miércoles, 13 de febrero de 2019


              EL VATICANO Y LA CRISIS VENEZOLANA




                                            

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Contra Jorge Bergoglio, el papa Francisco, se ha desatado un rechazo y agria condena en Venezuela y otros países, por la posición presuntamente neutral que habría asumido como cabeza del Vaticano respecto de la crisis de este país.

Se le acusa de ponerse al lado de la tiranía venezolana al no tomar partido de manera inequívoca por los que combaten al régimen político opresor. No pocos le han echado en cara las palabras que el clérigo sudafricano Desmond Tutu habría dicho acerca de que mantenerse en la neutralidad frente a la injusticia, es escoger del lado del opresor. Hasta se le llama, erróneamente a mi juicio, comunista.

Creo, sin embargo, que se exagera.

No comparto con Bergoglio algunas de sus opiniones sobre el tema económico, para mi tiene un pensamiento anacrónico. Y en lo religioso no me meto porque desde mi agnosticismo, esos debates no me entusiasman mucho. 

Pero más allá de la situación concreta venezolana, del pensamiento político-ideológico de Francisco, de su talante jesuítico (Ver mi artículo “Bergoglio, el bolchevique”) y de su particular carácter personal, él forma parte de una institución milenaria que se ha conducido de cara a múltiples situaciones históricas, políticas y de distinta naturaleza, no siempre desde una perspectiva estrictamente religiosa o moral. Con la política, sobre todo europea, la iglesia católica ha tenido que ver por muchos siglos.  Los asuntos de Dios y del Poder siempre estuvieron mezclados. 

Para bien o para mal, el papado tiene su historia, y en muchos casos, no muy santa. Y esto hay que rememorarlo a pesar de que a algunos “católicos, apostólicos y romanos” no les resulte simpático tal recordatorio. 
El Vaticano ha tenido que aliarse, adaptarse o enfrentarse al poder político, y para ello ha debido proceder políticamente. Y el caso venezolano actual no va a ser la excepción.  
De allí que valorar su posición frente al tema de Venezuela, en particular, la declaración emitida por el cardenal Parolin de que se quiere ser “neutral positivo” en esta crisis, haya que verla desde aquella tradición de siglos y no solo desde el ángulo de la religión.
No obstante, resulta oportuno evocar la primera vez que un papa habló en la Asamblea de las Naciones Unidas. Fue en Octubre de 1965, y allí Paulo VI anunciaba solemnemente la voluntad pontificia de cooperar al establecimiento de una comunidad internacional en la que el Vaticano debía ser un mediador internacional. Se iniciaba así un nuevo curso en la diplomacia vaticana, con una óptica distinta, aunque la institución mantenía sus “alianzas” con algunas potencias mundiales. 
Con la llegada de Bergoglio al pontificado, según Thomas Tanasse, un reconocido historiador europeo especializado en el papado, se comienza a producir “un redespliegue mundial de una iglesia católica cada vez más extra-europea”. Lo cual significa que ella se globaliza aceleradamente más allá de su entorno original; se habría ido ahora más al Sur, con alguien que tiene otra procedencia geográfica, que conoce más de cerca los problemas de otras latitudes, con una visión menos conservadora.

Es un papa que viene de un mundo en el que se vive el catolicismo de otra manera, con ciertas peculiaridades. También es un cura crítico del liberalismo capitalista, a diferencia de otros. Podríamos decir que en ciertos asuntos es izquierdoso. La Evangelii Gaudium (2013) es prueba fehaciente de eso.

Bergoglio se ha abierto a relaciones internacionales y diplomáticas no sólo en el campo religioso, frente a otras creencias. Ha tomado posiciones ante problemas como el muy grave de las migraciones hacia Europa, lo cual le ha enfrentado a países mayoritariamente católicos (Hungría, Polonia, por ejemplo), sin mencionar el problema al interior de la Iglesia respecto de los abusos sexuales. 

Yo entiendo que de cara a nuestra situación específica, el Vaticano ha optado por permanecer “neutral” para que en caso de que lo llamen a mediar, tenga la autoridad moral como tal y no ser acusado de partidario de un sector. Como sabemos, todo mediador debe ser un sujeto que debe mantener la equidistancia entre dos partes enfrentadas, aunque en el fondo tenga sus simpatías por una de ellas. De allí que ésa sea su apuesta en este asunto.    

Si el Vaticano toma partido, automáticamente queda descalificado para ejercer aquel rol. 
¿Los creyentes católicos venezolanos que lo critican hoy quieren que el papa asuma sin ambages el lado de las fuerzas democráticas venezolanas y no contribuya a buscar salidas negociadas?  ¿Prefieren los creyentes que el papa no se inmiscuya en estos problemas y se retire a los menesteres propios de su fe?  

¿Es eso lo que quieren los que lo atacan mediante declaraciones, artículos y por las redes? Si esto es así, entonces urge conseguir otro mediador, porque si aspiramos a salir de la calamidad que nos agobia de forma pacífica, al fin del camino, vamos a tener que negociar, y en estas situaciones los mediadores son importantes. ¿Cuáles serían los más adecuados candidatos a mediador entonces? Si los tenemos, habrá que proponerlos sin dilación, si no se admite a la Iglesia de Roma. 

Obviamente, la mediación se impone sólo si creemos y queremos que la crisis se solucione de manera incruenta. De lo contrario, ya se sabe cómo se resuelven estos problemas.  

Pero lo que si queda claro es que el Estado Vaticano, históricamente, ha mostrado que tiene sus intereses, políticas, formas, motivaciones, conveniencias, ritmos y posiciones, que no siempre coinciden con las posturas morales o políticas que puedan sostener sus feligreses en el mundo, o en un caso concreto, como es la crisis venezolana. 


EMILIO NOUEL V.



PD: Se ha conocido después de escribir las líneas anteriores que Francisco envió una carta a Maduro, en la que no se dirige a él como presidente y le reprocha no haber cumplido con su palabra en anterior ocasión de diálogo/negociación. ¿Qué aporta ese hecho al análisis? El lector tiene la palabra.  


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