jueves, 29 de mayo de 2014

Rusia avanza en sus planes para reagrupar el espacio postsoviético

Moscú sella con Bielorrusia y Kazajstán la Unión Económica Euroasiática



La Unión Económica Euroasiática ya es una realidad. Bielorrusia,Rusia y Kazajistán han firmado este jueves el acuerdo correspondiente en Astaná, la capital de este último país cuyo presidente, Nursultán Nazarbáyev, había presentado la idea de su creación hace ya 20 años. El líder ruso, Vladímir Putin, se ha convertido más tarde en el principal impulsor de la Unión, un elemento clave en el proyecto político del Kremlin para reaglutinar el espacio postsoviético. La firma del tratado se produce una semana después de que el Kremlin sellara un importante acuerdo gasístico con China, en un claro esfuerzo de Moscú por consolidar su proyección en Asia y reducir el posible impacto de eventuales sanciones occidentales vinculadas a la crisis en Ucrania.
A pesar de que Rusia no ha logrado todo lo que esperaba, confía en que, en el futuro, la Unión Euroasiática pueda expandirse no solo a otros países que en su tiempo formaron parte de la extinta URSS —Armenia y Kirguizistán, que estuvieron en la cumbre de Astaná, ya manifestaron su intención de adherirse antes de fin de año— sino también a gigantes orientales como China e Irán.El tratado sellado está lejos de lo que el Kremlin hubiera querido lograr: Ucrania no formará parte de la alianza y esta será exclusivamente económica. Los aspectos políticos propugnados por Moscú fueron abandonados por la férrea oposición de Nazarbáyev, aunque sí se incluyeron esferas económicas que se pensaba excluir, como la industria farmacéutica y de equipos médicos y los mercados de hidrocarburos y energía eléctrica. La posibilidad de una moneda común ha quedado para futuros debates. Aún así, la rúbrica es una victoria —y muy importante— para Putin, quien, en momentos de dificultades económicas y, debido a la crisis ucrania, políticas, demuestra tener margen de maniobra.
El nuevo mercado común que comenzará a funcionar el primero de enero de 2015 en el territorio de Bielorrusia, Kazajstán y Rusia cuenta con una población de más de 170 millones de habitantes
Putin solo expresó entusiasmo por el buen término de las negociaciones, mientras que el bielorruso Alexandr Lukashenko, lamentó que la Unión hubiera “perdido a Ucrania en el camino”. El presidente ruso celebró lo que una semana antes, en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, había calificado de “acontecimiento central del año” y dijo que no dudaba de que los países firmantes han creado “un potente y atractivo polo de desarrollo económico”.
El nuevo mercado común que comenzará a funcionar el primero de enero de 2015 en el territorio de Bielorrusia, Kazajstán y Rusia cuenta con una población de más de 170 millones de habitantes. En este espacio —donde habrá, como subrayó Putin “libre movimiento de capitales, mercancías, servicios y mano de obra”— se concentra el 20% de las reservas mundiales de gas y casi el 15% de las de petróleo.
Las negociaciones que permitieron llegar a la firma del jueves fueron difíciles, tanto por razones económicas —Bielorrusia luchó apasionadamente por conservar algunos privilegios— como políticas. Kazajistán logró que se eliminaran los aspectos políticos que Moscú quería que se incluyeran en la Unión: ciudadanía común, política exterior, colaboración interparlamentaria, defensa de fronteras…
Nazarbáyev estaba categóricamente en contra de la politización de la Unión Euroasiática y sostenía que lo principal era conservar la soberanía de los estados miembros. El viceprimer ministro ruso Ígor Shuválov reconoció en una entrevista dada la víspera al periódico Kazajstánskaya Pravda que a Rusia le costó apaciguar los temores de Astaná.
“No oculto que tuvimos que emplear mucho tiempo convenciendo a nuestros socios kazajos de que tras las soluciones que proponíamos no se escondía ninguna amenaza a su soberanía”, señaló Shuválov, agregando que a veces “es bastante difícil de determinar dónde pasa la frontera entre la economía y la no economía”.
El resultado ha sido un tratado muy diferente al que se proponía en un comienzo. Como dijo el viceministro de Exteriores kazajo, Samat Ordabáyev, el texto del proyecto que se les presentó “era enorme”. Tenía casi 2.000 páginas en las que, en esencia, se pretendía reglamentar todas las esferas de la vida estatal: cooperación política, ciudadanía, política exterior, política migratoria y de visados, problemas de seguridad. Nada de eso ha sido incluido en el acuerdo firmado, que se concentra, como resaltó el diplomático, en lo económico.
El jefe de Aduanas ruso, Andréi Belianínov, confirmó indirectamente que no habrá pérdida de soberanía, como ya había subrayado Kazajstán. Afirmó que los países que han rubricado la alianza, que también firmaron la Unión Aduanera en 2010, conservarán sus propios servicios y no se integrarán en un órgano supranacional. “Permanecerán como agencias independientes, subordinadas al Gobierno de su respectivo país”, dijo —se concentra el 20% de las reservas mundiales de gas y casi el 15% de las de petróleo

