POR EL DESPEÑADERO DE LA IRRELEVANCIA
Para el observador fuereño, Venezuela, en los últimos años, se
ha ido convirtiendo en un país, en muchos sentidos, lamentable. Pero irrelevante
es la palabra que mejor le encaja en las actuales circunstancias.
Y no se trata de hablar de la irrelevancia en su máxima
expresión de quien está por una carambola del destino en Miraflores, sin
disponer de liderazgo propio, formación intelectual, criterio o de una cultura
general pasable.
Para ello solo basta ver su patética performance de todos los
días desde que está en donde lo puso su amo y señor y, no hay que olvidarlo, el
voto de una parte no desdeñable de la población, que cada día que pasa, felizmente, ha ido mermando.
Más bien aludo a algo importante, preocupante, de
trascendencia para los venezolanos. Es la relevancia de nuestro país, que a
pesar de ser modesta, siempre la tuvo en la región y más allá, y no sólo por la
condición de país petrolero.
La imagen de Venezuela se ha ido deslizando por la pendiente
de la insignificancia en el plano internacional, gracias a una ejecutoria
gubernamental irrisoria y grotesca, y todo a pesar del alto perfil alcanzado
como hazmerreir planetario o cuando de apoyar tiranos sangrientos se trata.
Hasta en el imperio, como diría Cantinflas, ni nos ignoran. Al señor Obama y a
la mayoría de la opinión estadounidense, les tiene sin cuidado lo que aquí
ocurre. Sólo llamamos la atención por los exabruptos y ridiculeces de quienes desgobiernan,
como el de la expulsión de diplomáticos norteamericanos por razones risibles y descabelladas.
Nuestro gobierno es considerado como uno de bufones, no sólo en las
cancillerías.
El extranjero que la conoció antes y se asoma ahora a nuestra realidad
experimenta, además de sorpresa, desdén y conmiseración, al ver qué bajo se ha
caído.
Hablar con personas de fuera sobre nuestro país, resulta una
vivencia que abochorna, a veces, humillante, y siempre deprimente.
Hasta visitantes que desde lejos simpatizaban con el
gobierno, cuando palpan la realidad in
situ, salen, además de decepcionados, estremecidos al contrastar el
desastre con la aberrante mentira de la propaganda oficial en el extranjero.
Distintos organismos internacionales han registrado todos
estos años las evidencias de un camino hacia el barranco, que no pocos han
advertido, pero que los que mandan, oídos sordos, han permanecido encandilados
con una visión equivocada y empantanados hasta el cuello en la peor corrupción
jamás vista.
En 1997, Venezuela estaba en el ranking de percepción de
corrupción en el puesto 44, hoy está en el 165. En competitividad, en el año
1998, estaba en el puesto 45, en el 2013, en el 134.
En materia de facilidades para hacer negocios, Venezuela está
en los últimos lugares; la inflación es la mayor del mundo, la inseguridad es
espantosa, y para rematar en altas autoridades se ha entronizado el tráfico de
drogas.
En los aeropuertos y puertos gobiernan los traficantes de
drogas, que pasan cientos de kilos de cocaína como Pedro por su casa. En las
cárceles los gangs de malandros están armados hasta los dientes, con armas
más potentes que las de los que los custodian, tolerados por unas autoridades que no sabemos si son, además de incompetentes, cómplices. En el tránsito caraqueño,
gobiernan los motorizados, sin que ninguna autoridad ponga coto a su tiranía.
Si esto no es una caída sostenida hacia la anomia intrascendente, al barranco social ¿qué otro nombre le podemos poner a este descenso hacia la irrelevancia como sociedad?
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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