EL TLCAN CUMPLE 20 AÑOS
Manuel Suárez-Mier
Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
Durante noviembre de 1993 el Congreso de EE.UU., lo mismo que el Senado mexicano, aprobaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que creaba una enorme área comercial entre México, EE.UU. y Canadá —el Parlamento canadiense lo había aprobado desde mayo.
Con ello culminaba una aventura que se había iniciado en febrero de 1990 con un “viaje secreto” que había emprendido a Washington el Jefe de Gabinete del Presidente Carlos Salinas para consultar con su contraparte en el gobierno de EE.UU. si habría interés en ese país de negociar un acuerdo comercial con México.
Yo tenía un año de haber llegado a Washington para desempeñar el cargo de Ministro para Asuntos Económicos en la representación diplomática de México en EE.UU., con Gustavo Petricioli como nuestro embajador, y me tocó en suerte ir a recibir al Dr. José Córdoba al aeropuerto Dulles.
En el camino al centro de la capital estadounidense le advertí a Pepe que en Washington era imposible mantener en secreto una visita de esa envergadura, a pesar de que sólo vería al General Brent Scowcroft, Consejero de Seguridad Nacional del Presidente George Bush padre, pues la visita es registrada y conocida por ujieres, ayudantes, secretarias, etc., personal donde los periodistas obtienen su información.
Como lo predije, la historia de la “visita secreta” la reveló Peter Truell del Wall Street Journal el 27 de marzo en una nota titulada “EE.UU. y México acuerdan buscar un pacto de libre comercio,” lo que dio ocasión para que el gobierno de Salinas ordenara una encuesta para indagar el grado de aprobación que concitaba tal iniciativa en México.
El sondeo arrojó resultados claramente en contra de la propuesta: 69 por ciento de los encuestados se oponía a un convenio de libre comercio con EE.UU., lo que no es de sorprender considerando que virtualmente todos nuestros gobiernos le han echado la culpa a los gringos de todo lo malo que ocurre en México desde la guerra de 1848.
En lugar de amilanarse Salinas asumió la responsabilidad adicional de vender las bondades del libre comercio con EE.UU., lo que consiguió con un éxito notable: en poco menos de cuatro años la opinión mayoritaria en México era ya favorable al proyecto.
Lo que sorprendió a muchos fue la fuerte oposición que rápidamente surgió en EE.UU. a la idea de negociar con México, cuando paradójicamente acababan de ultimar un acuerdo bilateral con Canadá que no había atraído la menor atención de los medios y mucho menos oposición política en EE.UU.
El obstáculo adicional que afloró fue la decisión de los canadienses de sumarse a las pláticas entre EE.UU. y México con la amenaza que de no ser invitados utilizarían su reconocida capacidad de cabildeo en el Congreso de EE.UU. para bloquear toda posibilidad de negociación con nuestro país.
Una vez que el gobierno de Salinas reconoció la gravedad de la amenaza y aceptó que el convenio fuera trilateral, el equipo de México en EE.UU., fuertemente reforzado por un contingente de excelentes funcionarios de la Secretaría de Comercio encargados de las negociaciones, definimos nuestro plan para vender las ventajas del libre comercio con México y así neutralizar la oposición.
Era claro que cabildear directamente en el Congreso no sería efectivo pues la mayoría de los diputados no tenía una posición definida respecto al TLCAN y eventualmente votarían en función del correo que recibieran en sus oficinas con las opiniones de sus electores a favor o en contra del proyecto.
En consecuencia, emprendimos la labor de tratar de influir en la opinión pública en todos los distritos electorales de los congresistas indecisos respecto al libre comercio con México, armados del excelente análisis preparado por la Secretaría de Comercio sobre el impacto favorable de la apertura comercial con México en cada comunidad.
En la innumerable cantidad de eventos que organizamos en todo el territorio de EE.UU., a los que concurrían todos los funcionarios del gobierno empezando por el propio Presidente Salinas, invariablemente terminábamos nuestro discurso pidiendo a los asistentes que escribieran a su congresista para que votara a favor del Tratado.
Esta labor culminó con una votación favorable de 234 vs 200 en la Cámara de Representantes y de 61 vs 38 en el Senado.
La semana próxima analizaré los resultados del TLCAN así como el futuro que le espera al proyecto de integración de nuestra región, tema que se discutirá en una gran conferencia que se celebrará la semana próxima en American University organizada por su Centro para el Estudio de Norteamérica.