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La tercera Europa


      Irene Lozano
El Pais
No se ha vendido el alma europea porque no hay diablos que la compren. De modo que, tal como aseguraba el Jean Danthès de Romain Gary (Europa),quienes nos pueden haber engañado son “una sucesión de timadores, impostores, tramposos y pequeños mercachifles que prometen mucho pero nunca cumplen. En el peor caso, el fascismo o el estalinismo, con sus ofertas de felicidades inauditas”. El discurso oficial europeo lleva años ofreciendo sólo una pesadilla tras otra: recortes en derechos y certezas. Por eso a los charlatanes les ha bastado con sacar a la palestra sus crecepelos populistas para poner ante los ojos de los votantes un sueño, como hace décadas que la política no lo ofrecía. Los mercachifles saben que no hay escapatoria, pero con su mercancía averiada tirarán unos años.
El problema, con todo, no es lo que vayan a hacer ellos, sino lo que vamos a hacer nosotros, los demócratas. ¿Se tomará el Consejo Europeo en serio lo que significa el auge de los extremismos de todo tipo, en todo el continente, a derecha y a izquierda? ¿Qué ofrecerán los gobernantes frente a la vigorosa utopía de los eurófobos? ¿Se hicieron siquiera la pregunta anoche, mientras celebraban una de sus cenas sin hambre? Si su respuesta consiste en continuar esgrimiendo la pesadilla de la austeridad, la decimilla del déficit y la palmadita en el hombro con cada reforma laboral, los timadores seguirán ganando.
Las elecciones han puesto de manifiesto el riesgo que supone en democracia eliminar las alternativas. Durante años nos han querido convencer de que la única forma de salir de la crisis económica y financiera pasaba por aplicar recortes del gasto, dar “prioridad absoluta” al pago de la deuda y obviar el estropicio causado al empleo o al crédito. Nos decían que no había otra política posible y los ciudadanos han llegado a creer que es cierto, puesto que aplicaban esas políticas y defendían ese discurso los partidos mayoritarios de todo signo en todos los países europeos. De ahí que el auge populista, en contra de las apariencias, no se deba a la irracionalidad, sino a un impecable razonamiento de millones de europeos: si la única Europa posible es ésta que nos tortura, no va a quedar otro remedio que acabar con Europa. Nadie ha cerrado la brecha Norte-Sur, nadie ha buscado una narrativa de cooperación entre europeos. A esto hemos llegado: populismos de izquierda en el sur; populismos de derecha en el norte,grosso modo y matizando incluso las viejas fronteras geográficas. Algunos de los que no se han detenido ante las consecuencias políticas de sus decisiones económicas, se mesan ahora los cabellos. Como diría mi heroína Mafalda, justamente premiada: “Esto no es el acabóse, es el continuóse del empezóse de ustedes”.
En los dos países de referencia europeos ya no dominan visiones contrapuestas o complementarias de Europa, sino una idea de Europa y otra de no-Europa. ¿Han visto esas cuádrigas ornamentales sobre la puerta de Brandeburgo en Berlín y sobre el Arco del Triunfo del Carrusel en París? Ahora piensen en esos cuatro caballos tirando del carro de Europa, dos en una dirección y dos en sentido opuesto. Así se encuentra la ciudadanía europea hoy: rota por la mitad.
Compartimos un idioma, el de los derechos y las libertades; la seguridad y el bienestar; la paz y el progreso
Por un lado, existe la visión alemana, la de la austeridad, el control de las cuentas públicas, el pago prioritario de la deuda y un Banco Central obsesionado por la inflación pero despreocupado del crecimiento y el empleo. ¿Alguien se las ingenia para sacar una utopía de todo esto, o al menos una promesa? Es imposible. Por otro lado, la visión hegemónica en Francia pasa por la simple destrucción de la Unión Europea, con un discurso nacionalizador que ofrece a los franceses cachivaches tan antiguos como la soberanía.
Nos falta, con toda claridad, la tercera Europa: en este continente multilingüe, el idioma común no es esa jerga bruselense del six pack. De ningún modo. Los europeos compartimos un idioma, el de los derechos y las libertades; la seguridad y el bienestar; el lenguaje de la paz y del progreso. ¿Alguien considera que no tiene entidad de proyecto político? Lo tiene, pero nos falta convicción respecto a lo que somos. Estas elecciones han puesto de manifiesto que los charlatanes del artefacto populista venden humo tanto como quienes tratan de convencernos de que somos tan sólo unas décimas de déficit.
Danthès nos recordaría que no se les puede pedir a los sueños que tengan los pies en la tierra. “Los sueños vuelan alto: si tocan el suelo, se arrastran y mueren”. Caminemos unos centímetros más arriba. Sólo así avistaremos esa tercera Europa que debe erigirse en oposición a la visión alemana, no porque Alemania esté equivocada en todo, sino porque Europa avanzará en la dialéctica y en la discusión, no en la anulación de la política, ni en la ficción de que sólo hay una Europa posible. Y progresará más cuanto más generosa sea en derramarse sobre el resto del mundo. Con la libertad y los derechos no debemos ser egoístas: siempre ha sucedido que cuanto más se comparten, más se tienen.
Irene Lozano es ensayista y diputada de UPyD.

