Desde Venezuela, habida cuenta de la penosa experiencia
política de las dos últimas décadas con un populismo exacerbado, autoritario y
de inspiración totalitaria, el triunfo electoral del “Peje” López Obrador en
México es leído, a mi juicio, de forma inadecuada y se hacen afirmaciones
rotundas sobre lo que de antemano será su gobierno.
Fundamentalmente, se cree que por la retórica del político
mexicano, parecida en algunos aspectos a
la del chavismo, necesariamente el resultado de su mandato será el mismo que hemos
padecido amargamente en nuestro país.
Se pretende extrapolar la vivencia venezolana a la que
tendría México con el nuevo mandato presidencial que se iniciará en Diciembre próximo;
como si ese país y el nuestro tuvieran similares características y
circunstancias, como si Chávez y el Peje fueran lo mismo.
En materia de pronósticos sobre lo que pudiera resultar
definitivamente ése o cualquiera otro gobierno, lamentablemente no disponemos
de una bola de cristal para afirmar nada, ni en el sentido de que será una
réplica chavista, ni el de que se comportará como un gobierno “normal y
corriente”, o incluso, que sería una administración al estilo de Ollanta Humala
o Lula Da Silva, opción por la que, por cierto, me atrevería a apostar.
Lo cierto es que el señor AMLO ha expresado antes y durante
su campaña, algunas ideas y propuestas semejantes a las de otros líderes
populistas de nuestro entorno. Sus opiniones favorables y simpatías hacia gobernantes
de la región que se ubican en la izquierda, también lo ubican en ese campo
político, de allí las reservas y temores de algunos hacia él y lo que pueda
hacer.
Sin embargo, lo primero que debe decirse es que no todas las
experiencias supuestamente de izquierda que hemos tenido en nuestro hemisferio,
han adoptado las políticas chavistas. Hasta Evo Morales, cuyo discurso radical
antiimperialista, en su práctica económica, no ha llegado a los extremos de
Venezuela, sin que eso signifique que su conducta no esté marcada por el
autoritarismo y otros rasgos cuestionables, que lo acercan a una dictadura.
Lo que no está ausente del discurso de AMLO, son las ideas
anacrónicas, demodés. No hay ninguna duda de que llevadas a la práctica puedan
ser letales para la sociedad y la economía mexicanas.
La pregunta que nos hacemos es si aquellas se traducirán en
políticas bajo su gobierno. ¿Fueron enarboladas solo como anzuelo electoral? ¿O
las implementará contra toda racionalidad económica?
AMLO ha sido un dirigente político y sabe cómo “se bate el cobre” en esa profesión.
Tiene un largo historial. Experiencia administrativa trae, más allá de si fue
buena, regular o mala, según quien la estime. Como tal, es un negociador
pragmático. Por eso ha llegado donde ha llegado.
Y es precisamente en ese tema en el que tiene grandes
diferencias con Chávez, inexperto en lides políticas y gubernamentales,
acostumbrado a mandar y ser mandado, en tanto que militar. En lo ideológico también
vemos diferencias. Uno, Chávez, con indigestión de marxismo y otras creencias
nocivas, y el otro, más cercano a la práctica socialdemócrata.
En lo que si se parecen acercarse ambos es en el mesianismo;
que, por cierto, no es mal exclusivo de ningún sector político. (¿Qué me dicen
de Trump?).
Enrique Krauze ha dicho acertadamente de López Obrador, porque
lo conoce bien y además ha reflexionado y escrito sobre el fenómeno mesiánico
en política, que es “un hombre que tiene un culto de su propia personalidad
y lo promueve”, lo cual constituye
un riesgo para los mexicanos, tanto para los que lo combaten como para aquellos
que siguen ciegamente su prédica redentorista.
Algunas noticias que llegan de los
que lo rodean no son muy alentadoras, más bien preocupantes. En las extremas
derecha e izquierda tiene seguidores y votos. Los extremos se juntan frente a
situaciones políticas particulares. De allí también las incongruencias del
discurso.
No obstante, buen comienzo fue el
de la reunión con los empresarios del país, y hasta de luna de miel se habla en
esa relación. Ojalá el encuentro con todos los sectores sociales se haga desde
el respeto, la concordia y el acatamiento del estado de Derecho y las
libertades.
Por otro lado, y ya refiriéndonos
a la diplomacia que adelantaría AMLO, se ha conocido que estará al frente de
ella un político experimentado, Marcelo Ebrard C., quien además dirigirá el
equipo de transición. Sobre el gobierno de Venezuela, lo más probable es que
haya un cambio no favorable para los sectores democráticos que se oponen a la
tiranía chavista.
México es una importante economía
en nuestro continente con un amplio y fuerte sector privado, muy distinto al
de, por ejemplo, Venezuela, cuyo Estado sí ha sido poderoso, omnipresente, dueño
de la riqueza.
México tiene instituciones, es
verdad, cojitrancas, pero largamente establecidas. Grandes contrapesos al poder
ejecutivo hay, desde el ámbito público y de la sociedad civil, lo cual también lo
diferencia del caso venezolano.
Hay argumentos de peso para no
compartir la idea paranoide de algunos acerca de que el señor López Obrador se
convertirá en otro Chávez.
Sólo aspiramos a que ponga de lado
la visión mesiánica que lo acompaña y
controle los impulsos autoritarios que el manejo del poder político
máximo trae consigo, sobre todo, en líderes
propensos, por su talante personal, a conductas antidemocráticas.
Si no sucumbe a la tentación
autoritaria, puede que haga un buen gobierno, que no destruya las instituciones
y la vida material de ese gran país que es México. Por el bien de los mexicanos
que legítimamente desean cambios importantes en muchos aspectos de sus vidas, y
por el del resto del hemisferio que también persigue el bienestar y la paz de
sus ciudadanos.
¿Colmará las enormes expectativas
que ha generado? ¿Será el enterrador del sistema político mexicano tal y como
lo hemos conocido?
Amanecerá y veremos.
EMILIO NOUEL V.
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