Venezuela sigue en boca de medio mundo. Salimos en los principales medios a diario, y no siempre como para sentirse orgulloso.
Su crisis no es ajena a ningún foro internacional; incluso el G7, reunión de los países más poderosos del planeta, se ha referido a nosotros, lo que no es poca cosa.
Presidentes y ex presidentes, políticos, artistas, escritores y deportistas se han pronunciado de cara al drama venezolano, manifestando su preocupación por lo que nos está sucediendo o pudiera suceder, de continuar agravándose la situación. Hasta en la campaña electoral española, es asunto de debate.
En nuestro hemisferio, en la OEA, Mercosur y Unasur, se cocinan iniciativas que persiguen solventar tan grave asunto antes de que la sangre llegue al rio. Se mencionan la activación de la Carta Democrática o de los Protocolos de Ushuaia, o los intentos por iniciar un diálogo/negociación entre las dos fuerzas enfrentadas.
En varios tableros se juega la suerte del país. Y en todos ellos las fuerzas democráticas están obligadas a actuar, no sólo por necesidad, también porque conviene. De ninguna cancha debemos estar fuera. Todo espacio hay que asumirlo sin complejos, sobre todo porque las circunstancias cambiaron, a pesar de que algunos no se han percatado de ello.
UNASUR y Mercosur no son más los cotos exclusivos en los que Chávez, Lula, Rousseff, Mujica y Kirchner, hasta hace poco, hacían lo que querían. Esas instancias están trastocadas, volteadas, y ahora abiertas a la consolidación de la democracia y la paz en el Hemisferio. El populismo y el autoritarismo, por ahora, están de retirada, y eso es una buena noticia.
Ambas organizaciones están en otra tesitura. Los gobernantes de dos países grandes como Brasil y Argentina son expresión de orientaciones políticas y económicas contrarias a las que predominaban. Los de Uruguay y Paraguay andan en esa misma dirección. Chile, Perú y Colombia también.
Si sacamos una pequeña cuenta, de los 12 países de UNASUR, al menos 9 no van a consentir un disparate contra la mayoría de los venezolanos, a pesar de que en la Secretaria General del organismo esté un amigo del gobierno militarista de Maduro, el inefable Samper.
La mayoría en MERCOSUR está en contra de la deriva antidemocrática y enloquecida del gobierno venezolano.
¿Por qué entonces temer a reunirse con los ex presidentes Zapatero, Fernández y Torrijos?
Estos pueden hacer o deshacer o proponer lo que deseen, pero no tienen la última palabra. Primero, sus gestiones y resultados al interior de UNASUR deben pasar por la aprobación de sus miembros, cuya mayoría sabemos cuál es. Segundo, la oposición democrática venezolana, que tiene claro lo que quiere, deberá aceptar o no lo propuesto.
Y ni hablar de lo que pudiera pasar en Mercosur.
Por otro lado, en la OEA, los vientos también son otros. Sin embargo, allí el asunto es más complicado, son 34 los países, y se mezclan otros temas, crematísticos unos, diplomáticos otros.
Lo importante, y esto es un triunfo indiscutible para las fuerzas democráticas venezolanas, es que el Secretario General de esa organización, Luis Almagro, ha tomado el toro del autoritarismo venezolano por los cachos, y valientemente, se ha enfrentado a los desmanes de ese gobierno, llamando las cosas por su nombre, fundamentado en la normativa internacional vigente y en valores y principios políticos y morales universales.
Se habla que allí estaría enrarecido el ambiente, aunque, desde mi modesta opinión, los demócratas venezolanos ya ganamos por el solo hecho de que nuestra situación esté siendo considerada, cosa impensable años atrás.
La correlación de fuerzas en la OEA, como en Suramérica, no es la de la anterior década. No sabemos qué puede suceder en términos de decisiones formales. Es el organismo máximo hemisférico y a él, sobre todo, corresponde un pronunciamiento sobre la crisis venezolana.
Ya tiene en sus manos un Informe amplio, profundo y objetivo sobre el asunto -el de Almagro- para comenzar a evaluar nuestra tragedia, en proceso de agudización, de no adoptarse correctivos urgentes. Sería imperdonable que la institución no lo considerara a la brevedad. Tiene una enorme responsabilidad. La asumió decorosamente su Secretario General, jugándose el cargo y su reelección. Para mí, quemó sus naves como el conquistador aquel, pero ganó en grandeza política y moral. Estoy seguro que la vida se lo compensará, y con creces.
Se ha iniciado, pues, una nueva fase promisoria de la lucha por recuperar la libertad en Venezuela. Lo determinante es que los venezolanos, en el marco de ese entorno internacional que hoy no es favorable, enfrentemos unidos los desafíos políticos. Mientras el gobierno da múltiples traspiés en la ONU, OEA o UNASUR, comportándose como un bellaco, al margen de las formas diplomáticas, de la Ley y de la decencia, la oposición debe perseverar en su conducta sobria e inteligente.
Sin miedo, juguemos en todos los espacios, y si lo hacemos bien, la recompensa no tardará en llegar. La veo cada día más cerca.
EMILIO NOUEL V.
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