“El nihilista es un soldado de una guerra
‘absoluta’ (en el sentido
de Clausewitz); se considera más aniquilador que defensor,
actúa por la más pura y simple destrucción (…) para él, no
hay
nada que perder, nada que salvar”
André Glucksmann
Si ya los degüellos de ISIS filmados sin ningún escrúpulo nos
habían perturbado, los asesinatos a mansalva de ahora en Paris nos desafían y exasperan.
La agresión inicua a un país cualquiera siempre nos choca,
nos revuelve la sangre. Y cuando eso ocurre a una nación con la que nos unen no
sólo lazos políticos, económicos o familiares, sino también espirituales, con
más razón nos duele e indigna.
Francia no es un país cualquiera. Más allá de su importancia
en el ámbito de lo material, de su significación como potencia mundial,
Occidente le debe mucho en el terreno de las ideas modernas y de los avances
sociales que el hombre ha alcanzado en los últimos siglos. De las tres grandes
revoluciones que en el mundo han sido, una es francesa.
Francia es el símbolo de todo lo contrario a lo que
representan las “ideas mortíferas”
que llevaron a unos desquiciados a realizar la matanza de ese fatídico viernes
13 de Noviembre.
“Ideas mortíferas”
es la expresión que he utilizado, que no es mía, sino de un intelectual
francés, de los que llamaban “nuevos
filósofos”, por más señas, fallecido hace un par de semanas: André
Glucksman.
Este pensador brillante fue uno de los que con mayor profundidad reflexionó y describió
la amenaza que para nuestra civilización personifican estos terroristas, estos
nihilistas destructores.
Glucksmann, después de lo de las Torres Gemelas, se
preguntaba qué hacía que una sociedad global que dispone de los medios de información
e intervención más formidables de la historia, sea tan abúlica y esté tan
paralizada ante los desmanes que comenten estos desadaptados.
Para él, Occidente se juega su supervivencia en esta lucha
contra el terrorismo. Llegó a escribir: “un
fantasma recorre el planeta: el fantasma del nihilismo. Utiliza antiguas religiones,
abusa de antiguas ideologías y de exaltaciones comunitarias, pero no las respeta”.
La fuerza del nihilismo -afirmaba Glucksmann- proviene de la
división y la disolución. Rompe alianzas y tradiciones. Las víctimas iniciales de
sus guerras son sus propios conciudadanos,
sus hermanos de fe. “Los ejércitos musulmanes
se enfrentan a ejércitos musulmanes y los estadistas árabes caen bajo las balas
árabes”.
El terrorismo se ha convertido en un enemigo planetario, que agrede a la humanidad, como ha dicho bien el presidente Obama. Las
guerras recurrentes en el Medio Oriente están repercutiendo más allá de su
espacio geográfico.
La comunidad internacional debe atender con decisión este
grave problema que no tiene fronteras. Nadie se salva de ser víctima eventualmente
de él.
Hoy le tocó de nuevo a Francia. Y no basta ser solidarios con
un pueblo que tan valiosos aportes civilizatorios ha dado al mundo.
Todos los países sin excepción deben sumarse a la lucha por
extirpar una lacra que pone en riesgo la convivencia democrática y pacífica entre
los seres humanos. No es un problema de fácil solución, por sus complejidades y
extensión. Sólo la cooperación estrecha entre los gobiernos del mundo puede
garantizar esa difícil tarea.
Estamos con Francia en este momento grave, como estuvimos con
EEUU, España, Reino Unido, Argentina y otros países, cuando fueron agredidos
por estos terroristas.
Ante el desorden, el caos y la muerte que quieren sembrar los
terroristas, los que creemos en los valores de la libertad, la democracia y la
tolerancia en el mundo, debemos unirnos con coraje, firmeza y convicción para
cerrarles el paso.
Emilio Nouel V.
@ENouelV
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