NO HAY NADA COMO LA VIDA
“Tengan fe, esto no se acaba aquí”
Ruben Blades
Este domingo abrí en casa un cava catalán de los que
aún sobreviven en mi reserva y me puse a oír música festiva, bulliciosa,
alegre; a mis favoritos de toda la vida, viejos y nuevos; tiempo tenía que no
lo hacía, un melómano impenitente como soy. Sobre todo, enfilé hacia los de mi
Caribe entrañable. Habiendo nacido a su orilla, “mi Puerto Cabello, pedacito de cielo”, no se podría esperar cosa
distinta, telurismo y sangre obligan.
Cualquiera en mi entorno me hubiera preguntado, extrañado y en
clave de reproche, si hay razones para tal inconsistente ánimo, habida cuenta
del soberano palo político-electoral recibido apenas siete días atrás y de mi seudo-depresión
no disimulada.
Calladito, como quien no quiere la cosa, no anuncié el descorche
y me puse a esperar la reacción familiar, una mirada reprobatoria o
inquisitoria, un comentario sarcástico, un chiste, al menos. Pero nada de eso,
para mi asombro y tranquilidad. Al rato, ni cortos ni perezosos, tomaron su
copa, se sirvieron y me dijeron: “Salud”.
Y así seguí con mi música, hundido en mis pensamientos: Cachao, Juan Luis
Guerra, Compay Segundo, Willie Colón, Ruben Blades, Cheo Feliciano, Tito Puente, Carlos
Vives, Celia, Oscar de León, Gilberto Santa Rosa, Bebo Valdez y otros
desfilaron por mis oídos.
Entre tanto, la mente volaba, iba y venía, tiempos idos, tiempos
presentes, la familia, los amigos, el país, el porvenir, los porqués, qué va a ser de nosotros.
Y en este tránsito atropellado de imágenes a la velocidad del
sonido, obviamente, musical, saltó del subconsciente una frase del hombre que
vivió tres siglos: “No hay nada como la
vida, Emilito”.
Ya al final de sus días, este hombre, como suele ocurrir a
tan avanzada edad, confundía las épocas vividas. Me relataba situaciones
sucedidas 50 años antes como si hubieran sucedido la semana anterior. Pero su
prédica impertérrita sobre la vida era la misma.
No obstante, este hombre que vivió tanto y tan variadas
circunstancias personales, unas buenas y otras no tanto, algunas dolorosas, pero
también había las gratificantes, me repitió: “No hay nada como la vida”.
No cuento, para no fastidiar al lector, las peripecias que
este señor vivió, pero solo puedo decirles que muchas historias arrastraba,
como para sentarse largo y tendido.
Y ciertamente, a pesar de los pesares, este escéptico,
agnóstico y proclive a las depresiones que escribe, ha llegado a convencerse, a estas alturas de
la vida, que el hombre que vivió tres siglos tenía toda la razón.
Que las frustraciones, los reveses y las derrotas, por duras
que sean, forman parte de esta vida, llena de paradojas incomprensibles,
desencuentros reiterados y competencia encarnizada. Y que, definitivamente, no hay nada como la vida.
Millones de venezolanos el 7O anhelábamos cambiar el curso de
cómo se manejan los asuntos del gobierno. No fuimos los suficientes para
alcanzar ese objetivo. Hicimos frente a un enorme poder impúdico y
desvergonzado, y también a las preferencias atávicas de la otra mitad de los
venezolanos. Y sin embargo, no nos arrodillamos ante las presiones, chantajes y
abusos de aquel poder.
Esa derrota nos golpeó fuertemente. Magullados, amoratados,
estamos.
Empero, sigue en pie la máxima. No hay nada como la vida. Ésta
sigue su curso sinuoso, irregular, desigual, unas de cal otras de arena. Sus tiempos no son perfectos, ni lo serán. La
rueda de la fortuna está allí girando. Y es la hora de los necesarios balances, quizás implacables, que nos permitirán salir adelante.
El gran Vinicius de Moraes acostumbraba
decir que la vida es el arte de los encuentros, a pesar de los muchos desencuentros
que hay en la vida.
Estamos sufriendo uno
de esos tropiezos. Cuando menos lo esperemos daremos el salto tan ansiado hacia
la prosperidad, la modernidad y la paz en convivencia. Salud¡ Sursum corda¡
EMILIO NOUEL V.
EMILIO NOUEL V.
PD: Ah¡ se me olvidaba decirles quién fue el hombre que vivió
tres siglos y amaba tanto la vida. Fue mi abuelo paterno, nació en 1899 y murió en Octubre de 2001.
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