RECUERDOS
INTEGRACIONISTAS Y LA ACTUAL CRISIS EUROPEA
Corrían
los años finales de los setenta del siglo pasado, y entusiasmado con la experiencia
europea de integración económica vivida de cerca, me dispuse a cursar un
postgrado que me permitiera sumergirme con seriedad en el tema, pero desde la
perspectiva de nuestra realidad latinoamericana. Los temas internacionales siempre
me habían interesado y aquí estaba una oportunidad atractiva.
La
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV, en 1976, hacía un par de
años -creo- había creado una opción de estudio sobre la integración económica,
y resolví emprenderla.
Allí,
de la mano -es un decir- de excelentes juristas venezolanos y algunos
extranjeros, conocedores del Derecho y la economía internacionales, un grupo de
alrededor dos docenas de alumnos propios y extraños, nos adentramos entusiasmados
en el campo de la integración y su regulación.
Recuerdo
con mucho afecto y admiración a quienes tenían a su cargo las distintas
cátedras de la maestría. Allí estaban, entre otros no menos destacados
profesores: Isidro MORALES PAÚL, Sebastián ALEGRETT, Nelson SOCORRO y Tesalio
CADENAS, y los argentinos Eduardo SCHAPOZNIK y Juan Mario VACCHINO. De vez en
cuando se sentaba con nosotros, en calidad de oyente de excepción, un gran
jurista español que hizo de ésta su patria: Antonio MOLES CAUBET.
De
ellos conocimos, además de los antecedentes, los obstáculos, las ventajas, las
oportunidades y los desafíos tanto económicos como políticos que están
envueltos en todo proceso de conformación de bloques de comercio.
Sin
embargo, las distintas materias nos arrastraban a ir más allá del tema concreto
que ocupaba nuestra atención. Se nos imponía paralelamente una reflexión mayor
sobre la historia de lo que habíamos sido los países del continente hasta
entonces. Había que abordar el asunto de las causas profundas de los males de
nuestras economías, y los valladares que aquellos ponían a una integración
eficaz y vigorosa -la soñada por tantos líderes latinoamericanos durante dos
siglos- que permitiera enrumbarnos por una senda sostenida de crecimiento y
bienestar para las mayorías, sobre la base de reglas de derecho uniformes, aceptadas
y acatadas por todos, como garantía para alcanzar los fines y objetivos perfilados
por sus propulsores.
En
esos casi dos años que estuvimos transitando por esos asuntos, nos volvimos
integracionistas militantes. Nos convencimos de que el desarrollo de nuestras
naciones pasaba por la ejecución de una estrategia conjunta y complementaria de
integración con los países de la región. Aquellos excelentes profesores,
casados con la “idea”, nos habían convertido a esa “ideología”, casi una fe, y
hasta creamos una asociación de especialistas de la cual algunos de aquellos
formaron parte con el mismo ánimo que sus alumnos.
Afincados
en nuestro fervor, no advertíamos aún, en toda su magnitud, lo difícil que iba
a ser la concreción de aquella “idea-fuerza” que tenía ya varias décadas
dándose golpes con la compleja realidad de nuestras naciones, y la cual en los
tiempos que corren sigue con muchas asignaturas pendientes.
Entonces
la experiencia emblemática europea era el ejemplo a seguir; fueron los pioneros
que establecieron instituciones, normas y políticas en función de ese objetivo.
Sus éxitos para esas fechas eran innegables. Y lo serían mayores con el correr
de los años. De 6 miembros originarios pasarían a 27; la Comunidad Europea se volvería
la Unión Europea. Vendría la moneda única: el euro. Las políticas
macroeconómicas, comerciales, agrícolas, de seguridad, de defensa, de
consumidores y tantas otras, serían únicas en el bloque y frente al mundo, a
pesar de ciertos desencuentros puntuales. La UE se convertiría en un actor
fundamental de las relaciones políticas y económicas del planeta después de
haberse levantado de las ruinas en que la había dejado la Segunda Guerra
Mundial. Sin duda, un ejemplo exitoso a imitar, aunque no exento de críticas
por estos predios y en la misma Europa.
Hoy,
la Unión Europea vive una crisis financiera terrible y angustiosa, sobre cuya
solución no se ponen de acuerdo los líderes. Aquel modelo de integración que
nos vendieron y compramos para adaptarlo a nuestras circunstancias particulares
hace aguas. Vargas Llosa nos habla en estos días de “estado agónico” de la UE,
no sé si exagerando para que se tomen las medidas urgentes para salvarla de la
debacle. Leo con mucha inquietud que la única alternativa para Grecia y otros
países europeos en la misma situación difícil, es que abandonen la eurozona y
vuelvan a una moneda nacional depreciada que les permita recuperar la
competitividad y el crecimiento (Nouriel Roubini).
De
producirse esta decisión de consecuencias inimaginables, sin duda, significaría
un retroceso evidente que pone en tela de juicio las virtudes del proceso para lidiar con estas crisis.
¿Tiene culpa la integración, el euro, concretamente, en que se haya arribado a
esta circunstancia lamentable, que pone en peligro la existencia de un
experimento único? Algunos creen que sí.
¿Se
avanzó demasiado rápido en el proceso integrador? Quién sabe.
Los
problemas detectados hace algunos años de competitividad en la zona ¿fueron
abordados con resolución? Parece que no.
¿Habrá
otra salida distinta y viable a la de “sacrificar” a los más débiles para
preservar el conjunto? Quizás sí, pero no hay consenso al respecto; el
principio de solidaridad comunitaria no llegaría a tanto desprendimiento.
A
pesar de las distancias y de las diferencias, esta crisis aún no concluida
¿puede tener alguna enseñanza para los latinoamericanos? Con seguridad, sí.
La
integración latinoamericana y la hemisférica han debido sortear muchas dificultades
de orden político y económico; no las hemos vencido todas. La integración
probable, la pragmática, es una tarea inconclusa, a pesar de sus avances no espectaculares.
En
nuestro hemisferio, uno de las trabas más importantes es la manía refundacionista de
una integración económica excluyente de EEUU y CANADÁ. Es una de las ideas más
nefastas, por ineficaz, que deberíamos desechar.
El
mundo ha dado muchas vueltas desde aquellos años setenta de la "Gran Venezuela", generosa con los perseguidos políticos del continente, y cuyo líder pretendió ser el paladín del llamado entonces Tercer Mundo. Mucha agua ha corrido debajo de los puentes desde esa época en que nos animaba un ideal
integracionista latinoamericano. La interdependencia global ha llegado a una profundidad insospechada.
En la actualidad, a mi juicio, no hay cabida ni viabilidad para proyectos integracionistas parciales o de alcance geográfico acotado en un mundo profundamente interconectado. Seguir promocionando utópicos bloques comerciales cerrados, además de que es un imposible, es un despropósito, un autoengaño, producto de prejuicios e ideas que perdieron su vigencia. No existen razones válidas, de ningún tipo, para persistir en la idea de una integración exclusivamente latinoamericana, que las realidades ya han sobrepasado.
En la actualidad, a mi juicio, no hay cabida ni viabilidad para proyectos integracionistas parciales o de alcance geográfico acotado en un mundo profundamente interconectado. Seguir promocionando utópicos bloques comerciales cerrados, además de que es un imposible, es un despropósito, un autoengaño, producto de prejuicios e ideas que perdieron su vigencia. No existen razones válidas, de ningún tipo, para persistir en la idea de una integración exclusivamente latinoamericana, que las realidades ya han sobrepasado.
EMILIO
NOUEL V.
EMILIO
NOUEL V.
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