Los que ya alcanzamos una cierta edad en esta que llamaron “tierra de gracia”, podemos testimoniar
ese proceso de varias décadas que va de la Venezuela opulenta, la de las
grandes autopistas y carreteras envidiadas por el resto de Latinoamérica, la de
los restoranes con chefs europeos afamados y automóviles último modelo surcando
calles y avenidas, a la calamitosa situación y de ingentes penurias a que nos
han conducido estos años de revolución bolivariana, en la que la economía está
al borde del precipicio y los servicios públicos están casi colapsados, entre
otros males.
Sin duda, de esa involución degenerativa que ha afectado lo
político, la economía y la moral, podemos hoy dar fe amargamente.
Adonde fuéramos, siempre éramos vistos como nuevos ricos,
sobre todo, los vecinos de la región latinoamericana que no gozaban del maná
petrolero. Recuerdo que cuando asistíamos a reuniones de organismos
internacionales en otros países, llegar a un hotel 5 estrellas era normal para
un funcionario gubernamental medio y bajo venezolano, cuando los de otras
naciones se hospedaban en hoteles más modestos y con viáticos menores a los
nuestros. En el fondo, había una cierta animadversión respecto de lo que
consideraban era una ostentación de parte nuestra.
En cierta ocasión que me toco coordinar una delegación
venezolana, y en vista de que el resto de las delegaciones se alojaban en un
sitio distinto, más modesto, me vi obligado a convencer a mis compañeros
venezolanos para que nos mudáramos adonde estaban los demás, y así evitar los
malos ojos.
De todos modos, nunca dejaron de mirarnos como los presuntuosso
nuevos ricos del vecindario, los arrogantes venezolanos, despilfarradores, los
del célebre “ta’ barato, dame dos” mayamero. El 4,30 por dólar de
la época nos hacía poderosos y con gran capacidad de compra. Y de eso,
obviamente, no teníamos culpa, nos habíamos sacado el premio gordo como país.
En el presente, esa opulenta vida de país petrolero, se ha
revertido de manera brutal, gracias a un gobierno desastroso como pocos en la
historia patria y universal.
Nuestra clase media, la más extendida y acaudalada de la región,
en gran parte se ha venido abajo. Muchos aún tienen, como diría mi abuelo,
bastimento, para sobrevivir a este ya largo y mortífero vendaval político que
ha arrasado al país. Otros han sucumbido y tenido que huir buscándose la vida
en nuevos horizontes, dicen que alrededor de 2 millones. Los más viejos que no
pueden emigrar, dependen de lo que les envían familiares desde el exterior. Un
amigo me decía con sorna hace un tiempo, al comentar la situación que, sin
embargo, había que tener FE, es
decir, un familiar en el extranjero, que nos pudiera remitir
unos dolaritos para aguantar el vendaval.
Sin embargo, en la mayoría, tanto en la clase media como en
las otras, las necesidades en general, el hambre y el desamparo reinan.
Los venezolanos hemos pasado de ser la envidia de muchos por
varias razones, a ser objeto de lástima y conmiseración.
Quizás esta dura prueba nos haga reflexionar sobre la
necesidad de cambiar el rumbo como sociedad y, sobre todo, de modificar nuestra visión sobre la economía y sobre la forma de gobernar, sin
olvidar los valores que han hecho grandes a los países que hoy lideran el
mundo.
Vendrán nuevos tiempos, y estas terribles circunstancias
cambiaran para bien, no me cabe la menor duda. Mucho más pronto de lo que a
veces creemos.
EMILIO NOUEL V.
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