Jean Marie Colombani
El País
¿Qué surgirá de las grandes maniobras europeas? En la próxima cumbre debería decidirse el sucesor de José Manuel Durão Barroso para presidente de la Comisión. Esta nominación concentra la mayoría de las dificultades que los europeos tienen que resolver, y determinará en buena medida su situación económica y social en los cinco próximos años. ¿Qué hoja de ruta adoptará la nueva Comisión? Las opciones son: continuar con la rigurosa línea de austeridad general, defendida por Angela Merkel, o flexibilizar y priorizar la inversión y el crecimiento, como piden Italia y Francia.
Hay que recordar que la campaña a las elecciones al Parlamento Europeo vino acompañada de una promesa: la mayoría surgida de las urnas determinará la presidencia de la Comisión. Hasta hoy, esa responsabilidad incumbía solo al Consejo Europeo, la asamblea de jefes de Estado y de Gobierno. No olvidemos que esta es una Europa de los Estados, intergubernamental y no integrada. El Tratado de Lisboa dice que los jefes de Estado y Gobierno deben “tener en cuenta” el resultado de las elecciones. La derecha ha ganado. Y el PPE había escogido a su candidato: Jean-Claude Juncker. La Eurocámara jugó bien esta partida: no hay una forma más clara ni más democrática de apropiarse un poder. El sucesor de Barroso tendrá que gozar de una doble legitimidad: la que le confiere el Consejo Europeo y la que le otorgará una mayoría de la Eurocámara. Una lectura nueva y parlamentarista de las instituciones europeas que no gusta a todo el mundo.
La paradoja es que quien se opone a este esquema representa a la más antigua democracia parlamentaria europea: Reino Unido. Para David Cameron es sencillo: ninguna de las papeletas propuestas a los electores contenía el nombre de Juncker. En realidad, Cameron ha jugado mal: ha presionado oponiéndose al veredicto de las urnas con el argumento de que Juncker, demasiado “federalista”, estimularía a los partidarios de la salida de Reino Unido de la UE. Esta postura no le ayudará, pues está calcada de los temas del UKIP. Hubiera sido más sensato presentarse como el buen europeo que ya no es y defender que no había urgencia en designar al presidente de la Comisión, dejando tiempo para que hubiera acuerdo en un nombre unánime.
Mientras, los líderes socialdemócratas de la izquierda se han reunido en el Elíseo. Impulsados por Matteo Renzi, que, a su manera, es también maximalista (quiere que Europa cambie de orientación), y ayudados por el sentido de síntesis del presidente francés han decidido apoyar al candidato de la derecha pero a condición de que se adopte una línea más flexible en la gestión de los déficits y una orientación a favor del crecimiento y la inversión.
Para François Hollande habrá que recurrir a “toda la flexibilidad” del pacto de estabilidad europeo, hacer del empleo de los jóvenes una prioridad presupuestaria y lanzar un gran programa de inversiones para organizar la independencia energética de Europa. Este debate ya lo había introducido en Alemania el vicecanciller Sigmar Gabriel, que proponía dejar de integrar en el cálculo de la deuda el coste de las reformas estructurales. A lo que sus colegas en el Gobierno Merkel y Schäuble replicaron que “el único problema de ciertos países es ser capaces de respetar las reglas”.
Hollande ha hallado la fórmula: “usar toda la flexibilidad”, que quiere decir respetar los compromisos pero modificando la forma en que se calculan los déficits y recurriendo por fin a los fondos europeos. Así, los dirigentes de la izquierda europea han explotado la situación creada por el intento de veto de Cameron contra Juncker. Al apoyar a este último permiten que los dirigentes respeten el sufragio universal. Pero ponen en la balanza una reorientación de la política de la Comisión que permite a la UE y la eurozona salir del modo “gestión de crisis”, ya injustificado. Añaden otra compensación: ya que el presidente de la Comisión es de derechas, el presidente del Consejo tendrá que ser de izquierda; preferiblemente un antiguo jefe de Gobierno: Enrico Letta, Jean-Marc Ayrault o la danesa, Helle Thoring-Schmidt.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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