Qué ofrecer a los europeos


         Javier Solana

Las elecciones han mostrado la frustración, el descontento y la desconfianza ciudadana. Las nuevas instituciones comunitarias se enfrentan a una legislatura crucial marcada por la salida de la crisis, los retos globales y una creciente desafección hacia la Unión Europea. Hay que sacar lecciones profundas, incluyendo el innegable impacto que tendrá el auge euroescéptico en las políticas nacionales. La UE debe escuchar, renovarse y actuar en consecuencia para no dejar a buena parte de la ciudadanía atrás. Para ello se necesita un gran programa de prioridades estratégicas.
La economía será, sin duda, la primera de las prioridades. Se ha avanzado mucho en nuevos mecanismos de integración, como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) o la Unión Bancaria, pero aún queda mucho por hacer. La nueva Comisión tendrá que impulsar de manera decidida el crecimiento económico y empleo, haciendo posible que los países del sur puedan compatibilizar sus objetivos de reducción de déficit y deuda con políticas de crecimiento, que son las únicas que pueden permitir reducir la deuda a largo plazo. El paro juvenil es una lacra que amenaza con crear una generación perdida. La nueva Comisión debe facilitar las condiciones para llevar a cabo políticas activas de empleo en los Estados miembros, sobre todo hacia los jóvenes, siguiendo el camino que abrió en noviembre del año pasado cuando lanzó el plan de empleo juvenil. La Comisión podría ampliar los fondos para programas nacionales y regionales en este ámbito. De su éxito depende que se recupere el consumo, el dinamismo y el crecimiento.
Las políticas de crecimiento deben ser prioritarias y entre ellas no hay ninguna más importante que la de impulsar la I+D, tanto pública como privada. La UE debe hacer un esfuerzo presupuestario en este sentido y facilitarlo también a los países miembros, permitiendo por ejemplo que el gasto en I+D o el gasto en algunas políticas activas de empleo orientadas hacia los jóvenes no computen para el déficit. Si se ha hecho con las ayudas al sector financiero, debiera poderse hacer para la inversión. Además, la propia Unión debe potenciar sus propias actividades en este ámbito. Pero para ello es imprescindible que se incremente su presupuesto.
Las propuestas de cómo hacerlo son varias, desde la creación de un impuesto comunitario al incremento de la contribución a través de impuestos nacionales. Habrá que apostar por aquéllas que sean técnica y políticamente más viables. Además, en materia fiscal, Europa requiere una mínima homogeneización, por lo menos en las bases del impuesto de sociedades. De esta manera, se podrá evitar que se explote de manera perniciosa las diferencias entre países miembros.
Pero es más que la economía: el mundo no se para a esperar. Asuntos como la conclusión del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, la negociación con Irán o la Cumbre sobre Cambio Climático de París en 2015 serán claves para los próximos años. La oportunidad de replantear la política exterior europea es clara. La mirada europea al entorno global debe girar en torno a tres ejes que se corresponden con los retos que plantean nuestras tres vecindades. Tendremos que ganarnos nuestro sitio en un contexto mundial volátil, inestable y cambiante; tratando de implicarnos de manera activa y resuelta para asegurar una gobernanza global positiva y aceptable para todos.Finalmente, ahora que lo peor de la tormenta parece haber pasado, es fundamental que se arreglen los fallos en el diseño de la arquitectura institucional del euro. Los avances en la unión bancaria son importantes, pero quedan dos elementos por cerrar: un verdadero saneamiento del sistema bancario europeo que facilite el flujo del crédito y aleje el fantasma de la deflación y algún tipo de mecanismo de mutualización de la deuda que proteja a los países más vulnerables de los vaivenes de los mercados. El papel del Banco Central Europeo en ambos es fundamental, como lo es potenciar el crecimiento mediante una política monetaria expansiva y facilitando el acceso a los mercados de aquellos países vulnerables y que aún dependen de la garantía implícita del BCE para poder financiarse.
