lunes, 22 de diciembre de 2014


Un crecimiento más rápido mediante una reglamentación más estricta


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ROD HUNTER
Project Syndicate

WASHINGTON, DC – Cuando el Primer Ministro de la India, Narendra Modi, estaba en plena campaña electoral, prometió mejorar la forma como se gobierna el país. Desde que tomó posesión de su cargo el pasado mes de mayo, se ha esforzado por cumplirlo. Recientemente, declaró que quiere impulsar la posición de la India en “la encuesta de opinión DoingBusiness del Banco Mundial, que evalúa el ambiente reglamentador en 189 países. El objetivo de Modi es elevar a la India hasta los 50 puestos superiores: muy ambicioso, en vista de que ese país ocupa actualmente el 142.
Reducir el papeleo burocrático puede fomentar una cultura caracterizada por el espíritu empresarial y el dinamismo, pero la creación de una infraestructura eficaz en materia de reglamentación y observancia puede ser igualmente importante, sobre todo en zonas en las que los consumidores tienen dificultades para apreciar el valor de los productos y los riesgos que pueden entrañar.

En todos los países –pero sobre todo en las economías en desarrollo– un sistema reglamentador sólido es esencial para crear confianza en el mercado. Los consumidores necesitan saber que los alimentos y los medicamentos que toman son inocuos y los automóviles que conducen son seguros. La confianza en los productos locales impulsa el consumo interno y vuelve más atractivas las exportaciones en los mercados extranjeros.
En cambio, un país plagado de deficiencias en materia de reglamentación tendrá sus arterias comerciales atascadas y la incertidumbre sobre la calidad y la competencia desleal de unos productores sin escrúpulos ahuyentarán a los inversores extranjeros. En los países en desarrollo, una “deficiente reglamentación de la calidad y de su aplicación son obstáculos formidables para el espíritu de empresa y la inversión”, según un informe del Banco Mundial. “Los fallos en materia de reglamentación exponen a la población y el medio ambiente a riesgos horribles”.
Al mejorar los países en desarrollo sus sistemas de reglamentación, deben centrarse en colmar las lagunas que suponen riesgos para los consumidores y socavan la credibilidad del mercado. En China, por ejemplo, los fabricantes de ingredientes farmacéuticos pueden eludir la reglamentación de los medicamentos alegando que se utilizarán sus productos para fines no médicos. Aun cuando las empresas reputadas velen por la calidad de todos sus insumos, ese resquicio puede permitir la entrada en el mercado de productos peligrosos, como ocurrió en 2008, cuando al menos 81 americanos murieron después de recibir dosis del anticoagulante Heparin, que contenían material chino adulterado.
Por la misma razón, los reglamentos deben estar basados en normas internacionales, en los casos en que existan. Por ejemplo, los reglamentadores de medicamentos americanos, europeos, japoneses y de otros países han formulado orientaciones, por mediación de la Conferencia Internacional sobre Armonización, que aprovechan sus conocimientos técnicos colectivos. Países como, por ejemplo, Corea del Sur y Singapur están recurriendo a dichas orientaciones para precisar sus propios sistemas reglamentadores. Gracias a ello, sus ciudadanos disfrutarán de un acceso rápido a nuevos medicamentos y a sus investigadores les resultará más fácil participar en la investigación clínica mundial, lo que constituye una enorme ventaja para las industrias nacionales.
Como una institución reglamentadora sólo puede ser tan eficaz como las personas que trabajen para ella, otro sector en el que deben centrar la atención los países en desarrollo debe ser el de la capacitación del personal especializado. En China, menos de 200 personas trabajan en el Centro de Evaluación de Medicamentos, el organismo que examina las solicitudes relativas a nuevos medicamentos. En cambio, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos emplea a 4.000 examinadores y la Agencia Europea de Medicamentos tiene 3.000. Como era de esperar, el proceso de aprobación de nuevos medicamentos en China es uno de los más lentos del mundo: ocho años por término medio. A consecuencia de ello, los pacientes se ven privados de los medicamentos que necesitan.
La creación de capital intelectual y competencia institucional puede requerir años, pero se puede lograr. Hace un decenio, el proceso de aprobación de medicamentos del Japón era letárgico en comparación con el de otras economías desarrolladas. Este país concedió la máxima prioridad a la aceleración del proceso de aprobación con seguridad y ha habido unos avances enormes. El tiempo medio que se tarda en aprobar nuevos medicamentos se redujo de 833 días en 2006 a 306 días en 2012, según el Centro de Innovación en Ciencia Reglamentadora, con sede en Londres.
Para que la reglamentación sea de verdad eficaz, debe estar respaldada por una observancia sólida y sanciones por inobservancia, lo que requiere un sistema judicial que pueda arbitrar en casos de controversias y garantizar un tratamiento oportuno, equitativo y justo. En el caso de la India, que sólo tiene 1,2 jueces por 100.000 habitantes (frente a 10,8 en los EE.UU), será un empeño difícil. Según el Tribunal Supremo de la India, en marzo de 2012 este país tenía 31,2 millones de causas pendientes, más del 80 por ciento de ellas en los tribunales inferiores. Semejantes acumulaciones han persistido y pueden socavar el imperio de la ley.
Los países más ricos del mundo crearon su infraestructura reglamentadora a lo largo de generaciones, en una época en la que había poca competencia mundial directa. Los mercados en ascenso deben crear las suyas en un marco cronológico muy inferior.
No será fácil en ninguna parte. Requerirá recursos importantes y el proceso podría irritar a las empresas nacionales, acostumbradas a la falta de supervisión reglamentadora, pero, si se aplica correctamente, la reglamentación racional puede fortalecer la capacidad de crecimiento de los países, sin por ello dejar de proteger a los ciudadanos y mejorar los niveles de vida a largo plazo.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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