Elogio de los desequilibrios mundiales
Sanjeev Sanyal
SINGAPUR – En las últimas semanas, ha habido un coro de opinión partidario de un fuerte aumento de la inversión mundial, en particular en infraestructuras. El ex Secretario del Tesoro de los Estados Unidos Lawrence Summers ha afirmado que la inversión pública es, en realidad, gratuita, mientras que la Directora Gerente del FMI, Christine Lagarde, ha sostenido que, para que la economía mundial “supere un nuevo período mediocre”, hace falta un impulso a la inversión.
Esas observaciones indican que el mundo lleva muchos años padeciendo una inversión inferior a la necesaria. En realidad, según los datos del Fondo Monetario Internacional, la tasa de inversión mundial total actual, que asciende al 24,5 por ciento del PIB mundial, está cerca del máximo habido a lo largo de sus variaciones a largo plazo. La cuestión no es una falta de inversión total, sino el hecho de que un porcentaje desproporcionado proceda de China.
El porcentaje de inversión mundial correspondiente a China se ha disparado desde el 4,3 por ciento en 1995 hasta el 25,8 por ciento en este año. En cambio, el porcentaje de los Estados Unidos, cuyo punto máximo fue el 36 por ciento en 1985, ha bajado hasta el 18 por ciento. La dismunición del del Japón ha sido más espectacular, desde un máximo del 22 por ciento en 1993 hasta tan sólo el 5,7 por ciento en 2013.
China domina la inversión mundial porque ahorra e invierte casi la mitad de los 10,5 billones de dólares de su economía, pero es probable que su tasa de inversión se reduzca marcadamente a lo largo de los cinco o diez próximos años, porque ya cuenta con nuevas infraestructuras, tiene un exceso de capacidad manufacturera en muchos sectores y está intentando cambiar su actividad económica para que predominen los servicios, que requieren menos inversión. Además, el rápido envejecimiento de la población de China y la disminución de la correspondiente a la edad de trabajar reducirá la demanda de inversión a largo plazo.
Como el balance por cuenta corriente es la diferencia entre la tasa de inversión y la de ahorro, la reducción de la inversión creará grandes superávits, a no ser que también disminuya el ahorro, y la experiencia de otras sociedades que están envejeciendo, como las de Alemania y del Japón, indica que la inversión interna disminuye antes que las tasas de ahorro.
Así, pues, China puede esperar que grandes superávits exteriores la transformen de la mayor fábrica del mundo a su financiero principal. De hecho, la magnitud de la salida de capitales podría ser tal, que el capital a largo plazo seguiría siendo barato aun después de que los más importantes bancos centrales del mundo endurezcan la política monetaria. La forma como el mundo absorba dichos superávits determinará el próximo período de expansión económica mundial.
Los mercados en ascenso podrían aprovechar en cierta medida esa financiación barata. La India se beneficiaría sin lugar a dudas, aunque no es probable que absorba una parte importante del ahorro excedentario de China. El porcentaje de la inversión mundial correspondiente a la India es de tan sólo el 3,4 por ciento y ni siquiera una gran expansión compensará una pequeña reducción de la inversión china. Además, el modelo de crecimiento del Asia oriental se ha mantenido en última instancia gracias a la movilización del ahorro interno en aumento y a las exportaciones constantes. De modo, que, aunque la India podría absorber en un principio algún capital internacional, podría preferir en útima instancia crear reservas de divisas acumulando pequeños déficits exteriores o incluso un superávit.
Tampoco es probable que otros países en ascenso absorban demasiado capital de China. Pese a abogar por el gasto en inversión pública, incluso el FMI reconoce que es más probable que un aumento repentino de la inversión pública cause más endeudamiento que crecimiento en los países en desarrollo.
Ésa es la razón por la que los llamamientos del FMI y otros en pro de un aumento del gasto en infraestructuras públicas van dirigidos en realidad a los países desarrollados. Sin embargo, también eso podría resultar insuficiente. El desfase entre la inversión y el ahorro de Alemania es tal, que, aun cuando aumente la inversión interna, lo máximo que podemos esperar de Europa es que no contribuya a aumentar la saturación de ahorro mundial.
Sólo una reavivación de la inversión en infraestructuras en los EE.UU. puede crear una recuperación económica mundial sostenida. Los EE.UU. tienen el tamaño necesario para absorber el superávit de China y sus insuficientes infraestructuras brindan numerosas vías de inversión fructífera.
Resulta irónico que la nueva cantinela del FMI sobre la inversión vuelva a contribuir a unos grandes desequilibrios mundiales, pero, lejos de censurarlo como un grave fallo de la coordinación de las políticas mundiales, los economistas deberían aceptar los desequilibrios como el estado natural del mundo e intentar gestionar las distorsiones resultantes.
De hecho, casi todos los períodos de mundialización y prosperidad han ido acompañados de desequilibrios simbióticos. Siempre han causado distorsiones económicas y quejas políticas, pero muchos de ellos han persistido durante períodos sorprendentemente largos.
Pensemos, por ejemplo, en el comercio indorromano que impulsó la economía mundial en los dos primeros siglos d.C. La India acumuló un superávit por cuenta corriente, mientras que los romanos se quejaban de la pérdida de oro y, sin embargo, el sistema persistió. De forma semejante, el primer sistema de Bretton Woods se sostuvo con capital europeo y el de Bretton Woods 2 fue impulsado por capital asiático, mientras que los EE.UU. aportaron los déficits en los dos casos.
No hay razón para que un Bretton Wood 3 no experimentara desequilibrios semejantes, pero, si por alguna razón la economía mundial no llegara a despegar, tendríamos que resignarnos a un largo período de crecimiento mediocre en el que un capital barato reduzca los rendimientos, aumente los precios de los activos, infle burbujas y busque activos prestigiosos. Ése no es el tipo de desequilibrios al que las autoridades del mundo deberían aspirar.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario