Con ocasión de la visita que realiza Nicolás Maduro a Rusia, el tema que nos ocupa en estas líneas no podría ser más pertinente.
En varias ocasiones, he escrito
sobre la existencia, a mi juicio, de una suerte de “internacional” que he denominado “Corruptos sin fronteras”, cuyos miembros, gobernantes y sus
testaferros, se apoyan y protegen mutuamente.
He querido llamar la atención
sobre este fenómeno político-económico-delictivo que trasciende los límites
territoriales de los países, pero que guarda una cierta organicidad, por los
múltiples lazos que unen a los distintos actores mundiales que allí operan.
Los linderos entre la política y
el delito se han ido desdibujando cada vez más, teniendo que cargar la primera
con un desprestigio muchas veces injusto.
El venezolano Moisés Naím
escribió hace algunos años un valioso y bien documentado libro, “Ilícito”, en el que, entre otros
asuntos, subraya precisamente los vínculos crecientes entre el mundo criminal y
la política.
Como país de ingentes recursos
petroleros, Venezuela no ha escapado a la acción de grupos que actúan como
mafias alrededor del poder y de los negocios que se derivan de éste.
En el ámbito internacional, el
ruso Vladimir Putin y su grupo “El Lago”
son el ejemplo más visible de este tipo de mafias en los tiempos que
corren.
La trayectoria meteórica de esta
camarilla hacia la toma del poder político total y el apoderamiento de miles de millones de dólares ha sido una sola operación
simultánea. Nunca habría tenido tanta razón Lord Acton, como en esta saga de
corrupción completa y redonda.
Gobiernan a su antojo y son
inmensamente ricos. Manejan las empresas más importantes del Estado y del
sector privado. Casi el 25 % del PIB ruso está en sus manos.
Sólo un puñado de hombres de Volodia Putin controlan
todos los puestos claves del poder político y de la economía (Sechin, Shuvalov, Zubkov, Gref, Timchenko, Abramovich, Yakunin, Kovalchuk, Fursenko,
Medvedev, Miller, Arkadi y Boris Rottemberg, Tokarev, Chemezov): gas, petróleo, medios de comunicación,
construcción, industria de armas y el sistema financiero. Así, además del
gobierno, dominan Gazprom (gas), el Banco de Rusia, Gazprom Bank, Rosneft (petróleo), Rusal (aluminio), Gunvor
(comercializadora de petróleo), Novatek (gas), Transneft (oleoductos),
Rosteknologi (tecnología, defensa), Canal NTV, radio Eco Moscú, el periódico
Izvestia y el equipo de futbol Chelsea, por sólo mencionar las más importantes
empresas.
Todos estos hombres forman parte
del grupo El Lago, que así se llama por el lago Komsomolsky, a cuyas orillas han construido grandes mansiones y se
suelen reunir. Todos, amigos de “Volodia”; de la infancia unos, pero en
su mayoría, excompañeros de la tenebrosa KGB.
De modo pues, que la de este
gobierno, es hoy la máxima expresión de corrupción política, modus operandi que
se reproduce en algunos países, como Argentina o Venezuela, cada uno con sus
matices propios, pero con iguales resultados letales.
En nuestra atribulada Venezuela, una
muy similar relación perversa de poder y economía la hemos venido observando en
los últimos años. No queremos decir que antes el fenómeno no se haya dado entre
nosotros.
Sin embargo, lo que en nuestro
caso sí resultan nuevos son las formas, dimensiones y los vínculos externos que
está exhibiendo el fenómeno en Venezuela, sobre todo, con un poder autoritario de
vocación totalitaria como el que padecemos.
Personajes oscuros e
inescrupulosos, cuyas credenciales más importantes son las de haber pertenecido
al sector militar o estar relacionado con éste, ligados con grupos radicales
violentos y terroristas, el narcotráfico, el contrabando, lavado de dinero y otros delitos, están al frente o tienen sus
fichas en muchas oficinas públicas, con capacidad para obtener negocios
ilegalmente, mediante el tráfico de influencias y el peculado.
Y esto lo saben quienes desde
dentro del chavismo decente empiezan a ver que la podredumbre se extiende y
amenaza con barrerlos a todos ellos, justos
por pecadores.
En torno a PDVSA, las finanzas
públicas, el negocio de los seguros colectivos, las compras de alimentos, la
construcción de grandes obras, la aduanas, las empresas del Estado y el
narcotráfico, se ha construido una armazón de relaciones a cuya cabeza está un estado
mayor de forajidos cívico-militares, carentes de todo escrúpulo a la hora de
hacerse con los dineros públicos y cometer todo tipo de tropelías.
Los “Volodias” mafiosos criollos son conocidos por todos. Son amigos del
Volodia ruso y se identifican en el modus operandi. Están muchos al frente de
Ministerios, empresas públicas y en el parlamento, aparecen en la “Lista
Clinton”, y sus fortunas súbitas, vidas dispendiosas y extravagancias de nuevo
ricos, son notorias.
Es posible combatir y reducir
esta grave calamidad que nos afecta a todos, especialmente, a los más pobres.
En nuestro país, es un problema adicional al político de fondo. El poder y su
brazo económico están hoy al servicio de una camarilla política corrompida,
como en la Rusia que visita el inefable Maduro.
La ardua lucha que nos
corresponde no es solamente contra una corrupción extendida como nunca, es también contra el
autoritarismo militar de vocación totalitaria, que persigue erradicar todo
vestigio de democracia y de libertad.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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