OBAMA: “No vamos a permitir que los grupos yihadistas creen un califato”
Thomas Friedman
No cabe duda de que al presidente Obama le han salido muchas canas, y seguramente la mitad de ellas le han salido por su intento de conducir la política exterior en un mundo cada vez más convulso (la otra mitad es culpa del Tea Party). Sin embargo, después de haber pasado una hora examinando el horizonte con él en la Sala de Mapas de la Casa Blanca el viernes pasado, me ha quedado claro que el presidente tiene una visión concreta del mundo, nacida de todas las lecciones que ha aprendido en los seis últimos años, y ofrece enérgicas respuestas a todos los que critican su acción internacional.
Obama asegura que solo va a intensificar la participación de EE UU en lugares como Oriente Próximo mientras las comunidades locales acepten una política integradora en la que no haya vencedores ni vencidos. EE UU no va a ser la fuerza aérea de los chiíes en Irak ni de ninguna otra facción. A pesar de las sanciones de Occidente, advierte, el presidente Vladímir Putin “podría invadir” Ucrania en cualquier momento, y, en ese caso, “tratar de recuperar una relación de cooperación con Rusia durante el resto de mi mandato será mucho más difícil”. La intervención en Libia para prevenir una matanza fue acertada, afirma Obama, pero el hecho de que luego no se desplegara la fuerza terrestre necesaria para vigilar la transición de Libia a una situación más democrática es con toda probabilidad el aspecto de su política exterior del que más se arrepiente.
A la hora de la verdad, reflexiona el presidente, la mayor amenaza contra EE UU —la única fuerza verdaderamente capaz de debilitarnos— somos nosotros mismos. Tenemos muchas ventajas como país, como los nuevos recursos energéticos, la innovación y una economía que está volviendo a crecer, dice, pero nunca desarrollaremos todo nuestro potencial mientras nuestros dos partidos no adopten la misma actitud que estamos pidiendo a los chiíes, los suníes, los kurdos, los israelíes y los palestinos: ni vencedores ni vencidos, y el propósito de trabajar todos juntos.
Aunque achaca la desaparición de tantos acuerdos con posibilidades al ascenso de la extrema derecha republicana, Obama reconoce también que la manipulación, la balcanización de los medios de comunicación y el uso descontrolado del dinero en la política —las entrañas de nuestro sistema político actual— están acabando, más que cualquier enemigo extranjero, con nuestra capacidad de afrontar unidos los grandes retos. “Cada vez más, se recompensa a los políticos por adoptar las posturas más extremas y maximalistas”, dice, “y eso lo pagaremos tarde o temprano”.“Nuestra política es disfuncional”, dice Obama, y debemos prestar atención a las terribles divisiones en Oriente Próximo como “una advertencia: las sociedades no funcionan si las distintas facciones políticas adoptan posturas maximalistas. Y, cuanto más variado es un país, menos puede permitirse el lujo de esos maximalismos”.
Mi primera pregunta al presidente es si siente que él está asistiendo a la “desintegración” del orden posterior a la II Guerra Mundial,
“Para empezar, creo que no se puede generalizar, porque hay una serie de lugares en el mundo en el que se suceden las buenas noticias”. Fíjese en Asia, dice, en países como Indonesia, y también en muchos países de Latinoamérica, como Chile. “Pero estoy convencido”, añade, “de que lo que estamos viendo en Oriente Próximo y partes del norte de África es el desplome de un orden que se remonta a la I Guerra Mundial”.
¿Pero no sería mejor que hubiéramos armado a los rebeldes laicos sirios desde el principio o que las tropas estadounidenses hubieran permanecido en Irak? La verdad, dice el presidente, es que nunca habría sido necesario mantener una presencia de tropas en Irak si la mayoría chií no hubiera “desperdiciado la oportunidad” de compartir el poder con los suníes y los kurdos. “Si la mayoría chií hubiera aprovechado la ocasión para tender la mano a los suníes y los kurdos y hubiera aprobado leyes como las de desbaazificación”, no habría hecho falta ninguna tropa extranjera. Con esa actitud, asegura, nuestras tropas habrían acabado involucradas en algún momento.
“Respecto a Siria”, dice el presidente, la idea de que armar a los rebeldes podía haber cambiado las cosas “ha sido siempre una ilusión. Esta idea de que podríamos haber suministrado armas ligeras o incluso más sofisticadas a una oposición fundamentalmente compuesta por antiguos médicos, campesinos, farmacéuticos y gente así, y que entonces habrían podido luchar no solo contra un Estado muy bien armado sino respaldado por Rusia, Irán y Hezbolá, ha sido siempre una fantasía”.
