martes, 4 de octubre de 2011


EL DESENCUENTRO DE LAS DOS AMERICAS Y LA CELAC

                                    

La América Latina tiende a recordar a fin de no celebrar, quizás para
 celebrar a veces y criticar siempre.”
 Carlos Fuentes


Las “dos Américas” tienen una historia común de coincidencias y discordias. En lo material, los contrastes entre ellas están a la vista. A pesar de la vecindad y la interdependencia las disparidades se han mantenido; la llamada “brecha” ha persistido en el tiempo. También las inveteradas y mutuas incomprensiones que tantos han lamentado. Así, el creciente poderío norteamericano ha ahondado la grieta existente entre ambas regiones, agrandada, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial.                         
Entonces, el poder militar, económico y moral de EEUU era enorme. Se había convertido en potencia indiscutida y determinante en los acontecimientos mundiales. Comenzaba el mundo a vivir una bipolaridad, que luego devino en Guerra Fría con sus consecuencias para las relaciones de las “dos Américas”. 
Tal predominio norteamericano ha ido languideciendo, aunque esto no haya significado su desplazamiento del primer lugar como actor planetario. La multipolaridad, sin duda, existe.
En tal trayectoria EEUU ha experimentado altibajos. Ha sufrido derrotas y conquistado grandes triunfos. Su conducta internacional ha sido cuestionada y/o ensalzada por propios y extraños. Ha apoyado justas y loables causas, pero también se ha expuesto al repudio cuando ha elegido –por razones políticas, de seguridad, crematísticas o estratégicas- apuntalar regímenes políticos impresentables. 
En tanto que superpotencia con intereses globales, EEUU ha alcanzado una presencia espacial acorde con su tamaño económico, tecnológico y militar. Y esto, obviamente, no es bien visto por sus rivales, competidores y/o actores menores que dependen de él o se sienten, con razón o sin ella, amenazados por su poder.
Goliath nunca fue popular, dicen por ahí. Frente al grande, los medianos y pequeños sienten una mezcla de temor, admiración, repudio, adhesión, sentimiento o envidia. Y en cada caso concreto hay fuertes razones para tales sentimientos de cara al gigante.
En el caso de EEUU, país excepcional, todos aquellos sentimientos están presentes, en especial, en sus vecinos de América Latina (AL). Su poderío militar intimida o atemoriza, pero también puede causar admiración. Su dominio tecnológico maravilla, pero para algunos es sobrecogedor, turbador. Su democracia vigorosa y ejemplar, sus libertades, generan adhesiones variopintas y universales, pero algunos las consideran libertinaje, y hasta demoníacas. La pujanza y éxito de su economía han sido la admiración de muchas naciones, pero también han generado no pocos resentimientos y reservas.
Esa historia llena, sobre todo, de triunfos, ha hecho de la sociedad estadounidense blanco de todo tipo de ataques, invectivas y hasta burlas; algunos justificados y otros abiertamente absurdos, irracionales.
El antiamericanismo ha tenido buena prensa. Ha logrado gran acogida en nuestros predios latinoamericanos, desde mucho antes de que EEUU fuera potencia y su perfil internacional se acentuara. 
La actitud de “wait and see” de EEUU en la época de la guerra independentista produjo resquemores en algunos líderes como Bolívar. Estos resentimientos, quizás, lo llevaron a no querer invitarlo al Congreso Anfictiónico de Panamá, decisión que, por cierto, no compartieron algunos.
Las relaciones tormentosas EEUU-México también abonaron ese sentimiento antiamericano. Las anexiones de territorios que habían sido parte de España y heredados por la república mexicana, llevaron a ambas naciones a la guerra.
Esto alimentó un rechazo hacia EEUU en la elite gobernante e intelectual latinoamericana, que paradójicamente siempre vio a esa nación como ejemplo, como la hermana mayor.
El poeta colombiano José M. TORRES CAICEDO, indignado por la actuaciones del aventurero Walker en Centro América, llegará a escribir en 1857 unos versos ásperos contra EEUU: "la raza de la América latina/ al frente tiene la sajona raza/ enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad destruir su pendón". Torres afirmaba que EEUU veía a Suramérica como un conjunto de patrias enanas y odiaba su raza española.
Así, con el tiempo, se fue incubando una animadversión-frustración que fue reforzada también por una visión antiamericana europea, sobre todo, francesa, con la cual muchos pensadores de AL se conectaron. Mucho influenciaron también las intervenciones militares de EEUU de las primeras décadas del siglo XX.
Particularmente, fue en las clases altas y medias, y los intelectuales, los espacios en que esta animosidad tuvo mayor eco. El llamado “arielismo” (del libro “Ariel” del uruguayo José Enrique RODÓ) fue una suerte de idealismo latinoamericano que debía enfrentar lo que representaba cultural y moralmente EEUU. RODÓ criticaba lo que denominaba “nordomanía”, o sea, el apego a las ideas que venían del norte anglosajón. Enrique KRAUZE dice que ésta fue la primera ideología alternativa que se generó en nuestros países de cara a las corrientes de pensamiento en boga entonces.
