Una gran noticia para los que creemos que el libre comercio
es lo más conveniente para la prosperidad de los pueblos es la firma reciente
de un acuerdo entre la Unión Europea y Japón.
Este pacto entre actores que representan alrededor de un
tercio del PIB mundial es de un enorme impacto mundial, sobre todo, porque va a
contravía de la conducta que observamos de parte de quien fue siempre un
campeón del libre comercio: EE.UU.
El acuerdo contempla tanto productos tangibles como
servicios, incluso los financieros. Suprimirá más del 90% de los aranceles que
Japón aplica a las importaciones europeas y entrará en vigor en 2019, luego de
que se hagan las aprobaciones que corresponda.
El año pasado (2017), Japón importó, por ejemplo, más de 23
mil millones de dólares de Alemania, 7 mil millones del Reino Unido, 10 mil
millones de Francia y 10.3 mil millones de Italia. Y exportó a esos 4 países 18.9 mil millones, 13.8
mil, 6 mil millones y 4.8 mil millones, respectivamente (ITC Trade Map).
Una balanza comercial ligeramente favorable a Japón, sin
duda, pero que beneficia también a los actores europeos que participan en este
intercambio, sin mencionar el flujo de inversiones que existe también entre el
país oriental y Europa.
Como se sabe, en la actualidad la Unión Europea la conforman
28 países hasta tanto no salga el Reino Unido, si es que esto se concreta
definitivamente. Gran parte de estos países también mantienen intensas
relaciones económico-comerciales con Japón, de allí que el acuerdo concluido
sea de considerable relevancia.
Pero por encima de todo, y más allá de lo cuantitativo, el
pacto comercial que va a entrar en vigencia y significará una reducción
arancelaria de 1.200 millones de dólares, representa una poderosa y clara señal
no solo de contenido pragmático, también principista, para el mundo y en
especial para quienes pretenden regresar a épocas superadas, como algunos
gobernantes, entre ellos, el señor Trump, que ha entrado al gobierno de su país
como elefante en cristalería.
Que lejos está aquel lema
que inspiraba a los “founding fathers”
estadounidenses: “No sea, no ocean, no
strait should be closed to American ships”, el cual era el corolario de su
visión librecambista. Un principio
decisivo que defendieron desde entonces como política internacional, el de la “libertad de los mares”, que significó libertad de viajar para los ciudadanos,
de comercio para sus mercancías y de tránsito para sus barcos donde quiera que
deseasen ir en el mundo.
Quien está al frente de esa gran nación, hoy, pareciera desconocer ese
principio o estar en su contra, al poner en riesgo la economía y la de otros, al
maltratar sus alianzas internacionales no solo las económicas, con el propósito
populista exclusivo de obtener beneficios individuales de corto plazo.
Se estima que el neoproteccionismo de algunos gobernantes va a producir una
reducción del crecimiento de la economía mundial, que no ayudará a nadie, todo
lo contrario.
La Unión Europea, a pesar de tener en su seno algunos proteccionistas
trasnochados, en su mayoría valora el libre comercio como fuente de ventajas,
ganancias y bienestar para sus ciudadanos, de allí que la suscripción del
tratado in comento sea una excelente noticia.
El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, lo ha
expresado de manera inequívoca: “Estamos
mandando el mensaje claro de que estamos juntos contra el proteccionismo". Y esto es crucial, sobre todo en momentos en
que se está poniendo también en cuestión la permanencia de una organización
como la OMC, vital para la institucionalización y gobernanza del comercio
mundial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario