SIRIA Y LA LEY DE
ANTÍGONA
El filósofo André Glucksman, quien fuera militante maoísta en los tiempos del Mayo francés del 68, después de abandonar las ideologías totalitarias con las que simpatizaba, hace pocos años citaba al novelista judío austríaco, Joseph Roth, quien en 1937, criticando el principio de soberanía ante los desmanes de la Alemania nazi, decía: “No se me puede seguir prohibiendo la entrada a la casa de mi vecino si éste está matando a sus hijos con un hacha (…) Cuando un régimen somete a su población al suplicio, las sociedades felices tienen el derecho a intervenir”.
Esta justificación moral para la injerencia en un país en el
que su gobierno está perpetrando horrendas
masacres, prácticas genocidas y todo tipo de desmanes contra su propia
población, se ha topado con los defensores a ultranza del principio de no intervención,
muy caro al derecho internacional tradicional.
Así como en su momento la limpieza étnica que el régimen del
serbio Milosevic llevó a cabo contra los kosovares, encontró quienes enarbolaran
el sacrosanto principio de la soberanía externa, como coartada para impedir cualquier
acción correctiva de la comunidad internacional, hoy vemos también a algunos blandir
el mismo expediente para obstaculizar una iniciativa colectiva en el marco de
las Naciones Unidas, frente a la matanza de alrededor 100 mil sirios que ha
provocado la mafia de Bashar Al Assad por casi 2 años, y la cual ha alcanzado
su máxima expresión en la utilización reciente de armas químicas (1.429 muertos,
426 niños entre ellos).
Obviamente, el principio soberanista esgrimido en el caso
sirio, constituye sólo una fachada detrás de la cual se esconden los verdaderos
intereses geopolíticos y económicos de
actores internacionales que están detrás de la dictadura corrupta siria. El realismo pérfido, como siempre, en acción.
Rusia y China, negados a un acuerdo en el seno del Consejo de
Seguridad que busque frenar la matanza, están simplemente defendiendo posiciones
frente a los que son sus adversarios en el ámbito internacional. La carnicería
al interior de Siria, no los conmueve, miran hacia otro lado, no consideran
importante tomar medidas al respecto.
En una de las tragedias de Sófocles, Antígona, se plantea el
conflicto entre la ley del Estado y la ley natural. Antígona optó por esta
última al enterrar a su hermano según los ritos religiosos, a pesar de que el
rey Creonte lo había prohibido. Antígona,
llevada ante aquel, alega que las leyes de los hombres no pueden imponerse a la
ley divina. Ella será condenada a muerte por defender un principio.
El principio de la no intervención soberanista que impide un acción de militar de protección frente a
los desafueros que cometen los gobernantes es la "ley del Estado", la sagrada norma de derecho
internacional, y el principio moral que obliga a intervenir en los casos de delitos
masivos de lesa humanidad es la ”ley
divina” no escrita por la que muere Antígona.
Lo que nos muestran hoy los medios, a través de diversos
reportajes, sobre los horrores de la guerra civil siria, no nos puede dejar
indiferentes.
¿Está justificado moralmente no hacer nada para parar tanto
espanto?
En el caso que nos ocupa no sólo se trata de una violación
reciente a normas sobre el uso de armas químicas. Son transgresiones a
principios morales universales y normas internacionales que han tenido lugar
por muchos meses, ante la mirada fría de quienes tienen el poder para poner
coto a estos desafueros.
No se nos escapa lo complejo de la situación de lo que pudiera
suceder no sólo en Siria sino en su entorno inmediato y las repercusiones en el
planeta.
La reacción variopinta ante estos hechos bochornosos es una mezcla preocupante. Hay víctimas de la intimidación al lado de los simples cobardes. Están los que defienden intereses crematísticos y los que hacen cálculos políticos.
Pero están también los que sienten el deber moral de tomar decisiones más allá de los frías apreciaciones cuantitativas, las amenazas y los riesgos.
La reacción variopinta ante estos hechos bochornosos es una mezcla preocupante. Hay víctimas de la intimidación al lado de los simples cobardes. Están los que defienden intereses crematísticos y los que hacen cálculos políticos.
Pero están también los que sienten el deber moral de tomar decisiones más allá de los frías apreciaciones cuantitativas, las amenazas y los riesgos.
De allí que cualquier intervención tiene que ser bien
sopesada.
Compartimos la idea de que hay que parar, como medida prioritaria, la
matanza. Dolorosamente, eso costará más vidas, pero pareciera no haber otro camino. Ojalá ese sufrimiento dure muy poco. Es necesario proteger a los que aun quedan con vida de las acciones asesinas del gobierno de Assad.
A partir de allí habrá que inducir un proceso de negociaciones, sobre el cual no estamos seguro adónde conducirá. Sólo esperamos que sea para bien de ese sufrido país y del mundo.
A partir de allí habrá que inducir un proceso de negociaciones, sobre el cual no estamos seguro adónde conducirá. Sólo esperamos que sea para bien de ese sufrido país y del mundo.
EMILIO NOUEL V.
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