viernes, 17 de abril de 2020


¿SE ACABÓ LA GLOBALIZACIÓN?



Emilio Nouel V.


La excepcional crisis global que enfrenta la humanidad hoy ha generado afirmaciones tan variadas y polémicas como también, a mi juicio, un tanto apresuradas.

Sin duda, es muy cuesta arriba negar lo inusitado y turbador que todo el desarrollo de la pandemia del covid-19 muestra, así como las secuelas que preanuncia en muchos órdenes de la vida.

Y aun cuando es obligante reflexionar profundamente sobre las circunstancias inéditas de aquella, luce precipitado adelantarse a los acontecimientos y sentenciar de una vez y para siempre sobre el alcance y la naturaleza de los cambios que se asoman.

¿Tienen razón los que anuncian con tono dramático, cuando no, casi apocalípticos, que el mundo que hemos conocido hasta hace poco está desapareciendo y que nos adentramos en otro con rasgos sustancialmente diferentes, desconocidos?

¿Con la crisis del coronavirus la humanidad está dando un salto cualitativo esencial? ¿Será el ser humano, en lo sucesivo, otro?

¿O se trata más bien de un acontecimiento novedoso al que la humanidad dará respuesta como en otras ocasiones históricas, asimilando, obviamente, la experiencia, pero manteniendo su naturaleza esencial?

¿Se canceló lo que conocemos como globalización?

Estas y otras interrogantes nos asaltan hoy, y no hay respuestas fáciles ni concluyentes.

Así, leemos que el muy conocido catedrático y filósofo político británico, John Gray, afirma terminante: “La era del apogeo de la globalización ha llegado a su fin. Un sistema económico basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento se está transformando en otro menos interconectado, y un modo de vida impulsado por la movilidad incesante tiembla y se detiene. Está naciendo un mundo más fragmentado”.

¿No será esto que señala Gray más bien, coyuntural, que una vez retomada la actividad las cosas volverán a su cauce, con los cambios que imponga la necesaria adecuación, producto de la experiencia vivida?

¿No estaba ya el mundo, en ciertos aspectos, fragmentado?

La interdependencia global configurada durante muchos siglos ha vivido épocas de ralentización, de retraimiento, por razones políticas,  económicas o de otra naturaleza. Pero el curso que ha seguido no ha parado totalmente. Las múltiples e intensas conexiones entre países, pueblos y regiones han continuado de manera sostenida gracias a los avances constantes de la tecnología y los transportes, y no hay nada que nos haga pensar que no seguirá siendo así.

Las distintas dimensiones de la globalización muestran cómo son de profundos los lazos en el planeta. ¿Quién puede negar que su dimensión física nos interrelaciona a todos sin excepción, querámoslo o no? ¿Que los problemas ambientales nos globalizan, nos colocan en un entorno compartido, en el que las distancias se han ido borrando?

El calentamiento global es un asunto de toda la humanidad, de allí que su alivio nos concierna a todos y exija acuerdos y cooperación entre las naciones.

Ni hablar de la globalización económica-financiera-comercial, cuyos aspectos positivos y los que no, también nos compelen a interconectarnos y ponernos de acuerdo para afrontar variopintos y complejos temas que aquella trae consigo.

Las facetas social, tecnológica y cultural de la interdependencia son realidades de las que es imposible sustraerse en el mundo de hoy.  Las migraciones permanentes, vivir en tiempo real lo que sucede a miles de kilómetros de nuestro hogar y la comunicación e intercambio de valores, modos de pensar, costumbres y modas, son hechos que van a seguir su curso, más allá de interrupciones coyunturales.

La porosidad de las sociedades que conforman la gran sociedad mundial es ya imposible de taponar, independientemente de retraimientos temporales motivados por crisis puntuales, por muy graves que sean. 

Que hoy encontremos fenómenos políticos de rechazo a ese mundo globalizado incierto y complejo, cosa que, por lo demás, no es nueva, no significa una reversión total de un proceso que viene de lejos y que ya es ineluctable, improbable de parar. Habrá adaptación, dura y costosa, es verdad, pero la habrá.

Lo que sí pareciera una evidencia aun no concluyente del todo, es que  experiencias como la del covid-19 vaya a cambiar las formas de las relaciones en el ámbito internacional, particularmente, en cuanto a niveles mayores de cooperación, coordinación y solidaridad, un acercamiento mayor de países y organizaciones internacionales que busquen preservar en lo posible la supervivencia futura.

