¿ES POSIBLE Y VIABLE UN POLO DE
INTEGRACIÓN HISPANOAMERICANO?
Muy sugerente el artículo de Carlos Leañez A. sobre el dilema
Hispanoamérica o Mercosur. Es un tema de relevante actualidad; de allí que no
haya resistido a la tentación de pergeñar algunas ideas al respecto.
Vayamos de una vez al núcleo de lo que escribió.
Debo confesar que a medida que iba leyendo el artículo, pude
evocar diversos textos de pensadores latinoamericanistas, con los cuales, de
una u otra forma, se emparentan el de Leañez. Igualmente, observé una marcada
huella huntingtoniana en la
fundamentación de su propuesta.
Según él, en un mundo que se dirige hacia la conformación de
grandes polos, el país que no esté articulado a uno de ellos de manera
orgánica, “no tendrá consistencia ni
pegada”; “será un enano en medio de
gigantes.” Sólo requeriría estar adscrito al polo adecuado a su cuerpo
histórico-cultural, toda vez que, de lo contrario, no dispondrá de la fortaleza
para su relacionamiento óptimo con el mundo.
Para Hispanoamérica, la vía sería, entonces, la creación de
un polo construido sobre la base de su cultura y lengua comunes. La cohesión y
la especificidad de este polo se derivarían de aquellos elementos, que
combinados sinérgicamente con otros, “producirían
maravillas”.
Sobre las causas de que tal polo no se haya concretado, señala
los intereses y privilegios de las élites locales poco preocupadas con la unión
y ligadas a factores externos que estimularían la división para poder imperar.
Por otro lado, indica que la inclusión de países como Brasil y los anglófonos, afectaría
los intereses de ese polo, al desdibujarlo, al borrarle su especificidad
cultural-linguística, y sumirlo en una “confusión
cartográfica”.
Concluye Leañez que la creación de ese polo es un imperativo
impostergable y viable, pues conduciría a la construcción de nuevas estructuras
jurídico-políticas que permitan negociar nuestro puesto en el mundo.
Sin duda, el texto de Leañez se inscribe en la tradición
latinoamericanista; la que persiguió siempre el ideal nunca alcanzado de la
integración, basado en una supuesta identidad propia derivada de la cultura,
tradiciones y lengua.
Andrés Bello llegó a decir que lo importante era “una íntima confederación entre los pueblos
que ya han sacudido las antiguas cadenas por
hacer causa común, entenderse con frecuencia,
y nunca hacer convenciones separadas”.
Más tarde Juan B. Alberdi declarará: ““aliar las tarifas, aliar las aduanas, he
aquí el gran medio de resistencia americana”. En Memoria sobre la conveniencia y objetos de un congreso general
americano escribirá acerca de la necesidad de una organización económica,
política y cultural del continente.
A finales del XIX, José Martí afirmará:
“Es hora del recuento y de la marcha
unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de Los
Andes (…) Injértese en nuestras
repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.
Martí desaconsejará “precipitadas
alianzas políticas y económicas con los Estados Unidos”.
José Enrique Rodó criticó lo que
denominaba la “nordomanía”, o sea, el
apego a las ideas que venían del norte anglosajón, frente a las cuales proponía
una “emancipación mental”.
El mexicano Leopoldo Zea, pensador ligado al tema de la
integración latinoamericana desde la perspectiva de la dimensión identitaria y
cultural; escribirá: “Se quiere que Hispanoamérica sea un
país a la altura del progreso universal; pero con sus características. Es decir, de acuerdo con esa realidad
imposible de eliminar”.
Estos y otros pensadores y políticos
más contemporáneos se adscriben de una u otra manera a la visión lingüística-cultural
que preconiza Leañez, la cual ha sido elemento sustantivo en la ideología
integracionista de nuestra región.
Dicho lo anterior, vale la pena
preguntarse si es viable a estas alturas del desarrollo e intensidad de la
interdependencia política, económica, tecnológica, demográfica, cultural y
jurídica del planeta, la creación de un polo fundado principalmente en factores
identitarios. ¿Cómo sería viable construir ese polo en un mundo interconectado,
de sociedades interpenetradas, con rasgos marcados de homogeneización en muchos
aspectos de la vida, en que ya están
constituidos o están por constituirse bloques político-comerciales con diversidad
cultural y donde ya participan países hispanoamericanos? El tratado de Libre
Comercio de Norteamérica (TLCAN), el Mercosur, el Foro Asia-Pacífico, los BRICS,
los MIST y la misma Unión Europea son esquemas de integración, cooperación y
alianzas establecidos, cuyos lazos trascienden lo cultural-lingüístico.
Además, cabe interrogarse si es
procedente hablar de manera terminante de una cultura común o de una identidad
colectiva en Hispanoamérica, habida cuenta de las expresiones diversas de la
región y de los efectos de los profundos y seculares intercambios culturales en
tiempos de globalización. ¿No está acaso
Hispanoamérica inmersa en la cultura occidental, o como diría Huntington, en una
sub-civilización occidental?
Podemos preguntarnos también si
para pertenecer a un polo que potencie a Hispanoamérica sea condición sine qua non lo cultural-lingüístico. A México,
por ejemplo, para proyectarse vigorosamente al mundo como lo ha hecho en las
últimas décadas ¿se lo ha impedido el pertenecer al polo NAFTA (EEUU-Canadá)? Y qué decir de Chile que pertenece al Foro
Asia Pacífico. O de Brasil que está en un polo con Rusia, India y China.
Vargas Llosa nos habla convincentemente
de una concepción inmovilista de la cultura que no tendría el menor fundamento
histórico. Y agrega: “La noción de ‘identidad cultural’ es peligrosa, porque, desde el punto de vista
social, representa un artificio de dudosa consistencia conceptual, y, desde el
político, un peligro para la más preciosa conquista humana, que es la
libertad”. Esa noción sería reductora y deshumanizadora, de signo
colectivista, que abstrae todo lo que hay de original en el ser humano; una
ficción ideológica que para algunos etnólogos y antropólogos no representa una
verdad. Y remata: “Las culturas necesitan
vivir en libertad, expuestas al cotejo continuo con culturas diferentes, gracias a lo cual se
renuevan y enriquecen, y evolucionan y adaptan a la fluencia continua de la vida.”
Octavio
Paz acompaña a Vargas Llosa cuando dice que toda cultura nace del encuentro, de las mezclas, de
los choques con otras culturas; y que del aislamiento ellas pueden morir,
desaparecer.
Alberto Adriani, hacia 1930, como
visionario que fue, divisaba los bloques de integración futuros: “Se redondearán grandes áreas capaces de controlar la más completa
variedad de recursos, dentro de las cuales la vida económica puede alcanzar la
mayor diversificación posible...van a ser los grandes actores de la historia
por venir. “
Mariano Picón Salas vio el tema con tino: “seguramente
llegaremos de una aislada economía de naciones a una economía hemisférica”. Con base en la idea de la “común misión de América”, señaló que
es “urgente,
que las dos porciones de América se aproximen y colaboren en una justa
organización del mundo; que el desarrollo técnico de los Estados Unidos y la riqueza potencial de Hispanoamérica
participen en la empresa de un orden continental más próspero y permanente.”
Ambos pensadores venezolanos no vieron lo
cultural-lingüístico como obstáculo insalvable para dar el salto hacia la
prosperidad anhelada.
Estoy convencido de que en el mundo
interdependiente que vivimos la conformación de polos de poder político y
económico es una realidad insoslayable. No obstante, soy profundamente escéptico
respecto de un polo hispanoamericano en estos tiempos de interdependencia
global creciente, y no me luce acertado afirmar que la viabilidad o éxito de un
polo de poder internacional dependa sólo de una identidad cultural-lingüística.
Por
otro lado, observo muchas latinoaméricas. Y comparto la conclusión de Marta
Lagos (Latinobarómetro) de que América Latina no existe, sino 18 realidades
distintas, a pesar de los rasgos comunes.
El ingreso espurio de Venezuela a Mercosur nos
plantea, más que un problema cultural-lingüístico, uno práctico. El problema no
es que en Mercosur esté un Brasil de habla y cultura portuguesa con pretensiones
hegemónicas, sino que tal ingreso ha sido mal negociado y no responde a los
intereses venezolanos.
Perseguir la creación de un polo hispanoamericano es, en
el fondo, reincidir en una quimera, en un sueño imposible. El Sísifo
latinoamericano ha fracasado consistentemente en el propósito de una unión
completa. ¿Las causas? Más que en los maquiavelismos de malvados e interesados
fuereños de ojos azules, hay que buscarlas en nuestra propia conducta, en los
errores reiterados y en nuestra cultura política.
EMILIO NOUEL V.
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