LOS PEORES JUECES DE LA HISTORIA
Lo he dicho unas cuantas veces y lo
vuelvo a repetir: la actuación del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela es
de vómito. Su obsecuencia ante la bota militar es repugnante. La visión
política perversa y aberrante que inspira a sus integrantes no solo es
anacrónica. Es también canallesca, patibularia.
Los fundamentos de las sentencias,
por su postración ante el poder, nada tienen que envidiar a los de aquel
juez en tiempos del nazismo, Roland Freisler, célebre por su asqueroso “método
sumarial”, humillante e inhumano para los que caían en mala hora en su
tribunal, el cual le hizo acreedor del título de “el peor juez de la historia”.
Como se sabe Freisler llegó a condenar a muerte a gente por escuchar radios
extranjeras, repartir panfletos antibélicos o criticar al Führer en privado.
De un tiempo a esta parte hemos
podido leer, impactados, decisiones insólitas de ese bajo tribunal que llaman
TSJ en Venezuela. Las que tienen que ver con el pisoteo a los derechos humanos son
las que más llaman la atención. Juristas extranjeros que las han analizado no
salen de su estupor, no las pueden creer.
Cómo un Tribunal pudo haber caído tan
bajo en el descrédito, no sólo en el ámbito de lo jurídico, sino también en el
moral, es la pregunta que nos hacen.
Y la respuesta no está sino en una
ideología demencial y en un talante antidemocrático, que, al fin de cuentas,
son las dos dimensiones que dictan tales sentencias, en nuestro caso.
Jean-François Revel escribió que hay en toda sociedad, incluso en las
democráticas, una proporción importante de hombres y mujeres que odian la
libertad, y por consecuencia, la verdad. “La aspiración a vivir
en un sistema tiránico bien sea para participar en el ejercicio de esa tiranía,
o más extrañamente, para sufrirla, es una causa sin la cual serían
inexplicables el advenimiento y la duración de los regímenes totalitarios en
países considerados los más civilizados”, afirma el escritor francés.
Cuando un personaje de éstos que
ostentan el cargo de magistrado en el TSJ, escribe que la distinción entre el
Estado, por un lado, y por otro, la sociedad civil y los ciudadanos, sería “una
construcción ideológica liberal, en la cual hay reminiscencias censitarias, de
desprecio a las clases populares y de odio al Estado como unidad política”
y que sólo existe una “totalidad social que es inescindible” (Delgado,
Arcadio "Reflexiones sobre el Estado político y el Estado social"),
queda claro cuál es la ideología estatista-totalitaria-colectivista a la que
adhiere. Es una visión en la que el individuo es anulado y diluido en una masa
informe que lo sería todo, como era en la URSS y es en CUBA.
Cuando otra magistrada, como la
inefable Luisa E. Morales, dice que "No podemos seguir pensando en una
división de poderes porque eso es un principio que debilita al Estado",
ya se apunta de manera impúdica a la eliminación de los contrapesos de todo
sistema plural democrático, con vista a una uniformidad también colectivizante
en la que un poder omnímodo se imponga.
Por otra parte, cuando desde ese
mismo tribunal se desconocen las sentencias vinculantes de la corte
Interamericana de los DDHH, aduciendo la inejecutabilidad de ellas, también se
hace gala de una perspectiva atrasada, inconstitucional e inmoral, propia de
los tiranos que hacen lo que les viene en gana enarbolando el principio de
soberanía.
Sentencias como la reciente, en la
que el TSJ pretende regimentar y penalizar el derecho constitucional a la
protesta, interpretando erróneamente la Carta Magna, es otra muestra adicional
de una conducta condenable que se aparta de un enfoque jurídico, político y
moral consistente con los principios y valores de la libertad y la democracia.
Estas barbaridades perpetradas por
jueces confirman en nosotros la convicción de que en nuestro país se ha
entronizado un régimen político que ha pretendido fundir al Estado con un
parcialidad política y su visión ideológica, lo que va contrapelo de toda
democracia plural en la que las libertades estén garantizadas.
Esta reiterada conducta del TSJ,
despreciable a mi juicio, es una manifestación clara de la degradación política
y ética de la democracia venezolana, que hemos experimentado en los últimos
años.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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