LA INTEGRACIÓN ECONÓMICA EN EL PENSAMIENTO DE RÓMULO BETANCOURT
En estos tiempos
turbulentos y complicados, no está de más evocar el pensamiento de los
políticos excepcionales, quienes igual que ahora vivieron situaciones críticas
y reflexionaron profundamente sobre ellas, para formular soluciones viables y
realistas a los diversos problemas que debieron encarar.
La propuesta de la
integración económica entre los países ha sido una de las estrategias de
crecimiento y desarrollo que se han manejado tanto en Europa como en América; de
allí que los líderes políticos en ambos lados del Atlántico no hayan estado
ajenos a ella y sus potencialidades.
Rómulo Betancourt,
sin duda, fue uno de los grandes estadistas del hemisferio, no indiferente al
tema y sus implicaciones.
De una sólida
formación política y vasta cultura, Betancourt es considerado padre de la
democracia venezolana o de “la democracia
a la venezolana”, como dice el historiador Germán Carrera Damas.
Fundador del
partido señalado como
populista-desarrollista, Acción Democrática (AD) en Venezuela, en su juventud abrazó ideas marxistas y militó en organizaciones
comunistas. Posteriormente, se
deslindó de esta visión y comenzó a militar en las
corrientes del nacionalismo revolucionario y antiimperialista. Al final de su
vida política, tuvo algún un acercamiento con la Internacional socialdemócrata, aunque Luis J.
Oropeza no lo sitúa en esta familia política. Por su parte, el historiador
venezolano Manuel Caballero señaló que
en la concepción y la práctica política de este líder pueden identificarse
rasgos muy próximos a esa corriente ideológica.
Sus
planteamientos doctrinales tenían hondas raíces en la realidad latinoamericana
y venezolana. En los principios filosóficos y programáticos de AD, estaban
presentes el nacionalismo económico y el regionalismo latinoamericano, los
cuales tenían como corolario la integración de los países del continente.
Betancourt luchó por el rescate de la industria
petrolera para los venezolanos y abogó por una mayor participación de éstos en
la renta que ella generaba. La OPEP es fruto directo de su política
internacional.
Es conocida la
doctrina que lleva su nombre, la cual planteó en 1960, en el II Congreso
Interamericano Pro Democracia y Libertad, en Caracas: “Entre las cuestiones que en mi modesta opinión son de urgente necesidad
está la de complementar la carta constitutiva de la OEA con un convenio
adicional bien preciso y bien claro, según el cual no puedan formar parte de la
comunidad regional sino los gobiernos nacidos de elecciones legítimas,
respetuosos de los derechos del hombre y garantizadores de las libertades
públicas Que contra los gobiernos dictatoriales al margen de esas normas se
establezca no sólo la sanción colectiva del no reconocimiento diplomático, sino
también la del aislamiento en el campo económico (...) que en torno a los gobiernos dictatoriales se tienda un riguroso cordón
profiláctico multilateral a fin de asfixiarlos para que no constituyan oprobio
de los pueblos y amenaza permanente…”
Su gobierno
participó en la creación de la ALALC-ALADI, aunque VENEZUELA, de inicio, no
ingresó a ella. Su enfoque regional estuvo condicionado por los principios
contenidos en la Constitución de 1961 que propiciaban la integración y estaban
en concordancia con el planteamiento cepaliano predominante.
Betancourt
enarboló la tesis de la sustitución de importaciones, y en su famoso libro “Venezuela, Política y petróleo”
enfatizará la necesidad de “impulsar el
desarrollo industrial”. Para el economista Emeterio Gómez, el líder
venezolano subestimó el comercio, lo cual sería un rasgo de una supuesta
concepción antiliberal. No obstante, en muchos escritos y discursos, se puede
observar en Betancourt su
inclinación por una América Latina integrada y en cooperación estrecha con “el gigante de la familia”: EEUU.
En diversas
oportunidades señaló la necesidad de crear amplios bloques de países pobres
para defender unidos sus intereses comunes y cambiar las reglas de juego del
comercio mundial. Para él, la articulación de las economías dispersas y un
activo intercambio comercial
intrarregional, podrían generar un
vigoroso desarrollo industrial que permitiera competir en el mercado mundial no
sólo con productos primarios.
Ya fuera de la
actividad política, Betancourt escribirá:
“Creo que mientras no se llegue a la meta
del Mercado Común Latinoamericano y a
la formación de un Estado Mayor político que tome decisiones de proyección
supranacional seguiremos incapacitados para defendernos y para realizar
nuestros propios objetivos de desarrollo económico y de justicia social. Vivimos en un mundo de gigantes y seguiremos
siendo enanos inaudibles y menospreciados, además de eso: explotados en
beneficio de las naciones industriales de todos los continentes si no marchamos
unidos.”
En cuanto a la
integración hemisférica, Betancourt deploraba el desencuentro entre las “dos
Américas”, la cuales, para él, se complementan. Llegó a decir en la ocasión de
la IX Conferencia Internacional Americana de 1948: “La desnuda y escueta verdad es que EEUU necesita de América Latina y
América Latina necesita de EEUU”. Aspiraba a que las relaciones
hemisféricas se orientaran por nuevos cauces, “con voluntariosa decisión americanista”.
En momentos en
que en América Latina hay enfoques extraviados que proponen un absurdo
enfrentamiento con EEUU o la exclusión de Norteamérica de la institucionalidad
hemisférica, el pensamiento visionario y
realista de un estadista como Rómulo Betancourt sigue alumbrando
caminos a la necesaria reflexión acerca de lo más conveniente y eficaz para la
prosperidad compartida de las naciones que pueblan el espacio continental americano.
EMILIO NOUEL V.
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