La primera vecindad, la oriental, está marcada por la crisis en Ucrania. Tras la anexión —ilegal— de Crimea por parte de Rusia y la compleja aproximación de Moscú basada en esferas de influencia, hay que repensar la relación con la Rusia de Putin. La dependencia energética, los lazos históricos y la proximidad geográfica hacen que Rusia sea un socio clave para el futuro del continente, pero la política exterior que ha puesto en marcha el Kremlin representa un gran desafío para la seguridad y unidad europea.
La segunda vecindad, la meridional, sigue enfrascada en un proceso de transición difícilmente clasificable, muy exitoso en algunos casos —Túnez— y desalentador en otros —Siria—. Se detecta una suerte de abandono de la presencia europea en la ribera sur del Mediterráneo, suplida en parte por la presencia de otros países árabes. La ayuda económica que están proporcionando los países del Golfo es una enorme novedad en el mundo árabe, que había sido reacio —como en el caso de Palestina, sostenida fundamentalmente con dinero europeo— a mostrar solidaridad entre sí. Pese a lo positivo del cambio de tendencia, será muy difícil llenar de nuevo el vacío de presencia europea si no se apuesta por recuperar pronto el espacio.
La tercera vecindad, la más difícil de gestionar, es la vecindad determinada por la interdependencia. La interdependencia nos hace a todos vecinos. Este tipo de vecindad no está condicionada por la geografía sino por los crecientes lazos económicos, políticos y sociales con otras zonas del mundo, cada vez más complejos e interrelacionados. Dentro de esta red de interdependencia están nuestros más importantes socios, desde Estados Unidos a China, pasando por otros emergentes y actores no estatales. Su gestión requiere de una apuesta clara y sin complejos por la gobernanza global y el multilateralismo eficaz, a todos los niveles.
La nueva Comisión tendrá, además, que asegurarse de trazar una política migratoria común, especialmente necesaria para acallar a los xenófobos y dotar de coherencia al espacio Schengen de libre circulación; uno de los mayores —e irrenunciables, pese a estar últimamente cuestionado— logros europeos.La interdependencia, para Europa, tiene una clara correlación con la dependencia energética. Avanzar hacia una unión energética es fundamental y debiera ser uno de los grandes objetivos de la nueva Comisión. Necesitamos una política energética común. Dicha política comprende dos ámbitos fundamentales: el mercado único y la planificación colectiva de inversiones, del mix energético y de compra de energía a terceros. Para el mercado único es clave avanzar hacia una verdadera regulación única en el continente —demasiado intergubernamental debido al diseño de la agencia europea ACER—. Europa necesita más infraestructuras que conecten a los Estados miembros entre sí, con más interconexiones de líneas eléctricas y de gaseoductos. Para ello hay que intensificar la ejecución de los planes TEN-E (Redes Trans-Europeas de Infraestructuras Energéticas). Por último, la Unión Europea debe contemplar la posibilidad de centralizar la compra de energía a terceros —tal como propuso el primer ministro polaco Donald Tusk—. De otro modo se necesita, como mínimo, de una mayor transparencia en las compras que hace cada uno de los Estados miembros a terceros. Ahora mismo, por ejemplo, los contratos entre las empresas compradoras de los distintos Estados miembros con Gazprom son confidenciales. En este proceso de integración energética, la Unión Bancaria ofrece pistas sobre cómo asegurar el interés comunitario pero a la vez manteniendo un equilibrio entre las distintas instituciones europeas: la Comisión, el Parlamento, el Consejo y el BCE.
Necesitamos un continente innovador con un nuevo impulso transformador que aliente una nueva edad dorada europea. Las instituciones europeas necesitan renovarse y recuperar el apoyo de todos los ciudadanos de la Unión. No lo lograrán sin demostrar su eficacia.
Javier Solana es distinguido senior fellow de Brookings Institution y presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.
© Project Syndicate, 2014.
EL MALESTAR DE EUROPA


