jueves, 21 de julio de 2011

EL PRÓXIMO GOBIERNO DE VENEZUELA Y LAS NUEVAS POLÍTICAS DE INTEGRACIÓN ECONÓMICA



No hay duda de que en la presente coyuntura histórica resulta oportuno exponer al debate algunas ideas sobre el futuro de la integración hemisférica, sobre todo, cuando se han lanzado en el continente nuevas iniciativas en este campo, como la Comunidad Sudamericana-Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), impulsada por BRASIL, la CELAC o proyectos político-ideológicos supuestamente integracionistas como la llamada Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), propuesta por el actual gobierno venezolano.

No escapará al lector que este tema, íntimamente ligado al desarrollo histórico de la interdependencia económica continental, por su trascendencia política y económica, ha generado no pocas polémicas en todos los campos del acontecer que se relacionan directa o indirectamente con él.

Por décadas, los países latinoamericanos han enfrentado los desafíos que conlleva el difícil camino hacia el desarrollo y la prosperidad. Mucha tinta se ha vertido sobre este sensible asunto. Las diversas corrientes de pensamiento se han abocado a su estudio desde los tiempos en que nuestros países iniciaron su trayectoria como naciones independientes. Políticos y pensadores de nuestro hemisferio han opinado desde hace más de 200 años sobre el tema. Desde Washington hasta Buenos Aires, hemos visto desfilar el monroismo, el bolivarianismo, el panamericanismo, el antiamericanismo, el nacionalismo, el tercermundismo, la dependentología, el antiimperialismo, el marxismo, el foquismo, el indigenismo, el liberalismo y el neoliberalismo, cada uno con su receta.

La integración económica entre los países de América Latina (AL) ha sido una estrategia que se ha puesto en práctica con resultados que no fueron los esperados, habida cuenta del tiempo de vigencia que ha tenido aquella. En el trayecto, se ha creado y experimentado varios modelos de integración, algunos de éstos se han remozado o refundado, pero las carencias, las marchas y contramarchas, los momentos críticos, los desencuentros, han persistido. No obstante, el balance es agridulce, y aún falta mucho trecho por recorrer en esta materia, si es que aún queda alguna posibilidad para esa estrategia, después de haber desperdiciado tantas oportunidades y llegados a una interdependencia global que restringe o más bien dificulta la viabilidad de los bloques de comercio cerrados o regionalizados.

Visto desde hoy tal recorrido accidentado durante más de cinco décadas, sólo queda constatar que el tiempo no perdona. Las coyunturas no aprovechadas ya no regresarán, aunque resten opciones con cierta viabilidad.

Mientras el mundo seguía su curso, y la brecha con los países desarrollados se ensanchaba, los países de AL quedábamos rezagados por causa de nuestros males políticos, sociales y económicos no resueltos; en su mayoría, atribuibles a nosotros mismos. A pesar de que en los últimos tiempos y de la crisis financiera que golpea los países desarrollados, en algunos países de AL se han producido importantes avances en términos de crecimiento económico y bienestar, siguen presentes los lunares de la pobreza, las debilidades institucionales e importantes carencias educativas, entre otros problemas.

El mundo de hoy no es aquel en que se creó la Asociación LatinoAmericana de Libre Comercio (ALALC). La interdependencia global, particularmente la económica, ha arribado a cotas insospechadas entonces. Han transcurrido 51 años. Pocos años menos de vida que los de la Unión Europea. Y los contrastes y logros están allí, a la vista de todos.

¿Qué hicimos o dejamos de hacer los latinoamericanos durante estas décadas o antes para alcanzar los insatisfactorios resultados obtenidos? ¿En qué hemos fallado? ¿Qué hicieron países exitosos en la actualidad cuyos niveles de desarrollo hace 50 años estaban por debajo de los nuestros? Son preguntas lacerantes y legítimas.