En esa perspectiva antagónica se alinearon J. MARTÍ, J. VASCONCELOS, M. UGARTE y otros.
Más tarde, con sus matices y diferencias, los venezolanos Mariano PICÓN SALAS y Pedro Manuel ARCAYA, fueron críticos de ciertos valores norteamericanos y del expansionismo de EEUU. Sus cuestionamientos iban dirigidos, principalmente, contra “el ímpetu materialista” que imperaba en ese país. No obstante, PICÓN SALAS recordará “la común misión de América”, abogará por la necesidad de recuperar “la voluntad totalizadora” y señalará “la mutua incomprensión de las Américas”, producto de prejuicios y de la “incapacidad de elevarnos sobre las ruinas y convenciones de la propia tribu”. Planteó que a pesar de los valores diferentes, que los había también, era posible el “intercambio y el complemento”.
Por otro lado, el pensador venezolano CARLOS RANGEL, desde otra perspectiva, dirá, acertadamente, que el exitoso recorrido de EEUU, mostrado desde sus inicios como país independiente, representó desde siempre “un escándalo humillante para la otra América”, la cual no daba al mundo ni se daba a sí misma una explicación aceptable de su fracaso relativo. El atraso, las carencias y los diversos problemas de América Latina, serán atribuidos al país triunfador convertido en potencia.
Este antiamericanismo obviaba las culpas propias. No explicaba el porqué los países de AL, que no eran muy distintos en cuanto a su desarrollo material en la primera mitad siglo XIX (todos eran monoproductores-exportadores de materias primas e importadores de manufacturas europeas, incluido EEUU), al arribar al XX, Norteamérica los había superado y se había convertido en un emporio industrial y comercial, que desplazaba la primera potencia de entonces, INGLATERRA. ¿Qué no hizo o dejó de hacer la América hispana, para estar tan distanciada y a la cola de aquel país después de 200 años?
Si los latinoamericanos teníamos recursos en abundancia ¿por qué no supimos utilizarlos?  
El destacado profesor español de las relaciones internacionales, Tomás Mestre V., se preguntará: “¿Por qué en la originaria fachada al mar que fueron las iniciales `trece colonias´, éstas se fortalecieron, se multiplicaron y presionaron hasta el punto de medir por segunda vez su fuerza contra la poderosa ex metrópoli, en tanto que colonias más hechas partieron a la guerra civil sempiternamente, a guerras entre fragmentos independizados, como Hispanoamérica, y cuando no lo hicieron así, como en el caso de Brasil, aun aumentando el territorio no incrementaban sustancialmente su poder? ¿No será que la organización interna de los Estados sea el estímulo imprescindible para hacer posible lo demás? “
Responder estas interrogantes quizás arroje más luces sobre los resultados históricos -“la brecha”- en términos económicos y sociales que ha alcanzado la AL, que buscar en las conductas de otros las causas de nuestros fallos. ¿Por qué seguimos echando culpas de nuestros males al imperialismo yanqui? ¿Por qué –como dijo BORGES respecto de México- AL “vive fija en la contemplación de las querellas de su pasado”?
Hoy, EEUU sigue bajando la pendiente de su declinación como única gran superpotencia hegemónica y comienzan a aparecer en el horizonte actores que le disputan su primacía.
En este contexto, de nuevo se plantea un proyecto de integración que excluye a EEUU y CANADÁ. ¿Por qué no terminamos de suprimir esta costumbre de concebir a esos países separados del continente y asumir con pragmatismo unas relaciones que nos permitan crecer y desarrollarnos juntos en un marco desprejuiciado de complementación, respeto y de equidad?
No son pocos los valores y principios que las “Dos Américas” compartimos. Estamos unidos por la geografía y la historia, a pesar de los desencuentros e incomprensiones. Se impone iniciar conscientemente un camino convergente gradual, más allá del que imponen las realidades inexorables. Sabemos que hay factores anacrónicos y enemigos del progreso que han conspirado y conspiran contra la propuesta. No desconocemos las dificultades, complejidades e intereses presentes.
Empero, aquellas no son insuperables. No es tarde para retomar ese espíritu de vieja data que soñó con una América como proyecto. Pretender crear organizaciones internacionales en el continente que marginen al norte anglosajón, como es el caso de la proyectada Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), es un absurdo, un despropósito, un desfase con los tiempos que corren. No es sólo reincidir en un error derivado de una nefasta manía refundacionista que fracasa una y otra vez, es colocarse de nuevo en el terreno de los antagonismos innecesarios y estériles, contrarios a las corrientes profundas que tarde o temprano conducirán ineluctablemente a la confluencia hemisférica. 

EMILIO NOUEL V.

                             

                             




                              
                                     

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