              Jordi Gual

Las elecciones del pasado fin de semana, con su elevada abstención y el auge de los partidos extremistas y aislacionistas, son una muestra más del gradual proceso de distanciamiento entre la ciudadanía y el proyecto de integración del continente impulsado por las élites políticas y económicas. El creciente peso de los partidos que reclaman el refuerzo de las naciones-Estado y la devolución de competencias desde Bruselas tiene muchas explicaciones.
Desde la vertiente política, el complejo engranaje comunitario, impulsado de hecho por los propios Estados miembros, carece de suficiente legitimación democrática. El ciudadano siente que decisiones muy importantes sobre su vida diaria se adoptan desde instancias tecnocráticas, que no están sujetas al control democrático. Esta percepción, que sólo es parcialmente cierta, se refuerza cuando las autoridades políticas locales se escudan en Europa para introducir medidas impopulares.
Más allá de la perspectiva política, la creciente desafección hacia Europa tiene también profundas raíces económicas. No me refiero aquí ni a la crisis de deuda soberana y la consiguiente recaída en recesión de la zona euro, ni tampoco a la incipiente y heterogénea recuperación económica que apuntan los datos de crecimiento del PIB del primer trimestre en la eurozona. El problema es más estructural.
El fracaso de Europa queda patente si examinamos los resultados económicos más a largo plazo, por ejemplo desde 1997, año en el que los tipos de cambio de las monedas que formaron el euro quedaron definitivamente establecidos. La comparativa para este periodo entre los Estados Unidos y la eurozona es concluyente. En media, a lo largo de estos años la economía norteamericana ha aventajado a la europea en un 1% anual en tasa de crecimiento del PIB. La eurozona ha crecido un mísero 1,4% al año.
Estos magros resultados en crecimiento y empleo son, qué duda cabe, factores determinantes del malestar europeo, puesto que el modelo social del continente, su Estado de bienestar, es insostenible de mantenerse estas tendencias en el futuro.Este diferencial es el resultado tanto del escaso crecimiento de la productividad en la eurozona (cada año 0,7% menos que los EE UU y a fecha de hoy ya con una desventaja del 23%), como de la menor capacidad de generar empleo. En EE UU en estos años las horas trabajadas han aumentado a una tasa anual del 0,6%, mientras que en Europa nos hemos quedado en un raquítico 0,3%. En Europa trabajamos menos, ¡pero no precisamente porque seamos más productivos!
Es tentador achacar los pobres resultados económicos de Europa precisamente a las disfunciones que genera su peculiar modelo socio-económico. Sin embargo, la evidencia muestra que algunos de los países más exitosos del planeta, por ejemplo Suecia, se basan exactamente en este modelo, adecuadamente gestionado, para alcanzar sus elevados niveles de competitividad. En el seno de la propia Unión Europea, por otro lado, conviven países con diversos grados de intervencionismo estatal en la economía y desarrollo del Estado de bienestar. No parece existir un modelo que domine claramente en términos de resultados de crecimiento y empleo.
También es tentador atribuir el fracaso de Europa a la propia introducción de la moneda única. Especialmente cuando aún estamos sufriendo los coletazos de una gran recesión, que en la zona euro ha sido especialmente dura debido a la recaída de los años 2012-2013. Es cierto que la introducción del euro ha estado en la raíz del brutal ciclo económico que ha vivido el continente. Sin embargo, estos perversos efectos cíclicos son el resultado de los graves errores de diseño de la Unión Económica y Monetaria. Son la consecuencia de haber avanzado agresivamente en la integración económica de Europa sin hacerlo en paralelo con una imprescindible mayor integración política: en el seno de una unión económica y monetaria las divergencias persistentes de competitividad solo pueden resolverse con cierto grado de control político central que permita, o bien imponer desde el centro reformas estructurales que corrijan los desajustes, o financiar fiscalmente las transferencias entre países para aliviar el impacto de los desequilibrios de productividad en los niveles de vida de la población.
Las razones por las que las empresas europeas de estos sectores son comparativamente pequeñas son muy claras: son sectores en los que las fusiones transfronterizas son complejas y a menudo politizadas, cuando no bloqueadas directamente por intereses nacionales. Son sectores con regulaciones aún poco armonizadas, con predominio de legislación no comunitaria y reguladores locales. En muchos casos se requieren interconexiones y recursos compartidos a nivel de la UE, que los Estados miembros no han concedido. En definitiva, la soberanía nacional remanente, que aún es muy significativa, es la que impide la unificación del mercado y la verdadera integración económica del continente.Los pobres resultados de Europa en los últimos 15 años son también consecuencia de la falta de liderazgo político para avanzar de una manera sólida en la principal política de oferta comunitaria: la creación de un verdadero mercado interior único, comparable al de los EE UU. En todos aquellos sectores económicos en los que por su naturaleza el Gobierno continúa teniendo un papel significativo (sectores regulados como, por ejemplo, las telecomunicaciones, el energético o el transporte) los avances en la integración europea han sido a todas luces insuficientes. Ello se traduce en la persistencia de mercados fragmentados y empresas poco competitivas a escala global.
Es irónico. El voto favorable a la renacionalización de competencias crece en Europa, en parte como rechazo a los pobres resultados económicos del continente. Sin embargo, es precisamente la nacionalización de facto de muchas de las políticas clave de la Unión la que está conduciendo a la UE a una crónica e insostenible situación de bajo crecimiento y bajo empleo.
Serán necesarias dosis enormes de liderazgo y creatividad para dar la vuelta a esta situación. Se empieza a instalar en el imaginario colectivo la idea de que Europa no es tanto la solución, sino el problema. Va a ser difícil cambiar esta narrativa, pues, al fin y al cabo, son muchos los interesados, en todos los Estados miembros, en que la integración no avance, no fuera a poner en peligro su privilegiada situación.
Jordi Gual es profesor del IESE y economista jefe de La Caixa.

miércoles, 28 de mayo de 2014


FESTIVAL DEMOCRÁTICO GLOBAL Y TRIUNFO DE LA UNIDAD EN VENEZUELA

                                     


