La deriva autoritaria del gobierno venezolano sigue preocupando
en el mundo. El rechazo a ella es creciente urbi et orbi. Sólo sus socios
ideológicos y crematísticos, incluidos unos cuantos corruptos de la región, alcanzados
hoy por la justica, siguen apoyándolo.
Luego del formidable triunfo de las fuerzas de oposición en
el mes de diciembre pasado, que arrebató al chavismo los 2 tercios de la
representación popular, el oficialismo ha pretendido desconocer las
competencias constitucionales del parlamento, utilizando para ello un tribunal
supremo indigno y abiertamente fraudulento, que con interpretaciones acomodaticias e inconstitucionales
pretende darle cobertura a sus actuaciones y mantenerlo en el poder a como
dé lugar.
Esto ha generado un choque de poderes que ya se esperaba,
aunque no al extremo de desconocer la voluntad popular expresada en los
comicios, como ha ocurrido con la última decisión tomada por la sala
constitucional, que busca disminuir el poder contralor de la Asamblea Nacional sobre
la Administración.
Esta decisión es la reiteración de la conducta arbitraria que
ha caracterizado al gobierno chavista.
Ciertamente, bien mirada y analizada, ella puede ser
considerada, no sólo como violatoria de expresas normas constitucionales, sino
también de preceptos establecidos en
tratados internacionales vigentes en nuestro país.
La mayoría opositora ha acordado solicitar la activación de la Carta Democrática Interamericana
(CDI) para salir al paso de esta situación política. A ella se han sumado,
parlamentarios de otros países y varias decenas de ex presidentes y
personalidades mundiales. En campaña electoral, el hoy presidente de Argentina,
Mauricio Macri, también planteó el asunto. Incluso, el secretario general de la
OEA, Luis Almagro, ha emitido opiniones que traslucen una inclinación favorable
a un eventual escrutinio colectivo del régimen venezolano.
En otras ocasiones he expresado mi opinión al respecto. Parto
de una caracterización del régimen venezolano que lo califica de sistema
neoautoritario, militarista y con vocación totalitaria. Sin duda es un híbrido,
que echa mano de los mecanismos democráticos, los cuales desvirtúa, corrompe y
vacía de sus contenidos esenciales, con vista a imponer una tiranía. Muy bien
lo describe Jean Maninat: “es un
movimiento envolvente y progresivo que fue cerrando las llaves que oxigenaban
la independencia de los poderes (…), para transformarlos en simples taquillas donde se tramitan de
forma expedita y eficiente, las órdenes que bajan de Miraflores”.
La llamada cláusula
democrática, contenida tanto en la CDI como en Mercosur y otros entes
internacionales, prescribe que los países deben adecuarse a ciertos estándares democráticos
mínimos, pues de lo contrario son susceptibles de sufrir sanciones.
La CDI, cuyo órgano de aplicación es la OEA, pauta un
procedimiento en caso de que en país miembro se den “situaciones que pudieran afectar el desarrollo del proceso democrático
o el legítimo ejercicio del poder (…) o de ruptura del orden democrático o una
alteración del orden constitucional que afecte gravemente el orden democrático
en un Estado”. (artículos 18 y 19 ejusdem).
Se ve, al menos, dos situaciones de afectación. Una, por
ejemplo, un golpe de Estado contra un gobierno legítimo; y otra, una alteración del orden constitucional de
tal gravedad que afecte el orden o proceso democrático.
¿En cuál de estas dos situaciones podría subsumirse el caso
Venezuela? En la primera, obviamente, no. Los golpes de estado se dan contra los gobiernos.
Y en la segunda, no es fácil la respuesta, desde el punto de
vista jurídico. ¿Qué entenderían los gobiernos por alteración del orden constitucional?
De allí que no sea fácil tampoco para un gobierno de un país
miembro de la OEA -en caso de que se aprobara considerar una solicitud del
Secretario General, el Consejo Permanente o de un país miembro el problema de
Venezuela- asumir una posición.
A mi juicio, en nuestro país se configura una grave alteración del orden constitucional
que afecta su desarrollo democrático, y que amerita que la OEA tome cartas
en el asunto. Por supuesto, mi interpretación, como venezolano, es producto de
una apreciación de los hechos que abarca más de tres lustros. No se centra sólo
en las últimas acciones infractoras de la Constitución nacional. El orden
constitucional venezolano, el Estado de derecho, ha sido más que dañado, pervertido, pisoteado, y ha creado una
crisis sistémica que pone en peligro la paz no solo doméstica, también
la de la región.
En su valoración ¿los gobiernos de la OEA tendrían la misma
opinión que la que tenemos muchos venezolanos, que hemos presenciado los
atropellos a los derechos humanos, las arbitrariedades, desinstitucionalización y abusos de toda
naturaleza del gobierno chavista? ¿Tomarían en cuenta todos estos elementos?
Está claro que a luz de la normativa de la CDI, son los
gobiernos los que en definitiva decidirían analizar o no la situación política
particular de un país, o eventualmente, tomar una medida sancionadora. Sin un
amplio concurso de ellos, sin su anuencia, no hay posibilidad de que se
“active” el mecanismo. El derecho
internacional sobre la democracia vigente no tendrá fortaleza ni eficacia sino está detrás
una voluntad política responsable y decidida fundada en principios compartidos.
Aunque son valiosas e importantes algunas iniciativas, no
bastaría que los parlamentos de la región se pronunciaran en favor de una evaluación
multilateral de la situación venezolana en el seno de la OEA.
Hace falta que los gobiernos lo hagan también. La plena
vigencia de la cláusula democrática en nuestro hemisferio sería un gran paso
concreto hacia la consolidación de los principios universales democráticos, lo
que significa, igualmente, el cumplimiento de un deber moral. Es menester una
acción política e institucional que vaya más allá de la retórica para
convertirse en realidad viva. La credibilidad de los líderes de la
región aumentaría ante sus gobernados. Ganaría la democracia, todos
ganaríamos. La institucionalidad interamericana también. Y Venezuela, por
supuesto.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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