DE ENCUESTAS POLÍTICAS, ORÁCULOS Y CHAMUSCADAS
En los días que corren, las encuestadoras, en general, han
recibido de parte de algunos analistas y/o articulistas, una severa e inusual
andanada de cuestionamientos. Hasta retos han recibido, como el de nuestro
amigo, el profesor Antonio Paiva Reinoso, quien las invita a debatir sobre el
tema metodológico y a dejarse auditar.
¿Por qué se da en estos momentos tal debate?
Obviamente, por los resultados polémicos que en los últimos
meses tales sondeos arrojan en el campo de lo político-electoral, los cuales, según
una opinión, no serían reales, dados la crisis y el deterioro general de la
situación económica y política del país. Y en este ámbito entran no sólo el
tema de la popularidad del gobierno y los políticos y la intención de voto para
el año entrante, sino también la disputa que se da en el sector opositor de
cara a las primarias.
Para algunos, aquellas resultas no se corresponderían con la “realidad”
que los cuestionadores palpan por experiencia, “olfato” o percepción propia,
amén de que sería legítimo y natural dudar de ellas, habida cuenta de ciertos
aspectos a considerar a la hora de conferirles credibilidad.
Así, las encuestas adolecerían, por un lado, de errores de
metodología o muestras engañosas, y por otro, estarían sesgadas por quienes las
pagan. Dos asuntos éstos, ciertamente, que podrían ir juntos o separados. Las
fallas metodológicas, por sí solas, pueden conducir a resultados equivocados.
Pero en el caso del sesgo de quien paga, también. En el primero, está presente
una carencia técnica involuntaria, y en el segundo hay una intención deliberada
de mostrar un producto con miras a lograr ciertos efectos, en nuestro caso,
políticos.
De modo que para saber a ciencia cierta frente a cuál de los
dos casos estamos, habría que hacer una investigación exhaustiva que
eventualmente realizaría una empresa independiente, imparcial, a la que se le
permitiera una auditoría.
En las circunstancias actuales, este examen, a mi juicio, es
de improbable realización, en el sentido de que no están obligadas a hacerlo,
digo, legalmente. Por otro lado, ninguna encuestadora lo permitiría, no sólo
las que supuestamente sesgan sus resultados respondiendo a los intereses del
que la sufraga.
Quien escribe estas líneas, no es proclive a que se imponga
una obligación legal de esta naturaleza para este tipo de firmas. Por sus obras los conoceréis, y el
mercado, a mi modo ver, se encargará de
ellas tarde o temprano.
Ahora bien, otro asunto ligado íntimamente al tema es el de
los exégetas, glosadores y demás intérpretes de los resultados presuntamente
sesgados o no de las encuestadoras; me refiero a los que hemos llamado “los oráculos”. Aquí, principalmente,
están personas de las mismas encuestadoras o no, que en su afán, legítimo por
demás, de “vender” su marca y a ellos mismos, acostumbran ir a los canales de
tv o radio, o utilizan las redes sociales, para emitir sus opiniones políticas
o sus apreciaciones sobre lo que podría pasar en lo electoral -¡los
escenarios¡-, incluidas las recomendaciones a las fuerzas políticas sobre lo
que deben o no hacer, o en qué se
equivocan o aciertan.
Estos pareceres los exhiben en tanto que opinadores
fundamentados, por supuesto, en los resultados de las encuestas de sus respectivas
empresas. De allí que éstas hayan corrido con la suerte de las críticas que se
hace a sus técnicos.
Es en este rol de opinadores en el que los encuestólogos, por
lo general, se han excedido, y los ha colocado en el blanco de los que hoy los objetan.
Y el que se mete al candelero pasional de la política, que no espere que le
lancen sólo flores.
Así las cosas, se habla de encuestocracia, de la dictadura de
las encuestadoras, las que por su proyección mediática influyen, sin lugar a
dudas, en el ánimo o la voluntad del votante.
Claro, esto no es exclusivo de nuestro país. Lo que pasa es
que en el nuestro, a diferencia de otros países, por la alta exposición
mediática de sus representantes en los programas más vistos u oídos, se ha
vuelto el de las encuestadoras un factor político de mayor influencia, lo que
las hace susceptibles de las críticas señaladas más arriba.
En la materia de encuestadoras y analistas de opinión pública,
hay de todo. Los hay más o menos confiables. Siendo un venezolano de a pie, me
inclino por confiar más en las encuestadoras que menos salen en los medios, en
las que sus técnicos no andan todo el tiempo pontificando y han demostrado
seriedad, ponderación, cuyos resultados pasados, por cierto, han estado más
cerca de la realidad.
Pero hasta allí. En política, creo que si bien esos datos
estadísticos son muy importantes a considerar a la hora de las decisiones, no
pueden ser los únicos a tomar en cuenta. Lo que si me queda claro es que ellos
no pueden dirigir o determinar la acción política. Y en el campo de la
valoración y el análisis, la experiencia, el “olfato” y la intuición, aspectos
más o menos “irracionales” de la política,
también aportan lo suyo, a veces más de lo que solemos creer. Lo mejor
que podrían hacer los opinadores y exégetas pertenecientes a las encuestadoras
es ser más comedidos, más profesionales y transparentes. Lo que sería por el
bien y el prestigio de las empresas. No es mentira que algunas tuercen los
resultados para favorecer una determinada opción política. Es verdad,
igualmente, que los “oráculos” o exégetas, en lo individual, también lo hacen,
aplicando su “olfato” y también sus preferencias personales o ideológicas.
Aquí reivindicamos el trabajo serio, científico, low profile y responsable de las
encuestadoras. La que no quiera chamuscarse que no se arrime a la candela.
EMILIO NOUEL V.
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