En un mundo en extremo interdependiente como el actual ¿tenemos las mismas opciones que hace 60 años? ¿Cabe pensar en la misma integración que nos propuso PREBISCH y la CEPAL a mediados del siglo pasado? ¿Es viable y/o conveniente hoy la integración sólo entre latinoamericanos cerrándonos a una integración hemisférica, excluyente de EEUU y CANADÁ? ¿Cual es planteamiento más adecuado a las circunstancias actuales en la materia de integración para los países latinoamericanos? ¿Vale la pena seguir insistiendo en una integración latinoamericana que no se da después de décadas, que se funda en criterios de supuestas identidades que no todas son reales, y que poco importan en el mundo globalizado de hoy? ¿Estamos conscientes de que algunos supuestos proyectos de integración que se intentan en nuestra región no son más que instrumentos al servicio de una estrategia hegemónica de alguna potencia emergente?

Para este opinador está claro que en el fondo de este debate subyacen, desde luego, cuestiones de diversa naturaleza, no sólo las estrictamente económico-comerciales. La política, como siempre, juega. Y las fuerzas que operan en nuestro hemisferio y el mundo incidirán en este entorno complejo y en permanente mutación. Así, las exigencias de la competencia política, las inclinaciones ideológicas y los mitos acendrados en el imaginario colectivo, para bien o para mal, repercuten en el curso de los acontecimientos. De allí que debamos contar con los imponderables de este campo.

Sin embargo, en tanto que venezolano, y después de ver los desaguisados que en esta materia ha perpetrado el gobierno actual, pareciera que lo conducente para el próximo gobierno que se inicie en el 2012 sea aprovechar las circunstancias negativas en que nos ha colocado aquel, para reformular nuestro pensamiento en la materia y establecer un conjunto de prioridades que nos permitan, con base en los superiores intereses, los vínculos naturales e históricos, y las necesidades económicas y sociales del país, enfrentar los desafíos en las mejores condiciones posibles y de una forma pragmática y flexible, sin obstaculizar los beneficios que trae el libre comercio, y sin posiciones trasnochadas y anacrónicas proteccionistas.

Obviamente, el marco general de la política económica y de relaciones internacionales que se establezca en el gobierno entrante deberá condicionar lo que se ponga en práctica en materia de integración económica.

Lo que sí considero prioritario, como muchos especialistas lo han planteado, es definir las relaciones económicas y las reglas de juego con nuestros vecinos, principalmente Colombia.

Se ha planteado un regreso de Venezuela a la CAN, pero es un asunto que no veo claro, dada la situación crítica en que la han puesto otras iniciativas.

Nuestro ingreso a Mercosur debe ser suspendido con el propósito de diseñar una negociación adecuada en la que participen los sectores productivos que pueden verse afectados. Es imperativo que se valore experiencias como la chilena y los nuevos esquemas que se han planteado en el continente y sus consecuencias en los desarrollos futuros, como es el caso de la nueva alianza comercial del Pacífico.

Pienso, igualmente, que si bien podemos hasta cierto punto, por razones políticas, saludar iniciativas supuestamente integracionistas recientes, aún muy incipientes, no debemos apostar a ellas como algo que estaría dado o que nos vaya a beneficiar siquiera en el mediano plazo. Sobre ellas, soy escéptico, son una manifestación más del refundacionismo estéril latinoamericano y poco futuro les veo, sobre todo cuando están presentes orientaciones excluyentes de actores fundamentales. Además, algunas de ellas, amén de que son instrumentos notorios para la instauración de una hegemonía, atentarían de forma inconveniente contra instituciones establecidas y arraigadas en el hemisferio (OEA, Corte Interamericana, por ejemplos), cuya utilidad para la cooperación, el diálogo y la defensa de la democracia y los derechos humanos, ha sido históricamente demostrada a pesar de sus deficiencias.

Paradójicamente, el descrédito en que ha caído la imagen de Venezuela en el ámbito internacional por la acción de un gobierno personalista, ideologizado, ignorante de los asuntos exteriores y sin personal profesional calificado que los maneje, podría ofrecer al nuevo gobierno una oportunidad ideal de hacer los cambios de orientación y de políticas que en términos de modernización demanda el país y las circunstancias exigen. Un país que esté a tono con los tiempos es un objetivo inaplazable.

EMILIO NOUEL V.

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