El weekend pasado estuvo muy movido y noticioso para la democracia mundial, más allá de la significativa gira del Papa en Medio Oriente y la final emocionante de la Champions.  
En el viejo continente, tuvieron lugar las parlamentarias comunitarias. La crisis financiera que golpeó al mundo desarrollado con contundencia, no perdonó a los partidos gobernantes en Europa, reduciendo, unos más que otros, su poder. Merkel y Rajoy ganan pero disminuidos. A Renzi, le fue bien en Italia.
Se fortalece la eurofobia. Este discurso que atribuye equivocadamente todos los males recientes a la Unión cosechó sus frutos. El ultranacionalismo y la xenofobia ganan adhesiones en distintos países, sin que lleguen a ser mayoritarios. El varapalo a los socialistas franceses fue duro, y el Frente Nacional de Le Pen derrota con comodidad a todos los demás partidos y pide renuncia del gobierno socialista. La izquierda griega gana y en España avanza también, un novísimo partido que surgió de los indignados y es amigo del chavismo, Podemos, logra 5 diputados, un tercio de los obtenidos por el PP. La primera baja: el secretario general del PSOE, Rubalcaba, dimite de su cargo. Los 2 partidos grandes británicos salen derrotados. Obtienen escaños en Dinamarca, Italia, Grecia y Hungría grupos de ultraderecha, nazis.
En el vecindario latinoamericano, en la primera vuelta presidencial de Colombia, triunfa el candidato apadrinado por el caudillo Uribe, Oscar Zuluaga, con 29% de los votos, Santos saca 4 puntos menos. La participación alcanzó un 39%. Las “revelaciones” fueron las dos mujeres competidoras: Marta Lucía Ramírez y Clara López. Entre las dos suman más del 30% de los votos, convirtiéndose en decisivas para la segunda vuelta. De esta votación, me inclino a pensar, el grueso se irá con Santos, aunque habrá que ver la dinámica de las próximas semanas.   
En la convulsionada Ucrania, amenazada por el imperio del tirano Putin, triunfa fácil el millonario Poroshenko con 55% de los votos, aunque se dice que grupos armados pro-rusos impidieron votar a miles de personas, las tensiones con Rusia siguen.
En todos estos procesos la regla de oro de la democracia ha operado. Los ciudadanos se han pronunciado de manera pacífica y de acuerdo a sus instituciones constitucionales y legales.
Aquí, en Venezuela, dos municipios, uno grande y otro pequeño, vieron ganar abrumadoramente a la oposición democrática unida, aumentando la votación de hace 6 meses, consolidando así la estrategia constitucional, electoral y pacífica de la Unidad como la correcta. 
A pesar de que el autoritarismo militarista ha pisoteado el ordenamiento jurídico sin ningún pudor, cuya muestra más patente y reciente es el encarcelamiento injusto de los alcaldes Scarano y Ceballos, de nuevo el pueblo habló y ratificó su decisión soberana. De nada les valió su antidemocrática maniobra a los déspotas. Por otro lado, las luchas intestinas a cuchillo que tienen lugar en el seno del chavismo se evidenciaron en el abandono en que dejaron a sus candidatos improvisados de San Cristóbal y San Diego, cuyas aspiraciones fueron barridas por los votos del pueblo.
La Unidad democrática se mantuvo y triunfó. Con ello, su estrategia se valida como vía adecuada para avanzar hacia el logro de una mayoría política indiscutible en las próximas contiendas, sin abandonar las acciones de protesta civil y pacífica contra la ejecutoria gubernamental que ha destruido la calidad de vida y el bienestar del venezolano, demoliendo la producción nacional y las instituciones. Los pavosos y descaminados extremistas y radicales recibieron otra lección popular. Afortunadamente, vuelven al redil muchos que coquetearon con la violencia, el militarismo y querían llevarnos a callejones sin salida.    
Como bien dice R. G. Aveledo: unidad, visión clara, vocación de mayoría y lucha, componen la garantía del triunfo seguro.

EMILIO NOUEL V.
emilio.nouel@gmail.com



martes, 27 de mayo de 2014

¿Conseguirá Europa despertarse?