Todavía hoy, dice el presidente, a la Administración le cuesta encontrar, formar y armar al número suficiente de jefes para dirigir a los rebeldes laicos sirios: “No tienen tanta capacidad como nos gustaría pensar”.
“No debemos nunca olvidar la situación general”, añade, “que es que existen unos suníes descontentos, una minoría en el caso de Irak, una mayoría en el caso de Siria, que se extienden de Bagdad a Damasco... Si no les proporcionamos una fórmula que responda a las aspiraciones de esta población, será inevitable que tengamos problemas. Por desgracia, todavía está el EI [el Estado islámico], que, en mi opinión, es poco atractivo para los suníes normales y corrientes”. Pero “llenan un hueco, y debemos plantearnos, además de cómo luchar contra ellos en el terreno militar, cómo dirigirnos a una mayoría suní en esa zona que, hoy, está apartada de la economía global”.
¿Está colaborando Irán? “Creo que lo que han hecho los iraníes”, dice el presidente, “es darse cuenta por fin de que, si los chiíes en Irak mantienen una postura maximalista, a largo plazo fracasarán. Y esa es una lección aplicable para todos los países: si uno quiere el cien por cien, y se aferra a la idea de que el vencedor se queda con todo, ese Gobierno acaba cayendo tarde o temprano”.
“No podemos hacer por ellos nada que no estén dispuestos a hacer por sí mismos”, dice el presidente a propósito de las facciones en Irak. “Nuestro Ejército es tan poderoso que, si nos lo propusiéramos, seguramente podríamos mantener el problema controlado durante un tiempo. Ahora bien, para que una sociedad funcione, son los propios habitantes los que deben tomar una serie de decisiones sobre cómo van a convivir, cómo van a tener en cuenta los intereses de todos, como van a ceder. En asuntos como la corrupción, los ciudadanos y sus líderes deben asumir la responsabilidad de cambiar esa cultura... Podemos ayudarles y colaborar con ellos en todo momento. Pero no podemos hacerlo todo”.Los únicos Estados que van bien, como Túnez, lo han logrado porque sus facciones han asumido el principio de que no haya vencedores ni vencidos. Gracias a eso, no han necesitado ayuda exterior.
Entonces, pregunto, ¿por qué su decisión de utilizar la fuerza militar para proteger a los refugiados del EI y el Kurdistán, que es un islote de dignidad dentro de Irak?
“Cuando existe una situación tan extraordinaria, con la amenaza de genocidio, y el país desea que estemos allí, y hay un fuerte consenso internacional de que es necesario proteger a esta gente, y tenemos la capacidad de hacerlo, entonces, nuestra obligación es actuar”, dice Obama. Sin embargo, después de ver ese islote de dignidad que han construido los kurdos, añade, también debemos preguntarnos no solo “cómo hacemos retroceder al EI, sino también cómo protegemos ese espacio que contiene las mejores intenciones dentro de Irak; es algo en lo que pienso constantemente”.
“Creo que los kurdos aprovecharon el tiempo que les concedieron los sacrificios de nuestras tropas en Irak. Hicieron buen uso de ese tiempo y hoy la región kurda es funcional y como nos parece que debe ser. Tiene una tolerancia con otras sectas y otras religiones que nos gustaría ver en otros lugares. Por eso nos parece importante garantizar la protección de ese espacio, pero, más en general, lo que he indicado es que no quiero convertirme en la fuerza aérea iraquí. Ni tampoco quiero ser la fuerza aérea kurda, mientras no haya un compromiso por parte de los habitantes de que van a organizarse y hacer todo lo necesario para empezar a defenderse ellos mismos contra el EI”.
El motivo, añade el presidente, "por el que no empezamos a lanzar ataques aéreos en todo Irak en cuanto apareció el Estado Islámico fue que de esa forma se habría aliviado la presión sobre [el primer ministro] al Maliki". Habría empujado a Maliki y otros chiíes a pensar: “No hace falta que lleguemos a acuerdos. No hace falta que tomemos decisiones. No hace falta que vivamos el difícil proceso de descubrir en qué nos hemos equivocado. Basta con que dejemos que los americanos vuelvan a salvarnos el pellejo. Y después podremos seguir como siempre”.
