miércoles, 20 de agosto de 2014

DE TIRANOS ELECTOS, PUTIN Y EL GOBIERNO VENEZOLANO


                                        


                                                                      “-¿Entendéis? ¡Lograr realizar el despotismo gracias al sufragio
                                                                      universal! ¡el muy miserable ha dado su golpe de estado autoritario
                                                                       apelando al pueblo buey. Nos está advirtiendo de cómo será la
                                                                       democracia de mañana”.
                                                                                                                 El Cementerio de Praga ( Umberto Eco)
     

Hace unos años, cuando en el Grupo La Colina nos aventuramos a tratar de comprender y definir en su complejidad el gobierno de Chávez y el chavismo, hablábamos de democracia autoritaria, expresión que, para algunos, les sonaba a oxímoron.
¿Cómo va a ser democrático un gobierno y a la vez autoritario? O es democrático o es autoritario, una de dos, dijo alguien.  
Ciertamente, en una visión moderna, la democracia debería excluir toda práctica arbitraria, contraria al Estado de Derecho, allí los checks and balances y la vigencia de los Derechos humanos son esenciales, todo lo contrario al despotismo.
En un enfoque tradicional y simplista, democrático es, sin más, el gobierno que ha sido votado por los ciudadanos, independientemente de otras consideraciones, como sería la de un desempeño del elegido en el que se respete escrupulosamente la Constitución y las leyes.
La expresión democracia autoritaria o iliberal no era nuestra. Ya había sido utilizada por algunos pundits. Encerraba la idea de que hay gobiernos que son producto de elecciones, que en su ejecutoria pronto se vuelven dictatoriales y vacían la democracia de sus atributos esenciales.
En un importante trabajo, Fareed Zakaria decía por aquellos años, que Chávez, al igual que Vladimir Putin y otros, se inscribían en esa categoría política. Que eran, en definitiva, una suerte de tiranos electos, que gozaban de la anuencia mayoritaria del pueblo que los eligió.
Vladimir Putin, para algunos, “el zar moderno”, se ha vuelto tema de análisis sobre todo por el tránsito inquietante que recorre su gobierno en los espacios internacionales. Su arribo al poder fue bienvenida por muchos. Creían que con él Rusia se incorporaría a la democracia occidental.
Aquellas esperanzas se esfumaron. El petroestado ruso en manos de una mafia conformada por ex KGBs, el Grupo Lago, defraudaría a unos cuantos. José I. Torreblanca dice que se creó en Rusia un singular híbrido: “algo a medio camino entre una boli-Venezuela, donde las rentas del petróleo y el gas se utilizan para construir la base de apoyo social que el régimen necesita para mantener una fachada democrática y una monarquía petrolera que ancla su legitimidad en un rancio nacionalismo que se hunde en la religión, la cultura y los mitos históricos-bélicos”. Así, con tal proceder, Putin se reencontraba con pulsiones atávicas de la Rusia profunda.   
Su ejecutoria despótica ha logrado una hazaña –dice Torreblanca- que perdurará en los anales del autoritarismo: la legitimación democrática y popular de una oligarquía que debe su existencia al solapamiento de un intenso autoritarismo político, una extrema desigualdad social y una exagerada concentración de la riqueza.    
Torreblanca cita al politólogo Ivan Krastev, quien dice que para entender a Putin, hay que entender cómo piensa un agente de la KGB. Éstos no crean estructuras sino que se infiltran en las existentes para apoderarse de ellas, manteniendo la apariencia de que siguen en normal funcionamiento. Y es allí donde Putin habría demostrado su “genialidad”: “a los que querían dinero los ha colmado de bienes y a los que anhelaban una identidad les ha devuelto la autoestima perdida”.
En el campo internacional, este régimen está creando problemas de seguridad serios en su entorno porque busca constituir una zona de influencia euroasiática sometida a sus designios y resucitar el ancestral Estado eslavo panruso, el imperio perdido del Kremlin, y esto lo lleva a chocar con los valores e intereses de Europa occidental. Para la periodista especializada en asuntos rusos, Pilar Bonet, Putin es el gran desestabilizador.
El régimen de Putin es un modelo autoritario que tiene émulos y amigos en nuestro hemisferio.
En el pasaje referido en el epígrafe, Maurice Joly se refería a Luis Bonaparte, Napoleon III, quien llegó al poder con el lema “No más impuestos, abajo los ricos”.
En nuestro país, Venezuela, elegimos por la vía democrática a un déspota militarista que voceaba similar consigna; mutatis mutandi, otro Napoleon III, en nuestro caso, tropical y caribeño, cuya noción y práctica de la democracia no es la liberal moderna, sino la putinista.
La conducta chavista en el gobierno es putinismo puro, casi un calco de éste. Son dos gobiernos autoritarios, corruptos y mafiosos al frente de petroestados, que explotan la ideología nacionalista. Chávez y Putin, sin duda, han sido dos déspotas electos.
Putin, recientemente, se paseó por nuestro patio. ¿Desafío a EEUU? Quizás no tenga la suficiente fuerza para imponer algún curso a los acontecimientos en el hemisferio americano. Sin embargo, hay gobiernos de la región que le tienden la alfombra, buscando contrarrestar y/o irritar a EEUU, a cuenta de una política de multipolaridad.
Rusia viene siendo sancionada por Europa y EEUU como consecuencia de sus intervenciones-anexiones en Europa oriental.
¿Está aprovechando el zar Putin la poca atención de EEUU a Latinoamérica para consolidar una cabeza de playa en nuestro patio? El tiempo lo dirá. Los tiranos, electos o no, se juntan. La geopolítica se mueve. ¿Se está prestando a esa estrategia que viene de lejos el gobierno venezolano?

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV


  

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