lunes, 6 de septiembre de 2010

DE DEMÓCRATAS, INTOLERANTES Y ANTICOMUNISTAS

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con

disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

Por sus frutos los conoceréis. Un árbol bueno no

puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos”. (Mateo 7.)

Las opiniones no son todas respetables. Si así hubiese sido, la humanidad no habría podido avanzar ni un solo paso. No se pueden respetar las ideas totalitarias, xenófobas, racistas, excluyentes, que violen los elementales derechos humanos. (…) si se trata de ideas, hay que saber pararse frente a aquellas que son peligrosas. ¿Qué respeto merecen las ideas tras las que se parapetan los terroristas de distintos signos? ¿Cómo dejar de repudiar el asesinato, las bombas a mansalva que reivindican los nacionalismos excluyentes? ¿Cómo aceptar que bajo la excusa de la identidad cultural se practique la mutilación del clítoris a millones de niñas? (Fernando Savater)

He querido encabezar este artículo con las dos citas anteriores, toda vez que me dan pie para comentar la forma inadecuada y la errada conceptualización que se hace de las discusiones y debates que tienen lugar a diario en diversos escenarios y medios. Y éste, aunque no parezca, es un tema de no poca relevancia en el ambiente político de nuestro país, sobre todo, en estos tiempos que corren.

Por lo general, cuando se contrastan ideas en estos entornos de crispación política, nos encontramos con que algunas personas cuyos planteamientos son contestados, reaccionan desmedidamente acusando a sus contradictores, de intolerantes.

Es verdad, estos cuestionamientos pueden ser duros a veces, pero mayormente van dirigidos a las ideas, pero no es raro toparse con epidermis muy sensibles, a las que les molesta sobremanera que los contradigan.

No me estoy refiriendo particularmente a los que utilizan el argumento por razones de conveniencia política o por simple demagogia, cuyo objetivo es quedar bien con el público de galería. No aludo tampoco a los que no quieren discutir con nadie, o no se atreven, a veces por cobardía, otras, por manera de ser, a contradecir a persona alguna. Todos tienen derecho a comportarse así, y no soy de los que le niegue tan sagrado derecho.

A lo que no pueden aspirar ni unos ni otros, es a que los demás se queden callados y no les critiquen sus opiniones. Y mucho menos aquellos que defienden ideas que no son respetables, como es el caso de las que justifican regímenes políticos, caracterizados por la intolerancia, el autoritarismo o el fundamentalismo religioso.

Frente a uno que defiende ideas comunistas o fascistas, no estamos obligados a decirle: “Yo respeto tus ideas”; simplemente, porque no son respetables, como dice el filósofo español Savater. Es a las personas, en tanto que seres humanos, a las que uno debe respetar, pero a sus ideas, cuando el contenido es el mencionado, de ninguna manera.

Por otro lado, y sobre el tema de la intolerancia, debe decirse que no implica, como algunos creen, ausencia de debate, incluso si éste es áspero. Intolerancia es no reconocerle al otro su derecho a expresarse. Intolerancia es impedir por la vía de la fuerza o por leyes ilegítimas el ejercicio de los derechos a opinar, a reunión, a optar por cargos públicos, entre otros. Se equivocan aquellos que consideran intolerancia el que le contesten sus ideas.

Y aquí arribamos a la otra acusación que hacen algunos izquierdistas o ex izquierdistas en relación con el término “anticomunista”, el cual ellos han demonizado o identifican con la extrema derecha. Ser anticomunista significaría ser de la CIA, pertenecer a movimientos como aquel que llamaban Tradición, Familia y Propiedad, o a la John Birch Society.

A estos izquierdistas, les cuesta abjurar de la idea comunista. Para algunos, el comunismo sería bueno en teoría y quienes lo impulsan estarían movidos por razones loables de justicia social; de allí que no se deba arremeter contra esa idea, y que lo que pasa es que no ha sido aplicada como se debe. Así, el anticomunista representaría lo más retrógrado, la reacción, todo lo contrario al progreso, sin mencionar otras lindezas de epítetos de la amplia prosapia izquierdista.

A mi juicio, se puede ser anticomunista y no necesariamente ser un conservador irracional, oscurantista, ni opuesto al progreso o a ideas sociales y políticas modernas.

De modo pues que podemos legítimamente preguntarnos: ¿Cómo pueden ser respetables las ideas de alguien que quiere implantar el comunismo en Venezuela, cuando sabemos hasta la saciedad lo que fueron esos sistemas políticos en términos de horror y miseria? No hay experiencia revolucionaria política en el mundo en la que los comunistas no hayan producido el mismo resultado desastroso. En todos, con variantes, las ideas centrales de Marx se han puesto en práctica. ¿Como no ser anticomunista al ver las monstruosidades que cometieron los que se reclamaban de la ideología marxista y/o marxista-leninista en la extinta Unión Soviética, Alemania Oriental, China, Camboya, Corea del Norte o Cuba?

Como demócratas, no podemos permanecer impávidos ante ideas que conducen necesariamente a imponernos un régimen bárbaro como ése. Tenemos que combatir y contestar con firmeza esas ideas nefastas para la humanidad, debatiéndolas, refutándolas.

Los demócratas que enarbolamos las ideas de libertad, que luchamos por instaurar un verdadero Estado de derecho, con equilibrio de poderes, que perseguimos el bienestar económico de nuestras sociedades con igualdad de oportunidades de desarrollo para todos sin excepción, estamos en contra del colectivismo marxista o comunismo; por eso somos anticomunistas.

EMILIO NOUEL V.

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