   TIMOTHY GARTON ASH

El día en que el pueblo asaltó la Bastilla, en 1789, el rey Luis XVI escribió rien en su diario. No creo que los dirigentes europeos escribieran “nada” el domingo en sus tabletas, pero sí temo que no hagan nada frente al grito revolucionario que se ha oído en todo el continente. El rienactual tiene un rostro y se llama Juncker, Jean-Claude Juncker.
Si los líderes europeos designan a Juncker —el candidato del PPE, el grupo de centro-derecha que más escaños ha obtenido en el Parlamento Europeo— como presidente de la Comisión Europea, estarán mostrando una reacción desastrosa, ofreciendo más de lo mismo. El astuto luxemburgués es el político que durante más tiempo ha ocupado la jefatura de gobierno de un Estado de la UE, y presidió el Eurogrupo durante los peores momentos de la crisis. Aunque nadie duda de su habilidad como político y negociador, encarna todo aquello de lo que desconfían los votantes que, desde la izquierda y la derecha, han querido protestar contra las élites europeas. Es, por así decir, el Luis XVI de la Unión Europea.
También es preocupante lo que puede suceder dentro del Parlamento Europeo. Es más que probable que se cree una especie de gran coalición implícita de los grandes grupos actuales, el centro-derecha, el centro-izquierda, los liberales y (al menos para ciertos temas) los verdes, con el propósito de mantener a raya a todos los partidos antisistema. Si hay otros partidos nacionalistas y xenófobos dispuestos a aceptar el liderazgo de la triunfadora Marine le Pen y su Frente Nacional y a obviar sus diferencias para formar un grupo reconocido en el Parlamento, eso les permitirá tener acceso a subvenciones (con dinero de los contribuyentes europeos) y más poder en los procedimientos parlamentarios, pero no los votos suficientes para superar a esa posible gran coalición de centro.
Menos mal, ¿no? Sí, a corto plazo. Pero solo si esa gran coalición impulsa una serie de reformas decisivas en la Unión Europea. Para empezar —por su valor simbólico—, debería negarse a seguir haciendo su absurdo traslado periódico de la espaciosa sede de Bruselas a la lujosa segunda sede en Estrasburgo —el Versalles de la UE—, que cuesta alrededor de 180 millones de euros al año. Si la gran coalición informal no ofrece en los próximos cinco años las respuestas que tantos europeos están pidiendo, solo servirá para reforzar los votos contra la UE en los próximos comicios. Porque la responsabilidad del fracaso se achacará a todos los partidos tradicionales.
¿Qué es lo que han querido decir los europeos a sus dirigentes? El mensaje general lo ha resumido muy bien el dibujante Chappatte en The International New York Times, con una viñeta en la que un grupo de manifestantes sostiene una pancarta que dice “descontentos” mientras uno de ellos grita hacia una urna a través de un megáfono. Hay 28 Estados miembros, y 28 variedades de descontentos. Algunos de los partidos que han triunfado son de auténtica extrema derecha: el húngaro Jobbik, por ejemplo, que ha obtenido tres escaños y más del 14% de los votos. Otros —la mayoría—, como el UKIP en Gran Bretaña, han recibido votos de la izquierda y la derecha, por haber sabido explotar los sentimientos expresados en eslóganes como “Queremos que nos devuelvan nuestro país” y “Demasiados extranjeros para tan pocos puestos de trabajo”. Sin embargo, en Grecia, el voto de protesta ha ido a parar a Syriza, un partido de izquierda y contrario a las medidas de austeridad.El único aspecto positivo de esta negra nube que se cierne sobre el continente es que, por primera vez desde que comenzaron las elecciones directas al PE, en 1979, parece que la participación general no ha disminuido. La afluencia a las urnas varía enormemente entre unos países y otros —¡en Eslovaquia fue de alrededor del 13%!—, pero en Francia, por ejemplo, fueron a votar muchos más ciudadanos que en la última ocasión. Por fin se ha hecho realidad lo que los europeístas llevan tanto tiempo predicando: los ciudadanos europeos han participado activamente en un proceso democrático de toda la UE. Lo irónico es que lo han hecho para votar contra la UE.
Simon Hicks, destacado experto en el Parlamento Europeo, distingue tres grandes zonas de descontento: los europeos del norte que no pertenecen al euro (británicos y daneses), los europeos del norte que sí pertenecen al euro (como los alemanes que han dado varios escaños a Alternativa por Alemania, que se opone a la moneda única) y los europeos del sur pertenecientes al euro (griegos y portugueses, sobre todo). Aparte están los europeos del Este, muchos de los cuales con sus propios motivos de insatisfacción. El hecho de que los descontentos tengan procedencias tan variadas hace que sea más difícil abordar el problema. La política que el votante de Syriza desearía implantar en la eurozona representa la peor pesadilla imaginable para el votante de Alternativa por Alemania.
No obstante, todos tienen una cosa en común: la inquietud por las oportunidades que van a tener sus hijos. Hasta hace diez años, aproximadamente, lo normal era pensar que la siguiente generación de europeos tendría una vida mejor. Europa era un elemento perteneciente a una historia general de progreso. Sin embargo, según un Eurobarómetro de este mismo año, más de la mitad de los entrevistados piensa que los que hoy son niños en la UE tendrán una vida “más difícil” que la suya. Ya existe una generación de graduados europeos que sienten que se les ha robado ese futuro mejor que les habían enseñado a esperar. Son los miembros de una nueva clase: el precariado.
Lo que necesitamos ahora es centrarnos por completo en eso. Basta ya de interminables debates institucionales. Basta de “más Europa o menos Europa”: ¿más qué, menos qué? Por ejemplo, más mercado único de energía, telecomunicaciones, Internet y servicios, pero quizá menos Bruselas en pesca y cultura. Hay que tomar cualquier medida que cree un puesto de trabajo para un desempleado. Hay que eliminar cualquier burocracia que lleve a una persona al paro. No es el momento de poner a políticos como Juncker. Necesitamos una Comisión Europea formada por la gente de más talento y de probada capacidad, personas como Pascal Lamy o Christine Lagarde, que dediquen todos sus esfuerzos a convencer a las legiones de descontentos de que sus hijos pueden tener un futuro mejor y de que ese futuro está en Europa.En este momento tan trascendental para el proyecto europeo, merece la pena volver a los orígenes, al Congreso de Europa de 1948, en el que el veterano paneuropeísta Richard Coudenhove-Kalergi advirtió a sus colegas fundadores: “No olvidemos nunca, amigos míos, que la Unión Europea es un medio, y no un fin”. Y así sigue siendo hoy. La Unión Europea no es un fin. Es un medio para lograr que sus ciudadanos tengan unas vidas mejores, más prósperas, libres y seguras.
Eso es lo que debería ocurrir. ¿Pero ocurrirá? Tengo la terrible e íntima sensación de que, en el futuro, tal vez, los historiadores escribirán sobre las elecciones de mayo de 2014: “Fue la señal de alarma que Europa no oyó”.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: escritos políticos para una década sin nombre.Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
LOS RETOS DE LOS PAÍSES EMERGENTES


