Unión bancaria: la perspectiva europea
Tano Santos
La estabilidad financiera creada por las actuaciones de Mario Draghi en 2012 han creado las condiciones para que sucedan cosas dentro de nuestra unión monetaria: ajustes fiscales y reformas estructurales en los países miembros por un lado, y el rediseño de las instituciones de la eurozona por otro. En lo que se refiere a este último, la idea es profundizar la unión monetaria lo estrictamente necesario para hacerla viable, pero nada más. La unión bancaria es esa mínima reforma.
Nuestra unión monetaria tiene dos errores fundamentales de diseño. El primero es la falta de una unión fiscal y el segundo que tampoco la acompaña una completa unión bancaria, una que conlleve una armonización del sinfín de leyes que afectan a todo lo bancario. Nada se va a hacer explícitamente sobre lo primero y algo sobre lo segundo.
¿Por qué la unión bancaria? Los sistemas bancarios nacionales de la eurozona están fuertemente entrelazados y son enormes cuando se les compara con el tamaño de sus respectivas economías. Variaciones en la calidad crediticia de esos sistemas bancarios nacionales, y la de los Estados que los respaldan, inducen violentos flujos de capitales dentro de nuestra unión monetaria, desestabilizándola y provocando la ruptura de los mecanismos de transmisión monetaria. Esto fuerza al BCE a intervenir repetidamente para garantizar la refinanciación de las economías nacionales, algo que por ser economías muy “bancarizadas” sucede a través de los balances bancarios.
El problema empeora por lo que se denomina el bucle diabólico: las carteras de deuda nacional en los balances bancarios inducen una correlación entre la calidad crediticia del soberano y la solvencia bancaria. Así, un aumento de la prima de riesgo se traduce en una disminución del valor de la cartera de deuda soberana en los balances bancarios, deteriorando la solvencia de los bancos, lo que hace más probable una intervención del Estado para rescatarlos, lo que hace que empeore la calidad crediticia del soberano y así sucesivamente. Romper este bucle diabólico debe ser una prioridad.
La gestión de la crisis bancaria en Irlanda y España ha minado la confianza en los bancos centrales en su papel supervisor y dificultado el papel del BCE como prestamista de última instancia. Es por ello que es probable la progresiva eliminación del panorama supervisor de los bancos centrales nacionales, algo que va a llevar su tiempo ya que el conocimiento y los instrumentos están en ellos.¿Qué persigue la unión bancaria?La unión bancaria, tal y como está concebida, está encaminada a evitar fuertes variaciones en la calidad crediticia de los sistemas bancarios nacionales mediante dos instrumentos. El primero es la institución de un proceso supervisor común que haga uniforme los mecanismos de detección de problemas bancarios. Hay, sospecho, una segunda intención ligada a este instrumento y es evitar los problemas de colusión que surgen entre supervisados y supervisores nacionales en presencia de graves crisis bancarias que producen un doble problema de riesgo de azar moral: el tradicional que hay entre el banco en dificultades y el supervisor nacional y un segundo que surge entre dicho supervisor y las autoridades europeas, en particular el BCE, que tiene la responsabilidad de proveer liquidez a entidades solventes, como prestamista de última instancia, y depende del supervisor nacional para poner la línea que separa entidades solventes de aquellas con problemas de liquidez.
Una vez que estos mecanismos estén disponibles, el BCE, se supone, podrá asumir de forma plena su papel de prestamista última instancia.Lo segundo es el mecanismo de reestructuración bancaria. Entidades bancarias con problemas de solvencia serán intervenidas y reestructuradas desde Fráncfort. Los detalles de este mecanismo de reestructuración son cruciales ya que implican repartos de pérdidas y transferencias entre los países miembros. No es por tanto sorprendente la dureza de la negociación entre los distintos países. Estos procesos de reestructuración estarán parcialmente financiados por fondos de la eurozona capitalizados por los países miembros y con la posibilidad de apalancarse. El acuerdo por ahora es que el MEDE pueda invertir 60.000 millones de euros directamente en aquellos bancos con serios problemas de solvencia. Esto aliviará en algo el bucle diabólico antes mencionado, pero se antoja claramente insuficiente dada la magnitud de los problemas en la eurozona.
Reestructuraciones bancarias y quitas de deuda. Pero precisamente para limitar las inyecciones de capital con fondos europeos, y minimizar las transferencias fiscales entre países, los procesos de reestructuración futura también estarán “financiados” por quitas de deuda bancaria, incluyendo depósitos por encima de los 100.000 euros. La lección que muchos han extraído de la crisis chipriota es que una quita por encima de esa cantidad no ha inducido pánico bancario alguno en otros países. Es probable que en un futuro no muy lejano veamos procesos de reestructuración bancaria caracterizados por fuertes quitas. Hay además un argumento de economía política para justificar este aspecto de la probable unión bancaria que viene. Quizás un ejemplo sirva mejor que ninguna otra explicación. Imagine el lector la hipotética situación en la que un Estado de la eurozona decide, pongamos, la dación en pago retroactiva, imponiendo fortísimas perdidas a sus bancos nacionales, y que luego sea el mecanismo de resolución de la eurozona el que se haga cargo de los bancos en dificultades. El Estado en cuestión desapalanca a las familias endeudadas, algo probablemente muy popular, y transfiere las pérdidas y las necesidades de recapitalización al contribuyente europeo. Una unión bancaria que no implique una transferencia de soberanía que restrinja en mucho la capacidad legislativa de los Estados miembros en todo lo relacionado al mercado bancario y financiero solo es factible si implica fuertes quitas en hipotéticos procesos de reestructuración.El principio organizador de la profundización de la unión monetaria es hacer la reforma estrictamente necesaria de la eurozona que la haga viable bajo la restricción adicional de minimizar las transferencias fiscales entre países miembros. Quitas en la deuda bancaria en hipotéticos procesos de reestructuración bancaria son una fuente de financiación que cuenta con el doble beneficio de incrementar la disciplina de los acreedores y rebajar las posibles transferencias entre países miembros.
Nuevas pruebas de resistencia. Además antes del lanzamiento de la unión bancaria se realizarán nuevas pruebas de resistencia (ahora denominadas revisión de la calidad de los activos) para forzar una recapitalización adicional de los bancos bajo sospecha.
En nuestro caso, nuestros socios intuyen que la timidez en el uso de la línea de crédito para la recapitalización de nuestras entidades financieras tenía dos motivos. El primero constituye ya toda una especialidad hispánica pues hemos cometido este error desde el principio de esta crisis, que es proceder al descubrimiento de las pérdidas y recapitalización con un ojo puesto en el impacto sobre el déficit y el endeudamiento del Estado. Esto, como ha de repetirse una y otra vez, resta credibilidad y efectividad a todo el ejercicio. El segundo motivo detrás del tímido uso de la línea de crédito, sospechan, es minimizar la inyección de capital con fondos públicos y “aguantar” hasta el lanzamiento de la unión bancaria para trasladar a la misma parte de las pérdidas latentes en nuestro sistema bancario. Las nuevas pruebas de resistencia están encaminadas a evitar esta posibilidad.
La mala gestión de la crisis bancaria ha minado la confianza entre los países miembros del euro y esto se traduce en una unión bancaria con limitada solidaridad fiscal y duros procesos de reestructuración, que incluirán fuertes quitas a la deuda bancaria. Hay una relación directa entre la gestión de las crisis bancarias nacionales y la limitada unión bancaria de la eurozona que viene. Veremos si esta unión bancaria es suficiente para estabilizar la eurozona.
Tano Santos es director de la cátedra David L. y Elsie M. Dodd de Finanzas en la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia.
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