DEL BREXIT O DE CÓMO SE SUICIDAN LOS
PAÍSES
No sólo las personas cometen suicidio, también los países pueden
caer eventualmente en el mismo fatal destino.
Los desequilibrios y los temores no superados, infundados o
no, en ambos casos, son la causa fundamental de ese trágico resultado.
Cuando reflexionamos sobre el llamado Brexit, ésa es la primera idea que se me viene a la mente. Y quizás
en una primera aproximación, uno tienda a exagerar los efectos.
Sin embargo, la gravedad del hecho está allí, las
percepciones y pronósticos que observo no son muy halagüeños en el corto y
mediano plazo, en especial, para los británicos.
Éstos, y por una diferencia mínima, pero mayoría al fin,
decidieron salirse de la Unión Europea. Algunos ya se están arrepintiendo por
haber votado a favor o por haberse mantenido al margen.
Sobre este insólito evento una avalancha de análisis se ha
derramado en los distintos medios del mundo.
Estadistas, políticos y especialistas de todos campos y
latitudes adelantan su opinión y preocupación.
Quienes por razones académicas y profesionales hemos tenido
contacto con la realidad de la integración europea, nos resulta incomprensible
tal deriva suicida por parte no solo de un pueblo, sino también de sectores de
otros que amenazan con el mismo proceder.
Obviamente, la Unión Europea no es una construcción perfecta
que no requiera de cambios y adecuaciones a las nuevas realidades en permanente
evolución. No es la misma de los ‘Treinta
gloriosos’ años que la llevaron a reconstruirse, alcanzar altas cotas de
crecimiento y desarrollo, y labrarse un lugar central en el mundo.
Europa supo sortear muchas crisis, adoptando decisiones que
no ponían en tela de juicio la integración. Lo que garantizaba la continuidad
del proyecto fue siempre más integración, cooperación y confluencias de
políticas.
La sociedad del bienestar europea que logró estructurarse
durante casi 7 décadas, mucho le debe a la convergencia de los países en un proceso
de acercamiento de sus economías con
vistas a la creación de una sola.
El ideal de una federación, acariciado por siglos, la propuesta
de “Los Estados Unidos de Europa” que
inspiró a pensadores, filósofos y políticos de varias generaciones, no era nada
descabellado, ni imposible de conseguir, sin mencionar su conveniencia.
Era también la forma de acabar de una vez por todas las
guerras seculares inútiles. Era edificar un futuro distinto sobre la base los
valores de la libertad y la democracia.
Desgraciadamente, la irreversibilidad, característica que
creímos sustancial a estos procesos, se está mostrando dudosa, discutible,
aunque haya efectos reales que se resistan y no puedan ser borrados de un
plumazo, a pesar de estas derivas absurdas.
Es lamentable, igualmente, cuando la vemos producirse en
nuestro entorno latinoamericano más cercano.
Una retórica populista, ultranacionalista, racista y
xenofóbica, que estuvo siempre presente pero marginal en los países, es ahora
alimentada y potenciada por crisis políticas, financieras y migratorias.
Resulta insólito ver líderes políticos estimular y aprovechar
movimientos, miedos y humores sociales, sólo porque han visto en ello una
oportunidad de hacerse con el poder en sus países, no importándoles poner en riesgo
el bienestar de sus conciudadanos y dar motivo para confrontaciones que se
creían enterradas.
En nuestro hemisferio americano hemos experimentado las
consecuencias nefastas de estas visiones extraviadas.
El ejemplo europeo sirvió de paradigma para nuestro
continente. Si bien no hemos sido muy fieles ni muy exitosos respecto de ese
modelo, es de reconocer que no es porque los principios hayan sido
desacertados, sino por los defectos de los que han intentado ponerlo en
práctica.
Queremos seguir viendo una Europa fuerte que contribuya con
los equilibrios mundiales necesarios. Debilitarla no le conviene a ella ni a los
que estamos del otro lado del charco.
En un mundo interdependiente como el que tenemos y que se
intensificará, los problemas tendrán su solución con la integración y la
cooperación de los pueblos del planeta.
Reconociendo los intereses y aspiraciones de cada quien, los
beneficios pueden ser compartidos mejor con la convergencia económica y
preservando la paz, sobre la base de principios y normas aceptadas y acatadas
por todos en el marco de entes multilaterales que persigan objetivos comunes.
Ojalá y los efectos del suicida Brexit puedan ser minimizados y/o neutralizados. Los líderes
europeos están haciendo lo que hay que hacer para superar esta gran crisis. Albergamos la esperanza que el mal ejemplo del
Reino Unido no se esparza más allá, y de que pueda producirse un regreso mas temprano que tarde. Sus coletazos los sufriremos en nuestro Hemisferio.
EMILIO NOUEL V.
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