          Ian Bremmer

La oleada de protestas vivida en Turquía y Brasil en 2013 nos recordó que los mercados emergentes afrontan graves problemas y que, al acabar este periodo, no todos serán países seguros y prósperos. Unas clases medias en expansión y más exigentes, un crecimiento económico más lento y la impaciencia de la población ante unos partidos que ocupan el poder desde hace más de 10 años están dando quebraderos de cabeza a los Gobiernos de Turquía, Brasil, India, Indonesia y Sudáfrica, cuyas monedas sufrieron el año pasado enormes presiones que les granjearon la etiqueta de “los frágiles cinco”.
También hubo algún dato positivo. En México, los votantes eligieron y otorgaron su mandato al reformista Enrique Peña Nieto. Sigue habiendo retrasos en el proceso de reformas, pero este mismo año llegarán algunos de los ansiados cambios para reestructurar la política del país, abrir su economía más allá de la oligarquía y modernizar su sector energético. Una sola elección ha supuesto una tremenda diferencia.
¿Puede haber otros resultados positivos en “los frágiles cinco”? Todos sus Gobiernos afrontan elecciones este año, lo cual permite esperar, por fin, las reformas necesarias para estimular sus economías y ayudar a que estos países pasen a la siguiente y delicada fase de desarrollo.
A veces, por desgracia, las elecciones no producen las transformaciones que exigen los votantes y esperan los observadores. Un repaso de las cinco elecciones previstas nos muestra que las perspectivas de cambio son limitadas.
En Sudáfrica, los votantes ya han hablado. A pesar del desempleo crónico y de la considerable indignación despertada por la corrupción oficial y los malos servicios públicos, el Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés) ha vuelto a ganar. A la Alianza Democrática, el principal partido de la oposición, le queda aún mucho para ser verdaderamente competitivo y transformar la política sudafricana. Sin embargo, la fragmentación del movimiento sindical disminuye su capacidad de proteger a sus miembros obstaculizando los intentos del ANC de incorporar a más parados al mercado de trabajo, una promesa que sabe que debe cumplir para vencer en futuras elecciones. Eso nos permite tener cierta esperanza, aunque sea marginal, de que al ejército de desempleados sudafricanos le aguardan días mejores.
El crecimiento que experimentaron estos países hace un decenio y que asombró al mundo no era un espejismo
En India, los votantes han expulsado al Partido del Congreso para imponer al Partido Bharatiya Janata (BJP), más favorable para la actividad empresarial. No obstante, aunque el mercado confía en que el nuevo Gobierno introduzca grandes cambios, el BJP se va a encontrar seguramente con la misma polarización política intensa que impidió al Gobierno anterior lograr la aprobación del Parlamento para poder implantar ciertos cambios. En los próximos años podemos prever más apertura en las transacciones comerciales y las inversiones extranjeras, pero, a corto plazo, la reforma laboral necesaria para dar verdadero impulso al crecimiento económico indio no conseguirá sobrevivir al siempre caótico proceso legislativo del país.
En Indonesia, el popular gobernador de Yakarta, Joko Widodo, del Partido Democrático Indonesio de Lucha (PDI-P), se convertirá en julio en presidente del país y, con él, crecerá la esperanza de un cambio político trascendental. Aun así, la expresidenta Megawati Sukarnoputri seguirá controlando el partido y los votos en el Parlamento, y tiene buenos motivos para resistirse a unas reformas que supongan sacrificios económicos inmediatos a cambio de beneficios a largo plazo. Su deseo es traspasar el poder a sus hijos en el futuro, por lo que, para conservar la popularidad de su partido y su familia, se negará a instaurar unos cambios polémicos pero necesarios.
En Turquía, los buenos resultados del partido gobernante en marzo y el reciente anuncio de la retirada del presidente Abdulá Gul hacen pensar que, en agosto, el combativo primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, será el primer presidente elegido por votación popular. Apartado Gul, su principal rival dentro del Partido Justicia y Desarrollo, Erdogan buscará a alguien fiel para que sea primer ministro tras las elecciones generales del próximo año. Por consiguiente, es de esperar que se intensifiquen las luchas internas y las purgas que han impedido la necesaria reforma económica estructural y han polarizado al país.
En Brasil, las subidas de los mercados tras los malos resultados de Dilma Rousseff en los sondeos indican que gran parte del sector empresarial confía en que pierda. Sin embargo, lo normal es que obtenga la reelección en octubre, con una ayuda importante del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Entonces es posible que mejoren las perspectivas de reforma. Aunque el racionamiento de la electricidad, el año próximo, puede retrasar el crecimiento, la influencia de Lula y el empeño de Rousseff en evitar otra rebaja del crédito para Brasil impulsarán una estrategia más favorable al mercado.
El crecimiento que experimentaron estos países hace un decenio y que asombró al mundo no era un espejismo. Algunos crecerán más deprisa que otros. Pero no bastará un solo ciclo electoral para hacer realidad los siguientes avances.
Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group y profesor de investigaciones globales en la New York University. Pueden seguirle en Twitter @ianbremmer.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.