Obama dice que está diciendo a todas las facciones en Irak lo siguiente: “Vamos a ser vuestros socios, pero no vamos a hacer vuestro trabajo. No vamos a volver a enviar tropas de tierra para controlar la situación. Tenéis que demostrarnos que estáis dispuestos y preparados para intentar mantener un Gobierno unido y basado en los compromisos. Que estáis dispuestos a seguir construyendo una fuerza de seguridad eficiente y no sectaria, que responda ante un Gobierno civil... A nosotros nos interesa hacer retroceder al EI. No vamos a permitir que creen un califato que abarque Siria e Irak, pero solo podremos hacerlo si sabemos que sobre el terreno hay gente capaz de llenar ese hueco. De modo que, si tendemos la mano a las tribus suníes, si vamos a tender la mano a gobernadores y jefes locales, es necesario que ellos sientan que están luchando por algo”. En caso contrario, dice Obama, "Podemos rechazar al Estado Islámico durante un tiempo, pero, en cuanto desaparezcan nuestros aviones, ellos volverán".
Le pregunto al presidente si está preocupado por Israel.
“Es asombroso hasta dónde ha llegado Israel en los últimos decenios” responde. “Haber sacado de la pura roca un país tan increíblemente vibrante, próspero, rico y poderoso da fe del ingenio, la energía y la visión del pueblo judío. Dada la capacidad militar de Israel, no me preocupa su supervivencia... En mi opinión, la verdadera pregunta es cómo va a sobrevivir Israel. Y cómo puede crearse un Estado de Israel que mantenga sus tradiciones democráticas y cívicas. Cómo puede preservarse un Estado judío que refleje los mejores valores de quienes fundaron Israel. Para lograrlo, siempre he pensado que deben encontrar la manera de convivir en paz con los palestinos. Deben reconocer que tienen reivindicaciones legítimas y que esa es también su tierra y su región”.
Al preguntarle si debería ejercer presiones más enérgicas sobre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas —también llamado Abu Mazen—, para que alcancen un acuerdo de tierras por paz, el presidente contesta que son ellos quienes deben dar el primer paso. Netanyahu tiene “unos índices de aprobación en las encuestas muy superiores a los míos” y que “se han visto muy mejorados por la guerra en Gaza”. “Por eso, si no tiene presiones internas, es difícil que forje una serie de acuerdos muy delicados, por ejemplo a propósito del movimiento de los colonos. Es muy complicado. En cuanto a Abu Mazen, el problema es ligeramente distinto. Bibi es demasiado fuerte en ciertos aspectos y Abu Mazen demasiado débil en otros como para que puedan unirse y tomar decisiones tan audaces como las que Sadat, Begin o Rabin se atrevieron a tomar. Para mirar más allá del futuro inmediato van a ser necesarios auténticos líderes, tanto palestinos como israelíes. Y lo más difícil para un político es abordar los problemas con la vista puesta a largo plazo”.
Por supuesto, muchas opiniones del presidente sobre Irak son consecuencia del caos desatado en Libia por la decisión de la OTAN de derrocar al coronel Muamar Gadafi sin organizar después suficiente ayuda internacional para ayudar a los libios a construir nuevas instituciones. Tanto a la hora de volver a Irak como de entrar en Siria lo que más le importa a Obama es: ¿Cuento con los socios —locales o internacionales— necesarios para que cualquier mejora que implantemos siga sosteniéndose después?
“Este es un ejemplo de lección que he tenido que aprender y que aún hoy tiene ramificaciones”, dice Obama. “Me refiero a nuestra participación en la coalición que derrocó a Gadafi en Libia. Estoy totalmente convencido de que hicimos lo que había que hacer. Si no hubiéramos intervenido, es muy probable que Libia estuviera como Siria. De modo que habría más muerte, más caos, más destrucción. Pero también es cierto que nosotros y nuestros socios europeos subestimamos la necesidad de emplear todas nuestras fuerzas para una operación así. Al día siguiente de derrocar a Gadafi, cuando todo el mundo estaba satisfecho y todos alzaban pancartas que decían “Gracias, América”, en ese momento, debíamos haber hecho un esfuerzo mucho más agresivo para reconstruir unas sociedades que carecían de tradiciones cívicas. Esa es una lección que tengo ahora en cuenta cada vez que me pregunto: ¿Deberíamos intervenir militarmente? ¿Tenemos respuesta para el día siguiente?”
© The New York Times.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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