Algunos hablan de una oportunidad para que el multilateralismo se refuerce, a pesar del resurgimiento reciente de conductas aislacionistas y proteccionistas en lo comercial, propias de nacionalismos trasnochados, de la ignorancia y/o de incomprensiones de las realidades.

Si hay algo para desear, visto lo visto, es que los líderes mundiales busquen integrarse y cooperar más. Los desafíos actuales y los de la post-pandemia exigirán trabajo mancomunado. Las realidades universales han ido imponiendo por la vía de los hechos un ritmo convergente e ineludible en todas las facetas de la vida humana.

No es nada fácil poner de acuerdo a todos respecto de los distintos asuntos en que nos vemos envueltos de manera global. Cada quien tiene sus visiones, intereses y preferencias, sin hablar de las ideologías demenciales que pululan en el mundo y con las que resulta casi improbable, en general, consensuar.

No obstante, en el mundo democrático, de raíces occidentales o no, en el que las libertades y el respeto de los DDHH son norma aceptada y acatada, quizás sea más fácil concertar acuerdos básicos de cara a ese mundo atiborrado de complicaciones e inseguridades que ha ido progresivamente cambiando y seguirá transformándose, sin dejar de estar interconectado, ampliando cada día que pasa, su porosidad en todos los campos del quehacer humano, y a pesar de los recogimientos transitorios. 

Si nos atenemos a la historia, lo que conocemos como globalización, a mi juicio,  proseguirá su itinerario secular, con sus altibajos, frenos parciales y vueltas a empezar. Con sus problemas, desencuentros políticos y económicos, pero también con sus cambios, adaptaciones y soluciones.

La pandemia actual ha subrayado la necesidad de la ineludible concertación entre los gobiernos del mundo.

El covid-19 se superará y quedará la lección, el escarmiento y el aprendizaje. 

         


