martes, 6 de septiembre de 2011


ORGULLO DE PARROQUIA

                 R. Betancourt y J. Kennedy

Una observación sosegada y desapasionada del discurso de la mayoría de nuestros líderes de cara a los acontecimientos políticos y económicos mundiales, nos muestra un incomprensible desapego, incluso desdén, por esos temas, lo que al final se traduce en un desconocimiento que les impide ver o comprender la conexión existente entre sus realidades particulares y el conjunto global, y las repercusiones de este último en su actividad política concreta, en este caso, doméstica.
No cabe duda que el político debe poner énfasis en los temas “nacionales”; es lo más natural. Sin embargo, eso no lo es todo. El entorno internacional ocupa cada vez más un espacio mayor en las preocupaciones políticas y se ha hecho insoslayable para quien quiera asumir un liderazgo integral en estos tiempos.
Pero el líder político pareciera no haberse percatado aun de que hoy es imposible sustraerse de los eventos que trascienden las fronteras, que nuestros problemas y sus soluciones, así como el destino hacia el que nos encaminamos, sea éste auspicioso o calamitoso, están íntimamente ligados a la dinámica entre los distintos actores y factores que se interrelacionan en esta nave que llamamos planeta Tierra.
Esta visión miope lleva con facilidad al extravío político, al error de apreciación a la hora de analizar los distintos asuntos, a la equivocación en materia de políticas a acometer, no sólo en el ámbito de las relaciones exteriores.  
En el fondo, es una postura, además de corta de miras, anacrónica, fuera de época, que tiene sus expresiones más inquietantes, en el campo de lo político, económico y cultural, en nacionalismos absurdos o mal entendidos, en el patrioterismo xenofóbico, en autarquías y proteccionismos económicos empobrecedores, en trasnochadas e inmorales concepciones sobre la soberanía, y en última instancia, en la intemperancia y la confrontación con el distinto a uno, el extranjero, que puede, en casos graves, empujar a la guerra.
Esta perspectiva estrecha, por supuesto, no es exclusiva de nuestro patio latinoamericano. Se ve incluso en países desarrollados.
Obviamente, no esperamos de nuestros políticos que sean especialistas de las relaciones internacionales, como tampoco de la física cuántica. Lo que sí aspiramos de ellos es que presten mayor atención al mundo que nos circunda para mejor comprenderlo, dejando de lado la limitación congénita que alberga el aldeanismo político. Que se asomen con más frecuencia a ese espacio exterior convertido ya en interior. Las nuevas tecnologías lo permiten. Las informaciones y las ideas van y vienen libre y velozmente, lo cual propicia un contacto mas amplio e interactivo con los ciudadanos propios y extraños.
En otros tiempos, cuando no disponíamos de aquellos avances, había, sin embargo, políticos que valoraban el tema internacional. 
El padre de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt, al referirse al desencuentro histórico entre los países del hemisferio, y mostrarse partidario de la necesaria integración entre ellos, hablaba del “orgullo de parroquia”, como un elemento que siempre la obstaculizó.
En La Habana, en 1950, Betancourt pronunció el discurso de clausura de la Primera Conferencia Interamericana Pro-Democracia y Libertad; allí decía:
 “Evidente resulta que esta cooperación económica interamericana, para ser totalmente eficaz, impone la articulación y coordinación de los dispersos sistemas de producir y distribuir de los países latinoamericanos. Formamos un archipiélago de veinte ínsulas arrogantes, enquistadas cada una dentro de su orgullo de parroquia. Cultivamos el aislamiento lugareño, mientras se perfilan en otros continentes formidables federaciones futuras de pueblos y razas”.
Este extraordinario político venezolano, hace 61 años, ya exhibía su condición de gran estadista compenetrado con los asuntos económicos internacionales y su importancia, en una época en que aún la globalización no había llegado a los niveles de intensidad que conocemos hoy.
Como él, otros políticos venezolanos, de su misma generación o de la anterior, no sólo habían reflexionado sobre los asuntos más apremiantes de la realidad nacional, sino que también habían volcado su mirada al mundo exterior.

        Alberto Adriani

En retrospectiva, es asombroso constatar lo visionario que fue un venezolano en la materia de integración económica internacional, fallecido cuando tenía aún mucho que dar a su país. Me refiero a Alberto Adriani, quien en 1935, fecha en que no se vislumbraba siquiera el nacimiento de la Unión Europea, escribió lo que sigue: Se  redondearán grandes áreas capaces de controlar la más completa variedad de recursos, dentro de  las cuales la vida económica puede alcanzar la mayor diversificación posible; donde puedan trabajar con el máximo rendimiento las grandes industrias de producción en masa. Son  éstas las agrupaciones humanas que van a ser los grandes actores de la historia por venir”. Y no se equivocó. Esas "grandes áreas" son los bloques que 20 años después empezaron a surgir.
Betancourt y Adriani, aunque diferentes, de distintas generaciones y hasta distantes en lo ideológico, son dos ejemplos de políticos venezolanos que no se quedaron atascados en el aldeanismo, en la cortedad de miras. Sin despegarse de sus raíces, amando como amaron a su país, comprendieron también que hay un mundo más allá de las fronteras político-territoriales a no desconocer, porque forma parte de aquél, querámoslo o no. El orgullo de parroquia es ineficaz e inútil, una rémora del pasado a depositar en el tacho de basura de la historia. Tomen nota los jóvenes políticos.

EMILIO NOUEL V.


   

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