martes, 2 de diciembre de 2014

EL SINDROME DE TARTUFO DE FRANCOIS HOLLANDE

Photo of Brigitte GranvillePhoto of Hans-Olaf Henkel

BRIGITTE GRANVILLE / HANS-OLAF HENKEL

PROJECT SYNDICATE

LONDRES – En su comedia clásica Tartufo o el Impostor, Molière muestra que  permitir que sea el orgullo, en lugar de la razón, el que dicte nuestras acciones acaba sin falta mal. El Presidente de Francia, François Hollande, parece tener un caso avanzado de la enfermedad de Tartufo, al formular repetidas veces promesas políticas que no puede cumplir, en parte por factores que están fuera de su control –a saber, la Unión Monetaria Europa (UME) –, pero sobre todo porque carece de determinación.
Para Francia, las consecuencias de los fracasos de Hollande serán mucho más dramáticas que su caída política. De hecho, el país podría afrontar una catástrofe, pues las acciones de Hollande podrían enfangar la economía en un estancamiento sostenido e incitar a un público francés cada vez más irritado a elegir como sucesora suya a Marine Le Pen, del Frente Nacional de extrema derecha.
Las políticas económicas de Francia son insostenibles, lo que quiere decir que sus principales factores determinantes, la UME y el planteamiento de Hollande, deben cambiar radicalmente. Hasta ahora no parece estar sucediendo así.
En fecha anterior de este mes, una encuesta de opinión mostró que el porcentaje de aprobación de Hollande había caído hasta el 12 por ciento –el peor resultado de un Presidente de Francia en la historia de las encuestas modernas– desde un –ya pésimo–  27 por ciento de tan sólo un mes antes. El mismo día, Hollande ofreció una larga entrevista televisada en la que combinó reconocimientos del fracaso con nuevas promesas.
Pensemos en el desempleo, que en septiembre ascendía al 10,5 por ciento, frente a sólo el cinco por ciento en Alemania. En la entrevista, Hollande reconoció que, pese a su promesa, la corrección de la tendencia negativa del empleo “no se ha dado” este año. (No dijo que el año pasado se había fijado el mismo objetivo.)
El problema del desempleo en Francia es consecuencia de unas monstruosas reglamentaciones laborales (el Código del Trabajo consta de 3.648 páginas) y, por encima de todo, de una carga fiscal asfixiante impuesta al trabajo. La principal promesa nueva de Hollande –la de no imponer nuevos tributos, a partir del próximo año– podría haber sido un reconocimiento implícito de ello.
Entretanto, habrá, sin embargo, un aumento de los arbitrios aplicados al diésel y se aplicará un recargo del 20 por ciento en el impuesto de bienes inmuebles para las segundas residencias desocupadas de las zonas densamente pobladas. Como es probable que al final de este año se aprueben esas subidas de impuestos, serían las últimas, siempre y cuando Hollande cumpla su promesa.
Dada la ejecutoria de Hollande –la presión fiscal ha aumentado en 40.000 millones de euros (50.000 millones de dólares) en los dos últimos años–, no parece probable  que lo haga. De hecho, los propios funcionarios de Hollande ya están dando marcha atrás y el ministro de Presupuestos, Christian Eckert, ha declarado que no se podían descartar más subidas de impuestos: “No se puede considerar inalterable una situación que depende de un marco internacional que no controlamos”.
Naturalmente, ese “marco internacional” es la UME, que pone considerables limitaciones externas a la política francesa. Aun sin dichas limitaciones, la prudencia aconseja a las autoridades fiscales no descartar ninguna opción.
En cualquiera de los dos casos, los creadores del euro se equivocaron al esperar que la moneda común promovería la convergencia económica y política entre sus miembros. Al excluir la posibilidad de ajustar el tipo de cambio para abordar las diferencia de competitividad, el euro ha obligado a los países menos competitivos a aplicar una dolorosa y lenta “devaluación interna” (limitando los salarios reales), lo que ha reducido la demanda y los precios y ha hecho que se ampliaran las disparidades entre los resultados de los países miembros de la zona del euro. Ahora Francia tiene un déficit por cuenta corriente del dos por ciento del PIB, frente un superávit del ocho por ciento del PIB en Alemania.
La norma, reforzada en el “pacto fiscal,” de que los países de la zona del euro son totalmente responsables de sus deudas, por lo que deben adoptar una disciplina presupuestaria estricta, agrava las repercusiones deflacionarias de la devaluación interna. Con una demanda implacablemente constreñida, ni siquiera unos salarios disminuidos pueden contribuir a la creación de empleo suficiente.
La única solución, como afirman muchos partidarios del euro, es una unión política plena, que permitiría las transferencias fiscales desde los países más competitivos de la zona del euro hasta sus homólogos más débiles, pero la Italia meridional, que no ha utilizado las transferencias fiscales del Norte, de las que ha dependido, para transformar su economía o impulsar la productividad, demuestra el poco efecto que ese planteamiento puede tener. La idea de que una unión fiscal de la zona del euro podría tener mejores resultados es una fantasía peligrosa.
Otro planteamiento posible sería el de que las economías fuertes de la zona del euro –y en particular Alemania– apoyaran las reformas estructurales que aumenten la productividad en países menos competitivos como Francia e Italia. Probablemente fuera a eso a lo que la Canciller de Alemania, Angela Merkel, se refería cuando, en los debates en privado de la reunión del Consejo Europeo celebrada el pasado mes de diciembre, dijo, al parecer, que, aunque Alemania “no puede permitirse el lujo de hacer transferencias a toda Europa”, puede “ayudar a pagar las facturas de los médicos”, pero, tarde o temprano, las economías más débiles probablemente renuncien a semejantes reformas y reclamen su soberanía monetaria como medio necesario –aunque en modo alguno suficiente– de evitar un desmoronamiento económico y social.
Entretanto, Hollande seguirá haciendo el papel de Tartufo. La impotencia de los políticos de los partidos mayoritarios franceses, encerrados en la moneda única, para adoptar medidas reales vuelve inútiles sus promesas. A consecuencia de ello, Francia puede esperarse protestas populares, además de un aumento aún mayor del apoyo a partidos más extremosos y, por encima de todos, el Frente Nacional de Le Pen.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.



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