EL DESENCUENTRO DE LAS DOS AMERICAS Y
LA CELAC
“
“La
América Latina tiende a recordar a fin de no celebrar, quizás para
celebrar a veces y criticar siempre.”
Carlos
Fuentes
Las “dos Américas” tienen una historia común de coincidencias y discordias. En lo material, los contrastes entre ellas están a la vista. A pesar de la vecindad y la interdependencia las disparidades se han mantenido; la llamada “brecha” ha persistido en el tiempo. También las inveteradas y mutuas incomprensiones que tantos han lamentado. Así, el creciente poderío norteamericano ha ahondado la grieta existente entre ambas regiones, agrandada, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Entonces, el poder militar, económico y
moral de EEUU era enorme. Se había convertido en potencia indiscutida y
determinante en los acontecimientos mundiales. Comenzaba el mundo a vivir una
bipolaridad, que luego devino en Guerra Fría con sus consecuencias para las
relaciones de las “dos Américas”.
Tal predominio norteamericano ha ido
languideciendo, aunque esto no haya significado su desplazamiento del primer
lugar como actor planetario. La multipolaridad, sin duda, existe.
En tal trayectoria EEUU ha experimentado
altibajos. Ha sufrido derrotas y conquistado grandes triunfos. Su conducta
internacional ha sido cuestionada y/o ensalzada por propios y extraños. Ha
apoyado justas y loables causas, pero también se ha expuesto al repudio cuando
ha elegido –por razones políticas, de seguridad, crematísticas o estratégicas-
apuntalar regímenes políticos impresentables.
En tanto que superpotencia con intereses
globales, EEUU ha alcanzado una presencia espacial acorde con su tamaño económico,
tecnológico y militar. Y esto, obviamente, no es bien visto por sus rivales,
competidores y/o actores menores que dependen de él o se sienten, con razón o
sin ella, amenazados por su poder.
Goliath nunca fue popular, dicen por ahí.
Frente al grande, los medianos y pequeños sienten una mezcla de temor,
admiración, repudio, adhesión, sentimiento o envidia. Y en cada caso concreto
hay fuertes razones para tales sentimientos de cara al gigante.
En el caso de EEUU, país excepcional,
todos aquellos sentimientos están presentes, en especial, en sus vecinos de
América Latina (AL). Su poderío militar intimida o atemoriza, pero también
puede causar admiración. Su dominio tecnológico maravilla, pero para algunos es
sobrecogedor, turbador. Su democracia vigorosa y ejemplar, sus libertades,
generan adhesiones variopintas y universales, pero algunos las consideran
libertinaje, y hasta demoníacas. La pujanza y éxito de su economía han sido la
admiración de muchas naciones, pero también han generado no pocos resentimientos
y reservas.
Esa historia llena, sobre todo, de
triunfos, ha hecho de la sociedad estadounidense blanco de todo tipo de
ataques, invectivas y hasta burlas; algunos justificados y otros abiertamente
absurdos, irracionales.
El antiamericanismo ha tenido buena
prensa. Ha logrado gran acogida en nuestros predios latinoamericanos, desde
mucho antes de que EEUU fuera potencia y su perfil internacional se
acentuara.
La actitud de “wait and see” de
EEUU en la época de la guerra independentista produjo resquemores en algunos
líderes como Bolívar. Estos resentimientos, quizás, lo llevaron a no querer
invitarlo al Congreso Anfictiónico de Panamá, decisión que, por cierto, no
compartieron algunos.
Las relaciones tormentosas EEUU-México
también abonaron ese sentimiento antiamericano. Las anexiones de territorios
que habían sido parte de España y heredados por la república mexicana, llevaron
a ambas naciones a la guerra.
Esto alimentó un rechazo hacia EEUU en la
elite gobernante e intelectual latinoamericana, que paradójicamente siempre vio
a esa nación como ejemplo, como la hermana mayor.
El poeta colombiano José M. TORRES
CAICEDO, indignado por la actuaciones del aventurero Walker en Centro América,
llegará a escribir en 1857 unos versos ásperos contra EEUU: "la raza de la América latina/
al frente tiene la sajona raza/ enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad
destruir su pendón". Torres
afirmaba que EEUU veía a Suramérica como un conjunto de patrias enanas y odiaba
su raza española.
Así, con el tiempo, se fue incubando una
animadversión-frustración que fue reforzada también por una visión
antiamericana europea, sobre todo, francesa, con la cual muchos pensadores de
AL se conectaron. Mucho influenciaron también las intervenciones militares de
EEUU de las primeras décadas del siglo XX.
Particularmente, fue
en las clases altas y medias, y los intelectuales, los espacios en que esta
animosidad tuvo mayor eco. El llamado “arielismo” (del libro “Ariel” del
uruguayo José Enrique RODÓ) fue una suerte de idealismo latinoamericano que
debía enfrentar lo que representaba cultural y moralmente EEUU. RODÓ criticaba
lo que denominaba “nordomanía”, o sea, el apego a las ideas que venían
del norte anglosajón. Enrique KRAUZE dice que ésta fue la primera ideología
alternativa que se generó en nuestros países de cara a las corrientes de
pensamiento en boga entonces.
