Cómo no andar angustiados frente a una situación social y personal que cada día que pasa se deteriora más y más, hundiéndonos en una honda incertidumbre y lacerante frustración.
Cómo no sentir rabia e impotencia ante la incompetencia y la
corrupción obscena de un gobierno que ha demolido la institucionalidad
democrática y dañado profundamente la economía privada y pública.
Cómo no desesperarse ante tanta desidia e inacción de un
liderazgo oficialista que se resiste a rectificar
o a dar paso a otro de carácter amplio que abra salidas a la crisis
política-económica que nos agobia y enrumbe al país por otros caminos de
progreso y bienestar social para todos.
Sobran los motivos para impugnar a un gobierno inepto y
envenenado de ideologías caducas y fracasadas urbi et orbe.
No obstante, hay que tener claro que resolver los perjuicios
materiales y morales que ha causado el chavismo a la sociedad venezolana son de
tal envergadura, que para reiniciar una vida medianamente normal, se va a
requerir todavía recorrer un trecho aún mayor, que no será fácil y demandará de
todos, antichavistas o no, una dosis importante de entereza. Porque no hay
soluciones mágicas ni sectarias ni ‘relancinas’.
Obviamente, reconocer que no hay remedios rápidos para los
males que padecemos, no quiere decir que
nada hagamos y nos sentemos a esperar el cambio político que llegará
inexorablemente.
Haber logrado el triunfo del 6D no ha sido poca cosa. Después
de varios años de extravíos y de minusvalía político-electoral, la oposición
democrática, gracias a una estrategia democrática ampliamente consensuada
y racional, se ha recuperado al obtener el favor popular
mayoritario.
Había muchas expectativas frente a esa fecha, algunos
llegaron a creer equivocadamente que tener la mayoría de la Asamblea
comportaría un cambio de la situación de la noche a la mañana. Que los
chavistas se rendirían y no pondrían cortapisas a la acción del nuevo liderazgo
legitimado, utilizando de manera inconstitucional y arbitraria una
institucionalidad que controlan a su antojo.
Muchos creyeron eso honestamente, y quizás la oposición no
les supo transmitir en su justa dimensión lo que tal triunfo significaría. Que
eso era solo el inicio del cambio y que aun quedaba un camino complicado por
transitar.
Otros, los impacientes de siempre, los ‘purgados’, propulsores
de golpes milagrosos, los que se opusieron a la estrategia electoral, los
proclives a aventuras locas, los que no entienden los ritmos de la política, en
fin, los que se equivocan todo el tiempo, a esos, que, por cierto, tienen
cierto poder mediático, les tiene sin cuidado lo complejo de la situación, no
calibran adecuadamente los obstáculos, sus ritmos y exigencias. De allí que ya
hayan reiniciado su labor de zapa preferida, la que es su obsesión: atacar a la
dirigencia democrática, a sus diputados, a la MUD, simplemente porque han
pasado tres meses y aún no han tumbado al gobierno.
Me dirán algunos que para qué gasto pólvora en zamuro con
estas líneas, sí son apenas grupos minoritarios. Quizás tengan cierta razón.
Sin embargo, creo, que no hay que rehuir ese debate y dejar
en el campo de juego a los que hacen mucho daño transmitiendo desesperanza y críticas
enfermizas, producto de la exasperación personal y de la incomprensión del
momento grave que se vive.
Todos los venezolanos estamos experimentando desasosiego,
intranquilidad, penurias y hasta ira por
lo que ocurre. Pero debemos hacer un esfuerzo particular de discernimiento y
asumir que sólo saldremos del atolladero de manera definitiva con inteligencia,
acción colectiva y paciencia, mucha paciencia. Y no se trata de apoltronarnos
en nuestras casas ni de resignarnos. Lo que sí está claro es que con los
‘purgados’ no se va a ninguna parte. Con sus estallidos irracionales, desahogos
sin rumbo y una retórica carente de propuestas concretas, ellos son la garantía
de que los que gobiernan sigan mandando.
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