sábado, 30 de noviembre de 2013

Europa, en serio

            Jorge M. Reverte
El País
Europa es una tierra de libertades individuales, de control democrático de los Gobiernos y que garantiza el Estado de bienestar a sus ciudadanos. Ese es el resumen que hace el profesor José Álvarez Junco del mito europeo en una entrevista en el espléndido Pueblo y nación(Taurus, 2013) hecho en homenaje a su trayectoria. La diferencia con EE UU es que al otro lado del Atlántico el tercer aspecto no ha formado parte del discurso político, salvo en momentos, como ahora, en los que Barack Obama intenta componer un sistema sanitario generalizado.
Ambos ejemplos comparten otra cosa: su mito fundacional no es sino una creación voluntaria, política, de gentes ilustradas que no se han aferrado a historias ancestrales que justifiquen su existencia. Pero lo cierto es que ya funcionan como mito: Europa es, para casi todos los europeos, un continente en el que la democracia, la libertad y los servicios básicos parecen haber formado siempre parte de su esencia. Eso sucede, aunque cualquier estudiante de secundaria puede saber que nuestra historia está sembrada de intolerancia, de guerras, de matanzas. Pero decidimos creérnoslo. Una patria con esas características merece un esfuerzo.
El relato que toda buena nación precisa para sustentarse necesita, como suele abundar Santos Juliá, además del mito, de unas leyendas: las historias de los héroes que la han puesto en pie, que la han defendido. En la historia de las naciones esas leyendas han sido siempre falsas. Si no, no serían leyendas, claro. Pero tanto en el caso de EE UU como en el europeo, los héroes legendarios tienen un currículo comprobable, y normalmente muy pedestre. El acuerdo sobre el acero o sobre la mantequilla son hazañas con carácter fundacional en nuestro caso, por ejemplo. Eso no tiene un contenido de apariencia épica. Mejor así. La épica conduce con frecuencia a la bronca sangrienta.
Ahora viene un tiempo nuevo para los héroes pedestres. Las elecciones europeas del próximo año, que se adivinan cruciales ante un posible cambio de modelo que afectaría a los tres pilares del mito. Tentaciones autoritarias, xenofobia creciente, fundamentalismos financieros, insolidaridad entre países de primera y de segunda, desprecio de la igualdad... En Europa se van a cocinar las más suculentas partes de un nuevo concepto. Y eso parece que no conmueve lo suficiente a los ciudadanos ni a los políticos.
Quien mejor lo ha expresado ha sido el vicesecretario general de organización del PP, Carlos Floriano, que arengó hace un par de semanas a sus huestes diciendo que había que preparar las europeas porque eran la antesala de las elecciones locales. Pero en los cuarteles generales de otras formaciones se manejan las listas de posibles candidatos con nombres que aspiran a un retiro de la política nacional en lugar de otros que pudieran discutir con solvencia y con idiomas sobre las grandes cuestiones que acabarán por marcar nuestro futuro como europeos, es decir, como ciudadanos libres, con derechos democráticos y amparados por el Estado en lo imprescindible.
Todo eso nos va en el envite. Grandes mitos y políticos pedestres. Eso hace falta.

lunes, 18 de noviembre de 2013

MILICOS PREÑADOS





Comprendemos perfectamente las angustias de gran parte del país sobre las calamidades presentes y el sombrío futuro que se dibuja en el horizonte, de seguir el gobierno profundizando el desquiciamiento del entramado político-económico-social de la nación, sin veamos una señal de racionalidad en él.


No es para menos. La situación general alarma. Una tropa incompetente y depravada ha venido, por más de una década, demoliendo las instituciones y la base productiva con un empeño digno de mejor causa.

Cualquiera, con razón, se impacienta ante tal cuadro de espanto, que podría empeorar si quienes estamos obligados política y moralmente para impulsar los cambios nos entregamos o echamos a morir.

Impotencia y desespero nos pueden inclinar a creer en salidas políticas “expréss”, en soluciones mágicas que arranquen de cuajo lo que consideramos raíz causal de los males que padecemos.

Pero las cosas no son así de sencillas. Problemas complejos tienen soluciones fáciles pero casi siempre equivocadas. Sobre todo en circunstancias como las que vive Venezuela, en las que hay un gobierno que goza del apoyo de una importante porción de la población, que ronda más o menos el 40 % del electorado, lo cual, en un análisis político serio, no puede ser desdeñado alegremente. Además, está al frente de un Estado con enormes recursos financieros, una institución armada mediatizada y/o ideologizada, apoyos internacionales importantes y la vista gorda de unos cuantos mandatarios.

Cualquier agenda o acción política de las fuerzas democráticas debe pasearse por esa realidad, nos guste o no, pues ella nos muestra la dimensión del problema.

Para ello hay que disponer de una enorme voluntad para tener la cabeza bien puesta y fría, aun cuando haya fundadas razones para encolerizarse y rebelarse.

Para recuperar la democracia se precisa de una estrategia política bien diseñada y ejecutada, asumida, no desde la impaciencia y el ofuscamiento irracional, sino a partir de una valoración sosegada y realista.

