DELINCUENCIA Y POLÍTICA
Hace unos años atrás, Robert D. Kaplan en su libro ‘La anarquía que viene’, escribía sobre
cómo el mundo del crimen estaba ya permeando crecientemente hacia la política
en algunos países africanos. No se refería sólo al soborno y al financiamiento de
ciertos movimientos políticos por parte de grupos delincuenciales, también
apuntaba a la participación directa de los mismos criminales en la política
activa. Ya no serían tanto “el poder
detrás del trono”, ahora buscaban sentarse
en él.
El venezolano Moisés Naim, en un importante trabajo titulado
‘Ilícito’, también subraya el
fenómeno de la influencia creciente del delito en los asuntos de la política.
Otro autor, historiador muy reconocido en la academia
mundial, el inglés Eric Hobsbawn, escribió mucho antes sobre el tema y abunda
en casos de distintos ámbitos, europeos y americanos (‘Bandidos, rebeldes primitivos y revolucionarios’). Allí registra ejemplos
de personajes que en la historia son bien conocidos por su relevancia en la
vida pública de los países, incluso admirados y venerados, y cuyo origen es el
bandidaje, el cual no dejaron de practicar.
Así, la política, una actividad social plausible, no ha
estado exenta de ser salpicada por la delincuencia.
No obstante, es importante destacar que particularmente los
movimientos insurgentes y revolucionarios hicieron uso del ímpetu anárquico,
violento y anti-establisment de los grupos al margen de la ley, para sus
propósitos políticos. Bolcheviques, nazis y la guerrilla latinoamericana contaron
entre sus filas a delincuentes, a los que veían como émulos de Robin Hood.
Lo nuevo de todo esto es que ha crecido el número de malandros que se dedican a la política,
lo cual plantea desafíos complejos y riesgosos a esta actividad y a la
democracia.
Esta apretada introducción me sirve para puntualizar al
fenómeno en nuestro entorno más cercano y actual, sobre todo, cuando observamos
el espectáculo sórdido y repugnante que está teniendo lugar en ciertos países.
Me contaba un amigo abogado con vocación por la defensa de
los DDHH, que a comienzos del gobierno de Chávez, un dirigente de ese partido
que, por cierto, con el tiempo ha ostentado altos cargos, se le acercó exultante
para decirle que ahora sí iban a ganar mucho dinero con casos de violaciones a
tales derechos, pues en el nuevo gobierno iban a tener más influencia para
aligerar esos asuntos.
A mi amigo, que no estaba en esa lucha por lo que pudiera
obtener crematísticamente, el comentario no le cayó muy bien, a pesar de
simpatizar por la misma causa política.
Es ésta una clara muestra de cómo aquel personaje veía utilitariamente
y desde sus intereses personales, la militancia y un asunto de tanta impacto
social.
En los días que corren ha estallado en España una trama que
evidencia también la degeneración de las luchas sociales por parte de una
delincuencia organizada que se vistió de justiciera, adornada con una retórica
supuestamente reivindicadora de los derechos de los ciudadanos y de los
atropellados por el poder.
‘Manos Limpas’ y ‘Ausbanc’ son dos ONG de ese país que
gozaban de prestigio por las causas sociales que habían abrazado. La lucha
contra la corrupción en el gobierno y la protección de los usuarios bancarios.
Ahora se demuestra que sus dirigentes chantajeaban y
extorsionaban con las demandas que introducían dizque en nombre de las víctimas
de banqueros y gobiernos. Si mediaban grandes
sumas cantidades de dinero, los justicieros, o no intentaban o retiraban sus
querellas de los tribunales. Así era el modus operandi de estos delincuentes.
En nuestro país, ha habido casos recientes de fiscales del ministerio
público que extorsionaron a empresarios para excluirlos de algunas causas a
cambio de fuertes cantidades de dinero.
A estos delincuentes de la política le erigen estatuas, y
denominan instituciones o vías públicas con su nombre. Les rinden homenajes y
los ponen de ejemplo ante sus colectividades, presentándolos como grandes ciudadanos
y/o revolucionarios inmaculados.
Afortunadamente, estos ídolos con pies de barro se han ido
derrumbando. Estamos viendo, entre otros, las tropelías y atracos al tesoro
público de la banda de los Kirchner en Argentina, el gang de Lula Da Silva y en
nuestra Venezuela, la pandilla chavista, todos hermanados en una suerte de internacional de la corrupción.
En los espacios institucionales internacionales, como UNASUR,
por ejemplo, vemos una efigie de un depredador del erario público a la entrada
de su sede: Néstor Kirchner. Una vez revelada la obscena y monumental trama de
corrupción que tejió en su país, lo
menos que deberían hacer sus directivos es removerla.
Mientras en nuestros países no haya una transformación
cultural sobre este asunto y no exista una fuerte institucionalidad que erradique
la impunidad, como ha ocurrido desgraciadamente en Venezuela en los últimos años, la delincuencia organizada terminará por tomar la política por asalto y
seguiremos padeciendo el grave mal de la corrupción, que a quien más perjudica es a los más
pobres, pues el efecto directo del peculado, la malversación de fondos y el
tráfico de influencias, es la resta de recursos para las políticas sociales que
las mayorías demandan.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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