jueves, 9 de abril de 2020

MOISÉS NAIM: "En esta crisis ha habido muchos charlatanes irresponsables"
Cristián Pizarro Allard entrevista para El Mercurio 
El diagnóstico de este reconocido economista y analista internacional venezolano es categórico: desdramatiza la responsabilidad de China en esta crisis, pero sí enfoca sus críticas a los países occidentales que se han tomado la pandemia con liviandad. Advierte acerca de las graves consecuencias económicas y los efectos políticos que todo esto puede tener en América Latina, en términos de tentaciones populistas y autoritarias, y prevé que luego de todo esto “habrá que reconstruir el capitalismo”.
Moisés Naim fue ministro de Industria y Comercio de Venezuela “durante la demo- cracia”, como se encarga de precisar, y además director ejecutivo del Banco Mundial. En la actualidad, reside en Washington, en donde se desempeña como distinguished fellow del think tank Carnegie Endowment. Autor de numerosos libros y asiduo columnista en la prensa mundial, en estos días revisa el manuscrito final de su nuevo libro, “La revancha del poder”, donde explica los procesos de concentración que vive este en el “convulsionado siglo XXI”.
Pregunta: ¿Se encuentra usted entre aquellos que sostienen que el régimen chino es el responsable de la expansión del coronavirus por el mundo? En estas mismas páginas, el académico Guy Sorman ha sostenido esa tesis, por lo que se ha trenzado en una polémica con el embajador de la nación asiática en Chile.
Repuesta: Tanto como los Estados Unidos fueron los responsables de la crisis financiera del 2007-2009. Sobre eso, los paralelos son evidentes. Sin embargo, más allá de aquello, me parece poco útil andar buscando responsables. Hoy son las acciones políticas internacionales de cooperación las que deben primar. El aislamiento está funcionando muy bien a nivel individual para contener la dispersión de la epidemia, pero el distanciamiento no funciona entre países. En estos momentos lo que necesitamos es que los países, especialmente en el área económica, se acerquen más, se coordinen más, sincronicen más sus acciones.
—¿Pero no le parece que el ocultamiento de información del que se acusa al régimen chino y la falta de transparencia informativa con que han manejado el tema sí constituyen aspectos que el resto del mundo legítimamente puede recriminarles y pedirles cuenta?
—Sí, no lo dudo, pero tampoco veo claramente cuáles son las consecuencias prácticas de eso. La duda y la desconfianza hacia China no es algo nuevo. El sentimiento antichino viene en muchos países de Occidente desde hace tiempo, la acusación de que roban propiedad intelectual, que copian productos y tecnologías, que son una sociedad policial, no son nuevas. No son producto del coronavirus. Quiero decir que hay una larga lista de objeciones, muchas muy legítimas, y de críticas al gobierno chino. Y bueno, aquí la alternativa es seguirlas profundizando en aquello o buscar la manera de usar lo que los chinos puedan aportar para buscar una solución hacia adelante.
— ¿Y advierte que esta crisis pueda tener consecuencias al interior de China?
—Creo que ya las está teniendo. El régimen se sintió sorprendido, y dado que es autoritario y centralizado, ese tipo de cosas no le gustan. Creo que hay mucho de lo que está pasando internamente en China que no sabemos y que está siendo escondido. Presumo que debe haber mucha conmoción social no detectada por nosotros. De allí a suponer que esta turbulencia vaya a generar una caída del actual gobierno, me parece que es una afirmación que en estos momentos no está planteada.
Respuestas de Trump
—Las democracias occidentales han sido, al menos, tardías y en algunos casos francamente ineficientes en la respuesta al coronavirus. ¿Cómo calificaría en particular lo realizado hasta ahora por la administración Trump?
—Ha sido al menos una posición muy errática. Ha pasado de un discurso inicial muy desdeñoso y de menosprecio ante la gravedad de la pandemia. Llegó a decir que era pasajero, que desaparecería en abril, hasta ahora, que ha cambiado al darse cuenta de los efectos devastadores que está te- niendo entre la población.
— ¿A qué atribuye usted esa actitud hasta cierto punto frívola por parte del gobierno del país más poderoso del planeta?
—Una de las características más fuertes del populismo que hemos visto en los últimos tiempos es el desprecio por los expertos y por los científicos. Es la idea de que estos líderes están ungidos por un cierto conocimiento intensivo y profundo que supera a cualquier conocimiento especializado. Se basan en el sentimiento, la emoción y la intuición de sus conductores políticos como si eso bastara. Es algo de verdad muy peligroso, ya que cuando no tienes cerca a los que saben te quedas en el mundo de los charlatanes. Y esta característica que notamos en Trump también la comparte, a su manera, López Obrador y Bolsonaro. En esta crisis ha habido charlatanes irresponsables, y clara- mente ellos tres están dentro de esa lista.
—Lo que pasa en EEUU, ¿tendrá consecuencias electorales en noviembre?
—En política cada vez es más difícil pronosticar. Para responder bien a su pregunta, habrá que ver cómo estará la situación de es- ta pandemia en ese momento. Aquí será clave el número de víctimas fatales y de contagiados a los que se llegue. Pero entre los asuntos más determinantes estará la situación económica, cómo está la catástrofe de salud, cuántos contagiados y desempleados hay. La semana pasada, el Congreso de los EE.UU. aprobó el paquete de medidas económicas de socorro y de ayuda más grande en la historia de la humanidad, pero entonces hoy ya están apareciendo las dificultades de cómo se les hace llegar esa ayuda a quienes lo necesitan. Si eso no se hace bien, se producirá una ola de bancarrota, con las que este extraordinario monto de 2,2 billones de dólares no tenga las consecuencias para las cuales fue aprobado.
—Sin embargo, recientes encuestas apoyan la forma en que Trump está conduciendo la crisis. ¿Cómo se explica eso?
—No me atrevo a hacer un juicio, porque si bien Trump nos sorprende con sus cosas, lo que nos sorprenden aún más son los seguidores de Trump. Un 48% de los encuestados recientemente considera que el Presidente lo está haciendo bien ante esta crisis. Los expertos dicen que esto siempre ocurre cuando hay una catástrofe nacional. Aquí hay una sensación de que este 48% debe tener una componente de su base permanente, un grupo de votantes que lo respalda independientemente de lo que él haga, más otro número de votantes en este caso que están unificándose alrededor del país. Entonces hay un sentimiento nacionalista que lo puede estar ayudando. Pero no sabemos cuánto va a durar, más aún si las noticias muestran cómo se siguen amontonando los cadáveres, cómo en algunas partes están desbordados los sistemas de salud, el desabastecimiento de materiales médicos necesarios, y ante ese panorama resultará muy difícil mantener la idea de que Trump ha manejado bien la crisis.
-¿No le parece sintomático e incluso decidor que el principal problema de naturaleza realmente global que enfrenta el mundo en los últimos 50 años no sea un asunto cuyas soluciones lo esté liderando EE.UU.? ¿No es acaso una cierta demostración del “declinar americano”?
—El declinar de Estados Unidos se ha venido acelerando en los últimos años, pero no debido a que sus rivales estén en ascenso, sino a que Trump deliberadamente ha cedido espacios de influencia geopolítica. Y una vez que sale, esos espacios fueron ocupados por China, Rusia y por otros. Entonces, ha habido una declinación en la influencia geopolítica de EE.UU. Trump decidió sacar a su país de todos los acuerdos internacionales más relevantes y volcarse hacia el interior de su país. Y es lo que estamos viendo ahora. Lo anterior será muy complejo de cara a las secuelas económicas de la crisis sanitaria, las que van a necesitar de coordinación y aliados internacionales. Y esos son aliados a los que Trump sistemáticamente ha ofendido, desdeñado, insultado. Ahora tendrá que buscarlos y ver cómo se coordina con ellos.
Los efectos sobre América Latina
—En América Latina, ¿cómo ha visto las reacciones de los diferentes países?
—En la región hay diferentes realidades. Existen países que lo están haciendo muy bien frente a este virus, como es el caso de Guatemala, donde el nuevo Presidente ha tomado medidas acertadas y oportunas, pasando por países como Colombia y Chile que han tenido un comportamiento muy razonable, hasta casos muy críticos como México y Brasil. En estos últimos hemos visto actitudes insólitas y francamente irresponsables. López Obrador dijo que la crisis se enfrenta con unos amuletos que mostró en televisión y diciendo que hay que abrazarse y no alejarse, que todo el mundo debe seguir en el trabajo. A buena hora estos discursos están cambiando. Pero no olvidemos que tanto Trump como Bolsonaro y López Obrador comparten entre sí su condición de gobernantes populistas, aunque de distinto signo. En síntesis, en la región veo más claros a los líderes en general, con las excepciones que mencionó, que a la población. Esta última ha sido descuidada y poco disciplinada en su actuar.
— ¿Advierte con preocupación que Latinoamérica pueda entrar en un período de inestabilidad económica y política como consecuencia de este fenómeno?
—Yo no uso la palabra inestabilidad, sino que grave crisis económica, quizás la más importante de su historia. La gente de Goldman Sachs dice que América Latina está muy expuesta, porque depende mucho de la exportación de sus comodities, que se han caído brutalmente. América Latina está a punto de pegarse contra una pared y, según todos los expertos, va a sufrir la peor recesión de la posguerra.
— ¿Y en el plano político cómo afectará todo esto en el continente?
—Eso siempre viene también aparejado. A mí lo que más me preocupa es que cuando surgen pandemias de este tipo, y se reúne una crisis sanitaria más otra de carácter económico, se genera un caldo de cultivo muy grande para dos cosas. Primero, para la aparición de populistas que prometen lo que no van a cumplir. Pero también aumentan las tentaciones autoritarias. Ya lo acabamos de ver en Europa, donde Orbán, el Primer Ministro de Hungría, ha pasado un decreto que le da potestades especiales que levantan deciviles. En fin, muchos lo han llamado la primera dictadura del covid-19. Entonces, tenemos dos modelos si se quiere, uno es el de Orbán en Hungría y el otro el de Maduro en Venezuela.
—A este respecto, ¿cómo hay que entender las últimas decisiones de EE.UU. frente al régimen de Maduro en medio de esta crisis? ¿Se trata del tiro de gracia que buscaba Trump para lograr su caída?
—Ojalá que sí, pero no parece tan inminente. Lo que sé es que EE.UU. tiene esta táctica de máxima presión sobre Irán y Venezuela. En la semana pasada les pusieron precio a catorce líderes del gobierno venezolano, se presentó una propuesta para la transición en mi país y se ha duplicado la presencia militar en el Caribe para dificultar el tránsito del narcotráfico en aguas cerca de Venezuela. Y eso tiene que ver con la estrategia que los americanos llaman de “la zanahoria y el garrote” ¿Cuál será su destino?, resulta incierto aún.
¿Nuevo capitalismo?
— ¿En qué medida cree que el capitalismo no volverá a ser el mismo después de esta crisis? Hay quienes han sostenido que lo que la crisis subprime no logró modificar sí lo hará el coronavirus.
— Algo de eso ya venía pasando antes de la crisis, y creo que la crisis lo va a acelerar. No pienso por un minuto que el mundo va a tender hacia economías planificadas. Sí, veo que va a haber áreas en las cuales el Estado va a tener un rol más grande que el que tenía en el pasado, sobre todo en EE.UU. Ya en ese país había un debate muy fuerte con respecto a la urgente necesidad de reformar el sistema de salud, y eso sin duda formará parte de los debates para las elecciones en noviembre. El sistema capitalista tiene áreas donde es inevitable que haya correcciones: desigualdad, crashes recurrentes y poder de las grandes empresas. Entonces, cuando hablamos de reconstruir el capitalismo, hay que atender al menos a esas cosas.
—La salida de un tema económico de estas características requerirá de mucha colaboración entre los principales países. ¿Ve que existan las condiciones como para poder configurar algo de este tipo en los próximos meses en el mundo, en atención a las enormes desconfianzas imperantes?
—Sí, porque ya la situación desde el punto de vista económico empieza a exigir que haya coordinación. Le voy a dar unos números muy interesantes. Entre febrero y marzo de este año hubo 5 billones de dólares en estímulos fiscales en todo el mundo, lo que equivale a algo como el 6% del tamaño de la economía mundial y que fue destinado al gasto público. Hubo 65 episodios de recortes de tasas de interés. En 20 países se iniciaron políticas de expansión cuantitativa, de liberalización monetaria. Todo esto lo hicieron sin mucha coordinación, y creo que ya están empezando a entender que el volumen de esto es tal que ningún país, ni siquiera EE.UU. o China, podrá atender solo.
VENEZUELA: LA TRANSICIÓN Y ALGUNOS CABOS SUELTOS



GIULIO CELLINI
LOGCONSULTANCY.COM
Estados Unidos ha formulado un importante planteamiento tendente a lograr el concierto de los actores políticos fundamentales de Venezuela para una transición pacífica y ordenada. Esta ha sido la demanda de occidente desde la realización del falso e improvisado proceso electoral del 20 de mayo de 2018 en el que se proclamó ganador a Nicolás Maduro, dando paso a la tesis de la usurpación que ha sido sostenida por la Asamblea Nacional y la gran mayoría de la sociedad venezolana, con el apoyo de la comunidad de naciones, particularmente desde el 10 de enero de 2019, día en que se inició el nuevo período constitucional presidencial, asumido legítimamente el 23 siguiente por el presidente del parlamento, conforme a las previsiones constitucionales.
La calificación de dictadura es irrefutablemente acertada para el régimen de Maduro desde el desconocimiento a la Asamblea Nacional, su legitimidad emanada del voto popular, sus providencias conforme a las atribuciones que le otorga el texto fundamental y el fuero de sus miembros. Además, la instalación de una fétida constituyente que, erguida en el subterfugio del poder originario que, en realidad, no le fue conferido por los venezolanos, se ha constituido en un parlamento paralelo y en un centro de fusilamiento político. Por fortuna, el mundo ha reaccionado y cada vez con mayor decisión. El nacimiento de la espuria constituyente marcó un antes y después para muchos países, a lo que más adelante se sumaría el ya comentado ejercicio electoral fraudulento del 2018, posterior al cual observamos, inclusive, pronunciamientos de rechazo y desconocimiento por parte de países que usualmente no se pronuncian por nada, bien por razones de prudencia o tradición diplomática o para salvaguardar los más diversos y legítimos intereses.
Sería llover sobre mojado y tampoco constituye el propósito de estos comentarios, hacer profunda alusión a los acontecimientos suficientemente conocidos de Venezuela en 2019, tras la asunción del presidente de la Asamblea Nacional, diputado Juan Guaidó, a la presidencia encargada de la República, en estricto apego a lo que la Constitución establece frente a la ausencia de un presidente electo el día 10 de enero del año en que corresponda el inicio de un nuevo período presidencial. Lo cierto es que, se trata de un hecho inédito en la historia del país suramericano y similar a muy pocos en la experiencia universal. Nunca, como ahora, Venezuela había sido parte de la agenda política de los países más importantes e influyentes del globo, que demandan el fin de la usurpación, a través de o para dar paso, a la realización de elecciones libres que correspondían realizarse en 2018.
La presión en procura de conseguir la entrega del poder, no por caprichos, sino porque así corresponde, ha sido enorme y pesada, liderada a un muy alto nivel por Estados Unidos. Sanciones, presión y gestiones diplomáticas, pronunciamientos, advertencias e, incluso, ofertas para quienes sostienen la usurpación si se hacen a un lado. La dictadura se niega a pesar del ahorcamiento financiero que ha buscado sortear a través del narcotráfico, la explotación de minerales preciosos y otras prácticas ilegales. Se sostiene con el respaldo de Rusia, China y la India en el campo internacional y a nivel interno por el deshonroso abrazo de una Fuerza Armada, cuya oficialidad superior comparte orgullosa las fechorías del régimen mientras abulta sus arcas de forma dantesca.
En medio de la pandemia del COVID-19, Estados Unidos sin abandonar su agenda política con miras a Venezuela ha hecho público, en primer lugar, que el Departamento de Justicia se encuentra tras una decena y media de miembros del régimen venezolano, imputándoles cargos por narcoterrorismo. La lista la encabeza el propio Maduro y le siguen sus ya reconocidos adláteres. Horas luego, el Secretario de Estado Mike Pompeo, hace un planteamiento transicional que comentaremos más adelante y, finalmente, otras horas después, el Presidente Donald Trump, acompañado por el Fiscal General y autoridades militares, anuncia que ha ordenado la «operación antidrogas más grande de occidente» en el Caribe, lo cual, sin querer entrar en el terreno de la especulación, no parece un hecho aislado del anuncio de días antes del Departamento de Justicia.
La propuesta de Pompeo de conformar un Consejo de Estado ad hoc que funja de Poder Ejecutivo, sin ser presidido por Maduro ni Guaidó, y organice elecciones libres en un plazo de 6 a 12 meses, fue acogida de inmediato por la Unión Europea, el Reino Unido de Gran Bretaña y otros países europeos, la gran mayoría de los países de América Latina, entre otros, que ya suman alrededor de 40 naciones, así como la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos. Se trata de un plan bien elaborado, pero que, a nuestro juicio, deja algunos cabos sueltos que impiden, por los momentos, su materialización.
La primera consideración que ha de hacerse es que el Consejo de Estado fue propuesto por la presidencia legítima y la Asamblea Nacional en las jornadas de negociación en Barbados, arbitradas por el Reino de Noruega, a lo que el chavismo se negó, a pesar de que se planteaba in terminis en lo relativo a la presidencia del Consejo en manos ajenas a Guaidó y Maduro. Lo novedoso en este caso, además de que se establecen pasos concretos que sirven de marco para su conformación y funcionamiento, es que Estados Unidos se compromete a levantar las sanciones en la medida en que se cumplan algunos requerimientos, por ejemplo: se levantarán las sanciones a los miembros de la constituyente írrita si ella es disuelta. También serían beneficiarios de igual medida aquellos miembros del gabinete de la usurpación, una vez que el Consejo de Estado conforme un nuevo tren ejecutivo. Las sanciones al gobierno de Venezuela y, en particular, las impuestas al sector petrolero, pasarían a la historia si las fuerzas de seguridad extranjeras son retiradas (salvo que la legítima Asamblea Nacional apruebe su presencia con el quórum de votación requerido constitucionalmente a tal fin). Asimismo, el plan incluye la liberación de los presos políticos, el retorno de los poderes a la Asamblea Nacional, la escogencia de un nuevo Consejo Nacional Electoral y Tribunal Supremo de Justicia, tras lo cual Estados Unidos retiraría las sanciones impuestas a los miembros actuales de esos organismos.
El Consejo de Estado, que surgiría por medio de Ley aprobada por la Asamblea Nacional- pudiendo ampararse para ello en la aplicación directa e inmediata del artículo 333 de la Constitución, como lo hizo en el caso del Estatuto que rige la Transición- estaría compuesto por cinco miembros, cuatro de los cuales serían elegidos por la Asamblea Nacional, dos por cada bando, tomando en consideración que uno de ellos debe ser gobernador en ejercicio. Los cuatro miembros escogerían al quinto, que fungiría como Secretario General del Consejo, o sea, el presidente interino que dirigirá la transición y convocará a comicios presidenciales y parlamentarios, siendo impedido de presentarse como candidato a la primera magistratura.
Esto último busca subsanar el prolegómeno de quién dirigiría la transición, lo cual es, en efecto, un obstáculo para acordarla, pero está lejos de ser el único. A nuestro juicio, hay dos obstáculos clave: la inexistencia de una amenaza verdaderamente creíble y la deficiencia en materia de incentivos y garantías para los miembros del régimen. Algunos consideran que el operativo antidrogas anunciado por Trump podría ser la amenaza creíble que se espera, pero a juzgar por las insolentes declaraciones del régimen subestimando la acción, parece que no es suficiente. En cuanto a los incentivos y garantías, no es poco el compromiso de levantamiento de sanciones que ha hecho Estados Unidos y luce apropiada, aunque disguste a nuestros sentidos, la propuesta similar al formato chileno o nicaragüense, de que permanezca durante la transición, el Alto Mando Militar, incluido el Ministro de la Defensa, así como las autoridades regionales y locales.
El problema mayor se evidencia cuando vamos a algunos casos concretos y nos formulamos preguntas. ¿Es suficiente, por ejemplo, para el Ministro de la Defensa el ofrecimiento de mantenerse en el cargo, cuando está siendo solicitado por la justicia norteamericana, acusado por narcotráfico? ¿Qué incentivos tienen Diosdado Cabello y Tarek El Aissami, en cuyas manos se reúne mucho poder que ha impedido en otros momentos acordar una transición? Si Maduro, como se ha asegurado, en algún momento consideró ceder ¿qué garantías tiene ahora, cuando por su entrega se ofrecen quince millones de dólares? Si bien, como aseguraron los altos oficiales estadounidenses, Maduro podría presentarse a los comicios que convocaría el Consejo de Estado ¿qué pasaría con él una vez que no resulte favorecido electoralmente? Estas son algunas de las interrogantes que quedan como los cabos que no permiten amarrar la transición.
La administración Trump plantea levantar las sanciones del Departamento del Tesoro, pero las causas abiertas con la justicia no son relajables, por lo que, si antes del anuncio del Fiscal Barr era muy difícil la concreción de una transición negociada, entre otras cosas porque algunos miembros del régimen sabían que era poco o nada lo que tenían como incentivos para negociar, ahora lo es aún más. Aquellos que han sido señalados habrán de enfrentarse irremediablemente a sus procesos, en el marco de los cuales, la única esperanza que tienen es ser merecedores de atenuantes en el establecimiento de sus penas. Esto no parece ser suficiente para unos maleantes que aspiran impunidad, manteniendo su negación, por tanto, a lo que constituye el mejor y más sensato escenario para Venezuela y la región: un acuerdo político para que comience la transición ordenada, pacífica y plural a la democracia y la institucionalidad y, con ella, el gran apoyo internacional humanitario, económico, electoral, social, de gobernanza, seguridad y servicios públicos para la resurrección de Venezuela, lo que es parte del compromiso que asume Estados Unidos en su propuesta y, por consiguiente, los países que la han secundado.
Veinte años de saqueo es suficiente, por lo que se impone inexorablemente comenzar a considerar, con seriedad, la transición. Y ella demanda de la dirigencia política profunda madurez y sentido de Estado, ya que no se trata solo de acordarla y llevarla adelante, sino de las garantías necesarias para la instauración definitiva de un régimen democrático estable y duradero, lo que quiere decir, que no se repita la tragedia que azota no solo a los venezolanos, sino a decenas de países, particularmente los vecinos, por las consecuencias de una migración masiva y desordenada. También la idea transicional requiere la comprensión, sacrificio y responsabilidad de la sociedad venezolana, cuyos dolores no acabarían con el mero cese de la usurpación, pero se aliviarían progresivamente en la medida en que ella logre sus cometidos, por lo que resulta imperativo que el proceso inicie en el menor tiempo posible.
Es mucho lo que desde el norte se hace por la democracia venezolana, a pesar de que hay esfuerzos a lo interno de la política estadounidense en procura de que la administración Trump baje la guardia respecto a Caracas. No son pocos los que enarbolan ideas como las del extinto senador, miembro del Comité de Relaciones Exteriores y contrario a las estrategias hacia Vietnam, James William Fulbright, quien en su libro The arrogance of power considera un error las políticas «con fervor misionero» ya que podrían «arrastrar compromisos que, aunque generosos y benevolentes, son tan ambiciosos que exceden incluso la gran capacidad de Estados Unidos«. Afortunadamente, el compromiso se ha demostrado en los días recientes sin vacilaciones y de forma inesperada por el contexto propio de una pandemia.
Es claro que todas las opciones tienen innumerables dificultades que hacen que se perciban, por decir lo menos, lejanas, pero el escenario que está planteado no deja de ser esperanzador por la determinación in crescendo y el liderazgo activo de Estados Unidos de América.



