LA
FRAGILIDAD ESENCIAL DE LAS DEMOCRACIAS Y EL COVID-19
“….a las
democracias les resulta más difícil tomar decisiones realmente difíciles”
David Runciman
En estos días fatídicos de pandemia mundial, hay una
profusión de opiniones en paralelo de personalidades y analistas, sobre el rol que
deben cumplir los gobiernos frente a la grave emergencia que se vive y sus
repercusiones en el tejido democrático y la economía.
Ciertamente, ante el gran potencial de expansión global que
ha mostrado el covid-19 y el descuido e indolencia que los ciudadanos en
general y algunos gobernantes han tenido cara a los riesgos que se corren, se ha hecho necesaria la adopción no solo
disposiciones de carácter económico-financiero excepcionales, sino también
medidas duras restrictivas, limitadoras
de las libertades públicas, que en tiempos “normales” pudieran verse como
atentados contra las libertades.
Obviamente, los ordenamientos jurídicos contemplan salvedades
para este tipo de situaciones delicadas de seguridad colectiva. Sin embargo, siempre
pueden darse excesos, y en algunos casos, gobiernos autoritarios pueden
aprovecharlas para incrementar su represión sobre los opositores; de allí que se hable de que las
circunstancias actuales pudieran conllevar un quebrantamiento o detrimento descomedido
de la democracia.
En los días que corren, hemos podido leer expresiones
variopintas para referirse al asunto.
En un artículo
interesante en The Guardian, David Runciman, profesor de la Universidad de
Cambridge, habla de que el covid19 no ha suspendido la política, sino que ha revelado la naturaleza del poder, y se
pregunta “¿Cómo ejercerán los gobiernos
los poderes extraordinarios que les damos? Y ¿Cómo responderemos cuando lo
hagan? Y de seguidas afirma, realista, que no se puede eliminar el elemento
de arbitrariedad en toda política.
Otros nos recuerdan la frase “democracia vigilada” de Putin, y Ana Palacio, ex ministra de
Relaciones Exteriores de España, se pregunta si la democracia liberal
sobrevivirá al covid-19.
Y en lo económico, el Financial Times, en su editorial del
3/4/2020, dice: “Los gobiernos deben
aceptar un rol más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como
una inversión y no como un lastre”.
Por su parte, el
expresidente español, Felipe González, viene de escribir un notable artículo al
respecto (“El interés general y el papel
del Estado”, El País), en el cual nos dice que “es importante reflexionar sobre dos elementos esenciales de la
democracia: la defensa del interés general y la dimensión política qu existe en
toda crisis”. Subraya la necesidad del diálogo entre los actores sociales,
sin pretender sustituir a éstos (“la
tentación estatalizadora”), lo que conduciría al fracaso, sino tomando
decisiones con todos los medios públicos y privados, que permitan sortear la
crisis sanitaria, evitando el mayor daño posible.
En el ámbito político de
las relaciones internacionales, Henry Kissinger, hombre destacado no solo en la
academia, sino también en la experiencia práctica al frente del Departamento de
Estado de EE.UU y por muchos años asesor de mandatarios y grandes empresas, ha opinado
también sobre el tema.
Ha subrayado la idea de
que en un país dividido como es hoy EE.UU, se impone la necesidad de “un gobierno eficiente y con visión de futuro”.
Agrega que debe mantenerse la confianza en las instituciones públicas con
vistas a la solidaridad social, y además para la preservación de la paz y la
seguridad internacionales.
Advierte Kissinger que
si bien la pandemia actual será temporal, la perturbación política y económica desatada
podría extenderse por generaciones. Para él, ningún país, ni siquiera Estados
Unidos puede superar la crisis solo. Es necesario una visión y un programa de
colaboración global y enfatiza el hecho de que el orden liberal mundial debe
ser salvaguardado y los valores de la Ilustración defendidos. Y finaliza
diciendo que “un retroceso global del
equilibrio entre el poder y la legitimidad hará que el contrato social se
desintegre tanto a nivel nacional como internacional”.
En nuestro país,
Venezuela, se han tomado medidas también para impedir la propagación del virus.
La grave y crítica situación política y social venezolana es harto conocida. El
estado desastroso de nuestros servicios sanitarios, entre otros servicios y
carencias, ha hecho pensar que a la calamidad que hemos vivido estos años, ahora
se sumaría una catástrofe mayor de incalculables e indeseables consecuencias.
La preocupación por el
deterioro de la democracia que vemos en los países democráticos frente a la
pandemia, en Venezuela no está presente. Simplemente, porque no existe
democracia, ni siquiera hay lo que algunos descaminados en nuestro país han denominado
“déficit democrático”, copiando así
un concepto que corresponde a la realidad europea de cara a los poderes de la
Unión.
En nuestra atroz realidad,
la tiranía, en los días que corren, ha seguido cometiendo violaciones a los
derechos humanos, persiguiendo a la oposición democrática, médicos y
periodistas. Se llega a hablar hasta de “los
presos del coronavirus” en Venezuela.
De modo pues, que cuando
vemos que los gobiernos democráticos del mundo, disponiendo de muchos recursos,
se han visto sobrepasados por los acontecimientos, y han asumido un papel más activo en el combate
de la pandemia, es dable dudar de la idoneidad de un Estado fracasado y
arruinado para afrontar la emergencia, como el venezolano.
Los regímenes políticos
con libertades plenas no pueden dejar de tomar medidas difíciles ante
calamidades como la pandemia. Lo importante es que pasada esta enorme
desgracia, los valores democráticos y las libertades se preserven, y se asuma
que el orden planetario va a cambiar en lo sucesivo, como dice el viejo sabio
Kissinger.
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