SEPTIEMBRE 2008
Las insólitas peripecias del caso del maletín, nos llevan a una lamentable conclusión: A la par del crimen globalizado, y estrechamente vinculado a él, se ha instaurado una internacional de gobiernos corruptos que amenaza las libertades, la democracia y la paz del planeta.
Estas mafias hechas gobiernos demuestran las tesis que algunos autores han manejado sobre el papel político que está jugando la delincuencia organizada en el mundo, incluida, la de cuello blanco.
Esta deriva ha sido advertida por 2 escritores muy conocidos: uno es el norteamericano Robert D. Kaplan, en “La anarquía que viene”, y el otro, es el venezolano Moisés Naím, en “ILÍCITO. Cómo traficantes, contra-bandistas y piratas están cambiando el mundo”.
Desde perspectivas distintas, en ambos se evidencia la repercusión creciente y, en algunos casos, determinante, que están alcanzando las organizaciones delictivas no sólo en la economía global, sino también en la política nacional e internacional.
De manera particular, Naím afirma que el poder de quienes dominan los negocios ilícitos ha llegado a tal grado, que logran erosionar la autoridad de los Estados, corrompen las empresas y gobiernos e incluso se apropian de las instituciones y los objetivos de estos últimos. Este autor llega hasta preguntarse: “¿Es posible comprender adecuadamente el modo de actuar de China o de Rusia sin tener en cuenta la enorme influencia del comercio ilícito global en las decisiones de sus gobiernos? ¿Es posible fomentar la democracia en países en los que las redes delictivas constituyen los agentes políticos más poderosos?
Quienes afinen la mirada en el crimen transnacionalizado, encontrarán que las conclusiones a que arriban dichos autores están sustentadas en la realidad.
Así, vemos delincuentes que buscan ingresar a la política de manera directa o por interpuestas personas, y a algunos políticos que establecen alianzas utilitarias con el delito, estableciéndose una red de vasos comunicantes, en la que van y vienen capitales mal habidos, financiamientos ilegales de campañas políticas, empresarios inescrupulosos, ejecutivos deshonestos, negociantes mercenarios, sobornadores y estafadores, narcoterroristas, militares y policías, contrabando, presupuestos y contrataciones estatales, tráfico de estupefacientes y de armas, jefes de Estado y funcionarios públicos extorsionadores, compraventa de empresas estatales o de bonos del Estado, etc.
De tal forma, que hoy nos enfrentamos a redes estructuradas en el ámbito mundial, cuyas negocios ilícitos empiezan a ser develados, con lujo de detalles, ante el asombro de los ciudadanos decentes.
En el caso de los de cuello blanco, un club de membresía muy particular se perfila. No se trata de individuos movidos por ideales como la protección de las especies animales en extinción o los derechos humanos. Su naturaleza y fines son muy diferentes.
Los miembros son connotados gobernantes, ministros y altos funcionarios, cuyas casas matrices pueden operar, indistintamente, en una oficina del Kremlin, en la Casa Rosada, en Miraflores o en La Habana.
Tiene sus agentes y brokers diseminados por todo el globo terráqueo: en Managua, Brasilia, San Petersburgo, Paris, Teherán o en las selvas de Colombia.
Esta mafia global, en funciones de gobierno, tiene métodos muy similares. Centralismo férreo y ausencia de separación de poderes. Si una empresa privada les resulta incómoda a sus intereses, sin pensarlo mucho, la expropia o confisca, escudándose en una retórica nacionalista.
El modelo emblemático de este tipo de régimen es el gobierno autoritario de Putin. La “familia” de éste, llamada “El Lago”, en sólo 15 años, supo escalar posiciones políticas, que la han llevado desde las tenebrosas operaciones en la KGB, hasta las palancas económicas más importantes de Rusia. Entre sus acciones está la de haber re-estatizado activos por el orden de 100 mil millones de dólares.
Esta mafia político-económica, que maneja negocios por el orden, según Fortune, de 1.3 trillones de dólares, y que persigue el rescate del rol geopolítico de la Madre Rusia, se ha identificado con mafias afines que operan en nuestro hemisferio, cuyos fondos también provienen de fuentes económicas estatales.
Es precisamente este entorno el que el juicio sobre el maletín de Antonini Wilson ha transparentado: una red de negocios turbios de montos que hacen palidecer los conocidos.
Aquí aparecen involucrados Presidentes, ministros, empresas estatales, empresarios privados, militares y directores de organismos de inteligencia, en un contubernio repugnante para delinquir, todo con vista a mantener el poder político y el dominio de los dineros públicos, cuyos fondos deberían estar destinados para la solución de los grandes problemas sociales.
Llámese PDVSA, LUKOIL, ENARSA o GAZPROM, estas oligarquías gobernantes depravadas forman parte de una red transnacional de la corrupción, cuyos vínculos abiertos o secretos con el mundo de la delincuencia salen a la luz pública a diario. Traficantes de armas y drogas, terroristas y narcoterroristas mantienen vínculos políticos y económicos con aquellos.
Los desafíos que esta situación plantea no son pequeños. Los corruptos sin fronteras deben ser señalados, perseguidos y enjuiciados sin contemplaciones. Esta enorme tarea, sólo podrá ser realizada a través de la estrecha cooperación entre gobiernos respetuosos de la ley, instituciones internacionales, ONGs y los ciudadanos del planeta. La democracia y la libertad, sin duda, están en peligro.
EMILIO NOUEL V.
Las insólitas peripecias del caso del maletín, nos llevan a una lamentable conclusión: A la par del crimen globalizado, y estrechamente vinculado a él, se ha instaurado una internacional de gobiernos corruptos que amenaza las libertades, la democracia y la paz del planeta.
Estas mafias hechas gobiernos demuestran las tesis que algunos autores han manejado sobre el papel político que está jugando la delincuencia organizada en el mundo, incluida, la de cuello blanco.
Esta deriva ha sido advertida por 2 escritores muy conocidos: uno es el norteamericano Robert D. Kaplan, en “La anarquía que viene”, y el otro, es el venezolano Moisés Naím, en “ILÍCITO. Cómo traficantes, contra-bandistas y piratas están cambiando el mundo”.
Desde perspectivas distintas, en ambos se evidencia la repercusión creciente y, en algunos casos, determinante, que están alcanzando las organizaciones delictivas no sólo en la economía global, sino también en la política nacional e internacional.
De manera particular, Naím afirma que el poder de quienes dominan los negocios ilícitos ha llegado a tal grado, que logran erosionar la autoridad de los Estados, corrompen las empresas y gobiernos e incluso se apropian de las instituciones y los objetivos de estos últimos. Este autor llega hasta preguntarse: “¿Es posible comprender adecuadamente el modo de actuar de China o de Rusia sin tener en cuenta la enorme influencia del comercio ilícito global en las decisiones de sus gobiernos? ¿Es posible fomentar la democracia en países en los que las redes delictivas constituyen los agentes políticos más poderosos?
Quienes afinen la mirada en el crimen transnacionalizado, encontrarán que las conclusiones a que arriban dichos autores están sustentadas en la realidad.
Así, vemos delincuentes que buscan ingresar a la política de manera directa o por interpuestas personas, y a algunos políticos que establecen alianzas utilitarias con el delito, estableciéndose una red de vasos comunicantes, en la que van y vienen capitales mal habidos, financiamientos ilegales de campañas políticas, empresarios inescrupulosos, ejecutivos deshonestos, negociantes mercenarios, sobornadores y estafadores, narcoterroristas, militares y policías, contrabando, presupuestos y contrataciones estatales, tráfico de estupefacientes y de armas, jefes de Estado y funcionarios públicos extorsionadores, compraventa de empresas estatales o de bonos del Estado, etc.
De tal forma, que hoy nos enfrentamos a redes estructuradas en el ámbito mundial, cuyas negocios ilícitos empiezan a ser develados, con lujo de detalles, ante el asombro de los ciudadanos decentes.
En el caso de los de cuello blanco, un club de membresía muy particular se perfila. No se trata de individuos movidos por ideales como la protección de las especies animales en extinción o los derechos humanos. Su naturaleza y fines son muy diferentes.
Los miembros son connotados gobernantes, ministros y altos funcionarios, cuyas casas matrices pueden operar, indistintamente, en una oficina del Kremlin, en la Casa Rosada, en Miraflores o en La Habana.
Tiene sus agentes y brokers diseminados por todo el globo terráqueo: en Managua, Brasilia, San Petersburgo, Paris, Teherán o en las selvas de Colombia.
Esta mafia global, en funciones de gobierno, tiene métodos muy similares. Centralismo férreo y ausencia de separación de poderes. Si una empresa privada les resulta incómoda a sus intereses, sin pensarlo mucho, la expropia o confisca, escudándose en una retórica nacionalista.
El modelo emblemático de este tipo de régimen es el gobierno autoritario de Putin. La “familia” de éste, llamada “El Lago”, en sólo 15 años, supo escalar posiciones políticas, que la han llevado desde las tenebrosas operaciones en la KGB, hasta las palancas económicas más importantes de Rusia. Entre sus acciones está la de haber re-estatizado activos por el orden de 100 mil millones de dólares.
Esta mafia político-económica, que maneja negocios por el orden, según Fortune, de 1.3 trillones de dólares, y que persigue el rescate del rol geopolítico de la Madre Rusia, se ha identificado con mafias afines que operan en nuestro hemisferio, cuyos fondos también provienen de fuentes económicas estatales.
Es precisamente este entorno el que el juicio sobre el maletín de Antonini Wilson ha transparentado: una red de negocios turbios de montos que hacen palidecer los conocidos.
Aquí aparecen involucrados Presidentes, ministros, empresas estatales, empresarios privados, militares y directores de organismos de inteligencia, en un contubernio repugnante para delinquir, todo con vista a mantener el poder político y el dominio de los dineros públicos, cuyos fondos deberían estar destinados para la solución de los grandes problemas sociales.
Llámese PDVSA, LUKOIL, ENARSA o GAZPROM, estas oligarquías gobernantes depravadas forman parte de una red transnacional de la corrupción, cuyos vínculos abiertos o secretos con el mundo de la delincuencia salen a la luz pública a diario. Traficantes de armas y drogas, terroristas y narcoterroristas mantienen vínculos políticos y económicos con aquellos.
Los desafíos que esta situación plantea no son pequeños. Los corruptos sin fronteras deben ser señalados, perseguidos y enjuiciados sin contemplaciones. Esta enorme tarea, sólo podrá ser realizada a través de la estrecha cooperación entre gobiernos respetuosos de la ley, instituciones internacionales, ONGs y los ciudadanos del planeta. La democracia y la libertad, sin duda, están en peligro.
EMILIO NOUEL V.
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