miércoles, 8 de abril de 2020


LA FRAGILIDAD ESENCIAL DE LAS DEMOCRACIAS Y EL COVID-19  




“….a las democracias les resulta más difícil tomar decisiones realmente difíciles”

David Runciman



En estos días fatídicos de pandemia mundial, hay una profusión de opiniones en paralelo de personalidades y analistas, sobre el rol que deben cumplir los gobiernos frente a la grave emergencia que se vive y sus repercusiones en el tejido democrático y la economía.

Ciertamente, ante el gran potencial de expansión global que ha mostrado el covid-19 y el descuido e indolencia que los ciudadanos en general y algunos gobernantes han tenido cara a los riesgos que se corren,  se ha hecho necesaria la adopción no solo disposiciones de carácter económico-financiero excepcionales, sino también medidas  duras restrictivas, limitadoras de las libertades públicas, que en tiempos “normales” pudieran verse como atentados contra las libertades.

Obviamente, los ordenamientos jurídicos contemplan salvedades para este tipo de situaciones delicadas de seguridad colectiva. Sin embargo, siempre pueden darse excesos, y en algunos casos, gobiernos autoritarios pueden aprovecharlas para incrementar su represión sobre los opositores;  de allí que se hable de que las circunstancias actuales pudieran conllevar un quebrantamiento o detrimento descomedido de la democracia. 

En los días que corren, hemos podido leer expresiones variopintas para referirse al asunto.

En un artículo interesante en The Guardian, David Runciman, profesor de la Universidad de Cambridge, habla de que el covid19 no ha suspendido la política, sino que ha revelado la naturaleza del poder, y se pregunta “¿Cómo ejercerán los gobiernos los poderes extraordinarios que les damos? Y ¿Cómo responderemos cuando lo hagan? Y de seguidas afirma, realista, que no se puede eliminar el elemento de arbitrariedad en toda política.

Otros nos recuerdan la frase “democracia vigilada” de Putin, y Ana Palacio, ex ministra de Relaciones Exteriores de España, se pregunta si la democracia liberal sobrevivirá al covid-19.

Y en lo económico, el Financial Times, en su editorial del 3/4/2020, dice: “Los gobiernos deben aceptar un rol más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como una inversión y no como un lastre”.   

Por su parte, el expresidente español, Felipe González, viene de escribir un notable artículo al respecto (“El interés general y el papel del Estado”, El País), en el cual nos dice que “es importante reflexionar sobre dos elementos esenciales de la democracia: la defensa del interés general y la dimensión política qu existe en toda crisis”. Subraya la necesidad del diálogo entre los actores sociales, sin pretender sustituir a éstos (“la tentación estatalizadora”), lo que conduciría al fracaso, sino tomando decisiones con todos los medios públicos y privados, que permitan sortear la crisis sanitaria, evitando el mayor daño posible.  

En el ámbito político de las relaciones internacionales, Henry Kissinger, hombre destacado no solo en la academia, sino también en la experiencia práctica al frente del Departamento de Estado de EE.UU y por muchos años asesor de mandatarios y grandes empresas, ha opinado también sobre el tema.

Ha subrayado la idea de que en un país dividido como es hoy EE.UU, se impone la necesidad de “un gobierno eficiente y con visión de futuro”. Agrega que debe mantenerse la confianza en las instituciones públicas con vistas a la solidaridad social, y además para la preservación de la paz y la seguridad internacionales.

Advierte Kissinger que si bien la pandemia actual será temporal, la perturbación política y económica desatada podría extenderse por generaciones. Para él, ningún país, ni siquiera Estados Unidos puede superar la crisis solo. Es necesario una visión y un programa de colaboración global y enfatiza el hecho de que el orden liberal mundial debe ser salvaguardado y los valores de la Ilustración defendidos. Y finaliza diciendo que “un retroceso global del equilibrio entre el poder y la legitimidad hará que el contrato social se desintegre tanto a nivel nacional como internacional”.

En nuestro país, Venezuela, se han tomado medidas también para impedir la propagación del virus. La grave y crítica situación política y social venezolana es harto conocida. El estado desastroso de nuestros servicios sanitarios, entre otros servicios y carencias, ha hecho pensar que a la calamidad que hemos vivido estos años, ahora se sumaría una catástrofe mayor de incalculables e indeseables consecuencias.

La preocupación por el deterioro de la democracia que vemos en los países democráticos frente a la pandemia, en Venezuela no está presente. Simplemente, porque no existe democracia, ni siquiera hay lo que algunos descaminados en nuestro país han denominado “déficit democrático”, copiando así un concepto que corresponde a la realidad europea de cara a los poderes de la Unión. 

En nuestra atroz realidad, la tiranía, en los días que corren, ha seguido cometiendo violaciones a los derechos humanos, persiguiendo a la oposición democrática, médicos y periodistas. Se llega a hablar hasta de “los presos del coronavirus” en Venezuela.

De modo pues, que cuando vemos que los gobiernos democráticos del mundo, disponiendo de muchos recursos, se han visto sobrepasados por los acontecimientos, y  han asumido un papel más activo en el combate de la pandemia, es dable dudar de la idoneidad de un Estado fracasado y arruinado para afrontar la emergencia, como el venezolano.

Los regímenes políticos con libertades plenas no pueden dejar de tomar medidas difíciles ante calamidades como la pandemia. Lo importante es que pasada esta enorme desgracia, los valores democráticos y las libertades se preserven, y se asuma que el orden planetario va a cambiar en lo sucesivo, como dice el viejo sabio Kissinger.