En los días que corren, leemos en los medios y redes sociales opiniones que anuncian abiertamente posibles pronunciamientos de milicos que estarían descontentos con el gobierno de Maduro, y no dejan de ser risibles tales “secretos a voces”.

Este país sería el primero en el que los golpes de Estado se anuncian públicamente en diarios de circulación nacional con varios meses de anticipación. “Para antes del 8D, tumbarán a Maduro” se oía en corrillos hace unas semanas. Ahora los “bien informados” rectifican: “Será para después de las elecciones”. “En Enero es la cosa”, dicen otros. “Que van a suspender las elecciones del 8D”, se oye mas allá.

La última fábula es que unos militares venezolanos se habrían sacudido el yugo cubano, y que un general habría ido a La Habana a hacérselo saber  a los Castro. (¿?)  A partir de esta participación, Maduro tendría los días contados para su defenestración (solicitud de renuncia u otra modalidad). ¡Bullshit!

Asombra que estas historias fraguadas por mentes delirantes alcancen difusión y creencia en gente de nivel profesional e intelectual por encima de la media.

Soy de los convencidos que si algo de eso se estuviera planificando, el último en enterarse sería el 99 % de los venezolanos el mismo del día del evento. Y me temo que una aventura golpista de ésas no duraría ni 3 días.

Ciertamente, en el país del rumor, la rebatiña y la maledicencia, todo es posible.

La oposición política venezolana, con todo y sus defectos, ha sabido configurar una estrategia y un centro de dirección que curiosamente son ampliamente encomiados en el exterior, pero torpedeados de forma suicida por la antipolítica y el aventurerismo político en casa. Lo alcanzado por la MUD en Venezuela, a pesar de su gran trascendencia, pareciera no ser comprendido por algunos exasperados y delirantes, que también los tenemos en la oposición.

La recuperación de la democracia en nuestro país es faena larga. No hubiéramos querido que fuera así. Pero eso es lo que nos ha tocado. Los atajos que algunos quieren tomar pudieran ser peores y no resolverían el problema.

El que siga creyendo en “milicos preñados”, que se baje de esa nube y vuelva a la realidad. Un golpe militar de vida muy efímera, si es que se llegara a producir, no sería la solución al gobierno militar que estamos sufriendo. No lo aceptarían los venezolanos, tampoco lo avalarían en el exterior. Sólo un gobierno civil, producto de la una salida democrática, constitucional, electoral y pacífica, puede enrumbar a Venezuela.

En cualquier caso, sin una dirección política clara, como ha demostrado ser la MUD, tanto los que andan detrás de atajos militaristas como los que piden salidas locas a la calle sin objetivo alguno, si bien movidos por buenas intenciones, parecieran no ver la inutilidad de tales iniciativas, al margen de una estrategia y acciones concertadas por los actores políticos organizados, los partidos. Sin éstos, acciones aisladas, anónimas y espontáneas son ineficaces y no tendrán consecuencias políticas prácticas.


EMILIO NOUEL V.