En esa perspectiva
antagónica se alinearon J. MARTÍ, J. VASCONCELOS, M. UGARTE y otros.
Más tarde, con sus
matices y diferencias, los venezolanos Mariano PICÓN SALAS y Pedro Manuel
ARCAYA, fueron críticos de ciertos valores norteamericanos y del expansionismo
de EEUU. Sus cuestionamientos iban dirigidos, principalmente, contra “el
ímpetu materialista” que imperaba en ese país. No obstante, PICÓN SALAS
recordará “la común misión de América”, abogará por la necesidad de
recuperar “la voluntad totalizadora” y señalará “la mutua
incomprensión de las Américas”, producto de prejuicios y de la “incapacidad
de elevarnos sobre las ruinas y convenciones de la propia tribu”. Planteó
que a pesar de los valores diferentes, que los había también, era posible el “intercambio
y el complemento”.
Por otro lado, el
pensador venezolano CARLOS RANGEL, desde otra perspectiva, dirá, acertadamente,
que el exitoso recorrido de EEUU, mostrado desde sus inicios como país
independiente, representó desde siempre “un escándalo humillante para la
otra América”, la cual no daba al mundo ni se daba a sí misma una
explicación aceptable de su fracaso relativo. El atraso, las carencias y los
diversos problemas de América Latina, serán atribuidos al país triunfador
convertido en potencia.
Este antiamericanismo
obviaba las culpas propias. No explicaba el porqué los países de AL, que no
eran muy distintos en cuanto a su desarrollo material en la primera mitad siglo
XIX (todos eran monoproductores-exportadores de materias primas e importadores
de manufacturas europeas, incluido EEUU), al arribar al XX, Norteamérica los
había superado y se había convertido en un emporio industrial y comercial, que
desplazaba la primera potencia de entonces, INGLATERRA. ¿Qué no hizo o dejó de
hacer la América hispana, para estar tan distanciada y a la cola de aquel país
después de 200 años?
Si los
latinoamericanos teníamos recursos en abundancia ¿por qué no supimos
utilizarlos?
El destacado profesor
español de las relaciones internacionales, Tomás Mestre V., se preguntará: “¿Por qué en la originaria fachada
al mar que fueron las iniciales `trece colonias´, éstas se fortalecieron, se
multiplicaron y presionaron hasta el punto de medir por segunda vez su fuerza
contra la poderosa ex metrópoli, en tanto que colonias más hechas partieron a
la guerra civil sempiternamente, a guerras entre fragmentos independizados,
como Hispanoamérica, y cuando no lo hicieron así, como en el caso de Brasil,
aun aumentando el territorio no incrementaban sustancialmente su poder? ¿No
será que la organización interna de los Estados sea el estímulo imprescindible
para hacer posible lo demás? “
Responder estas
interrogantes quizás arroje más luces sobre los resultados históricos -“la
brecha”- en términos económicos y sociales que ha alcanzado la AL, que
buscar en las conductas de otros las causas de nuestros fallos. ¿Por qué
seguimos echando culpas de nuestros males al imperialismo yanqui? ¿Por qué –como dijo
BORGES respecto de México- AL “vive fija en la contemplación de las
querellas de su pasado”?
Hoy, EEUU sigue
bajando la pendiente de su declinación como única gran superpotencia hegemónica
y comienzan a aparecer en el horizonte actores que le disputan su primacía.
En este contexto, de
nuevo se plantea un proyecto de integración que excluye a EEUU y CANADÁ. ¿Por
qué no terminamos de suprimir esta costumbre de concebir a esos países separados
del continente y asumir con pragmatismo unas relaciones que nos permitan crecer
y desarrollarnos juntos en un marco desprejuiciado de complementación, respeto
y de equidad?
No son pocos los
valores y principios que las “Dos Américas” compartimos. Estamos unidos por la geografía
y la historia, a pesar de los desencuentros e incomprensiones. Se impone
iniciar conscientemente un camino convergente gradual, más allá del que imponen
las realidades inexorables. Sabemos que hay factores anacrónicos y enemigos del
progreso que han conspirado y conspiran contra la propuesta. No desconocemos
las dificultades, complejidades e intereses presentes.
Empero, aquellas no
son insuperables. No es tarde para retomar ese espíritu de vieja data que soñó
con una América como proyecto. Pretender crear organizaciones internacionales
en el continente que marginen al norte anglosajón, como es el caso de la
proyectada Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), es un
absurdo, un despropósito, un desfase con los tiempos que corren. No es sólo
reincidir en un error derivado de una nefasta manía refundacionista que fracasa
una y otra vez, es colocarse de nuevo en el terreno de los antagonismos innecesarios
y estériles, contrarios a las corrientes profundas que tarde o temprano conducirán
ineluctablemente a la confluencia hemisférica.
EMILIO NOUEL V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario