NOTAS HISTÓRICAS SOBRE LA INTEGRACIÓN DEL HEMISFERIO AMERICANO I
Emilio Nouel V.
INTRODUCCIÓN
Como ya lo hemos comentado en anterior ocasión, en dos grandes espacios geográficos, Latinoamérica y el Norte anglosajón, contiguos en lo físico, a partir de un momento de la historia, sus sociedades siguieron cursos políticos y económicos diferenciados. No obstante, siempre mantuvieron vínculos estrechos, a pesar de los desencuentros. En ambos se dieron dos procesos distintos de integración económica.
Antes del nacimiento de los nuevos países surgidos del proceso independentista, el régimen de comercio y navegación entre España y las provincias que conformaban Las Indias, descansaba en el monopolio establecido a favor de algunos puertos españoles de la península Ibérica.
Sobre el comercio entre los distintos puertos de América pesaban medidas restrictivas. “Se dificultó, en suma, por todos los medios, el comercio directo entre unas comarcas y otras de la propia América, sobre todo cuando se trataba de artículos que pudieran hacer competencia a los que España exportaba”, nos recuerda J. M. Ots Capdequi en su obra “El Estado español en Las Indias” (página 40, FCE, 1941), lo cual generó un comercio clandestino en el Mar Caribe y en el puerto de Buenos Aires, y condujo hacia finales del siglo XVIII a su liberalización.
No obstante, debe destacarse aquí que las colonias españolas entonces poseían mayores riquezas que las inglesas, y como también señala Ots Capdequi, aquellas, por tanto, “adquirieron todos los símbolos exteriores de opulencia, como importantes edificios públicos, universidades, catedrales y hospitales, en ciudades bien pobladas que eran centros de lujo, de enseñanza y cultura.” (pág. 41, op. Cit.).
No obstante, las colonias españolas fueron un mercado complementario de la economía de la metrópoli española.
Es sólo a mediados el siglo XX, después de una trayectoria accidentada de más de un siglo sosteniendo intercambios con otras regiones del mundo, que AL inició esquemas de integración institucionalizados.
Por su parte, el camino transitado por Norteamérica, cuyo desarrollo e integración se inicia de manera temprana desde prácticamente el nacimiento de EEUU, y por la vía de los hechos, siempre estuvo conectada de manera creciente y diversificada con el comercio mundial, principalmente, con los países que luego conformaron el mundo desarrollado.
Estos dos procesos dispares, cuya brecha en el ritmo de crecimiento comenzó a abrirse desde el siglo XVIII y se desborda en el XIX (Ver: Jorge Domínguez, “La Brecha entre América Latina y Estados Unidos”, FCE, 2006, pág. 101 y sgtes), a finales del siglo XX parecían iniciar un camino de convergencias hacia un esquema institucional de alcance continental (ALCA), que venía siendo estimulado y propulsado por el desarrollo sostenido de una interdependencia global que arrastra hacia la conformación de bloques comerciales regionales.
La integración comercial institucionalizada de AL se inicia a comienzos de los años sesenta del siglo XX, gracias a la toma de conciencia y la voluntad política de las elites gobernantes que compartían el discurso pro-unión latinoamericana y adoptaron los planteamientos de regionalismo económico cepalino.
Ya en 1950, uno de los líderes democráticos más importantes del continente, Rómulo BETANCOURT, escribía:
Evidente resulta que esta cooperación económica interamericana, para ser totalmente eficaz, impone la articulación y coordinación de los dispersos sistemas de producir y distribuir de los países latinoamericanos. Formamos un archipiélago de veinte ínsulas arrogantes, enquistada cada una dentro de su orgullo de parroquia. Cultivamos el aislamiento lugareño, mientras se perfilan en otros continentes formidables federaciones futuras de pueblos y razas. [1]
Esta convicción del político venezolano la compartía la mayoría de los líderes principales latinoamericanos, de allí que no faltase la voluntad política para iniciar las negociaciones que pondrían las bases sobre las que se levantaría el proceso integracionista.
No obstante, este proceso de integración a lo largo de más de cinco décadas, ha sufrido retrocesos, altibajos y contratiempos derivados de los volátiles acontecimientos políticos, de los obstáculos estructurales, de las diferencias de desarrollo, de las ópticas divergentes, las rivalidades, de las políticas económicas contrastantes entre los países y/o sus gobernantes, sin dejar de mencionar las débiles voluntades políticas. A pesar de estas dificultades y magros logros, podemos hoy registrar también resultados positivos, dentro de un balance general que pudo haber sido desde luego mucho más satisfactorio.
En cambio, la integración de Norteamérica, como se ha afirmado, arranca desde comienzos del siglo XIX. EEUU es una nación que ha sido considerada un “país-continente”. Este proceso particular, por sus circunstancias especiales, deberá ser, en consecuencia, examinado y evaluado con criterios distintos.
Varios son los esquemas de integración económica que han probado suerte en América Latina durante las últimas cinco décadas. Desde el establecimiento de áreas de preferencias arancelarias, zonas de libre comercio, uniones aduaneras hasta regímenes de mercado común han sido puestos en práctica.
[1] BETANCOURT, R. (1969): “Discurso de clausura de la primera conferencia Interamericana Pro-Democracia y Libertad”,
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