@ENouelV



miércoles, 13 de noviembre de 2013

The Kennedy Temptation
Photo of Ian Buruma
IAN BURUMA
NEW YORK – Fifty years ago this month, President John F. Kennedy was assassinated in Dallas, Texas. Many Americans believe that this tragic event marked the loss of national innocence. This is nonsense, of course. The history of the United States, like that of all countries, is soaked in blood.
But, seen from today’s perspective, Kennedy’s presidency seems like a high point of American prestige. Less than five months before his violent death, Kennedy roused a huge gathering of Germans in the center of Berlin, the frontier of the Cold War, to almost hysterical enthusiasm with his famous words, Ich bin ein Berliner.
For many millions of people, Kennedy’s America stood for freedom and hope. Like the country he represented, Kennedy and his wife, Jacqueline, looked so young, glamorous, rich, and full of benevolent energy. The US was a place to look up to, a model, a force for good in a world full of evil.
This image would soon be battered badly by the murders of Kennedy, his brother Bobby, and Martin Luther King, Jr., and by the war in Vietnam that Kennedy had initiated. If Kennedy had completed his presidency, his legacy almost certainly would not have lived up to the expectations that he inspired.
For a brief moment, when Americans voted for their first black president, another young and hopeful figure, it looked as if the US had regained some of the prestige that it enjoyed in the early 1960’s. Like Kennedy, Barack Obama delivered a speech in Berlin – to an adoring crowd of at least 200,000 people, even before he was elected.
That early promise was never fulfilled. In fact, US prestige has suffered much since 2008. America’s national politics is so poisoned by provincial partisanship – especially among Republicans, who have hated Obama from the beginning – that democracy itself looks damaged. Economic inequality is deeper than ever. And highways, bridges, hospitals, and schools are falling apart. Compared to major airports in China, those around New York City now look primitive.
In foreign policy, the US is seen as either a swaggering bully or a dithering coward. America’s closest allies, such as German Chancellor Angela Merkel, are furious about being spied upon. Others, notably in Israel and Saudi Arabia, are disgusted by what they see as American weakness. Even Russian President Vladimir Putin, the autocratic leader of a crumbling second-rate power, manages to put on a good show compared to America’s tarnished president.
It is easy to blame Obama, or the reckless Republicans, for this sorry state of affairs. But that would miss the most important point about America’s role in the world: The same idealism that made Kennedy so popular is also driving the decline in America’s international prestige.
Some of Kennedy’s most ardent admirers still like to believe that he would have prevented the escalation of the Vietnam War had he lived longer. But there is no evidence for that at all. Kennedy was a hardened Cold Warrior. And his anti-Communism was couched in terms of American idealism. As he said in his inaugural speech: “[W]e shall pay any price, bear any burden, meet any hardship, support any friend, oppose any foe, to assure the survival and the success of liberty.”
Enthusiasm for America’s self-proclaimed mission to fight for freedom around the world was dented, not least in the US itself, by the bloody catastrophe of Vietnam. An estimated two million Vietnamese died in a war that did not free them.
It took another, far more limited disaster to revive lofty rhetoric about the liberating effects of US military power. The reasons why President George W. Bush chose to go to war in Afghanistan and Iraq were no doubt complex. But the language used by those wars’ neo-conservative promoters came straight from the Kennedy era: the spread of democracy, the cause of liberty, and the universal authority of “American values.”
One reason why Americans elected Obama in 2008 was that the rhetoric of US idealism had once again led to the death and displacement of millions. Now when US politicians talk about “freedom,” people see bombing campaigns, torture chambers, and the constant threat of lethal drones.
The problem with Obama’s America is rooted in the contradictory nature of his leadership. Obama has distanced himself from the US mission to liberate the world by force. He has ended the war in Iraq and soon will end the war in Afghanistan. And he has resisted the temptation to wage war in Iran or Syria. To those who look to the US to fix all of the world’s ills, Obama looks weak and indecisive.
At the same time, however, he has failed to close the grotesque US prison at Guantánamo Bay. Those who leak news of domestic and foreign surveillance are arrested, and the use of lethal drones has increased. Even as open warfare is reduced, stealth warfare intensifies and spreads. And America’s image sinks further every day.
But the main problem is not Obama; it is the hubris of Americans’ belief in their “exceptional” role in the world – a belief that has been abused too many times to promote unnecessary wars. Not only has Americans’ idealism led them to expect too much of themselves, but the rest of the world has often expected too much of America. And such expectations can only end in disappointment.

martes, 12 de noviembre de 2013

EL SAQUEO ES SU DIVISA

Desde 1998, la rapiña de los dineros públicos ha sido la conducta de los que desgobiernan a Venezuela. Siguen el ejemplo de otras épocas, pero ahora lo han llevado a extremos inauditos.
El saqueo al tesoro nacional venezolano de estos tiempos no tiene precedentes en términos cuantitativos. Las cifras son escalofriantes, de vértigo, para quienes apenas nos asomamos a ellas. El chavismo-madurismo batió todos los récords, llevándonos a la inédita crítica situación de hoy.
No se ha tratado sólo de un enorme despilfarro y de un manejo administrativo desastroso, que por sí solos nos sobrecogen.
Son también las fortunas colosales, tan súbitas como ilícitas, nacidas al amparo del tráfico de influencias y el peculado.
Porque lo de los “boliburgueses” y “bolichicos” no es cuento, es una realidad incontrastable. No hay ningún invento o exageración en ello.  Los negocios superan las decenas de millones de dólares o euros, suman cientos y millardos. Un saqueo puro y duro que clama al cielo.  
Y en el vecindario suramericano este desmadre no es exclusivo del chavismo-madurismo. Las denuncias que están aflorando en un gobierno compinche del venezolano en negociados turbios, el de Argentina, son también pasmosas. El kirchnerismo no se quedó atrás en lo del pillaje de los dineros públicos, y son también miles de millones de dólares malhabidos los que danzan en aquellas tierras.
¿Cómo asombrarse entonces al ver el asalto a tiendas de electrodomésticos en nuestro país, si ése ha sido el ejemplo que se ha dado desde las altas esferas gubernamentales durante 15 años?
El saqueo económico-financiero ha sido la conducta persistente del gobierno chavista-madurista.  Desde la negociación de bonos de deuda pública, pasando por los contratos de obras y compras, hasta el otorgamiento de dólares preferenciales, todo ha sido una expoliación larga y pareja del erario público.
Las mafias “cadivistas” que han controlado los dólares han medrado cómodamente bajo el ala de los funcionarios chavistas que crearon y administraron Cadivi. Y no olvidemos que quien ideó este engendro económico perverso y corruptor fue Chávez y sus ministros.
No fue la oposición democrática, ni Fedecámaras, Conindustria o Fedenaga, los que pusieron en práctica los controles de precios ni de cambio o devaluaron el bolívar.
El mecanismo distorsionador de Cadivi es cosecha original de un gobierno que desconoce las mínimas reglas de la economía. Que cree que con leyes disparatadas y acciones policiales represivas, al estilo mugabiano, va a reducir la inflación y la escasez de productos de primera necesidad.
A esa ideología demencial se suma su desespero por lo electoral. Piensa que persiguiendo a los comerciantes para que bajen los precios artificialmente, revertirá la derrota que se perfila para el 8D. Juega así con el cuento de la especulación, la cual no tendría lugar si tuviéramos una economía sana, tarea ésta que corresponde realizar a todo gobernante serio y responsable. Pero muy diferente es la que ejecuta un gobierno que ha demolido sistemáticamente el aparato productivo venezolano.
Manipula el desconocimiento popular sobre el tema económico, echando mano del recurso de siempre, el del chivo expiatorio: los empresarios como culpables de la inflación y la escasez, supuestos causantes de las penurias, a quienes se debe perseguir y encarcelar por ser “enemigos del pueblo” y “traidores de la patria”.
De allí al saqueo espontáneo y/o premeditado de comercios, no hay más que un paso. Estimulados desde el gobierno, por un lado, la barbarie de unos, y por otro, el aprovechamiento golillero de otros, todos también buscan su tajada del botín. Si los llamados “enchufados”, milicos y civiles, saquean miles de millones dólares ¿por qué no yo? se pregunta el hombre de a pie.
El espectáculo de saqueo bochornoso de estos días ha dado la vuelta al mundo, y no hemos dejado de sentir una fuerte desazón y vergüenza como venezolanos. Es la animalidad incitada por unos gobernantes lamentables, cuyo aferramiento al poder y sus prebendas los lleva  a cometer cualquier disparate.
Pero no olvidemos que el saqueo grande es el que han perpetrado milicos y civiles que han gobernado durante estos últimos años.
El saqueo es su divisa.

