¿ES POSIBLE UNA SOLUCIÓN PACIFICA Y DURADERA EN EL MEDIO ORIENTE?
No puede uno mantenerse al margen del drama que vive el Medio
Oriente, por muy lejos que se esté de él, aunque en un mundo globalizado ya
nada queda lejos. Cosas espantosas han ocurrido y ocurren allí, que parecieran,
a ratos, no tener solución, habida cuenta de su persistencia en el tiempo.
Las causas de estos enfrentamientos de nunca acabar, son
variadas y muy complejas. Unas vienen de lejos en la historia y otras tienen su
raíz en acontecimientos más recientes. A
muchos actores corresponde su parte de culpa, a unos más y a otros menos, y no
solo a los oriundos de la región. En esa región entran en juego importantes
dinámicas geopolíticas e intereses crematísticos, confluyen y compiten estrategias
diversas de los poderes globales.
Lo que está siempre de bulto es el componente religioso,
aunque no sea lo exclusivo. Judíos, musulmanes y creyentes de otras religiones
están inmersos en este torbellino interminable de cruentos conflictos. Dentro
de cada una de esas confesiones, hay sectas variopintas y contrapuestas, que en
gran medida complican el cuadro general. Moderados y radicales, ortodoxos y
liberales, terroristas violentos y pacifistas, todos revueltos en un océano de
intolerancias, odios e incomprensiones, que rechazan, obstaculizan o enturbian
el necesario diálogo, el mutuo reconocimiento. Y no es tan cierto que en el
combate sea sólo entre el Occidente judeocristiano y el Islam.
Sensatez, comprensión mutua y sabiduría están desterradas o
arrinconadas allí. A pesar de que ha habido momentos de optimismo, de posibles
salidas viables a una crisis crónica sin fin, no ha pasado mucho tiempo antes
de que vuelvan por sus fueros la muerte y el desencuentro empujados por un
resentimiento que obnubila mentes y corazones.
Estamos presenciando conductas demenciales que los que
creemos en la libertad, la democracia y la convivencia pacífica como valores
humanos universales, no podemos aceptar de manera impasible. Ante estos hechos
abominables, no está permitido voltear hacia otro lado, por razones de
soberanía, autodeterminación o multiculturalismo. Tales argumentos no están por
encima de uno superior: el respeto a la dignidad humana.
Ciertamente, el respeto a los derechos humanos no es un valor
que todas las culturas tengan como fundamental. Pero eso no es óbice para que
se establezca respecto de ellos una relativización que conduzca a tolerar en
ciertos ámbitos su desprecio y/o pisoteo.
Cuando vemos esos abominables actos, siempre recordamos las
palabras de Joseph Roth en época de los nazis, quien al criticar la “soberana indiferencia” de ciertos países
ante los desmanes de Hitler, afirmaba: “No
se me puede seguir prohibiendo la entrada a casa de mi vecino si éste está
matando a sus hijos con un hacha. No puede haber moral europea, europea y
cristiana, mientras subsista el principio de no intromisión”.
Ese horror que vemos en las actuaciones del Estado Islámico, Al Qaeda, Hamas, Hezbolá, Boko Haram y otros movimientos, compele a la Comunidad
Internacional y a los países democráticos a una acción contundente, incluso
armada si otros medios no resultaren efectivos, que busque proteger y preservar
a millones de personas indefensas a las que se persigue sojuzgar, esclavizar y
obligar a pensar de una determinada manera o a profesar una religión en
particular.
El fanatismo religioso presente en aquellas manifestaciones
políticas no es un tema de fácil abordaje. Como todo fundamentalismo, tiene sus
raíces en visiones distorsionadas y malsanas sobre los asuntos de la vida en
sociedad y sobre el papel de la religión.
El escritor israelí Amos Oz dice que “El fanatismo es la incapacidad de aceptar
situaciones sin solución clara”. Y en efecto, el fanático no admite los “grises”, los matices, la incertidumbre,
las inseguridades, las imprecisiones, la polémica, el debate, la confrontación
de ideas diversas. Ve las cosas maniqueamente, todo o nada, esto o aquello, sin
soluciones intermedias o compartidas. Para él, la idea de solución es la que se
resume en la suma cero. se gana todo, o se pierde todo. Un desenlace ganar-ganar para todas las partes en
liza no tiene cabida en el que ve el problema desde el fanatismo.
Estoy convencido
de que para lograr una solución medianamente satisfactoria en el complejo
cuadro político del Medio Oriente pasará aun mucho tiempo. No solo los países
occidentales deben coaligarse para enfrentar el problema, deben ser
incorporados también gobiernos de la región.
Debe insistirse y
agotarse los esfuerzos que sean necesarios para la apertura de vías al
entendimiento que apunten a soluciones viables y realistas.
Lo que ocurre en
ese rincón del planeta no debemos subestimarlo. Más temprano que tarde sus
efectos nos tocarán. Mientras no se encuentre una salida duradera a ese drama,
seguiremos siendo testigos de horrendas situaciones como las vistas estos días
que corren.
Por lo pronto,
contra el Estado Islámico la única solución que se ve es la vía armada. Otros
problemas puede que tengan medios de solución distintos.
Todo esto lo
decimos, debo confesarlo, desde el escepticismo. Pero nunca hay que rendirse; de
allí que comparta con el escritor libanés, Amin Malouf, lo que escribió en su
libro Identidades Asesinas: no nos
podemos instalar en la desesperanza, la amargura, la resignación y la
pasividad.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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