Daniel Gros
BRUSELAS – La Unión Europea con la asignación final de carteras dentro de la Comisión Europea, su rama ejecutiva, ha completado su cambio de guardia. El proceso duró casi cuatro meses, tras las elecciones al Parlamento Europeo que fueron celebradas a finales de mayo con un resultado final que se basó inevitablemente en una serie de compromisos – algo que se debe esperar cuando se trata de una UE formada por 28 quisquillosos Estados o Naciones.
De hecho, el buen funcionamiento de las instituciones de la UE requiere que ningún sector electoral importante (de izquierda o derecha, del Este u Oeste, y así sucesivamente) se sienta excluido. Y la nueva Comisión Europea se muestra bastante fuerte, dado que más de 20 de sus 28 miembros anteriormente fueron primeros ministros, vice primeros ministros o ministros. Las personas que han ocupado altos cargos políticos en sus países de origen consideran que vale la pena venir a Bruselas.
Pero la mayor parte de la atención se ha centrado en los tres puestos más altos en la UE: el Presidente de la Comisión Europea, el Presidente del Consejo Europeo y el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores.
El nuevo Presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, fue el primero en ser seleccionado sobre la base en una fuerte participación de su facción en las elecciones al Parlamento Europeo. En su calidad de experimentado conocedor de Bruselas, no fue un candidato que movilizó multitudes. Pero a veces eso puede ser una ventaja, ya que como conocedor sabe cuál es la mejor forma conciliar los intereses contrastantes y cómo conseguir que la maquinaria institucional se ponga nuevamente en movimiento, tal como Juncker mostró con su hábil manejo de la distribución de las tareas entre los distintos Comisarios.
La selección del Presidente del Consejo Europeo requirió de mucho tiempo y de muchas concesiones, y fue el primer ministro polaco, Donald Tusk, quien surgió como la opción final. Pero, aunque Tusk, tiene ahora una puesto que suena importante, el Presidente del Consejo Europeo no decide nada. El Presidente preside principalmente durante las reuniones de los líderes nacionales de la UE, y su influencia como titular del puesto depende de su capacidad para establecer la agenda y facilitar acuerdos.
La experiencia del anterior titular, el ex primer ministro belga Herman van Rompuy, en el manejo de las coaliciones díscolas de su propio país demostró ser muy útil cuando tuvo que persuadir a los líderes nacionales para que tomen decisiones durante la crisis del euro. Tusk, tendrá que lograr algo similar ante los nuevos desafíos que enfrenta Europa en la actualidad, que incluyen la agresión rusa en Ucrania, el aumento del terrorismo en el Medio Oriente, y una economía estancada en su propia casa.
En cuanto al reto más inmediato que tiene la UE, planteado por Rusia, Tusk tendrá que negociar decisiones con los líderes de los países que se sienten amenazados de manera inmediata (como el suyo propio) y aquellos para los que los lazos económicos con Rusia se encuentran por encima de cualquier amenaza a la seguridad europea, amenaza que ellos sientes se encuentra muy remota. En lo que se refiere a la economía, debe conciliar las prioridades de pleno empleo que tiene Alemania con las prioridades de Grecia e Italia, que se mantienen en las garras de la recesión y cuyo desempleo se encuentra por las nubes. Debe ser capaz de conversar directamente con los miembros del Consejo, la mayor parte del tiempo en idioma inglés, algo que podría ser el mayor desafío inmediato que él enfrente, tal como prontamente lo admitió.
El nombramiento de la ministra italiana de Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, como Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad ha sido ampliamente cuestionado, debido a su limitada experiencia ejecutiva en política exterior. Pero, a partir de la invasión de facto de Ucrania a finales de agosto, su gobierno ha cambiado su posición sobre Rusia, y ella ha tratado de convencer a muchos críticos que conoce muy bien los problemas que enfrenta Europa (su tesis universitaria, por ejemplo, fue sobre el Islam político).
Pero, ¿puede ella liderar? El servicio exterior de Europa, que se denomina Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), es una enorme burocracia, que debe ser bien manejada, si se va a ser eficaz. Y, aunque el jefe del SEAE se ha denominado el “jefe de política exterior de la UE”, Mogherini debe ser vista como su directora general, ya que las decisiones clave son tomadas por los líderes de los Estados miembros, cuando se reúnen en el Consejo Europeo. Su falta de experiencia gerencial es, por lo tanto, su principal debilidad, y ella tendrá que encontrar un equipo fuerte que la apoye.
Sin embargo, hay al menos una señal alentadora, aunque oculta, que emerge del nombramiento de Mogherini: El hecho de que el presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi es también italiano no fue un impedimento. Esto implica que la presidencia del BCE no se cuenta entre los puestos a distribuirse de acuerdo a las cuotas de nacionalidad, y que no se consideró que la nacionalidad de Draghi influyera sus decisiones de ninguna manera.
Los líderes de las instituciones de la UE tienen que ser empresarios políticos si quieren dejar una huella en la historia. Su poder de decisión es limitado. Pero a menudo se pueden enmarcar las opciones que eligen y negociar coaliciones para hacer adelantar los límites existentes a la integración europea. Ninguno de los tres nuevos rostros de la UE (Juncker, Tusk y Mogherini) tiene un historial en este sentido. Evidentemente, a los jefes nacionales les gusta que esto sea así.
Por lo tanto, el mensaje más preocupante que surge del proceso de nombramiento es que los líderes de los Estados miembros no van a sufrir debido a que alguien va a llegar a alborotar el avispero y empujarlos hacia una mayor integración. Habrá poco movimiento hacia la “unión cada vez más estrecha” que se vislumbra en el Tratado de Roma. Eso podría ser un alivio para aquellos que en el Reino Unido y en otros lugares temen que se dé una dominación por parte de Bruselas, pero sólo puede desanimar a aquellas que esperan que, a pesar de su lentitud en cuanto a su crecimiento económico y la disminución de su población, Europa pueda convertirse en un actor global relevante.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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