EMILIO NOUEL V.
INTERROGANTES SOBRE EL MERCOSUR

                                          

En días pasados fui distinguido con una invitación que me hizo CONINDUSTRIA para presentar algunas reflexiones sobre Mercosur, su futuro y lo que pudiera obtener Venezuela con su reciente ingreso.
Comparto la opinión de algunos especialistas de la región en el sentido de que ese bloque de comercio ha sido una buena idea pero mal instrumentada, y hoy se encuentra estancado y con tendencia hacia el aislamiento por parte de algunos de sus miembros.
Después de más de dos décadas de existencia, el mercado común proyectado no se ha concretado, y sólo existe una unión aduanera imperfecta, con retrocesos recientes.
Mercosur adolece de un “defecto de fábrica” que no ha sido corregido. La “alergia” a la supranacionalidad ha representado un importante obstáculo para su perfeccionamiento institucional, a pesar de que ha tenido éxitos relativos en términos de creciente intercambio comercial y acercamiento de las economías de los países que lo conforman.
No obstante, los socios principales del bloque siguen estando fuera de su seno (Europa, EEUU y China). No llega al 20 % del total del comercio de los países miembros el que se realiza a lo interno de Mercosur.  De los 350.000 millones de dólares de su comercio exterior, 55.000 se hacen en el bloque, correspondiendo de esta cifra, aproximadamente, 46.000 millones a Brasil y Argentina.
La referida alergia tiene que ver con la demora en poner en vigor las distintas normativas aprobadas, que luego no son ratificadas con celeridad por los parlamentos de los países. Más o menos en un 50%, ellas no están vigentes, incluso, después de muchos años de sancionadas por los órganos mercosurianos. Esto dice mucho de la fragilidad del desarrollo institucional del proceso.
No existe una jurisdicción obligatoria a la que se deba necesariamente recurrir a la hora de las controversias entre sus miembros. Éstos pueden elegir el foro para dirimirlas, incluso pueden apelar a un ente externo como es la OMC.
Los Estados -sus gobiernos- son los que determinan el curso de la dinámica dentro del bloque. No hay órganos autónomos e independientes que puedan impulsar o imponer acciones, políticas, normas o decisiones jurisdiccionales vinculantes.   
En el entorno global y regional actual, hay opciones nuevas con las que Mercosur deberá competir. El Acuerdo del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) es una, cuya proyección se notó en la reciente y deslucida Cumbre Iberoamericana. Nos enteramos, incluso, que España pidió ser miembro de ese Acuerdo. Costa Rica y Panamá están por ingresar allí.
Desde EEUU se impulsa una iniciativa hacia el Pacífico (Acuerdo de Asociación Económica Estratégica Transpacífica) a la cual se están incorporando Chile y Perú. Ese país inicia próximamente una negociación de un TLC con la UE.
Otro defecto de Mercosur es la profusa retórica, enfermedad de la que han adolecido la mayoría de los esquemas de integración regionales. De allí que oigamos hablar de “regionalismo ceremonial”, “integración-ficción” o “integración simbólica”, expresiones todas que denotan los fallos en resultados concretos o los modestos pasos dados después de tantos años. Grandes discursos, pequeños pasos, si parafraseamos a uno de los grandes artífices de Europa, Jean Monnet.
Visto la dinámica mercosuriana a la luz del entorno global surgen muchos interrogantes sobre su futuro y el de nuestro país en ese bloque.
El agotamiento que ya exhibe la dimensión exclusivamente comercial de la integración es un elemento que no puede perderse de vista. Es lo que pareciera haber percibido el modelo del Acuerdo del Pacifico.
Pareciera que entre la dos opciones que tienen los países de la región (seguir exportando materias primas a pocos mercados sin diversificar la economía o diversificar las economías y las exportaciones a muchos mercados), la segunda sería la más conveniente para insertarse en la economía planetaria del futuro. Esto implica un fuerte estímulo a mayores inversiones, desarrollo científico-tecnológico,   
Venezuela, de arrancada, ingresa a Mercosur con “plomo en el ala”. Nuestra economía pública y privada, más allá del sector energético, no es competitivo de cara a las economías mercosurianas, sin mencionar la situación de crisis que vivimos hoy. El país está obligado en pocos años a adecuarse a una amplia normativa del bloque.
Las políticas macroeconómicas del gobierno actual conspiran contra un desempeño aceptable de los empresarios nacionales en ese bloque, a menos que nos veamos como meros importadores. El año 2012, Venezuela exportó 135 millones de dólares al bloque e importó 3.400 millones. El desbalance es obvio. Si no hay un viraje sustancial en las políticas gubernamentales, difícilmente se pueda competir en Mercosur; estarían las empresas privadas venezolanas en una situación de desventaja ante países en los que, en general, hay economía de mercado, no hay controles distorsionadores y existe seguridad jurídica para el inversionista.
En el Foro de Conindustria alguien decía que desde Venezuela deberíamos dar la bienvenida a Mercosur porque allí opera el mercado. Igual podría decirlo yo, pero el problema es que quien debería dar esa bienvenida y por tal razón, el gobierno, no lo hace, más bien actúa en contra de las leyes del mercado, no incentiva la inversión, ni propicia un ambiente de negocios seguro y con reglas claras.
¿Cómo encarar entonces esos compromisos en las condiciones inciertas y precarias de nuestra economía?
Una reflexión profunda y descarnada queda pendiente para los venezolanos frente a este y otros desafíos que nos presenta con apremio el mundo de la economía global y regional.

