“La Patria Grande”,
ésa expresión de Simón Bolívar, que no de los que se dicen llamar en estos
tiempos, bolivarianos, fue sólo un sueño que si en algún momento pudo hacerse
realidad, ha demostrado su inviabilidad más allá de la retórica inflamada de
más de dos siglos con la que nos han querido vender una “nación latinoamericana”, una identidad propia, una individualidad, un
nacionalismo político y económico.
Ni entonces, cuando el general Bolívar quiso en 1826 reunir
infructuosamente a las independizadas provincias españolas, ni ahora en que se
hacen cumbres y hasta se firman documentos solemnes, discursos fraternales
mediante, esa supuesta patria única
ha podido trascender los discursos de ocasión.
Y es que en aquella época como en el presente, las visiones
contrastaban y diferencias profundas había, sin dejar de mencionar los factores
estructurales adversos, las distancias geográficas, los apetitos políticos personales,
los intereses encontrados, el aldeanismo, lo corto de miras que eran los
líderes.
Si pudo llegarse a pensar que era posible hacer en la América
hispana, lo que las trece colonias inglesas en el Norte con su unión temprana
lograron, muy pronto nos dimos cuenta de que había algo entre los
latinoamericanos que hacía que ese mismo objetivo expresado por los próceres de
la independencia no estuviera al alcance.
¿Atavismos étnicos, culturales, ideológicos?
Con el paso del tiempo, hasta nuestros días, se siguió insistiendo
en la idea sin éxito, pero a medida que el mundo, empujado por la
globalización, se hacía más pequeño en lo político, económico y cultural, y la
aspiración a crear un bloque político-económico con un sello propio, esa “Patria Grande”, se va paulatinamente,
diluyendo, desdibujando, en beneficio de una visión más planetaria, universal,
de la vida.
Una en la que tienen cabida relaciones políticas y
comerciales abiertas, transoceánicas, una perspectiva en donde la geografía y
las distintas lenguas habladas no son más obstáculos para intercambiar
experiencias de vida, bienes, usos jurídicos, tecnologías, costumbres,
formas de esparcimiento, música, literatura, deportes, todo aderezado con
grandes oleadas migratorias por encima de fronteras cada vez mas porosas.
Si bien hoy siguen manteniéndose manifestaciones culturales
locales, éstas sufren aceleradamente la influencia de otras, hecho éste afortunado
que las enriquece, y les permite, a su vez, mejorar a aquellas, en un proceso
dialéctico, de mutuas resonancias.
Si hay una patria grande con posibilidades de existir algún
día, es la planetaria, a pesar de las múltiples expresiones políticas,
económicas o culturales que en el mundo hacen vida en la actualidad.
Aferrarse a la idea de compartimientos estancos en un entorno
global cada vez más fluido y permeable, es ir contra una corriente inexorable de la
humanidad.
Los nacionalismos estrechos y los llamados desarrollos endógenos no
tienen cabida en un mundo que se abre inexorablemente y sin cesar ante nuestros ojos.
Las prédicas añejas en nuestro hemisferio de hombres como Martí,
Rodó o Vasconcelos, inspiradas en Miranda, Bolívar o San Martin, sobre una
supuesta Patria Grande, no tienen
futuro alguno en un espacio geográfico, como el latinoamericano, que para
sobrevivir y construir un futuro libre, democrático y próspero para sus ciudadanos,
debe ser abierto sin complejos a las corrientes mundiales de toda naturaleza.
El destino común de nuestros países, del que tanto se habla,
es solo lograble desplegándose hacia el mundo con inteligencia, sacando el
mayor provecho de las experiencias positivas propias y de extraños. No es dable
seguir pensando en proteccionismos culturales o económicos que nos empobrecen y
empequeñecen.
Hay que deslastrarse de ese cuento de la “Patria Grande”, propio de visiones aldeanas, menudas.
Emilio Nouel V.
@ENouelV
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