Los diagnósticos
sobre lo que tenemos enfrente como gobierno y sus nefastas consecuencias ya
están hechos. Y los remedios para sacar al país adelante también.
No hace falta
seguir insistiendo en ello. Los que siguen hablando de que se requiere
“proyectos de país”, programas o de propuestas concretas para solucionar los
graves problemas, no hacen más que llover sobre mojado. En esas materias ya
está estudiado y dicho casi todo, no hay nada más que inventar.
La oposición
democrática venezolana y sus cientos de profesionales y técnicos con vasta
experiencia, los mejores del país, saben lo que debe hacerse para superar el
desastre al que nos han llevado 16 años de desatinos de un grupo político
inepto, ignorante, corrupto y autoritario.
La mesa política y
social está servida para iniciar el vuelco a esta situación. Voluntad, decisión
e inteligencia es lo que demandamos de los dirigentes.
El rechazo al
gobierno es cada día que pasa mayor. Las encuestas lo registran. Sólo poco más
de un quinto de la población sigue apegado al gobierno, pero allí el desafecto y la queja están aumentando. El costo de la vida, la inseguridad pública y el
desabastecimiento tienen un poder demoledor inequívoco en la amplia adhesión
que existió hacia aquel.
Los rasgos
fundamentales de la estrategia de la oposición también están definidos y
claros. El camino no es otro que el democrático, constitucional, electoral y
pacífico.
Resta insuflar en
la población, más allá de recoger el descontento creciente y transformarlo en
fuerza política organizada, una ilusión acerca de que es posible una Venezuela
distinta a la calamidad que nos agobia.
Ilusión es sueño,
anhelo, expectación, ánimo y esperanza. No se trata de ofrecer utopías,
promesas irrealizables y demagógicas, para entusiasmar y ganar adeptos.
Urge ser realistas
y sinceros con los venezolanos. Para superar una economía destruida, una
sociedad desarticulada, el reino de la delincuencia establecido, se impone
inyectar en la gente una aspiración vigorosa de cambio posible, no
fantasioso, ni engañoso.
Y esto hay que
hacerlo con convicción profunda, transmitiendo seguridad y fe en el porvenir.
Sólo así podremos revertir la desesperanza que ha venido sembrando el gobierno
en los venezolanos, queriendo con ello disuadirnos de que nada podemos hacer, que
ellos son invencibles, y que no vale la pena protestar ni ir a votar.
Los venezolanos
nos merecemos un país próspero y de todos, y tenemos cómo construirlo. Los
graves daños materiales y morales infligidos en los últimos años a nuestra
sociedad por una banda de desalmados pueden ser reparados. Trabajo, salud,
educación, vivienda, bienes de consumo, seguridad y paz son posibles y mejores
bajo condiciones diferentes a las actuales.
Falta que la
dirigencia democrática, fortalecida mediante una férrea unión, conciba y
divulgue un discurso potente que entusiasme y galvanice a las mayorías que
andan buscando salir de la penuria y la incertidumbre.
El discurso que
necesitamos debe convertirse en una prédica homogénea que inunde a la Nación y
emocione por encima de las diferencias naturales entre los diversos actores que
rechazan el estado de cosas actual. Y para esto la técnica comunicacional
también puede servir de mucho.
Con las elecciones
parlamentarias venideras, se abre a las fuerzas de oposición una formidable
oportunidad de triunfo. Ese éxito, de darse, constituiría un gran salto
cualitativo y cuantitativo en el difícil y tortuoso camino de la recuperación
de la libertad y la democracia en paz.
Para que eso se
dé, precisamos de un discurso que anime, motive, apasione y movilice. En
definitiva, que ilusione, que de ganas de luchar por la Venezuela del futuro.
Así es como ha ocurrido siempre y seguirá sucediendo.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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