EMILO NOUEL V.

@ENouelV

sábado, 9 de noviembre de 2013

CAMUS DESPUÉS DE CAMUS

                      FERNANDO MIRES
Casi todos los días se cumple el aniversario de la muerte de algún escritor célebre. Pero a algunos los recordamos más que a otros. No quiero decir que esos escritores hubieran escrito para la posteridad. Por lo demás, quien escribe para la posteridad tiene que estar muy dominado por la idea de la muerte pues la posteridad no existe para nadie que esté vivo. La posteridad es solo una hipótesis. Pero sí hay algunos, y a esos perteneció Albert Camus, a quienes podemos comprender mejor después que han abandonado este mundo. Creo advertir la razón:
Camus leyó mejor que muchos en las líneas de su tiempo letras que alcanzaron nitidez solo después de su muerte. Pero las leyó en su tiempo, durante su vida, debatiendo y discutiendo con sus pares e impares. Porque hoy día, ya varios años después de que fueran revelados los millones de crímenes cometidos en la ex Unión Soviética, después de la caída estrepitosa del Muro de Berlín, de que China se convirtiera en la segunda potencia capitalista (otros dicen, la primera) del planeta, de que en Cuba y Corea del Norte “la dictadura del proletariado” se encuentre representada por oprobiosas dinastías, del colapso de los “socialismos militares” del mundo árabe, y de las humillaciones a que somete la pandilla militarista de Maduro y Cabello a todo lo que parezca oposición en Venezuela, en fin, después de todo eso y mucho más que no pudo presenciar Camus, poner en tela de juicio la lógica de la razón revolucionaria dista de ser un despropósito. Al contrario. Mas bien cabe preguntarse acerca de la integridad espiritual de quienes todavía la defienden.
Estoy hablando, para que no haya equívocos, de la misma desintegración espiritual de quienes defendieron a la dictadura de Franco como un medio para alcanzar “la república integrista cristiana”. O de las atrocidades cometidas por los EE UU en Vietnam en nombre de “el sueño americano”". O de quienes todavía ven en los antropófagos dictadores militares sudamericanos, demiurgos de una “revolución restauradora”. Estoy hablando, si alguien no ha entendido, en contra de esa lógica que lleva a justificar a cualquier medio en nombre de un imaginado fin. De los que desvalorizan la existencia en aras de un objetivo suprahistórico. De los que al perseguir el futuro destruyen el presente. De los que se creen dueños, nadie sabe con qué derecho, de la razón de la historia. De los hombres nuevos y, por cierto, de sus dementes fabricantes.
Camus habría dicho: estoy hablando en contra de quienes usurpan el significado de la rebelión en nombre de la revolución. Dos palabras -rebelión y revolución- hasta Camus casi sinónimas y que hoy sabemos gracias entre otros a Camus, son antónimas. Pues si bien una revolución puede comenzar con una rebelión, la revolución, mientras más se prolonga en el tiempo termina por convertirse en la negación de toda rebelión.
Para Camus la rebelión es un “no”. La revolución, en cambio, es un “sí”. Negación y afirmación explicada en su célebre “El Hombre Rebelde” “¿Qué es un hombre rebelde?” -preguntaba Camus-. Su respuesta fue concluyente: “Un hombre que dice que no” (p.17).
El motivo que lleva al pronunciamiento del no, no es uno solo. Tampoco está inscrito en algún lugar de la historia, como llegó a postular Hegel. Pero sí tiene, para Camus, un sentido ontológico. Uno que va más allá de Hegel para quien el sí y el no son constitutivos de una trinidad dialéctica que es a la vez la unidad del pensamiento (La afirmación, la negación, la negación de la negación).
Hegel se preguntaba en su Fenomenología del Espíritu ¿Por qué el esclavo no se libera de su amo? La pregunta de Camus era en cambio otra: ¿Por qué un esclavo que nunca ha intentado liberarse, es decir, por qué alguien que ha dicho siempre sí, dice de pronto no? El no en ese sentido surge de la gota de agua que colma el vaso. Es el punto imprecisable que marca la no soportabilidad de la negación de uno por el ser del otro.
Ese no del esclavo rebelde es por eso un sí dicho por el ser a sí mismo. Mas, no es un sí a una sociedad sin esclavos, ni a un nuevo modo de producción, ni siquiera a un “mundo mejor”. Es simplemente un no a quien, hombre de carne y hueso, lo desconoce en su propio ser. Puede surgir de un latigazo de más -o de un pan menos, o de un insulto innombrable- el impulso que lleva al esclavo en un momento determinado a matar al amo. No es en todo caso un acto que surja de la reflexión. Más bien, como lo explicaba Camus, ocurre al revés: la reflexión surge del acto mortal. O dicho así: La negación es la primera condición del pensamiento pues el pensamiento proviene de una fundamentación y no se puede fundamentar lo que todavía no ha sucedido.
Antes del acto que surge de la negación no hay nada que fundamentar. “En nuestra prueba cotidiana” -argumentaba Camus- la rebelión desempeña el mismo papel que el “cogito” en el orden del pensamiento; es la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor: Yo me rebelo, luego nosotros somos” (p. 25).
Este acto negativo del ser no proviene, por lo tanto, de ninguna moral establecida, de ningún código legal y mucho menos de una filosofía. Se trata simplemente de un ser que desea ser reconocido por otro ser que no lo deja ser.
Cuando las multitudes de 1989 desafiando a guardias armados saltaron el muro de Berlín -es un ejemplo- no pensaban en crear un orden histórico superior. Simplemente saltaron el muro obedeciendo al impulso corporal de quienes quieren entrar en el espacio común que por derecho pre-constitucional les pertenece, en este caso la nación común. Esa es la diferencia con la revolución cuyos actos son siempre pre-meditados. Según Camus: “Mientras que la historia, incluso la colectiva, de un movimiento de rebelión es siempre la de un compromiso sin salida en los hechos, de una protesta oscura que no compromete sistemas ni razones, una revolución es una tentativa para modelar el acto sobre una idea, para encuadrar al mundo en un marco teórico. Por eso es que la rebelión mata hombres, en tanto que la revolución destruye a la vez hombres y principios” (p. 101).
Eso significa también: mientras una revolución convierte a un sujeto en un objeto, la rebelión convierte al objeto en un sujeto. Razón por la cual, mientras en algunas rebeliones hay muertos, las revoluciones convierten a la muerte en un sistema. En la rebelión la muerte del otro es consecuencia de un acto no pensado. En la revolución en cambio, se trata de homicidios sistemáticos; de asesinatos deliberados.
Dicho con Camus: “la mayoría de las revoluciones adquieren su forma y su originalidad en un asesinato. Todas o casi todas han sido homicidas” (p. 150). O más preciso aún: “En la época de la negación podía ser útil interrogarse sobre el problema del suicidio. En la época de las ideologías (y no hay revolución sin ideología revolucionaria, FM) hay que ponerse en reglas con las del asesinato” (p.150).
La muerte (o simplemente la negación gramatical) del otro en las revoluciones, sigue un plan sistemático de acuerdo a un fin previamente determinado. Pero ese fin -ahí reside la mendacidad de cada revolución- nunca debe ser alcanzado pues si lo es termina la revolución. La revolución para no morir requiere que el fin requerido sea siempre inalcanzable. Su lógica existencial necesita de un fin que nunca se cumpla. En cierto modo toda revolución es una estafa pública. No así la rebelión. La rebelión termina con la negación del otro. Basta.
Toda revolución busca extenderse en el tiempo. Hay algunas en las que sus líderes envejecen o mueren, cambian las generaciones, y la revolución continúa su curso. Los seres humanos son mortales, pero la revolución no lo es, repiten con fervor los revolucionarios. Los revolucionarios persiguen a través de la inmortalidad de la revolución su propia eternidad. ¿O ha conocido usted a un revolucionario que alguna vez haya dicho, ya hicimos la revolución, y ahora a vivir tranquilos, calabaza calabaza cada uno para su casa? No. No: así solo hablan los rebeldes. Jamás los revolucionarios.
Toda revolución busca extenderse hacia el infinito de todos los tiempos, no solo del tiempo de los revolucionarios sino, sobre todo del de quienes no lo son, los que deben ser reducidos a un material modelable; plasticina, arcilla, cemento. ¿Y los que no quieren ser convertidos? A ellos les espera el cadalso, la tortura, la muerte. Toda revolución termina asesinando a la rebelión en nombre de la revolución. Los revolucionarios, así lo dijo Camus: “Desprecian la libertad de las personas y sueñan con una extraña libertad de la especie; rechazan la muerte solitaria y llaman inmortalidad a una prodigiosa agonía colectiva” (p.282).
En la revolución impera el principio de la muerte. En la rebelión el de la vida. Esa fue la razón por la cual Albert Camus, aunque si bien siempre estuvo a favor de la liberación de Argelia con respecto al colonialismo francés, nunca estuvo a favor de los comunistas argelinos que luchaban por la liberación. Su pregunta inquieta era evidente: ¿Y quién nos va a liberar de los liberadores?
La rebelión de Camus comenzaba y terminaba en un no. En un simple, claro y rotundo no.
Con el sí comienza toda ideología. Y con la ideología la enajenación del ser con respecto a sí mismo. Razón de más para afirmar que Camus fue la representación real del hombre rebelde. De ahí su permanente actualidad. Porque siempre, desde la infancia hasta la vejez, habrá motivo para rebelarnos en contra de algo o alguien. La rebelión nos hace dignos. No así la revolución. Nunca las revoluciones, a diferencias de las rebeliones, han sabido morir con dignidad.

