EMILIO NOUEL V.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha señalado que a pesar de los avances para alcanzar numerosos acuerdos
comerciales bilaterales y entre subgrupos de países, la región no se ha
integrado realmente. En tal sentido señala de manera acertada que “El comercio regional en bienes intermedios
es limitado, y sólo unas pocas empresas participan en las cadenas de valor en
la región, lo que limita su participación en las cadenas globales de valor. Un
movimiento concertado hacia un verdadero mercado común regional contribuiría a
profundizar la integración y permitiría a las empresas explotar una mayor
escala, ayudándoles a competir más efectivamente con los actores globales y a
fomentar una mayor productividad y crecimiento”.
Esta
realidad plantea muchos desafíos en el corto, mediano y largo plazos. Hoy, los
paradigmas en el ámbito de la integración son otros. La mera reducción arancelaria forma
parte de esquemas que han devenido demodés,
sobre todo cuando casi todo el universo arancelario está prácticamente
liberado. Se está pasando de lo meramente comercial, de la eliminación o
reducción de las tarifas, hacia asuntos como la facilitación y simplificación
de los tramites del comercio, el libre flujo de las inversiones, la integración
del mercado bursátil, una real unificación jurídica, coordinacion de las politicas macro-economicas, los encadenamientos
globales de valor y la utilización de las nuevas tecnologías, porque las
distancias ya no son tan determinantes como antes, la geografía ya no es un
limitante. La integración está urgida de cambios conceptuales e institucionales,
particularmente, en nuestro hemisferio. De allí que surjan nuevos modelos como
la Alianza del Pacífico, y concomitantemente entren en crisis modelos rezagados
como Mercosur y la CAN, que han perdido peso y dinamismo.
En consecuencia, se impone a
los países de nuestro entorno continental, la necesidad insoslayable de pensar
en términos hemisféricos y globales, no desde las estrechas subregiones que
tienden a cerrarse sobre sí mismas y a establecer barreras defensivas ineficaces
y contraproducentes.
A mi juicio, sólo un cambio cultural
sustantivo de nuestra estrecha visión por otra en la que se asuma nuestra
condición de países que formamos parte de un entorno mayor y con habitantes que
deberían considerarse ciudadanos del mundo, podrá permitirnos una inserción vigorosa
y sostenida en el difícil y desafiante entorno que tenemos enfrente.
Subirnos a esa corriente ecuménica
con decisión, audacia, pragmatismo y confianza, en modo alguno significa no
valorar nuestras raíces y valores propios, entendidos éstos no desde la
perspectiva de las extraviadas o perdidas “identidades
colectivas”, de los fanatismos identitarios, todos fruto de angostas visiones
nacionalistas, discriminadoras del “otro”,
del “diferente”, que una casualidad
de la vida lo hizo nacer en un rincón geográfico distinto al de uno, sino desde
una óptica universalista que propicie más espacios para la libertad y el
intercambio, superando aquellas posiciones cortas de miras.
Las múltiples facetas de la vida de la persona humana
no se circunscriben a una nación, ni ésta las puede restringir. Porque incluso
la identidad o identidades múltiples no
son estáticas, están recreándose
continuamente; son una apertura, toda
vez que el ser humano es una proyección hacia el futuro, “él crea su identidad al crear su obra”.
En
cualquier caso, como dice el sociólogo español Ignacio Sotelo, hace mucho
tiempo que los pueblos dejaron de ser estables y homogéneos. En un mundo
globalizado, las fronteras lingüísticas, culturales, económicas, sociales y
políticas se disuelven Así, en años recientes, varios países latinoamericanos están mudando sus
conductas institucionales y políticas económicas, desde una perspectiva de
apertura al mundo, y con ello han logrado obtener resultados altamente
positivos en términos de resolver aquellos problemas. Los más recientes índices
globales lo validan.
Las políticas de mercado y la
apertura comercial internacional, desde visiones pragmáticas, se han impuesto
en la mayoría de los países, las cuales, junto a adecuadas políticas sociales
compensatorias, creadoras de capacidades y de capital humano en la población, y
al desarrollo de infraestructuras productivas, han cosechado frutos
importantes. Chile, Colombia, Costa Rica, México, Perú y Uruguay, entre otros,
están recorriendo exitosamente este camino, cada uno con sus problemas
particulares y a pesar de que queda aún mucho por corregir respecto de
persistentes orientaciones perjudiciales. En tal sentido, la apertura al mundo sin
complejos, es crucial, y ésta comporta poner en práctica políticas que busquen
el logro de la prosperidad económica, la que, en lo sucesivo, será la medida
del poder de los países, tanto o más importante que la superioridad militar.
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