“Los oportunistas han salvado a los pueblos:
los héroes los han arruinado”
Emil
Cioran
Aunque no Io
parezca, larga es la historia de la diplomacia económica.
Desde que
era simplemente de naturaleza comercial en los siglos XIV y XV, tiempos en que
venecianos y genoveses buscaban dominar eI Mediterráneo o Ia Liga Hanseática eI
intercambio de mercaderías al norte de Europa, hasta Ios tiempos presentes en
donde todo eI planeta es el campo de juego y toca materias tan diversas como las
inversiones, el cambio de divisas, los derechos de propiedad intelectual, las
innovaciones tecnológicas o la energía, Io económico en general forma parte
casi indispensable de toda negociación entre Estados. Tanto por la fuerza como
por Ias tratativas pacíficas, la diplomacia económica ha estado presente
durante siglos.
No obstante,
es en el último que ella ha cobrado mayor vigencia y significación, empujada
por Ia intensificación de Ia interdependencia global.
Cuando oímos
la palabra diplomacia siempre la vinculamos a las relaciones eminentemente políticas.
Sin embargo, Ia diplomacia política siempre ha protegido y/o servido a Ias
economías domésticas.
En la
actualidad, como nunca antes, no son sólo Ios asuntos de la dinámica del poder
los que deben ser atendidos por las cancillerías del mundo. Si bien éstos tienen
una indudable y crucial importancia en los nexos internacionales, los de
naturaleza crematística son imprescindibles en Ias agendas de negociación entre
países.
Así Ias
cosas, en la globalización que nos ha tocado vivir están mezcladas todas las
dimensiones del intercambio internacional. Bien sea en los conflictos
como en los consensos, en la guerra o en la paz, en las alianzas y las
enemistades, en la cooperación o en el alejamiento, en la integración o las
separaciones, en los compromisos o las controversias, las distintas facetas del
relacionamiento llevan Ia impronta de lo económico.
En este
ámbito, Ias épocas han tenido sus prioridades.
En este
comienzo de siglo, eI tema más recurrente es Ia profundización de Ia apertura de las
economías nacionales. Nadie desea quedarse al margen de Ias grandes corrientes mercantiles
que se han venido imponiendo.
Tanto el Atlántico
como eI Pacífico se han convertido en dos inmensos espacios geográficos en
cuyas dinámicas se está jugando el destino de Ia economía mundial futura.
Es allí donde Ia
diplomacia
económica del siglo XXI está teniendo un papel crucial y determinante.
Un grupo de
Estados de distintos tamaños y desarrollos, de variopintas visiones, han
arribado o están IIegando a acuerdos de gran peso y significación, partiendo todos de una perspectiva pragmática, aIejados de los dogmas ideológicos, Ios
prejuicios políticos y los resentimientos históricos, pensando principalmente en el
bienestar de sus ciudadanos y dejando atrás los conflictos estériles.
Los países
pequeños y medianos que están aprovechando esta oportunidad de entrar en arreglos
globales saben que de haberse mantenido apartados de ellos sus problemas sociales y
económicos se incrementarían y prolongarían en el tiempo.
Es lamentable que
aún haya gobernantes y pueblos aferrados a mitos paralizantes y miradas
anacrónicas, y que por causa de éstos estén desdeñando posibilidades de crecer
y desarroIIarse.
Una acertada
política exterior hoy necesariamente debe contar con objetivos económicos que
coadyuven aI crecimiento y desarroIIo de Ios países.
La diplomacia
económica es el medio idóneo para alcanzar con eficacia aqueIIos propósitos.
Para eIIo se requiere de diplomáticos pragmáticos que comprendan a cabalidad
el mundo de Ia economía y Ias finanzas mundiales, de modo que sepan escoger Ias
mejores y más convenientes alternativas para sus pueblos.
EMILIO NOUEL V.
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