ORGULLO DE PARROQUIA
R. Betancourt y J. Kennedy
Una observación sosegada y desapasionada del discurso de la mayoría
de nuestros líderes de cara a los acontecimientos políticos y económicos
mundiales, nos muestra un incomprensible desapego, incluso desdén, por esos
temas, lo que al final se traduce en un desconocimiento que les impide ver o
comprender la conexión existente entre sus realidades particulares y el
conjunto global, y las repercusiones de este último en su actividad política
concreta, en este caso, doméstica.
No cabe duda que el político debe poner énfasis en los temas “nacionales”;
es lo más natural. Sin embargo, eso no lo es todo. El entorno internacional ocupa
cada vez más un espacio mayor en las preocupaciones políticas y se ha hecho
insoslayable para quien quiera asumir un liderazgo integral en estos tiempos.
Pero el líder político pareciera no haberse percatado aun de
que hoy es imposible sustraerse de los eventos que trascienden las fronteras,
que nuestros problemas y sus soluciones, así como el destino hacia el que nos
encaminamos, sea éste auspicioso o calamitoso, están íntimamente ligados a la
dinámica entre los distintos actores y factores que se interrelacionan en esta nave
que llamamos planeta Tierra.
Esta visión miope lleva con facilidad al extravío político, al error de apreciación a
la hora de analizar los distintos asuntos, a la equivocación en materia de políticas
a acometer, no sólo en el ámbito de las relaciones exteriores.
En el fondo, es una postura, además de corta de miras,
anacrónica, fuera de época, que tiene sus expresiones más inquietantes, en el
campo de lo político, económico y cultural, en nacionalismos absurdos o mal
entendidos, en el patrioterismo xenofóbico, en autarquías y proteccionismos
económicos empobrecedores, en trasnochadas e inmorales concepciones sobre la
soberanía, y en última instancia, en la intemperancia y la confrontación con el
distinto a uno, el extranjero, que puede, en casos graves, empujar a la guerra.
Esta perspectiva estrecha, por supuesto, no es exclusiva de
nuestro patio latinoamericano. Se ve incluso en países desarrollados.
Obviamente, no esperamos de nuestros políticos que sean especialistas
de las relaciones internacionales, como tampoco de la física cuántica. Lo que
sí aspiramos de ellos es que presten mayor atención al mundo que nos circunda para
mejor comprenderlo, dejando de lado la limitación congénita que alberga el
aldeanismo político. Que se asomen con más frecuencia a ese espacio exterior convertido
ya en interior. Las nuevas tecnologías lo permiten. Las informaciones y las ideas van y vienen libre y velozmente, lo cual propicia un contacto mas amplio e interactivo con los ciudadanos propios y extraños.
En otros tiempos, cuando no disponíamos de aquellos avances, había, sin embargo, políticos que valoraban el tema internacional.
El padre de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt, al referirse al desencuentro histórico entre los países del hemisferio, y mostrarse partidario de la necesaria integración entre ellos, hablaba del “orgullo de parroquia”, como un elemento que siempre la obstaculizó.
El padre de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt, al referirse al desencuentro histórico entre los países del hemisferio, y mostrarse partidario de la necesaria integración entre ellos, hablaba del “orgullo de parroquia”, como un elemento que siempre la obstaculizó.
En La Habana, en 1950, Betancourt pronunció el
discurso de clausura de la Primera Conferencia Interamericana Pro-Democracia y Libertad;
allí decía:
“Evidente resulta que esta cooperación
económica interamericana, para ser totalmente eficaz, impone la articulación y
coordinación de los dispersos sistemas de producir y distribuir de los países
latinoamericanos. Formamos un archipiélago de veinte ínsulas arrogantes,
enquistadas cada una dentro de su orgullo de parroquia. Cultivamos el
aislamiento lugareño, mientras se perfilan en otros continentes formidables
federaciones futuras de pueblos y razas”.
Este extraordinario político venezolano, hace 61 años, ya
exhibía su condición de gran estadista compenetrado con los asuntos económicos
internacionales y su importancia, en una época en que aún la globalización no
había llegado a los niveles de intensidad que conocemos hoy.
Como él, otros políticos venezolanos, de su misma generación
o de la anterior, no sólo habían reflexionado sobre los asuntos más apremiantes
de la realidad nacional, sino que también habían volcado su mirada al mundo
exterior.
Alberto Adriani
En retrospectiva, es asombroso constatar lo visionario que
fue un venezolano en la materia de integración económica internacional,
fallecido cuando tenía aún mucho que dar a su país. Me refiero a Alberto
Adriani, quien en 1935, fecha en que no se vislumbraba siquiera el nacimiento
de la Unión Europea, escribió lo que sigue: “Se
redondearán grandes áreas capaces de controlar la más completa variedad
de recursos, dentro de las cuales la
vida económica puede alcanzar la mayor diversificación posible; donde puedan
trabajar con el máximo rendimiento las grandes industrias de producción en
masa. Son éstas las agrupaciones humanas
que van a ser los grandes actores de la historia por venir”. Y no se equivocó. Esas "grandes áreas" son los bloques que 20 años después empezaron a surgir.
Betancourt y Adriani, aunque
diferentes, de distintas generaciones y hasta distantes en lo ideológico, son
dos ejemplos de políticos venezolanos que no se quedaron atascados en el
aldeanismo, en la cortedad de miras. Sin despegarse de sus raíces, amando como
amaron a su país, comprendieron también que hay un mundo más allá de las
fronteras político-territoriales a no desconocer, porque forma parte de aquél,
querámoslo o no. El orgullo de parroquia es ineficaz e inútil, una rémora del
pasado a depositar en el tacho de basura de la historia. Tomen nota los
jóvenes políticos.
EMILIO NOUEL V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario