de los sandinistas (no se diga en el Chile de Pinochet o en la Cuba castrista). Los principales escritores del idioma para quienes la libertad ha sido un valor supremo escribieron en sus páginas. En Vuelta, Mario Vargas Llosa publicó su estrujante reportaje sobre la Matanza de Uchuraccay (documento irrefutable contra el fanatismo guerrillero) y los principales ensayos de su travesía liberal. En Vuelta, Gabriel Zaid reveló la naturaleza elitista y universitaria (no campesina, ni obrera, ni espontánea, ni social) de las guerrillas salvadoreñas. En Vuelta, Guillermo Cabrera Infante explicó por qué el suicidio ha sido la ultima ratio de expresión política en la Cuba de Fidel.
En 1989 la batalla de las ideas parecía ganada. En París, con motivo de la recepción del Premio Tocqueville, Paz habló de dos "portentos de una nueva era que, quizás, amanece: ...el ocaso del mito revolucionario en el lugar mismo de su nacimiento... y el regreso a la democracia en América Latina". Tenía razón en recordar que el acta de fundación de los países iberoamericanos en las primeras décadas del siglo XIX había sido precisamente la democracia liberal -entendida en un sentido amplio, republicano y constitucional-. Parecía un milagro que todos los países de América Latina (salvo Cuba) estuviesen a punto de volver al origen democrático, pero el milagro fue real y muy pronto se consolidó. Significativamente, muchos detractores de la democracia (sin mayor explicación) se volvieron súbitos demócratas. No obstante, en 1994, la Historia -ese teatro sorprendente- puso en escena una nueva representación revolucionaria: una rebelión indígena vagamente inspirada en las ideas de Mariátegui. Ocurría al sur de México, en el Estado de Chiapas. La encabezaba un sacerdote que profesaba la "Teología de la liberación" (el obispo Samuel Ruiz) y un guerrillero enmascarado (el subcomandante Marcos) que, emulando al Che, fumaba pipa, recetaba medicinas y escribía cuentos. Ante esta resurrección, Paz entró en un estado de perplejidad y así murió.
El Réquiem por la Revolución había sido prematuro. La tensión entre Revolución y Democracia seguía desgarrando a América Latina. Mientras la democracia se consolidaba, el posmarxismo seguía imperando en no pocas universidades del continente (y hasta en algunas norteamericanas). Y a principios del siglo XXI, en Venezuela, el mito revolucionario reencarnó en un esperpento político extraído de Valle-Inclán. En su discurso inaugural, Chávez vituperó a la "maloliente" democracia y en su desempeño -como dicta Carlyle- buscaría reducir la historia venezolana a su biografía personal. Marx había escrito: "Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces... una vez como tragedia y la otra como farsa". Chávez, es cierto, sería una caricatura de Fidel, pero una caricatura con cientos de billones de petrodólares en la cartera y un carisma diabólico: un caudillo posmoderno, un redentor por Twitter.
Como tragedia y como farsa, los fantasmas redentores del poder y el dogma siguen rondando la vida latinoamericana. Ningún empeño por exorcizarlos se compara al de Mario Vargas Llosa. Su liderazgo intelectual y moral ha sido indiscutible. En sus obras, como expresó el comité que le otorgó en 2010 el Premio Nobel, Vargas Llosa ha construido una "cartografía de las estructuras de poder y el reflejo de éstas en la resistencia del individuo, en su rebelión y su derrota". Su tema central -su obsesión, su misión- ha sido la minuciosa y apasionada crítica de ese poder: el poder de los fanatismos de la identidad (racial, nacional, ideológica, religiosa) y el poder de los dictadores militares o revolucionarios, los "Chivos" del continente, a quienes detesta por razones casi genéticas. En ese sentido, su trayectoria contrasta con la de Gabriel García Márquez, el otro gran novelista latinoamericano en cuya obra no es difícil advertir una marcada veneración por el hombre fuerte a partir de la cual se comprende su prolongado servicio a la Revolución cubana y a su amigo, el redentor inmortal.
El mesianismo político latinoamericano nació en 1898 en Cuba, cristalizó en Cuba en 1959, y definirá su destino en Cuba, en un futuro cercano. El hechizo de la Revolución fue tan grande como lo es ahora el desencanto y la pesadumbre de las generaciones sacrificadas en el altar de un caudillo vitalicio. Ojalá llegue la hora de la reconstrucción y la reconciliación, la hora de la libertad: obra de demócratas, no de redentores.
Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947) publicará el próximo día 6 Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate). Es director de la revista Letras Libres, cuya edición española celebra diez años, con actos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, del 5 al 7 de octubre. Enrique Krauze conversará allí con Mario Vargas Llosa (viernes, 7, a las 19.30).www.enriquekrauze.com