ÁLVARO VARGAS LLOSA
La espeluznante masacre perpetrada por el Ejército egipcio ha confirmado la ingenuidad, a menudo el otro nombre de la estupidez, de la decisión de los laicos, liberales y coptos de ponerse al servicio de los militares tras el éxito de las movilizaciones del Tamarod contra el régimen crecientemente dictatorial de Morsi. La abracadabrante decisión de unirse a los uniformados a los que ellos, y no los Hermanos Musulmanes, habían derrotado en 2011 es otra constatación de que no hay golpes liberales, sólo militares.
Esa decisión privó a Egipto de posibles mediadores entre militares e islamistas; también de una reserva moral y una referencia política que contribuyese a contener en lo posible las tendencias que ahora dominan el escenario y sirviera a la comunidad internacional de interlocutor para presionar en favor de alguna fórmula mínimamente racional. Se ha notado, en la reacción balbuceante y desconcertada de la comunidad internacional tras la masacre, ese vacío. Es demasiado tarde: ahora, el general Abdel Fattah al Sissi, autor de tres masacres en un mes, no puede dar marcha atrás porque sabe que si deja el poder, o incluso si afloja las riendas, acabará empalado por sus enemigos. Con sus aliados en el poder, salvo los que, como el civil El Baradei, han saltado del barco a último minuto, pasa lo mismo.
Los Hermanos Musulmanes han logrado lo que querían tras fracasar en su empeño, bajo el gobierno de Morsi, de capturar las instituciones, hacer valer una Constitución a la medida y modificar la legislación electoral en beneficio propio. Ahora, como ocurrió con el FIS en Argelia tras el golpe que canceló las elecciones a fines de 1991, se ha hecho humo toda posibilidad de negociación.
Los militares han matado demasiado para exponerse a la democracia y los más fanáticos de esa cofradía variopinta que es la Hermandad se harán fuertes con el argumento de que nunca debieron renunciar a la lucha armada.
¿Qué le espera a Egipto? Basta recordar lo que fue el régimen deHosni Mubarak para saberlo. Las fuerzas de seguridad del Estado, que igualaban en número a las de China, estaban al servicio de Mubarak y su familia, como lo estaba el Partido Nacional Democrático que ganaba ritualmente elecciones amañadas (la última a fines de 2010, semanas antes de las protestas que a la larga tumbaron al régimen). La represión era incluso peor contra los liberales que contra los islamistas,pues a éstos se les dejaba actuar en campos como la asistencia social y en algunos casos la educación. A los coptos se los discriminó, razón por la cual la mayoría pertenece a ese 40% que está en la miseria. La Constitución era una mentira: el estado de emergencia permitió durante tres décadas eludirla. El Estado fue “privatizado” de tal modo que los militares se quedaron con las empresas. El dictador, hijo de un campesino, amasó una fortuna calculada en US$ 70 mil millones. Y el país que había sido el granero del Mediterráneo terminó importando trigo.
La democracia ha resultado, por ahora, una ilusión en Egipto, el país más importante de la Primavera Arabe. Requería que la Hermandad, la primera fuerza, entendiera que sus ideales de largo plazo exigían sacrificar sus intereses excluyentes; que los militares entendieran que sus intereses de largo plazo, a diferencia de los inmediatos, coincidían con el ideal democrático; y que los laicos y liberales entendieran que sus ideales y sus intereses exigían una mayor paciencia de la que tuvieron cuando, habiendo logrado jaquear a Morsi, saludaron a Al Sissi como salvador de la patria.
(TOMADO DE CARTA DE WASHINGTON)
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