jueves, 7 de noviembre de 2013

EL TLCAN CUMPLE 20 AÑOS
            Manuel Suárez-Mier
Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
Durante noviembre de 1993 el Congreso de EE.UU., lo mismo que el Senado mexicano, aprobaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que creaba una enorme área comercial entre México, EE.UU. y Canadá —el Parlamento canadiense lo había aprobado desde mayo.
Con ello culminaba una aventura que se había iniciado en febrero de 1990 con un “viaje secreto” que había emprendido a Washington el Jefe de Gabinete del Presidente Carlos Salinas para consultar con su contraparte en el gobierno de EE.UU. si habría interés en ese país de negociar un acuerdo comercial con México.
Yo tenía un año de haber llegado a Washington para desempeñar el cargo de Ministro para Asuntos Económicos en la representación diplomática de México en EE.UU., con Gustavo Petricioli como nuestro embajador, y me tocó en suerte ir a recibir al Dr. José Córdoba al aeropuerto Dulles.
En el camino al centro de la capital estadounidense le advertí a Pepe que en Washington era imposible mantener en secreto una visita de esa envergadura, a pesar de que sólo vería al General Brent Scowcroft, Consejero de Seguridad Nacional del Presidente George Bush padre, pues la visita es registrada y conocida por ujieres, ayudantes, secretarias, etc., personal donde los periodistas obtienen su información.
Como lo predije, la historia de la “visita secreta” la reveló Peter Truell del Wall Street Journal el 27 de marzo en una nota titulada “EE.UU. y México acuerdan buscar un pacto de libre comercio,” lo que dio ocasión para que el gobierno de Salinas ordenara una encuesta para indagar el grado de aprobación que concitaba tal iniciativa en México.
El sondeo arrojó resultados claramente en contra de la propuesta: 69 por ciento de los encuestados se oponía a un convenio de libre comercio con EE.UU., lo que no es de sorprender considerando que virtualmente todos nuestros gobiernos le han echado la culpa a los gringos de todo lo malo que ocurre en México desde la guerra de 1848.
En lugar de amilanarse Salinas asumió la responsabilidad adicional de vender las bondades del libre comercio con EE.UU., lo que consiguió con un éxito notable: en poco menos de cuatro años la opinión mayoritaria en México era ya favorable al proyecto.
Lo que sorprendió a muchos fue la fuerte oposición que rápidamente surgió en EE.UU. a la idea de negociar con México, cuando paradójicamente acababan de ultimar un acuerdo bilateral con Canadá que no había atraído la menor atención de los medios y mucho menos oposición política en EE.UU.
El obstáculo adicional que afloró fue la decisión de los canadienses de sumarse a las pláticas entre EE.UU. y México con la amenaza que de no ser invitados utilizarían su reconocida capacidad de cabildeo en el Congreso de EE.UU. para bloquear toda posibilidad de negociación con nuestro país.
Una vez que el gobierno de Salinas reconoció la gravedad de la amenaza y aceptó que el convenio fuera trilateral, el equipo de México en EE.UU., fuertemente reforzado por un contingente de excelentes funcionarios de la Secretaría de Comercio encargados de las negociaciones, definimos nuestro plan para vender las ventajas del libre comercio con México y así neutralizar la oposición.
Era claro que cabildear directamente en el Congreso no sería efectivo pues la mayoría de los diputados no tenía una posición definida respecto al TLCAN y eventualmente votarían en función del correo que recibieran en sus oficinas con las opiniones de sus electores a favor o en contra del proyecto.
En consecuencia, emprendimos la labor de tratar de influir en la opinión pública en todos los distritos electorales de los congresistas indecisos respecto al libre comercio con México, armados del excelente análisis preparado por la Secretaría de Comercio sobre el impacto favorable de la apertura comercial con México en cada comunidad.
En la innumerable cantidad de eventos que organizamos en todo el territorio de EE.UU., a los que concurrían todos los funcionarios del gobierno empezando por el propio Presidente Salinas, invariablemente terminábamos nuestro discurso pidiendo a los asistentes que escribieran a su congresista para que votara a favor del Tratado.
Esta labor culminó con una votación favorable de 234 vs 200 en la Cámara de Representantes y de 61 vs 38 en el Senado.
La semana próxima analizaré los resultados del TLCAN así como el futuro que le espera al proyecto de integración de nuestra región, tema que se discutirá en una gran conferencia que se celebrará la semana próxima en American University organizada por su Centro para el Estudio de Norteamérica.

