martes, 29 de noviembre de 2011


LA CELAC O LA MANÍA REFUNDACIONISTA


La desnuda y escueta verdad es que EEUU necesita de América Latina y América Latina necesita de EEUU”.
Rómulo Betancourt


En estos días que corren se está suscribiendo en Caracas el documento constitutivo de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que fue acordada en la XXI Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo de 2010.

                 

32 presidentes del hemisferio nos visitan con motivo de ese evento, aunque la prensa de esos países, con la excepción de la oficial venezolana, ha mostrado poco interés por esta reunión en los días previos.  ¿Qué importancia real conceden los presidentes a la concreción de ese nuevo ente interestatal, supuestamente de integración, más allá del verbo grandilocuente?
Es más que sabido que la estructura institucional de relaciones políticas y económicas del último siglo en nuestro continente se ha ido tejiendo a partir de organizaciones diversas, como la OEA, CEPAL, el TIAR, el BID, el SELA, el Grupo de Río y los regímenes de integración económica, entre otras.
Todas ellas, en el fondo, han tenido como propósito consolidar el hemisferio como un bloque cooperativo frente al resto del planeta, dados los lazos históricos de amistad y comercio, manteniendo, obviamente, las peculiaridades de cada país.
En este largo camino, entre las “dos Américas” se han cruzado los desencuentros, incomprensiones y conflictos, sobre todo, porque en esta región está la potencia más grande, envidiada, admirada y cuestionada del orbe, cuya hegemonía vive un proceso menguante y paulatino que durará algunas décadas, sin que eso signifique su derrumbe como gran nación que es.
En la naciente CELAC, un rasgo primero a resaltar por incomprensible, es que es una organización que excluye a EEUU y CANADÁ, dos países que forman parte del hemisferio, y con los cuales se han tenido por siglos relaciones político-económicas  estrechas.
La idea de este nuevo invento latinoamericano no tiene otra explicación, a mi juicio, que ese prurito anacrónico que hoy ya no tiene sentido en un mundo amplia y profundamente interdependiente, de una supuesta identidad exclusiva o de unos presuntos intereses comunes que la historia, los valores o la etnia latinoamericana nos impondrían, y los cuales nos enfrentan a los de EEUU o CANADÁ, países que se presumen adversarios o ajenos a nosotros. Como si los problemas y las soluciones del mundo actual no trascendieran las fronteras, distancias, economías, lenguas, razas, religiones y tradiciones, y se pudieran asumir desde la “parroquia”, en este caso, “latinoamericana y del Caribe”. Como si esos dos países no fueran nuestros socios comerciales, y allí no vivieran millones de familias originarias de Latinoamérica. En fin, como si no nos necesitáramos.
Me temo que la CELAC, por otro lado, y principalmente, es una expresión más de la manía refundacionista – ¡el eterno retorno¡- de que adolecemos por estos pagos. No hemos terminado de consolidar o perfeccionar las organizaciones existentes, cuando ya creamos una nueva, con otra denominación, que se superpone a las anteriores, entrando en colisión de objetivos y competencias, redoblando o triplicando esfuerzos y consumiendo recursos que necesitamos para fines mejores. Es una suerte de “fuite en avant” permanente, que pretende enmascarar sin éxito nuestros fracasos; que evidencia la inconstancia y nos da una falsa sensación de progreso.
Sobre el objetivo de esta organización hemos leído y oído de parte de gobernantes interpretaciones incongruentes. Unos, los resentidos históricos, la ven como un ariete contra EEUU, y otros, los realistas y pragmáticos, la conciben como una instancia intergubernamental latinoamericana más que no pretende enfrentar a nadie. Unos la ven como instancia política (geopolítica) y otros la ubican en el campo de la integración futura.
Lo cierto es que no sabemos de manera transparente qué se busca con CELAC, que otras organizaciones vigentes no tendrían. ¿Qué sentido tiene crear una nueva organización cuando existen otras que a pesar de sus imperfecciones pueden ser mejoradas?
Con seguridad veremos en esta reunión de Caracas una retórica desbordada e inflamada de nacionalismo latinoamericano. En el altar de la “Patria Grande” se harán las ofrendas de rigor,  y ¡ay del que no se anote en el ritual¡ Golpes de pecho y nuevas promesas de unión y de integración férreas no faltarán en los discursos. Evocaremos a Bolívar, San Martín y Tiradentes. A Tupac Amaru, Lautaro y a Guaicaipuro. A Martí, Rodó y Vasconcelos. ¡Ahora sí será alcanzada la ensoñación bolivariana¡
Pero lo concreto, lo eficaz, lo pragmático, los mecanismos reales que efectivamente traerían bienestar a las mayorías irredentas de nuestros países, estoy seguro, pasarán al segundo o tercer plano, como siempre ocurre.
Y en medio de los vapores hipnotizantes de la hermandad reencontrada y traicionada tantas veces, callaremos antes las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, Cuba, Nicaragua y Ecuador. Voltearemos hacia otro lado, al ver el irrespeto cotidiano y perverso del Estado de derecho en el país anfitrión. El realismo pérfido del que una vez habló Octavio Paz seguirá en vigor.
¿Qué hará la CELAC para evitar que las autocracias militaristas de nuevo se enseñoreen en nuestra región?
Tienen la palabra los 32 presidentes visitantes.

Emilio Nouel V.

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