Mis queridos lectores me pidieron que ahondara en la batalla por aprobar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y en aspectos innovadores de esas pláticas, cruciales para llevar a buen término el proyecto y dotarlo de indudable legitimidad, como fueron las consultas con el sector privado mexicano “en el cuarto de junto.”
En las numerosas mesas en las que ocurrían las pláticas para liberalizar el comercio y proteger inversiones y propiedad intelectual, se convocó a representantes de las industrias objeto de cada negociación para que asesoraran a nuestros negociadores, que al llegar a algún acuerdo con sus contrapartes de EU y Canadá, interrumpían la sesión para conversar con ellos en privado las propuestas sobre la mesa.
De esa manera, se hacían los ajustes necesarios en lo negociado, pues si bien los funcionarios que estaban en las pláticas eran excelentes economistas y abogados, no conocían los detalles operativos y microeconómicos de las actividades objeto de las conversaciones tan bien como los dueños y directivos de las empresas productivas.
Este mecanismo de consulta funcionó notablemente bien bajo la coordinación del empresario azucarero –y hoy también refresquero– Juan Gallardo Thurlow, quien presidió la COECE (Coordinadora de Organizaciones Empresariales de Comercio Exterior), que logró convocar a los principales empresarios mexicanos a participar.
En el aspecto jurídico, el sector privado mexicano también jugó un papel importante en asesorar a nuestros funcionarios negociadores, lúcido esfuerzo coordinado por el hoy embajador de México en Estados Unidos, Eduardo Medina Mora.
Los sectores privados y académicos de los tres países también contribuyeron en forma crucial a iluminar los argumentos y apoyar la causa del TLCAN en un esfuerzo espejo al que describí la semana pasada realizado por el gobierno de México, publicando análisis y organizando eventos informativos en todo el territorio de Estados Unidos.
Si bien el más ostensible objetivo del TLCAN fue abrir el comercio entre los tres países del área, el propósito de fondo era el de anclar en un basamento institucional y jurídico firme las reformas económicas emprendidas por el gobierno de México para liberalizar y modernizar su economía después de la crisis de la deuda de 1982.
Por su parte, los críticos del TLCAN en EU formaban un grupo variopinto, objetando que su país negociara un acuerdo de libre comercio con México por las más diversas y contradictorias razones y desde muy dispersos ángulos políticos:
• Los sindicatos, representados por su principal federación la AFL-CIO, se oponían sustentando que sus agremiados perderían millones de puestos de trabajo que se trasladarían a México donde los salarios eran mucho menores. Esta tesis ignoraba que la productividad en promedio de nuestros trabajadores era también inferior.
• La comunidad negra, representada por líderes como Jesse Jackson, se opuso por motivos ideológicos y con argumentos tan estruendosos como falaces, como que “…el trabajador de EU no puede competir con jornaleros esclavizados”.
• En el otro extremo del espectro político, personajes de la extrema ultraderecha, como el senador republicano de Carolina del Norte Jesse Helms impugnaban el TLCAN con el argumento de que no se podía negociar “…con una dictadura de partido como la que gobernaba a México desde hacía 65 años”.
• Grupos ecológicos altamente ideologizados se resistieron al Tratado argumentando que la contaminación ambiental iba a crecer aún más rápido que la expansión del comercio, sin reparar en el hecho que un acuerdo permitiría adoptar códigos de conducta en esta materia que no serían posibles en su ausencia.
• Quizá el opositor más peculiar en esta disímbola colección de enemigos del TLCAN fue el millonario texano Ross Perot, quien tomó impedir el libre comercio con México como su misión de vida. Su autofinanciada candidatura presidencial en 1991, en la que capturó 19% del voto, le costó la reelección a George Bush padre y le franqueó la ruta a la Casa Blanca a Bill Clinton. Perot objetaba el TLCAN por razones similares a las de los sindicatos, pero su campaña se desinfló después de la paliza retórica que le infligió el vicepresidente Al Gore en un debate televisado.
Los detractores del Tratado en EU tenían feroces aliados mexicanos que temían, con razón, que su aprobación haría imposible revertir las reformas liberalizadores iniciadas al término de los regímenes populistas de Echeverría y López Portillo. Pero había oponentes que creían que el Tratado era tímido y no planteaba integrarse a fondo, con transferencias para alentar el crecimiento de México, como en Europa.
En este último punto hay que recordar el refrán popular que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, pues no habría habido TLCAN en esos términos.
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