LA BATALLA POR EL TLC

Mis queridos lectores me pidieron que ahondara en la batalla por aprobar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y en aspectos innovadores de esas pláticas, cruciales para llevar a buen término el proyecto y dotarlo de indudable legitimidad, como fueron las consultas con el sector privado mexicano “en el cuarto de junto.”
En las numerosas mesas en las que ocurrían las pláticas para liberalizar el comercio y proteger inversiones y propiedad intelectual, se convocó a representantes de las industrias objeto de cada negociación para que asesoraran a nuestros negociadores, que al llegar a algún acuerdo con sus contrapartes de EU y Canadá, interrumpían la sesión para conversar con ellos en privado las propuestas sobre la mesa.
De esa manera, se hacían los ajustes necesarios en lo negociado, pues si bien los funcionarios que estaban en las pláticas eran excelentes economistas y abogados, no conocían los detalles operativos y microeconómicos de las actividades objeto de las conversaciones tan bien como los dueños y directivos de las empresas productivas.
Este mecanismo de consulta funcionó notablemente bien bajo la coordinación del empresario azucarero –y hoy también refresquero– Juan Gallardo Thurlow, quien presidió la COECE (Coordinadora de Organizaciones Empresariales de Comercio Exterior), que logró convocar a los principales empresarios mexicanos a participar.
En el aspecto jurídico, el sector privado mexicano también jugó un papel importante en asesorar a nuestros funcionarios negociadores, lúcido esfuerzo coordinado por el hoy embajador de México en Estados Unidos, Eduardo Medina Mora.
Los sectores privados y académicos de los tres países también contribuyeron en forma crucial a iluminar los argumentos y apoyar la causa del TLCAN en un esfuerzo espejo al que describí la semana pasada realizado por el gobierno de México, publicando análisis y organizando eventos informativos en todo el territorio de Estados Unidos.
Si bien el más ostensible objetivo del TLCAN fue abrir el comercio entre los tres países del área, el propósito de fondo era el de anclar en un basamento institucional y jurídico firme las reformas económicas emprendidas por el gobierno de México para liberalizar y modernizar su economía después de la crisis de la deuda de 1982.
Por su parte, los críticos del TLCAN en EU formaban un grupo variopinto, objetando que su país negociara un acuerdo de libre comercio con México por las más diversas y contradictorias razones y desde muy dispersos ángulos políticos:
• Los sindicatos, representados por su principal federación la AFL-CIO, se oponían sustentando que sus agremiados perderían millones de puestos de trabajo que se trasladarían a México donde los salarios eran mucho menores. Esta tesis ignoraba que la productividad en promedio de nuestros trabajadores era también inferior.
• La comunidad negra, representada por líderes como Jesse Jackson, se opuso por motivos ideológicos y con argumentos tan estruendosos como falaces, como que “…el trabajador de EU no puede competir con jornaleros esclavizados”.
• En el otro extremo del espectro político, personajes de la extrema ultraderecha, como el senador republicano de Carolina del Norte Jesse Helms impugnaban el TLCAN con el argumento de que no se podía negociar “…con una dictadura de partido como la que gobernaba a México desde hacía 65 años”.
• Grupos ecológicos altamente ideologizados se resistieron al Tratado argumentando que la contaminación ambiental iba a crecer aún más rápido que la expansión del comercio, sin reparar en el hecho que un acuerdo permitiría adoptar códigos de conducta en esta materia que no serían posibles en su ausencia.
• Quizá el opositor más peculiar en esta disímbola colección de enemigos del TLCAN fue el millonario texano Ross Perot, quien tomó impedir el libre comercio con México como su misión de vida. Su autofinanciada candidatura presidencial en 1991, en la que capturó 19% del voto, le costó la reelección a George Bush padre y le franqueó la ruta a la Casa Blanca a Bill ClintonPerot objetaba el TLCAN por razones similares a las de los sindicatos, pero su campaña se desinfló después de la paliza retórica que le infligió el vicepresidente Al Gore en un debate televisado.
Los detractores del Tratado en EU tenían feroces aliados mexicanos que temían, con razón, que su aprobación haría imposible revertir las reformas liberalizadores iniciadas al término de los regímenes populistas de Echeverría y López Portillo. Pero había oponentes que creían que el Tratado era tímido y no planteaba integrarse a fondo, con transferencias para alentar el crecimiento de México, como en Europa.
En este último punto hay que recordar el refrán popular que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, pues no habría habido TLCAN en esos términos.