Las relaciones políticas y
económicas de los países que integran el hemisferio americano han estado
marcadas por encuentros y desencuentros a lo largo de los dos últimos siglos de
vida independiente. Convergencias y pugnas, rivalidades y alianzas, debates
enconados y consensos, entendimientos e incomprensiones, han caracterizado la
dinámica de vínculos e intercambio en las Américas.
Los intentos fallidos y/o incompletos
de integración y cooperación, impulsados durante ese largo recorrido, son la
secuela, sobre todo, de las ideas que han inspirado a los hombres públicos del
continente, más allá de los factores estructurales que condicionan nuestras
sociedades.
La influencia de las ideologías y
creencias sobre quienes inducen el curso que toman los acontecimientos sociales
y generan los cambios políticos y económicos, es una verdad incontestable en
todo tiempo y lugar; no hacen falta mayores demostraciones empíricas de ello.
Karl Popper, en su libro Conjeturas y Refutaciones, escribió que
el poder de las ideas, en especial, las morales y religiosas, es tan importante
como el de los recursos materiales. En el siglo XIX, el escritor Víctor Hugo ya
había afirmado algo parecido: “más que
las locomotoras, las ideas son las que llevan y arrastran el mundo”.
Y en el campo económico, John
Maynard Keynes afirmó que las ideas de los economistas y los
filósofos políticos, tanto cuando son
correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se piensa.
Así, el hombre, en su afán de
diseñar modelos de sociedades, imaginar utopías, edificar estructuras
políticas, ejecutar programas políticos o justificar intereses colectivos, de
grupos o individuales, provisto de diversas visiones sobre la vida y el mundo,
ha perseguido con pasión sus objetivos de transformación de la realidad a lo
largo de la historia.
Sabemos que Platón fue un filósofo
involucrado en los asuntos políticos de su tiempo; no pudo evitar la tentación
de llevar a la práctica su doctrina sobre el gobierno. Lo testimonian los tres
viajes que hizo a Siracusa con el propósito de convertirse en consejero de
reyes.
Las ideologías y el cuerpo de
creencias diversas surgidas en el devenir social constituyen el acervo
intelectual del que el hombre se ha nutrido para acometer sus ejecutorias
públicas o privadas. A los policy-makers
aquellas le han servido para delinear su hoja de ruta y estrategias hacia el
objetivo fijado.
El hemisferio americano no ha sido
la excepción en tal sentido.
Desde una perspectiva histórica,
nuestro continente ha ofrecido un vasto espacio para la promoción y concreción
de las que provienen del mundo occidental al que pertenece, pero también es
vivero primigenio de algunas propias.
El liberalismo, el positivismo, el
marxismo, la socialdemocracia y la doctrina social de la iglesia católica, en
sus distintas versiones, son las doctrinas que han tenido más adeptos entre
nuestros políticos y pensadores.
Durante las últimas centurias, estas
grandes corrientes políticas, el pensamiento de filósofos, escritores,
científicos y hombres de acción, han servido de fuente de inspiración. Desde el
Siglo de las Luces, pasando por los
convulsionados siglos XIX y XX, hasta nuestros días, esa producción intelectual
ha marcado el comportamiento de los líderes al frente de los asuntos públicos,
incluido el que atañe a las relaciones internacionales.
De modo que cuando analizamos los
resultados, tanto los éxitos como los fracasos que se han alcanzado en materia
de integración y cooperación en nuestro hemisferio, es forzoso remitirse a tal
acervo ideológico.
Sólo así comprenderemos lo que ha
sucedido, porqué estamos donde estamos, y cómo podremos enfrentar los desafíos
del futuro.
Las realidades de la actual
interdependencia global, particularmente sus complejidades, demandan de las
sociedades modernas un esfuerzo en el sentido de afinar con la mayor precisión
posible los medios para alcanzar el éxito que los ciudadanos están ávidos de
lograr.
El debate entre ideologías sigue
presente. Incluso, ideologías que algunos llaman mortíferas, pugnan por
imponerse en el mundo de hoy. En la discusión sobre los proyectos de integración
hemisférica y global se sigue insistiendo en ideas que han demostrado haber
perdido vigencia, cuando no, su nocividad.
De allí que los objetivos de amplio bienestar
económico y plenitud y vigencia de las libertades democráticas deberían ser los
motores inspiradores que impulsen el encuentro integrador y vigoroso de los países de
nuestro hemisferio.
EMILIO NOUEL V.
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