ERNESTO TALVI
MONTEVIDEO – Muchos expertos en política exterior dicen que la relación de Estados Unidos con América Latina se caracteriza por una “apatía benigna.” Miembros del gobierno de EE.UU. cuestionan esta idea, argumentando que las empresas estadounidenses están entre las que más inversiones realizan en la región, y que además, 11 de los 20 Tratados de Libre Comercio (TLC) de EE.UU. son con países de América Latina. Y en la medida en que la "apatía benigna" sea una descripción razonable de la realidad, es un hecho positivo porque refleja la ausencia de tensiones geopolíticas o inestabilidad en la región.
Sin embargo, se podría hacer mucho más – especialmente en temas de política comercial – para profundizar las relaciones económicas entre Estados Unidos y Latinoamérica. Con el estancamiento de las negociaciones comerciales en La Ronda de Doha, EE.UU. se ha involucrado en dos importantes tratados de libre comercio.
Ambos TLC propuestos – Acuerdo Trans-Pacífico (TPP, por sus siglas en inglés), principalmente una iniciativa entre Estados Unidos y Asia, y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), un proyecto en gran parte entre Estados Unidos y Europa – son acuerdos de amplio alcance. Su objetivo es darle un nuevo impulso al libre comercio y avanzar en temas polémicos como el comercio de servicios, derechos de propiedad intelectual, armonización de los estándares sanitarios y técnicos y las licitaciones públicas, entre otros. Sus participantes representan el 60% del PIB mundial. Sin embargo, su impacto no llega a todas partes.
Si bien Chile, Perú y México también se han embarcado en el TPP – y otros países de América Latina tienen la posibilidad de unirse al tratado – la participación de la región es marginal. Para que esta situación cambie, la región tendrá que redescubrir el espíritu de la Cumbre de las Américas de 1994, donde el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton y sus homólogos latinoamericanos forjaron una gran visión para el hemisferio. Su idea era crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que permitiese la libre circulación de bienes, capitales y de personas desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
Una forma de revivir aquel espíritu de cooperación y objetivos en común sería lanzando un nuevo Acuerdo Trans-Americano (TAP, por sus siglas en inglés). El TAP incluiría a EE.UU., Canadá, México, los países de la Alianza del Pacífico, y otros estados latinoamericanos que ya tienen acuerdos de libre comercio con EE.UU. El nuevo acuerdo abarcaría 620 millones de consumidores y representaría un PIB combinado de más de $22 trillones de dólares (más grande que el PIB de la Unión Europea, y más del doble que el de China).
El TAP también englobaría casi la mitad de la población de América Latina e incluiría alrededor del 50% de su PIB combinado, otorgándole a la región el papel central que tanto le falta en el TPP o el TTIP. Inicialmente, la única gran economía que no sería miembro del TAP sería Brasil. Esta situación seguramente cambiaría a medida que el dinamismo de su sector privado, enfrentado a los instintos proteccionistas del gobierno, presionase para formar parte del acuerdo – una oportunidad difícil de rechazar una vez que la influencia del TAP se propague.
El TAP podría establecerse y promoverse con un costo relativamente bajo, basándose en la armonización de los acuerdos comerciales bilaterales existentes con EE.UU., de la misma forma en la que lo están haciendo los miembros de la Alianza del Pacífico. Más aún, la participación en el TAP sería voluntaria, una ventaja fundamental con respecto al ALCA.
Y lo que es aún más importante, el TAP crearía la sensación de un futuro compartido para las Américas. Podría convertirse en una fuerza formidable para apoyar el libre comercio, la inversión, la prosperidad y la paz en un mundo multipolar.
Estos grandes acuerdos comerciales se han vuelto particularmente importantes como puente entre los dos modelos económicos e ideológicos que día a día dividen más el mundo: el capitalismo de Estado autoritario de China y Rusia y la democracia y el Estado de derecho de Occidente.
Hay signos positivos que indican que la política de Estados Unidos se está moviendo en la dirección correcta. En su discurso de noviembre de 2013 en la Organización de los Estados Americanos, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, dijo que la asociación con América Latina “requerirá coraje y voluntad para cambiar. Pero, sobre todo, requerirá un nivel de cooperación más profundo entre todos nosotros, todos juntos, como socios igualitarios en este hemisferio.”
Un nuevo y amplio acuerdo de libre comercio, con América Latina en el centro neurálgico, sería una excelente manera de que estas esperanzas se concreten.
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